Una primavera con muy mala leche; el psiquiatra engañado y los demonios internos
Se
han preguntado en alguna ocasión, eso, de ¿Por
qué no dejamos de luchar contra nuestros demonios internos e intentas negociar—contigo
mismo— darte una pequeña tregua? He
pasado unas semanas raras e insomnes. La culpa de todo; se rompió el Pc de
sobremesa, el portátil y otro que es muy viejo y lo tengo por puro romanticismo
tecnológico. Sé, que tiene un nombre anglosajón, esta manÃa, pero estoy
asténico. No quiero rebuscados ni palabros de Don Juan Manuel. El sábado pasado comenzó la maldición, después
de una noche de sueño intranquilo, la mañana se convirtió en una montaña rusa.
Pensé que las preguntas que tenÃa pendientes querÃan tomar algo; por ejemplo,
cafeÃna. Éstas, muy gentilmente, me agradecieron mi hospitalidad y se tomaron
la libertad de pedir un expreso descafeinado. Hablo de las preguntas. Recuérdenlo. Los galenos nos advierten que la
cafeÃna nos pone nerviosos. Puede, pero que cosas que no acaben, en ina,
terminan por sacarte los nervios y cambiarte los colores. Admites que estás
agotado de mirar siempre por encima del hombro, esperando que ocurra lo peor. Hasta
tu jefe parece haberse dado cuenta de que no cumples con los plazos y la
calidad de tu trabajo es cada vez peor. Las alarmas se disparan, y uno, no
puede más, como el viejo boxeador: tira la toalla. Estoy muy cansado. Trabajar de noche, mantenerte despierto,
nos deja de mala leche y se paga por la mañana con quienes más quieres. Ese mal
humor matinal, te está cavando tu propia cripta. Me preocupa— En serio. SabÃa,
de un tipo, que no aguantaba más y los remordimientos le han llevado a olvidarse
del aseo dental. Siente tanta vergüenza, como mal aliento deja por dónde pasa.
Hasta, la ha tomado con el agua. Apenas, tiene tiempo para ducharse, por no
decir, que anda con el sÃndrome del gato escaldado. Huye del agua. Realmente, apesta.
Alguien que se preocupa por él, le ha puesto alguna pila de litio y ha
conseguido convencerlo para que ir a una terapia psiquiátrica, una vez a la semana. Han pasado dos semanas y
esta pareja se han enamorado de la jodida terapia. Ni calvo ni tres pelucas. Va
vendiendo las bondades de su cháchara y el mindfulness. Evidentemente, se han
comprometido a recuperar todas esas oportunidades perdidas, pero están de
acuerdo en que los ataques de pánico comienzan a ser más cortos y menos
intensos. Por lo menos, el asunto de la higiene y la mala uva va por buen
camino.
Quince
dÃas después del primer encuentro con el Dr. ElÃas
Los
demonios personales de Luis y Elsa pueden ser sorprendentemente cooperativos si
les recuerdas que una vez fueron ángeles.—RÃen, al unÃsono. Sólo Dios sabe lo que hacen esos bichos
cuando no están arrastrándose por sus mentes, revolviendo recuerdos para
revelar el jodido trauma, que se esconde debajo de sus máscaras. Se despiden
con sus garras. Nos vemos el próximo martes a las 5 de la tarde. Atropellados,
y tropezando, camino de la puerta de salida. Cuando, Luis espeta:— Queda
pendiente…, un pequeño asunto Dr. ElÃas. Perdona. Por favor, querÃa
preguntarle por los demonios internos. —El careto del comebolas, Dr. ElÃas,
alucinante— insiste con cierto apuro; a la próxima cita… Al final, se marchan
como si no les hubieran servido el postre en su restaurante de cocinero
mediático, esperando 7 meses, en una lista de espera, para esa cena. Pero, el
colmo, viene porque no son muy buenos con la tecnologÃa. Pasan los dÃas y
durante dos semanas: vuelve la angustia y la apatÃa. Te llaman cada cinco minutos del trabajo para recordarte que el martes
vuelves a tu silla. Te llenan el correo electrónico de anuncios de pastillas
para adelgazar. Te envÃan emojis de una mujer encogiéndose de hombros y
poniendo los ojos en blanco como solÃa hacer Elsa. Comparten publicaciones en
las redes sociales de tus hijos con un
supuesto novio, que no saben de donde ha salido ni conocen. Sacan a
relucir calcetines y guantes perdidos bajo el sofá del pasado invierno.
Hasta que comienza un fuego cruzado por aquello del cuando te quedaste con los
niños un fin de semana que no era Navidad. Bien, han pasado 17 dÃas y la moral está
muy tocada. Llega el martes a las 16:45 en la puerta de la consulta del Dr.
ElÃas. El terapeuta, los saluda y
asiente con simpatÃa. —No pasa nada, tengo mucho trabajo—Sólo intentábamos ser
amables. No sabÃamos que estabas ocupado y pensamos que te interesarÃa lo que hemos
encontrado. De inmediato, el entrecejo de comebolas, se tuerce. Es digno de
estudio antropológico y su cara un poema. Luis y Elsa con cara de vendedores
del CÃrculo de Lectores. —De verdad, nos harÃa mucha ilusión.—Uno que no sabe
que decir y sigue pseudocatatónico. AsÃ, a bote pronto, nuestra pareja
neurótica, le proponen una invitación para cenar. A ver, no es una peli de
aquellas que hacÃa Allen, antes de perder los cascabeles. No, no. Esto es
más cercano, casi como un momento Erasmus. Cómo si fueran esos viejos amigos de
la Universidad que no has visto en 15 años.
La
cara del Dr. Es la de un tipo solitario, muy cansado de todas esas comidas en
el microondas, mientras otea expedientes y un pequeño TV al que no hace ni
caso. Pasa esa imagen, de nuevo, y dices; ¡Qué cojones, por qué no! Aceptas su
invitación. Pues, da la casualidad, que conocemos el sitio perfecto. Es una
Trattoria donde Elvira (la ex esposa del Dr. Elias) le dijo que querÃa el
divorcio. Se escucha una canción de Lana Del Ray, en ese instante, es la misma
que sonaba entonces cuando acusaste, a tu ex mujer de tirarse al vecino. Por
suerte, la melodÃa cambia, y ahora, es Johnny Cash, el músico favorito de tu
padre. Recuerdas la voz grave de Johnny zumbando en los altavoces del camión
cuando te llevaba al entrenamiento de las ligas menores. Tu corazón palpita
como un viejo motor que se enfrÃa cuando recuerdas la última vez que salió del
camino de entrada para no volver jamás. Cuando, los dos, a la vez:
—¿No
te gusta esta canción?
De
repente, el Dr. ElÃas se teletransportó a un tiempo muy lejano. Era muy joven,
abundaba el pelo por la coronilla y parietal e ir en camiseta de manga corta
era un regalo para los ojos de aquella estimada vanidad. Nuestros amigos Luis y
Elsa—remarcan. Ahora llega lo mejor de la noche…Su sinceridad cala más hondo
con cada acto de amabilidad. Un camarero con un mostacho a lo David Niven
aparece con unas cajas de bombones gourmet, seguidas de cestas de galletas de
regalo y unos chupitos de Limoncello. Nuestro Dr. Entró en pleno éxtasis.
Cuando Luis le advirtió—Mastica esas calorÃas, Hey Man! Rechinando los dientes
por todas las veces que tu ex mujer te pinchó la cintura y te dijo que estabas
demasiado gordo. Recordó cómo tu madre solÃa esconder un montón de barritas de
Huesistos por toda la casa para poder tragarse su desesperación semidulce
mientras dormÃas. —Y como murió, eh, ElÃas: sola y llena de remordimientos,
como probablemente morirás tú. Para. Para esto—Gritó un desesperado ElÃas.
¿Podemos volver a como estaban las cosas? Por un momento, el camarero y el
resto de los comensales alucinaban.
El
Dr. ElÃas está hablando sólo. Haciendo ademanes a la silla de al lado. —No tienen ni puta idea de lo que es
aguantar todos los dÃas las mismas monsergas. Les ruegas que negocien otro
sábado y, sorprendentemente, acceden. Sin embargo, llegan pronto y se cuelan en
tu cita del viernes por la noche con esa mujer de contabilidad. Le levantan el
pelo y soplan su aroma a lavanda en tu dirección.—Jodida lavanda. El olor del
champú de Elvira. Piden chupitos de tequila. Siguen sirviendo margaritas mucho
después de que les cuentes todos los trapos sucios de tu anterior matrimonio.—
Tu cita, esa que has tenido que hacer lo más heroico de tu vida, no deja de
mirar el reloj e insinúa que se está haciendo tarde. El camarero le espeta: Dr.
ElÃas, se encuentra bien.—Claro que estoy bien, Alberto. Dame la cuenta.
Enseguida. A la mañana siguiente, en casa de Luis y Elsa, apenas se oye nada.
Legañas y la sensación de tener los párpados llenos de tierra. Una resaca del 29 va a marcar un lluvioso
dÃa de primavera. Posiblemente, el mismo que se encuentra a buen recaudo, bajo
una almohada asfixiante. —Se oye el ruido de los platos, en la cocina moverse;
y es una perforación de tÃmpanos. Las puertas de los armarios se cierran de
golpe. Los cajones de los cubiertos se desparraman por el suelo de la cocina.
El triturador de basura gorgotea enjuague bucal y Elsa con la boca llena de
pasta dental contesta:— ¿Por qué no me dejas en paz? Luis: eso lo dijo ayer
el Dr. ElÃas. Algo muy parecido. Elvira dice—¿Qué cojones—Si eso mismo dijo, qué
demonios queréis? Y dijiste:— Sólo queremos ayudar.—Ayudar! Eres una venganza,
tÃo. A ver, ya no te acuerdas de los demonios internos y tus affaires. Hombre habló D. Damien que drogó a su
psiquiatra sólo porque se follaba a tu antigua novia de la facultad. Elsa, de
buen rollo:—¿Tienes algo más que café descafeinado? Va a ser un dÃa largo,
cariño. Hala, ponemos el filtro de
café blanco en mano, respiras, miras al techo y consideras una nueva táctica:
rendirte.—A ver, Luis lo tuyo es realmente diabólico y preocupante. Lo dicho,
la primavera, tiene estas cosas.
FIN
Dedicado
a Jaime de Armiñán marzo 1927/abril 2024 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
Spellbound
(1945) By Alfred Hitchcock
Annie
Hall 1997 (By) Woody Allen
Das
testament des dr. Mabuse (1933) By Fritz Lang
Sling
Blade (1996) By Billy Bob Thornton
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