Feliz Navidad, Ava. Aquellos dÃas de olas y risas
“No
te preocupes”, decÃa la cortina de ducha de vinilo transparente con unas
margaritas amarillas mostaza, compradas en una oferta de un Ikea—Luego las vi en un catalogo... SÃ, aquel fue el último regalo de Navidad
de mi hija Raquel, por entonces tenÃa 14 años, ahora, unos 19. O eso creÃa yo,
cuando me dijo Ava:—No, Ernesto, Raquel tiene 34 años! “A menudo comentaba que se marchaba de viaje por negocios en la oscura
noche”. Yo siempre pensé que era demasiado joven para hacer esos largos
viajes en la negrura de las autovÃas. Ava habÃa dejado el sempiterno
cigarrillo en el cenicero mientras se secaba el pelo. A veces, como sin
quererlo, sabemos —que a nosotros—
también nos toca irnos de viaje. SÃ, yo en muchas ocasiones, pienso, que ésta
será mi última maleta o la última Navidad. Otras veces, es Ava quien le quita
hierro al asunto y dice:—Cariño, qué
bonita está Florida en Navidad. Suele
ser hermosa; si no está apestada de alguna plaga de iguanas o una nueva horda
de turistas alemanes que huyen del frÃo prusiano. Al final, volvemos a la
carretera y dejamos el bloque de apartamentos de Kings Rivers en California. Tenemos
un viaje muy largo por delante. Antes de
comerzar la ruta paramos en una cafeterÃa que estaba llena de gente vestida de
Papa Noel y sonaban villancicos de CrosbyandBowie. Pedà un Chocolate caliente
con Brandy. Ava estaba hambrienta y quiso comerse unos huevos revueltos con
Bacon. Mire a mi esposa y le dije: Feliz Navidad. Ella me contestó:—Van
quedando pocas, Ernesto. Pero queda
mucho camino hasta la bella Florida. Ya dentro del coche introduje en el
navegador la ruta exacta y Ava comenzó a conducir. Me encantaba ver a mi esposa
al volante.
Tampa
(Florida) 24 horas después: dÃa de Navidad
Llegaba una brisa marina que te acariciaba en la cara, la cual, invitaba a darse un chapuzón a pesar de los 3kms que distaba el mar de la urbanización. Una vez deshechas —cómodamente— las maletas, nos dimos cuenta que tenÃamos la mitad de la edad media del personal que pululaba por la calle. Un sitio donde la tropa estaba entre los 70 y 80. Ava y yo, aún parecÃamos dos buenos cuerpos cincuentones. SÃ, amigos estábamos en el paraÃso de Ybor City de la ciudad de Tampa. Decidimos irnos de compras y acabé adquiriendo unos pantalones beige junto a un polo de algodón a rombos de Fred Perry. Mientras Ava complementaba su atuendo con un pañuelo en la cabeza y unas enormes gafas de Gucci negras de sol. TenÃamos suficiente con descansar entre los paseos soleados y los bordeados de setos, a lo largo del presente año o asà veÃamos el panorama. Bien, como el que no quiere, nos pusimos manos a la obra para ser unos buenos vecinos. Ava empezó a ir de compras con un par de señoras del edificio Green y me dijo que el señor Jackson, del número 72, se sentÃa solo. TenÃa mis dudas, no puede resistirme a recordar el aroma de mi hija Raquel, cuando olÃa los jazmines del jardÃn. La echaba mucho de menos y era Navidad. Ava, insistió en que fuera a hablar con el Sr. Jackson, el cual, le encantaba la cerveza Lager. Decidà que lo visitarÃa al dÃa siguiente para preguntarle si le apetecÃa una pinta de lager suave neerlandesa. Como el que no quiere, aquel tipo se fue encasquetando jarrita, tras jarrita y es que el Sr. Jackson estaba encantado con la compañÃa… Las siguientes semanas, es decir, nuestros dÃas se llenaron de entretenidos culebrones e historias de inocente plenitud. Nuestra pandilla se fue haciendo cada vez más grande, en muy poco tiempo, pasamos a ser más de ocho miembros y aumentando. Hasta esos hombres que todo lo ven oscuro y sus vidas son callejones sin salida, entraron, con un relativo grado de excitación —cuasi sorprendente— al unirse a nuestro club. Se celebró la Navidad por todo lo alto. Bebimos y comimos hasta el amanecer. Ahora, sabemos porque la esperanza de vida en este estado es tan alta. El tiempo ese cruel aliado con el que hay que discutir a final de mes.
Obviamente, nuestros dÃas transcurrÃan entre glorias pasadas y encontrar el Minerva de la eterna juventud como agua de mayo; la diversión cada tarde. Éramos unos chicos con canas y andares lentos para lo que cada dÃa era Navidad. Mientras yo me dedicaba a socializar y a organizar una especie de peña de apostadores a las carreras de caballos para los chicos, Ava se entretenÃa ayudando a las esposas con sus dolencias. “La tetera está lista, jovencitas”, decÃa haciendo sonar su bolso. “Esto te aliviará cariño y relajará muy pronto”. Las tardes de las señoras también estaban impregnadas de más risas, mientras intercambiaban anécdotas, con una larga variedad de ginebras y bourbones artesanales. Asà como una gran maleta llena de opiáceos recetados. Puede que los romances se habÃan perdido, los caminos que habÃan tomado antes de que ir a votar republicanosVsdemócratas se convirtiera —en algo tan accesible— para la siguiente generación de chicas. Todo se redujo al alcohol y las pÃldoras. En aquellos tiempos de euforia, sentÃamos el subidón; nuestra peña estaba consiguiendo ganancias considerables y Ava obtenÃa pastillas más fuertes y fáciles de digerir. Incluso, llegamos a crear un club de surfistas categorÃa senior que era la sensación de la playa de Tampa, evidentemente, para las mentes más amplias de banda. Sin embargo, a medida que avanzaban las estaciones, empezamos a sufrir reveses y los altibajos eran evidentes.
En la siguiente Navidad, las grietas que dejó el otoño habÃan madurado por completo: jardines descuidados, cubos de basura desbordados y aquellas familias atentas del resto empezaron a dejar de visitarnos. Todo se volvió en nuestra contra y nuestros vecinos comenzaron a evitarnos, dejando las cortinas caÃdas, cada dÃa más tarde. A veces, ni las abrÃan o ni siquiera se vestÃan, los alguaciles del Sheriff, venÃan en busca de facturas impagadas. El bueno de Doc resbaló por las escaleras y se quedó donde se cayó durante una semana. 7 dÃas encima de la moqueta de su comedor sin asistencia. El Sr. Jackson se fue a dormir a la bañera. Todo se estaba derrumbando. Era hora de cortar por lo sano. Dejamos esta nueva vida al amanecer, caÃmos en la carretera de circunvalación más cercana y seguimos adelante, el sol implacable y nosotros protegiéndonos los ojos en los cruces difÃciles. No habÃa indicios de planes, ni ropa especial, ni billetes de avión encima de la cómoda, ni camisas especiales con flores tropicales por todas partes, pero ¿Qué otra cosa podÃa ser? Y de nuevo, el palpitar en mis sienes, de esa renqueante zozobra sobre, el que será de nosotros en la siguiente Navidad. Raquel envió un SMS, que decÃa, Feliz Navidad papis. Me siento en el sillón del coche y retrocedo hasta reclinarlo. Ahora extiendo los reposapiernas. Y noto un enorme alivio. Cuando prenguntó:— ¿Ava configuro el navegador de ruta?—No, déjame a mÃ. Ya le mandaré un SMS—No te entiendo—Son cosas de mujeres, cariño. Estamos en Navidad. Te quiero, Ernesto. Yo también, te quiero mucho, Ava.
FIN
Dedicado a Ryan O´Neal Abril
1941/Diciembre 2023 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
The
Shop Around the Corner (1940) By Ernst Lubitsch
Cocoon
(1985) By Ron Howard
The
Apartment (1960) By Billy Wilder
The
Love Boat (1977) By Douglas S. Cramer
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