La joven del cántaro
Aquel
colchón de poliestireno expandido me estaba matando. La noche no bajaba de los 27 grados y la
humedad relativa era del 79% Me tomé
otro halcion más, a ver, si encontraba algo del gabán de Morfeo. Así, como el
que nunca suele encontrarse con seres tan hermosos. Como una bocanada de viento
en Pascua y salida de un prado asturiano, a través, de las entrañas del aire,
una joven de grandes ojos verdes se incrusta en mi sueño. Viste ropas de
montañesa, a modo, de pastorcilla con su clásico cántaro de agua en el regazo.
Llega a la orilla del río y se arrodilla. Enreda el remolino del agua fresca y
cristalina, formando con sus dedos ondas que la fuerza del empedrado en el agua
los disuelve. Sonríe, me mira. Comienza a cantar, y arranca llantos al viento
que mece a las cañas del margen del río... Vamos
ni el mejor personaje de Covarrubias Herrera. Tengo la garganta momificada, la
sed me mata con su beso seco. Descalzo, en mitad de la sofocante madrugada, me
levanto del sofá y me dirijo hacia la cocina. Mis pasos retumban sobre el
suelo. Abro el frigorífico y, por unas dulces milésimas, me envuelve un
abrazo frío. La botella de agua helada se clava en mis labios y me llena la
boca con su flujo, que va cayendo por las boceras de los carrillos.—¡Ahhh!
Qué fresca y que puta sed. Menudo calor y el A/C roto. Vamos bien. Vuelvo al salón con la botella
en la mano. Oh! mi adorado sofá, (hablando muy bajito) es de estos más modernos de multinacional francesa. Lo
compré en una oferta y venía con chaise longe incluida. Ésta, me manda un guiño
cómplice: ¡Aquí te espero, Man! Parecía querer marcarse unas risas, pero no. Es otra forma, que la
silueta de mi espalda, estampada a lerdos trazos de sudor… cómo aprieta en la
capital del Mediterráneo, en el centro de la ciudad, la sensación de basca y falta de oxígeno te mata lentamente.
Agosto,
es así, pero bueno, qué son 90 días… Luego
lloraremos a Filomena, la novia del socio del agente secreto Mortadelo. Y yo no
quiero hacer Snowboarding por la Gran Vía de mi barrio...Cierro los ojos e
intento recobrar la imagen de la chica morena de los ojos verdes cántaro...
¿era
morena o castaña oscura? No lo
sé. No duermo, no vivo. Me tomaré otro triazolam y “pa alanté”, figura. Nuevamente,
vuelvo a observar a la lozana pastorcilla que recoge —su gran melena negra azabache— en una trenza que serpentea hasta
el inicio de sus caderas. Eso, sí. Ya no hay cántaro. La chica sigue cantando mientras
el río le devuelve el inmaculado reflejo
de su hermoso cuerpo desnudo. Sus ropas caen rendidas a una velocidad que hasta
Newton le haría barruntar. Su piel de
leche, nívea, bajo el sol de la montaña, brilla como una virgen de Rafael. Una
tez campo de batalla virgen donde el amor; perdió cien mil batallas de
orgullosos guerreros de un papa loco. Introduce un pie en el agua, lentamente;
le sigue el otro, y el río parece tener ansias por acariciar su lozano cuerpo
bucólico. Ahora toda ella es agua cristalina y pura. Goterones de sudor se congregan
en mi nuca, mojan mi pelo y el cabecero de la chaise longe de oferta, donde
descanso mi asfixiada testa. A mi lado,
en el suelo, la botella de agua rezuma frío. Una bocanada, otro trago... otro
trago, una bocanada...de aire. Es horrible. Mi corazón sin yo quererlo late con fuerza. Ahora, otro
bostezo. Por fin, mis parpados quieren cerrarse y se abre el telón: dormido
profundamente.
El sol de la tarde
ya se ha transmutado en un remiendo de tonos anaranjados en el horizonte, donde
las copas de los pinos quedan recortadas, como por arte de Photoshop. La chica
sale del río andando, cada paso es una caricia en la hierba. Un grillo afónico
y solitario, inicia una sonata de noche anticipada, cargando el ambiente con
ese hechizo que sólo se lee en los cuentos. Yo la espero sentado en la orilla,
del río donde llena su cántaro, con unos papeles llenos de versos que descansan
sobre mis rodillas. Rimas que yo no he
escrito, que me ha arrancado su sonrisa llanamente
del corazón. Ha abierto mi pecho y ha cavado con su mirada de gata un pozo tan
hondo que casi se ve el color pardo de mi alma. Es la mirada que me examina,
ahora, la misma, ella sentada frente a
mí, aún desnuda y exultante. Sudor y agua. La botella ha empapado el suelo.
¿Acaso llueve? No. Me levanto una vez
más del moderno sofá de oferta del folleto del buzón y reto a la quietud de la
madrugada con el estruendo de mis persianas al abrirlas. Salgo al balcón y...
sí, está lloviendo, a cántaros. Aún más
humedad, más agua, más sudor y más agua, más yo. Venga más lluvia, más
chaise longe y más empanamiento... ¿Y ella? Comienza la maniobra de aproximar sus labios y su pelo mojado a mi boca —que tiembla de
emoción— cuando el aire se vuelve incienso, aunque huele a romero y tomillo.
Son grosellas envueltas en pecado. Apenas, un centímetro separan nuestros
labios— se detiene. —Dilo, lo estás
deseando. Dilo, ya. —Susurra con un tono de voz cuasi musical.
Me vuelvo a levantar del sofá dando tumbos, borracho de sueño. Mi casa se está inundando, el agua me cubre hasta las rodillas y los muebles comienzan a flotar; se produce un chispazo trifásico de mil colores, como en un castillo de fuegos artificiales. El agua engulle la pantalla negra de la SmartTV.—No me importa. El espectáculo es desolador e hipnótico. Pequeñas cataratas domésticas afloran desde las paredes, los espejos se van llenando de agua y me reflejan confuso y difuso. Estoy empapado hasta los huevos... Pero no importa; cierro los ojos y me dejó caer sobre el agua que va llenando poco a poco mi casa, me uno a la crecida de ésta. —Llévame contigo. Creo que no me oye, grito —Te quiero, pastorcilla. Lo digo sin saber, qué hostias pasa por mi cabeza, pero de algún modo sabiendo que digo algo. No me oye, ni yo a ella. Ahora, sonríe y me besa. Coge mi mano, ayudándome a levantarme. Corremos desnudos hacia la orilla y nos zambullimos en un estrujón de pasión y olvido. El agua intenta colarse entre los vanos huecos que dejan nuestro deseo carnal. Aunque, dejamos pocos huecos. Nos hundimos el uno encima del otro, y los dos en el río del amor. Las ranas cantan Creep de Radiohead ,y ahora, ya no soy capaz de despertarme. Estoy muy húmedo y cansado. Creo que al final, el agua todo lo cura.
Dedicado
a Mario Camús abril 1935/septiembre 2021 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
The
Rains Came Año 1939 By Clarence Brown
The
Naked Jungle 1954 ByByron Haskin
Gojira
(Godzilla) 1954 Ishirô Honda,
Gray
Lady Down (1978) By David Greene
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