En las fauces del blanco invierno depredador
La
tormenta lo habÃa pillado desprevenido. Después de que lo dejaran en la casa,
se dirigió rápidamente por el patio trasero directamente hacia la orilla del
lago helado. El cielo parecÃa tan bajo
que casi podÃa alcanzar y tocar el vientre embarazado de las nubes sobre su
cabeza mientras salÃa de la granja. HabÃa un silencio casi extraño en
el paisaje del Monte Whittlesey que estaba vestido de blanco por la nieve. Una
extraña inquietud lo habÃa alejado de las rancias rutinas de la vida urbana
hacia la naturaleza abierta de esa tarde. La
invocación de la soledad y el consuelo de su propia imaginación se inspirarÃan
en la grandeza tranquila y cristalina del paisaje invernal. ParecÃa un tirón
irresistible en su alma. Esa llamada, a menudo, lo convocaba a salir y alejarse
de sus semejantes en sus frecuentes visitas al antiguo hogar ancestral. La
nieve estridente crujió bajo sus botas cuando en el hielo del lago, bastón en
mano, lo golpeaba hasta hacerlo romper. El lago estaba extrañamente desprovisto de
actividad humana ese dÃa. Sin embargo, era una tarde de lunes a viernes. La
mayorÃa de las personas, naturalmente, estarÃan en sus trabajos o acurrucadas, en sus cómodas casas, en lugar de estar en el exterior, donde el frÃo ártico
penetrante cortaba el rostro. Las pocas cabañas de pesca en el hielo
que mostraban columnas de humo saliendo de sus chimeneas estaban al lado
opuesto de la cuenca. La mayorÃa de la media docena más o menos que habÃa cerca
estaban libres —en un dÃa laborable—
al final de la tarde. De vez en cuando, el sonido de un coche que pasaba por el
pueblo, por la carretera frente al lago o el canto de un pájaro invernal
rompÃan el mutismo. Por lo demás, el silencio fue ininterrumpido excepto por la
cadencia de sus propios pasos. TodavÃa
estaba demasiado cerca de lo que necesitaba para escapar. La cortesÃa parecÃa
una pelÃcula grasienta adherida a su piel. El área cercana al pintoresco pueblo
se sentÃa tan contaminada por la invasión de la humanidad; como su corazón. Su
alma exigÃa la pureza del desierto. Alargó más el paso, dirigiéndose
deliberadamente al promontorio; que apenas se veÃa en el horizonte al otro lado
del lago. SabÃa que se acercarÃa más a lo que buscaba una vez que, pasase por la
casa de bombas, que extraÃa el agua potable del lago antes de enviarla a la
planta de tratamiento. No habÃa más cabañas o casas visibles a lo
largo de la orilla después de ese punto. Forzó sus sentidos para encontrar el
momento en que los sonidos de la misericordia ya no mancillaran el desierto. Su
espÃritu se sentÃa manchado por la inmundicia de la vida urbana ordinaria en
los apartamentos del complejo de viviendas subvencionadas. Una vocecita dentro de él,
habló de lo que necesitaba, le aseguró que los bosques helados podrÃan limpiar
las manchas.
El bocado del aire de febrero sabÃa a pureza. Los cristales de nieve espiritual podrÃan formarse alrededor de los granos de los recuerdos sucios, convertirse en hielo y nieve. Luego acabarÃan barridos por el aliento del invierno, dejándolo purgado a su caminar. Al menos ese era el pensamiento que —se habÃa apoderado de él— mucho antes de llegar a la casa de la que habÃa salido hacÃa el lago helado. No parecÃa tanto una noción como una compulsión. Era incontenible, un impulso primitivo, que lo empujaba hacia adelante sin razón ni motivación consciente. Era solo la necesidad instintiva de sentirse libre, nuevamente, sin las restricciones de las costumbres de la civilización. El fuerte estampido de un “crack rugiente” se estremeció a través del hielo bajo sus pies. Le recordó la enorme profundidad de la cuenca del lago que estaba cruzando bajo su capa de hielo vidrioso. HabÃa estado pescando en el mismo hielo la semana anterior y ya sabÃa que esa capa tenÃa más de medio metro de espesor. Aun asÃ, caminar sobre una profundidad tan imponente —que su fondo sombrÃo— estaba eternamente desprovisto de luz era desconcertante. En realidad, nunca abandona por completo los pensamientos de uno, sin importar qué tan seguras sean las estadÃsticas que le digan; el espesor del hielo. Estoicamente, caminó más y más lejos del pueblo hasta que finalmente estuvo ensimismado con sus pensamientos. Más allá, en la lejana orilla derecha, el sonido de dos motos de nieve arrancando señaló la partida del último de los pescadores, mientras regresaban a sus casas y hogares a la hora de la cena. Con satisfacción, escuchó los sonidos mecánicos desvaneciéndose en la distancia. Ahora, la paz dichosa de la soledad lo envolvió, por fin, con sus brazos. Fue un pensamiento hermoso. Sintió que la tensión que habÃa estado cargando se desvanecÃa. Se detuvo y simplemente respiró el aire helado, disfrutando del sabor fresco y helador del frÃo. Escudriñó los troncos oscuros y distantes de los árboles a lo lejos en las orillas, ramas de hojas perenne veladas en una penumbra violeta, y sonrió. Finalmente, era solo él y la naturaleza. Fue entonces cuando empezaron a caer los primeros copos. SabÃa que el pronóstico del tiempo anunciaba nieve, pero esperaba que se mantuviera hasta después del anochecer, y asÃ, dar por concluida su caminata. SerÃa una tonterÃa continuar con el anochecer acercándose rápidamente y la nieve cayendo. Como si de un suspiro se tratase, decidió dar la vuelta para regresar a la casa. A pesar de la lógica obvia, solo lo hizo con una punzada de arrepentimiento. No habÃa viento, pero muy pronto empezó a nevar con mucha fuerza. El cielo se llenó con el tamizado silencioso de enormes copos casi del tamaño de bolas de algodón que caÃan a la deriva.
SombrÃamente,
notó lo lejos que estaba la orilla más cercana, casi un kilómetro, por donde
caminaba. Ya estaba oscurecido y la neblina blanca se dejaba notar. Pero eso no importaba. El
camino de vuelta me resultaba familiar. El lote de madera primigenia de la
familia se extendÃa a lo largo de la orilla norte del lago, que ahora estaba a
su derecha: después terminó por darse la vuelta. Los
senderos forestales que conocÃa de memoria eran un camino fácil de regreso a
casa y una apuesta más segura para orientarse. Desorientarse en medio de la
creciente tormenta serÃa un asunto complicado. No tenÃa sentido arriesgarse a
dar un rodeo tan farragoso. Empero, la nueva nevada estaba haciendo, que cada vez, fuera menos seguro pisar el
hielo del lago. Giró a la derecha y se dirigió hacia la lejana lÃnea de
árboles. Como si percibiera sus
intenciones. El clima se intensificó repentinamente, arrojando nieve como si la
naturaleza misma estuviera tratando de bloquear su camino. La visibilidad
disminuyó rápidamente hasta que todo más allá de unos pocos metros, en todas las
direcciones, no era más que un mar blanco. Era como si el cielo lo envolviera en
un capullo suave. El cielo era blanco. El hielo era blanco. La nieve era
blanca. Todos los colores del mundo se
desvanecieron en un interminable vacÃo acromático. Su aliento humeaba blanco
frente a él, como si el fuego vivo de su espÃritu estuviera tratando de escapar
para unirse a ese mundo etéreo de alabastro. Ese concepto era un poco más inmaculado de lo que esperaba. A su alrededor, en todas direcciones, no
habÃa nada más que un ominoso velo de espeluznante y plateado silencio,
puntuado, sólo por los sonidos de su propia respiración y el crujido de la
nieve nueva bajo sus pies. TodavÃa estaba bastante seguro de su porte. Aun
asÃ, era profundamente desconcertante caminar a ciegas hacia un destino que
solo estaba adivinando. Todo sonido fue amortiguado por la cortina de nieve.
Era como si hubiera salido del mundo y entrado en algún pasadizo metafÃsico. Ese tipo de caminos con historias eran del
tipo que podÃa dejar a un vagabundo en cualquier lugar, en cualquier mundo, si
supieran cómo discernir los caminos correctos. Su alma se abalanzó sobre la idea;
se aferró a él con fiereza. Oh, ¿Qué tan
maravilloso serÃa emerger del estancamiento de su existencia mundana a un reino
de hadas como todas las viejas historias hablan? Seguramente, no podrÃa
haber mayor reivindicación de su espÃritu melancólico que si pudiera demostrar
de una vez por todas que habÃa más en la vida que una existencia banal desprovista
de magia y grandeza real. En el corazón de plata del invierno, realmente se
sentÃa como si un sueño tan sublime pudiera existir. Si supiera lo suficiente
de las viejas costumbres, podrÃa rastrear esos pasos secretos. Tal vez podrÃa
realizar ese sueño.
El
concepto ardÃa dentro de su corazón. ¿Qué
tan maravilloso serÃa evitar el insensible mundo de los hombres y ser parte de
algo más antiguo, más salvaje? ¿PodrÃa el blanqueamiento elemental realmente
borrar la mancha de la humanidad? Tal vez, como respuesta al amargo anhelo de su corazón. Un áspero grito de advertencia de
un cuervo anunció su acercamiento repentino a la costa prácticamente invisible.
Los troncos del bosque primitivo de abetos se erguÃan, como las imponentes columnatas, de un templo pagano de medianoche, todavÃa borroso a través de la
nieve que se interponÃa. De repente, una gran mancha oscura en el hielo
apareció frente a él. Era algo no blanco ni plano: como el resto de la
capa de hielo, estaba rojo. Sintió que el aliento se le atascaba en la garganta.
Una descarga eléctrica corrió por su columna, congelándolo en seco. El cadáver
mutilado y helado de un ciervo yacÃa extendido en una sección de seis metros
del hielo delante de sus ojos. Sus
miembros fueron desgarrados. Las costillas astilladas yacÃan abiertas hacÃa el
cielo como los arbotantes de una catedral profanada; un sacramento mundano que
lentamente se lava con la nieve fresca. Aunque vuestros pecados sean como el tarquÃn, como la nieve serán lavados. La escritura familiar saltó espontáneamente
a su mente. Esa caligrafÃa sagrada parecÃa más siniestra que
reconfortante a la luz del espantoso descubrimiento. ParecÃa que la naturaleza misma estaba tratando de ocultar su lado
mentiroso debajo de una mortaja blanca y suave, un depredador astuto arrullando, a su presa con una falsa seguridad. En todo el sitio, las huellas reveladoras
de las patas, contaban la espeluznante historia de lo que habÃa sucedido de
manera demasiado vÃvida. Su sangre se congeló cuando se dio cuenta de que,
sin darse cuenta, habÃa caminado directamente hacia lo que parecÃa ser una
matanza de lobos. Su corazón sufrió un vuelco ante las espantosas implicaciones.
Sin embargo, su mente se rebeló contra el concepto. No deberÃa ser posible. —Ya
lo dijo mi padre… “En febrero cara de
perro; mataste a mi abuelo en el leñero y a mi abuela en el lavadero”. La
blancura se apoderó de él, perfectamente limpia y salvaje. Levantó la cara
hacia los acogedores brazos de la nieve y aulló.
Dedicado
a Tony Bennett agosto 1926/ julio 2023 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
On
Dangerous Ground (1951) by Nicholas Ray
Misery
(1990) by Rob Reiner
Fixed
Bayonets (1951) by Sam Fuller
Fargo
Tv (2013) by Noah Hawley
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