Promesas del Este
Dicen que las
ciudades nunca duermen, que siempre hay alguna luz encendida, algún local
abierto y un montón de asfalto silente que no protesta. Siempre hay alguien
naciendo o muriendo. Empero, muy de vez en cuando se dejan llevar por el asueto
desenfadado y aleatorio. Algunas almas se permiten precarios instantes, en los
cuales todo parece dejar de moverse. De su interior brota la oscuridad absoluta
y el anhelo; a la espera de recuperar energÃas. Herkus Kaunas a pesar de su
envergadura y mantener un fÃsico saludable era fehaciente que sus 75 años iban
pesando en la actitud y desplome moral, de antaño un carácter infalible. Miraba
al cielo sólo. Cuando se atisbaba una luna llena flemática y arrogante. HacÃa
demasiado frÃo en la lejana noche de noviembre de 1998, mientras observaba por
el gélido cristal de su ventana del piso doce la infinidad de edificios que
descansaban. Disfrutaba de uno de esos breves momentos, en los cuales la ciudad
estaba en calma y seguÃa con la mirada cada lágrima caÃda del cielo resbalar
por el cristal. HabÃa leÃdo mil y una narraciones, en novelas y poesÃas, acerca
del acotamiento vital de cada gota de lluvia. Cayendo sin saber hacÃa donde,
chocando contra todo y muriendo en el anonimato. Todo el proceso ya era parte
de una vida marchita. Por eso, Kaunas miraba cada gota como si fuera la última.
Era un espectáculo alucinante ver como impactaban contra el alféizar de la
ventana. Parándose ahÃ. En ese rebuscado hueco. Le daban pena. Era un momento
especial. Un momento único. Apagó todas las luces y se metió en la cama, sin
dejar de mirar las gotas de lluvia. Llegó un punto que le pareció vislumbrar un
ligero brillo en cada una, como si estuvieran cayendo chispas.
Poco a poco se le
fueron cerrando los párpados, sin dejar de escuchar el rebote de las gotas. Y
recordó en lo más escondido de sus confines mentales, que las ciudades nunca
duermen, porque hay humanos que las mueven. Cerca de las cuatro de la mañana
algo le despertó: un ruido. Luego, escuchó unos golpes adustos. Aún en vigilia,
abrió ligeramente los ojos sin captar mucho que diantres ocurrÃa. Ni descifrar
el tipo de sonido que le habÃa parecido escuchar. El solitario Herkus Kaunas
estaba acostumbrado a despertarse en las quietas noches cuando pasaban por su
calle ambulancias, camiones de la recogida de basuras o algún grupo de
borrachos. De repente, un golpe más contundente hizo que reaccionara, que
abriera los ojos de par de par, sin moverse de la cama. Ese ruido no venÃa de
la calle, sino de su salón. No se movió. Se quedó expectante. Pendiente de
cualquier mÃnimo ruido. QuerÃa saber quién estaba en su casa. Inmediatamente,
el ruido aumentó. Como si alguien hubiera metido una máquina o una grúa
percutora. Se asustó. Poco después se
incorporó, no sin dificultad, en la cama y miró a todos lados. El techo
se abrió, las paredes parecieron desaparecer y una potente luz iluminó todo.
Herkus Kaunas estaba asustado, angustiado, muy nervioso y terminó gritando al
silencio del pasillo. La luz se volvió más tenue y el ruido paró. No estaba en
su habitación, sino en algún aséptico
habitáculo blanco debajo una mampara de cristal opaco. Se dirigió al
interruptor de la luz. Antes de encenderlo vio un destello rojo en la
oscuridad, también le pareció oÃr un pequeño murmullo; seco y gutural.
Su corazón latÃa
apresuradamente, estaba absolutamente consciente, y muy seguro de no haber
soñado. Ni el destello ni el rezongo del eco. LlevarÃa tan sólo, un par de
horas dormido cuando sintió una carga encima de él, como si algo le aplastase
contra la cama. Intentó despertarse pero fue en vano. Se esforzaba en avivarse
pero no lo conseguÃa, era como si algo controlara esa fase del sueño: no
dejándolo escapar. Sintiendo a esa fuerza y reduciéndolo al más absoluto
silencio. Notó como el colchón se hundÃa por el peso extra. Luchó nuevamente
por despertarse: no podÃa. En sueños gritó de rabia, cada vez con más fuerza
hasta la extenuación acústica. Aquel crudo alarido pasó de la fase inconsciente
a la consciente. En ese momento, se despertó por el fuerte rugido que produjo.
De algún modo, traspasó esa barrera que separaba las citadas fases a través del
chillido y consiguió acceder a la consciencia que me era un territorio lleno de
incógnitas. Estaban ahÃ, sin resolver. H. Kaunas, en aquel
momento sintió como si pudiera tirar la pared de un solo puñetazo.
Entonces la lámpara del techo se movió como si hubiera una corriente de aire.
No obstante, todo estaba cerrado. Solamente un sonido que provenÃa de la
estanterÃa repleta de libros. Y
finalmente el silencio más absoluto. Dejó de sentir su propia presencia. Algo
vino a por él, en la noche más dormida de la tierra, lo sabÃa. No supo nunca
qué diablos era, ni cuáles eran exactamente sus intenciones. Pero si tenÃa algo
muy claro: volverÃan más tarde o más temprano. Ellos no dejarán escapar a las
vejaciones del pasado, pues en esta oscura ley de la vida nadie de los nuestros
podrá trastocar los deseos más necesarios de las promesas del Este.
Dedicado a Javier Tomeo, hoy hace un año que se
marchó al ágora de Bernhard
Fotogramas
adjuntados
Le
Doulos (1962) by Jean Pierre Melville
Educazione
Siberiana (2013) by Grabiele Salvatores
Red
Heat (1998) by Walter Hill
Eastern
Promises (2007) by David Cronenberg