Aquella larga y congelada espera del autobús 292

junio 21, 2023 Jon Alonso 0 Comments


 

Pasó otro minuto y aún no había señales del 292, así que saqué otro Chester y me lo metí en la boca. Observé que el hombre había hecho lo mismo, al mismo tiempo, con el mismo giro de muñeca que había aprendido en operaciones especiales, en la sierra de Guadalajara, como si me estuviera imitando. Saqué mi encendedor, lo encendí y alumbré mi cigarrillo. Dio un tirón hacia mí y de repente, me asaltó. ¿Tienes fuego? —preguntó. Claro,—dije, y le entregué mi encendedor. Cuando terminó de encender su More extra menthol, me tendió el encendedor y me dijo: Hola, soy Roberto. —Tomé mi encendedor y dije: —Hola, Andrés. Volvió a poner la mano en la cadera, se giró y miró hacia la noche. Realmente quería ocuparme de mis propios asuntos. Estaba contento con mis cálidos pensamientos, y no quería nada más que olvidar mis manos heladas, mis dedos de los pies entumecidos y mi tardanza. Me miré las botas y pateé un poco la nieve que cubría la calle. Cuando me volví para buscar el autobús calle abajo, vi a Roberto fumando. En no más de tres caladas, el cigarrillo llegó al filtro. Me quedé embelesado por su acercamiento: el humo salía de su nariz, de su boca, de sus oídos, de su sombrero. Sus ojos parecían estar enfocados en un punto, de algún lugar, en la distancia. Arrancó la punta del cigarrillo, se lo metió en el bolsillo, sacó otro cigarrillo y se lo metió en la boca. Luego sacó un puñado de encendedores del bolsillo de su abrigo. Su abrigo no era más que el exterior de una vieja chaqueta de esquí sobre un jersey de lana verde, negro y rojo.




No con cremallera, pero aleteando holgadamente, por los costados. Encendió el cigarrillo. Antes de dar tres bocanadas, él había destruido dos cigarrillos enteros. El autobús apareció por la carretera. —El autobús llega temprano, dijo.— No, es tarde, dije. Está previsto que llegue a las seis y cincuenta y nueve, dijo, y se puso la manga del abrigo sobre el reloj de pulsera. Son sólo las seis y cincuenta y tres. Sí, me encogí de hombros. —Me voy a casa, dijo. —¿A dónde vas? A cenar, dije. El autobús rodó hasta la acera, con sus frenos rechinando y el motor resoplando. Me subí primero. Mientras caminaba hacia la parte de atrás, me decía a mí mismo; por favor, no te sientes a mi lado, por favor, no te sientes a mi lado... Supuse que Roberto era un hablador compulsivo, y yo, quería un poco de soledad. Había otro tipo en el autobús, muy atrás. Parecía un poco sombrío, así que tomé asiento en la última fila de la platea mirando hacia adelante. Roberto estaba parado al frente del autobús. Llegas temprano, le dijo al conductor del autobús, quien dijo:— No, llego tarde. —No es bueno llegar tarde, dijo Roberto. Nunca llego tarde, continuó; Fumo tres cigarrillos por la mañana después del desayuno y llego directo a la parada del autobús a las siete y cuarto. No puedo permitirme llegar tarde, tengo un régimen. Llegar temprano no es tan malo. El conductor lo ignoró. Roberto continuó hasta que el conductor dijo: —escucha, amigo, siéntate. Sólo siéntate, tengo que conducir el autobús. Roberto se quedó allí por un momento con la boca abierta. Se movió a los asientos en la parte delantera e hizo ademán de sentarse, dobló las piernas y colocó el trasero sobre un asiento. Pero el autobús se detuvo —con un nuevo frenazo— que dejó un chirrido penetrante. Volcándose hacia un lado y golpeándose contra el suelo en su rodilla izquierda. —Ahhh!, dijo. El suelo estaba sucio de aguanieve y sus pantalones se empaparon. Maldito cabrón! —dijo en voz alta.



Caminó de regreso a la parte delantera del autobús. El conductor le espetó:— tienes que asegurarte de estar sentado o aguantando, amigo. ¿Qué quieres que haga? —dijo Roberto. Parecía enojado, como si pudiera gritarle al conductor o golpearlo, pero se dio la vuelta y volvió a dónde había tratado de sentarse, y se sentó. Miró hacia la parte trasera del autobús y me llamó la atención. Tenía algo enrojecida la cara y aparté la mirada rápidamente. Solo me ocupaba de mis propios asuntos, y nada de eso me preocupaba. Aun así, sentí que había entrado en una tragedia inevitable. Negué con la cabeza y me reí por dentro. Estas cosas siempre me pasan, a mí. Siempre caigo en malas situaciones. Soy demasiado sensible. Cada vez que veo a alguien luchando, empiezo a sentirme solo y angustiado. Mis propios problemas parecen superficiales. Odio sentir pena por la gente, porque el mundo no es perfecto y no puedo sentir pena por cada bastardo desafortunado con el que me cruzo. No me gusta este ambiente inestable. Mi imaginación comienza a correr por todos los escenarios. Palizas, robos a mano armada, sangre y tripas: este tal Roberto podría haber tenido la idea de aplastar la cabeza del conductor del autobús o seguirme fuera del autobús y tratarme brutalmente. Cuanto más miraba mi propio reflejo en la ventana, más incómodo me sentía. Miré a Roberto y vi que ahora tenía la mirada fija delante de él, por las ventanillas laterales. Su rostro aún estaba sonrojado, pero parecía tranquilo. Bien, pensé. No hace falta que nadie se ponga violento.



 

Pasó un minuto en silencio. Noté que Roberto se parecía mucho a mi amiga Úrsula. Eso no es tan malo, excepto que Suli es una mujer. Me encontré mirándolo de nuevo. Vi su reflejo en la ventana e imaginé que, en lugar de mirar hacia la oscuridad, me estaba mirando a mí mientras miraba su reflejo. Tenía una expresión fría en sus ojos. Pensé que tal vez estaba perdido en sus pensamientos, o que sólo era un idiota vacío, pero luego se volvió hacia mí y sonrió; se sintió realmente incómodo. Me quedé helado. Se levantó muy despacio sin quitarme los ojos de encima y caminó hasta la parte trasera del autobús. Miré por la ventana. Mi corazón se aceleró. Se detuvo en la puerta trasera. Podía ver su reflejo en mi ventana, mirándome, con esa sonrisa en su rostro. Tocó el timbre. El autobús se detuvo y la puerta trasera se abrió. Se sentía como si estuviera allí parado por una eternidad, mirándome con la puerta abierta. Me volví hacia él. —Gracias por la luz, Andrés, dijo, y se bajó del autobús. —Mierda, esa era mi parada. Cabalgué hasta el siguiente asidero para no tropezarme con él. Saqué la pequeña caja verde del bolsillo de mi abrigo y comencé a jugar con ella. El anillo de plata en el interior brillaba como una luna enjoyada. Mi corazón se hundió. Sí. La noche, una vez más, esa excusa,  para llegar tarde, pensé… “A buenas horas, mangas verdes”  ¿Por qué cogí el autobús?


                                                                                         FIN




Fotogramas adjuntados

 

The Wayward Bus (1957) by Victor Vicas

A Bronx Tale (1993) by Robert de Niro

The Night of the Iguana (1964) By John Huston

Paterson (2016) By Jim Jarmusch








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