Hay personajes,
individuos-as, elementos, universos y vidas rebosantes de líneas marcadas: insignificantes y hartas de
estremecimientos nefandos. La erudición intenta justificar —de algún modo— el
apócrifo y estrepitoso fracaso en la vida de un bípedo. No tienen ni puta
idea. La condición del oficiante o conferenciante atrapado en el alegato por
defender lo inexplicable es una cuestión de bioquímica pura; necesita glucosa o
dejará de pensar. Empezando por el ínclito Camus y su reiterado afán por
argumentar el absurdo de la vida del ser humano, por la incompetencia del mismo
y su redundante insolvencia de recursos para la satisfacción eterna. No se
pongan nerviosos, que siempre les digo lo mismo: “aprendiz de todo, maestro de
nada”. El taller de forja parece que inicia su proyecto de miniutopía… Hasta que no lo vea, seguiremos bebiendo agua de
borrajas. Me alejaré y dejarán de leer tanto marasmo iletrado. Cada día que
pasa estoy más cerca de ese descarriado algoritmo en la webesfera; la nada.
Cosas de adictos. No como los redimidos de hoy en día, que hacen coaching con
la metanfetamina y organizan programas de domesticación de gozques para Mediaset, amén de trincar una buena soldada con la que iniciarse en el pulcro deporte del golf. Camus no conoció la
heroína, ni tuvo que matar por ella.
Tampoco la cocaína, ni el crack, ni la esclavitud que genera. Puede que el
alcohol, no lo sé. Empero, tiene muchas
papeletas. Ese placebo que nos introducen en su consumo papá y mamá, como en un
film del acomodado K. Loach, el día de nuestra beatificación: la comunión. El
ciclo más deseado por los mártires; el nexus con la consustanciación de todo hijo
vecino.
“¡Ah, claro esto
empieza a sonar a ese tipo, como le llaman…Joder. Lo tengo en la punta de la
lengua… Ya lo tengo; el J.J. Abrams, sí,
sí… El tío tiene aire y traviesa de gran intelectual: el nuevo Kubrick!” Mi
sobrino tiene todas sus obras aturulladas en las estanterías del catre y por encima del Cpu, envueltas de pelusa
maloliente. Siempre me saluda: —Hola tío…No le respondo. Miro a su madre y le
digo: —¿de qué coño te sirven colgados esos dos putos doctorados en la pared?
Disculpen el lapsus. Me irritan los niños calamidad son como los intelectuales,
siempre me enredo con ellos. Lo siento. A nadie se le ocurriría, que vivir esta vida no es absurdo,
sino algo muy serio. La seriedad, está recubierta de valores o prejuicios a la
hora de actuar. Y en ese teatro tan Shakesperiano que nos desenvolvemos todos
los días, es difícil vivir. Cuando no quieres estar en el teatro puede, que nos acerquemos a la temible variable; no
rules, (in english) no encajes o no
te adaptes. Tienes muy mala pinta, por no utilizar el eufemismo; eres inviable.
¡No les digo, lo que duele o jode! La verdad, que joder es un verbo
hermoso. Unas veces, aquello que es fácil se vuelve imposible de
resolver. Pero claro. En un momento dado, te hastías de ser un atrezo más del
mismo circo. Y en ese instante, comienza la náusea y los movimientos en la
barca se convierten en señales de tempestad o la antesala del infierno. Uno
tiene todo el derecho a decidir, si quedarse o marcharse. ¿Los motivos?
Posiblemente, sean una cuestión más propia de la ley y que mejor ejemplo, que
un agente legislado para explicarnos el porqué de su final. La escapada y las
constantes llamadas a Caronte por abandonar el teatro de los sueños: la vida
establecida. Ésa, llena de runrún meteorológico: la supervivencia del día a día
y los remordimientos que nos acechan cada noche cuando nos posamos sobre
nuestro lecho Made in Ikea. Hemos
llegado al territorio de lo humanamente adictivo. Bienvenidos a un film de
culto que no lamentarán su visionado.
El cineasta ítalo-norteamericano
Abel Ferrara, nacido en la auténtica Little
Italy neoyorkina en Mulberry Street, donde aún sigue manteniendo
residencia. Tras unos inicios turbadores, no en vano fue un director de cine
porno. Un plus, nada despreciable para coger oficio. Comenzó a fajarse un hueco
en la industria de cine independiente con presupuestos irrisorios, creando
filmes maravillosos. En 1992, realizó
una de las obras más conmovedoras, polémicas y desgarradoras de los últimos 50
años. Ferrara es un tipo con una voz ronca, similar al viejo padrino Vito Corleone (Marlon Brando), de un
físico similar a un hibrido entre un gangster ochentero con un veterano
boxeador de serie-B de los años 40. Si te dice que va a darte una hostia,
aléjate porque te buscará para dártela. Corrido en los tugurios más grasientos
y mugrientos del viejo Lower Manhattan.
Guionista, operador de cámara, sonido y mil trapicheos de la tramoya del cine;
es un superviviente de las malas calles.
Enamorado de su ídolo—el mío—Martin Scorsese. Su cine evoca lo más rudo y experimental del
cine indie Made in USA. Un heredero
directo de Cassavetes: amado y detestado como todo genio e incondicional de la
obra del maestro Pasolini. Una genética
compuesta de esencias, las cuales, rodean a esta obra y ya son
pretéritas. No obstante, aquí alcanza los altares. Repito, su obra maestra. Muy
por encima, del resto de su lisérgica filmografía. La calle, los dealers, los
gangsters, prostitutas, proxenetas y los garitos más canallas de la gran
manzana.
Su teniente o servidor
de la ley maldito, corrupto o irreverente. A día de hoy, sigue removiendo
conciencias y produciendo retorcijones de estómago. La obra en sí es un
tríptico alegórico entre Sísifo, los martirios de S. Sebastián y la divina
comedia de Dante. Un angustioso descenso a los avernos donde su protagonista
busca redención y expiación a sus pecados. Hay pocos actores capaces de
enfrentarse a un papelón como éste y salir con un doctorado del mismo. Un
oficial de policía, el teniente (Harvey Keitel); politoxicómano, corrupto, ludópata e
hipomaniaco sexual de vuelta de todo y camino a la nada inicia un proceso de
autodestrucción majestuoso, prodigioso y conmovedor. No hace mucho vi en un
capítulo de la última temporada (VI) de Mad Men. Donde el nuevo ligue de Don
Draper mientras hacían el amor—el crack de Madison Square— se sentía molesto
con una cruz que llevaba tan sugerente hembra. Le incomodaba la imagen. De
repente, le preguntó si rezaba. Le
contestó, que sí. —Y, ¿qué rezas?—Por ti. Draper se quedó en silencio. Ella,
sentenció: —rezo porque un día encuentres la felicidad. Observo, a este tipo de
individuos y me los creo. En el filo de la navaja, al borde del abismo: funambulistas del vértigo. Hay muchas
maneras de suicidarse y el teniente buscó morir lentamente, sin prisas pero muy
eficaz. Ferrara nos quiere llevar a las catacumbas de sus tormentos. Al igual
que Coppola nos trasladó al corazón de las tinieblas. Antaño, en la vieja
Grecia los mitos suicidas se arrojaban a un río o a los mares, o al vacío desde
abruptos acantilados. Precipicios de grandeza, con la esperanza cierta de
lograr aquello que borre su vergüenza o culpa, y lo purifique: la muerte.
Siguiendo el guion, de un modo, mi visión
más canónica de esta película—ya saben Uds., que no soy crítico, ni lo
pretendo—vamos a introducirnos en los acontecimientos del affaire “Bad
Lieutenant”, bajo mi ojo clínico y
vitriólico.
A grosso modo,
podríamos simplificar la sinopsis del film en estas letras: “Un teniente de la
policía de Nueva York, drogadicto y sin escrúpulos, ha perdido sesenta mil
dólares en la apuesta sobre la final del torneo de béisbol. No puede pagarlos y
pretende resarcirse en el último partido. Aún, a sabiendas del peligro que
corre si en la próxima apuesta no da con el golpe de suerte. Él, continúa su
descenso imparable a la fragua. En el departamento de policía se enfrentan un
terrible caso de violación de una joven monja y se ofrece una recompensa por el
descubrimiento de los supuestos malhechores. Al final, en su inminente caída
por el precipicio, topará con una
conversión que le hace dar a los jóvenes otra oportunidad”. Un guion del propio
Ferrara coescrito con Zoë Tamerlis Lund
(actriz, escritora y heroinómana real, que falleció), junto a los actores fetiche, Paul Calderone y Victor Argo. El film narrado —impecablemente— en
90 minutos. Se estructura en tres actos: el primero, el descenso a la
infiernos, el segundo; la seducción del perdón y tres: la muerte como
redención. La música la lleva a cargo ese músico outsider, Joe Delia—colaborador habitual del cineasta— apenas audible en la
película, donde el sonido de fondo son las redundantes emisiones deportivas, en
las cuales el teniente realiza sus apuestas y que se convertirán en el único
“compañero de trabajo” que acompañarán al oficial.
Así como el operador
de cámara, Ken Kelsch que realizó un
excelente trabajo de iluminación; obteniendo el sedimento de suciedad exacto:
la pestilencia envuelta en bálsamo sórdido y la angustia que inunda toda esta
historia. Un productor, que confía en este singular cineasta, Edward Pressman y el editor Anthony Redman dejaron a este film como
película maldita y bendita en el año 1992. El film costó un millón de dólares y
recaudó 2 millones. No está mal para una cinta de esta índole. Un montón de
problemas para llevarla al mercado del DVD y finalmente, en los bazares del
Blu-ray. En el año 2009, el director Werner Herzog plasmó un burdo remake (bajo
la amenaza de muerte de Abel Ferrara) con el
mismo nombre “Teniente corrupto: port of call New Orleans” (2009). La
trama se trasladó a la villa de los huracanes y el jazz, con el
beneplácito de Edward R. Pressman (significativo el dato). Es ridículo,
observar el histrionismo de ese patético actor que es Nicholas Cage, emulando
las vicisitudes del auténtico Harvey Keitel. Políticamente más correcta y con
un cierto tufo comercial, una de las chicas es la bella y correcta actriz, Eva
Mendes. Ahora, se habla de realizar una segunda parte. Nadie sabe si con
Ferrara (lo dudo) o el teutón Herzog en busca de un público más Playstation. De
vuelta, a nuestro personaje de 1992. El oficial, ejerce su trabajo cotidiano
como algo secundario, condicionado por sus intereses personales en esa babel que es Nueva York convertida en imponderable escenario donde se
desenvuelven los hechos. Continuidad de planos que son a la vez pastiche de
postales donde el hormigón oprime al protagonista y el espectador. Enardeciendo
su intensidad vitalista que la convierte
en una Magefesa a presión capaz de
fagocitar al teniente entre las humeantes expresiones de las alcantarillas, el
fatigoso tráfico, así como el interminable desfile de viandantes que se ven
obligados a rozar sus hombros por lo multitudinario de los espectros que
invaden las calles. Hemos llegado a la primera base, emulando las interminables
narraciones del comentarista de los partidos de béisbol.
Primer acto; el
abismo.
Ferrara—católico y
pecador confeso— siempre ha sentido un inestimable prurito y obsesión en sus
películas por la temática espiritual; la
fe cristiana. En la primera escena, el
teniente después de dejar a sus dos hijos en la escuela, esnifa cocaína con
ahincó. Su coche está aparcado justo en la acera de enfrente de la escuela. Un
rosario cuelga del espejo retrovisor en el primer plano de la foto.
Posteriormente, un colega le informa de la violación múltiple de una monja en
el Harlem hispano, y se ofrece una recompensa de cincuenta mil dólares.
Obsesionado con la temática del mea culpa y la redención; ahí reincide el ojo
clínico, de este director que le gusta mover la cámara junto a sus personajes,
en este interesante ejercicio de aproximación a la angustia existencial del
teniente suicida, arranca la llamada a Caronte y el inicio del viaje por los
infiernos. La crisis de identidad y la aflicción que asolan al personaje; más
drogas, más juego y en definitiva, la autodestrucción masiva. Se ha subido al
carrusel de Alighieri y no quiere bajarse. La tenue luz y sus penumbras, a
modo de ventanas empequeñecidas que
parecen mostrar en el exterior lo que acontece en el machacado interior del
protagonista. Presenciamos el festín en
todo su esplendor: la degradación físico-moral. El pecado se convierte en
carcoma dentro de su deshilachada conciencia. Mientras nuestra mente se
retrotrae con los momentos de éxtasis de su dealer
particular— La seductora Zoë Tamerlis—
poniéndole en vena el azúcar marrón. O las entradas y salidas por los Afters, bebiéndose las cataratas del
Niágara por la patilla. Así como la visión onanista del individuo en esa
secuencia que levanta ampollas, donde hace uso exclusivo de su potestad como
agente de ley para degradación mayúscula como ser humano y humillación solemne
de las tennagers que habitan dentro
del coche, en una complicidad rehén del miedo y lo patético de la situación.
Parece sonar un eco solapado en una monolítica reflexión; la muerte irreversible. Nosotros—los
espectadores— como asistentes a esta bacanal fáustica nos hacemos unas cuantas
preguntas de presentador de un show televisivo. Son fáciles, de verdad. Porque
es lo más obvio: ¿cuánto tiempo hemos de esperar para el inminente desenlace?
¿Por qué ese martirio? Se genera una empatía acongojada que empapa hasta la
butaca. No lo resistirá. ¿Seremos capaces de resistirlo nosotros? Entre
sollozos desgarradores, el dolor se hace mudo y aparece ese personaje bíblico
de la anciana aseverando: “Ud. es un buena persona”.
Segundo acto; el
perdón como enigma
En el templo
comienza (adoptando el rol de una Virgen
María) su proceso de transformación: la iglesia de la psicodelia de una pintura
y un verso de Blake. Nuevo punto de partida hacia los remordimientos de la búsqueda del perdón.
Keitel, se plantea a modo de santo
vengador la justicia del talión. Y ella le habla de misericordia —ésa que Dios
desprende— invitándole a rezar. Pues, su situación es agónica. Se produce ese
plano alucinante de la aparición de un Cristo crucificado. Aquí, Ferrara empatiza con la perpetua duda
del Cristo de Scorsese (eterna brújula) y duda; no sabe y entiende que le
atenaza y le tortura. HK, traspasa la pantalla con su grito desesperado que
brama en la tierra como muestra de la impotencia. Y allí su rebelión,
insulta a Jesús porque piensa que le ha abandonado. Pero derrotado ante su
presencia besa sus pies suplicándole perdón y ayuda. Esta experiencia le
transformará. Al despertar una mujer le entrega una pista que le llevará a los
violadores, dos jóvenes que han tocado fondo, tanto como él. El teniente fiel
al propósito de la religiosa les facilita la redención. Aquí el perdón no
aparece como una idea abstracta. Se trata de algo muy concreto que tiene
dimensiones sociales en la problemática de las drogas y la delincuencia. Aunque
la naturaleza del teniente no es mala, simplemente es víctima de una batalla
entre el bien y el mal que tiene lugar en su alma, castigando su cuerpo como su
único camino de redención, en su eterno camino hacia el arrepentimiento de unos
pecados que irá repitiendo en mayor grado. Una apología desesperada y patética
de la autodestrucción y del individualismo en una mezcla pretendidamente aleatoria
y confusa, pero atractiva, de sexo, drogas y religión. Sus constantes minihurlyburlys en casa de su camella,
la bella Zoe. La opción del teniente parte del perdón y la misericordia; las
cuales le permiten actuar como instrumento de transición. Más allá de la
justicia llega el perdón que abre futuro. El mismo perdón que él confía haber
recibido en su encuentro con Jesús. A pesar de los límites de las situaciones,
es interesante la función mediadora-eclesiástica de la religiosa. A través de
ella vuelve a Jesús y al perdón. Le llevará al lugar del encuentro en que
reconstruirá su vida en un único gesto de generosidad.
Tercer acto; la muerte y su pureza redentora
Si nos detenemos a
valorar su filmografía podremos apreciar en “El rey de Nueva York” (King of New
york, 1990), “Juego peligroso” (Dangerous Game, 1993), en “The Addiction”
(1995) incluso la incomprensible y fascinante “Oculto en la memoria” (The
Blackout, 1997) un estilo significativo por sus desconexiones contemplativas
que detienen y puntean el curso de la narración. Es el espíritu Ferrara. Así el
comportamiento degradado del teniente se encuentra repetidamente en el
cajón de la imaginería religiosa. La
detesta, pero le obsesiona. En esos instantes, la cámara se aleja del ritmo de
la acción y pasa a observar el ejercicio desde la asepsia y la constricción
silente. El aura compasiva que vimos en el film de Win Wenders en la
excepcional “El cielo sobre Berlín”. Nos hace participes de esta mirada, por
momentos casi tan sugestiva como la de Bruno Ganz. El gesto de abnegación del teniente es extraordinario.
Cuando más tarde lo vemos esnifando cocaína en su casa en el medio de la noche,
utilizando el apoyo de una de las fotos de la confirmación de su hija. Lo más
significativo de todo, es el derramamiento y la consumación del acto: recoge su
dinero de la drogas tan esperado y se la entrega en una caja con un crucifijo
en la tapa, decorado con iconos de la Virgen María. El gesto de la cesión de
todo su capital para darles la posibilidad de un futuro distinto. Los lleva
hasta un autobús para sacarlos de allí. Sabe que las calles son el infierno y
la única salida posible puede que sea un cielo purificador. Aún, a sabiendas de
que incurre—nuevamente— en la contradicción del deber. Pues, es consciente que su sentencia de muerte esta comulgada y
firmada. Morirá para dar la oportunidad a otros en una nueva vida. Lo que nos
lleva a la última y significativa escena. El extraordinario plano secuencia que
muestra la orfandad del reo, en espera de su redención personal. Cuando después
de despedir a los muchachos en el autobús se sube a su coche (la siniestra
barca del espectro como el Taxi de Scorsese). De repente, un vehículo se
detiene, dos hombres le llaman y suenan dos disparos. La elipsis es una
obviedad, mientras —aparentemente— la vida sigue su ritmo taquicárdico. De fondo suena la música de “Pledging my love” que ya había anticipado el director y que toma
como cita de “Malas calles” a modo de
homenaje de su adorado Scorsese. Una canción de despedida como lo fue para su
autor, Johnny Ace, y para Elvis Presley, sobre el deseo de persistencia del
amor. Otra vez se para el tiempo en la contemplación, esta vez de forma
definitiva. Hay que mirar más allá de lo que se ve, muerte en la ciudad. La
gente se apelotona para ver. La vida sigue, pero ha muerto un hombre perdonado
y expiado. Si la fuerza narrativa de
“Bad Lieutenant” se encuentra en sus metáforas e imágenes, el poder
emocional de la carretera libre, que fuerza al teniente desde la barca de
Caronte al encuentro del lirismo de esta majestuosa
película. “El teniente Corrupto” de Abel Ferrara —enfáticamente— no un film de
serie B, no hay nada inherentemente limitado o feo sobre el realismo como
estilo fílmico. Las mejores películas de Roberto Rossellini fueron,
esencialmente naturalistas, empero ¿qué podía ser más expresivo que poético
Alemania Año Cero (1948) o Paisà (1946), incluso Accattone de Pasolini (1961)?
Película valiente, que se pone en el límite de lo cínico y lo honesto, de lo
profundo y lo superficial. Relato angustioso, descarnado y transgresor.
Testimonio de una interpretación hecha por un actor irrepetible: Harvey Keitel.
Lo dicho al principio: la odiarán, la detestarán o se enamorarán de ella, como
seguimos de enamorados de este agente de la ley neoyorkino. El día a día de un
hombre lleno de remordimientos en cualquier metrópoli del mundo: una búsqueda
desesperada de ese barquero llamando Caronte.
Dedicado a la gente de mi viejo, mefítico y sórdido
barrio que nacimos para perder
Bibliografía consultada y recomendada
Abel Ferrara: The Moral Vision Ed. Fab Press 2004
Abel Ferrara “The King of New York” Nick Jonhstone Ed. Omnibus Press 2000
Abel Ferrara L´Anarchico e il católico Ed. Le mani 1998
Abel Ferrara Contemporay Films directors Nicole Brenez Ed. University of Illinois 2006
“Geometry of Force: Abel Ferrara and Simone Weil.” Tag Gallagher Issue 10, 2000.
Manohla Dargis. “Malice toward nuns” – Interview with Abel Ferrara. Art-Forum 1993
Entrevista Abel Ferrara en “La Tercera” por Rodrigo González M. 15/08/2010