Lirios marchitos en Rota: Dios, patria y familia

octubre 20, 2025 Jon Alonso 0 Comments

 


El sargento mayor Elias Thorne, un hombre cincelado en la disciplina del cuerpo de marines, y muchos años, a la espalda, como asesor, en misiones, bajo el mando de la OTAN. Estaba muy cerca de su destino, en la hermosa, Cádiz. Aquella, que asoma antigua, como un joyel sobre el poniente. Se abraza a la bahía mansa y fugitiva, donde el mar se hace horizonte, dulce y fuerte. Apretaba con fuerza las manos al volante de su Ford Mustang, mientras entraban en la Base Naval de Rota. La brisa del Atlántico sur, envuelta en salitre se mezclada con el olor a queroseno y diésel  de los depósitos de suministro para las aeronaves y vehículos. Ese, era el nuevo aire que respiraba la familia, Thorne. Había un halo kármico entre la añorada Folly Beach de Carolina del Sur y la costa de gaditana. A su lado, su bella esposa, Eleanor, mantenía una sonrisa forzada. Detrás, la tensión era un muro palpable. Su hijo mayor, Caleb, de diecisiete años, con la mandíbula tensa. Bajo una gorra de los Yankees: miraba por la ventana con un desprecio, apenas disimulado. Los mellizos, Phoebe y Jasper, de quince, estaban sumidos en la docilidad de una silenciosa beligerancia. Phoebe, la intelectual, vestida de negro, evitaba la mirada de Jasper, el atleta. Ese tipo de chaval, acostumbrado a tener el mando, pero que ahora parecía mostrar encogimiento.—"Esta es una oportunidad, chicos. Sol, historia... un nuevo comienzo", anunció, su padre Elías con una voz que sonaba a orden militar, no a ánimo paternal. El "nuevo comienzo" se deshizo en dos semanas. Bien, llegó el primer día, en la escuela de la base: todo un microcosmos de hijos de militares de los EE.UU y algún agregado británico o español con hijos en edad escolar. La llegada a un base militar se lleva bien, estas acostumbrada, por USA. Pero, aquí se notaba un ambiente entre lo exótico y cercano. Era como un golpe de flamenco (el arte de esta tierra). Eso condiciona  las reglas sociales. Caleb, un recién llegado, se ganó rápido el respeto a base de indiferencia, pero Phoebe fue una víctima fácil. Su reclusión, sus libros y su acento neoyorquino la convirtieron en el objetivo, de un grupo de chicas, liderado por la hija de un comandante de destructor de la clase Arleigh Burke. La típica modernilla, pseudoSumo (su cuerpo hacía gritar a la báscula, aunque su carencia —de físico agradecido— la suplía con una lengua rápida y letal, con el chiste)  El acoso, al principio, fue suave para ascender al escalón de los susurros y miradas. El proceso terminó escalando hacía notas amenazantes, debajo de la mesa del pupitre y pintadas en la puerta de su taquilla. Jasper lo sabía.





De igual modo, que su mejor amigo, Rupert, hijo de un oficial británico. No sabía que decirle uno al otro. Una extraña complicidad; en la que el runrún de toda la cafetería, sonaba a trending topic. Empero Jasper, desesperado por encajar el golpe y a la vez, preservar ese estatus, de superestrella del equipo de fútbol americano, guardaba un cómplice silencio. Llegando, hasta lo más bajo, como hermano, en un despreciable acto de cobardía que lo atormentaría; cuando tuvo que reír —nerviosamente— ante una de las acosadoras. Ésta, hizo un jodido chiste, envuelto de crueldad, sobre el original "look gótico" de su hermana. No muy lejos de todo ese grupo, Phoebe lo vio. Fue testigo de toda la escena. Un miércoles de otoño, andaluz, con el Levante desbocado, sobre las 18,00 horas de la tarde, en la zona de casas adosadas. Aquí, los  roteños, llaman a estas residencias temporales: las casitas americanas. En el porche de ésta, Phoebe le reprochó, a Jasper, esa actitud exhibida delante de todo el mundo. —"Tú lo sabías," siseó, la voz quebrada. —"Y te reíste. Eres peor que ellas, Jasper. Eres un puto traidor." Jasper trató de negarlo, de disculparse, pero las palabras de Phoebe cayeron como balas fragmentadas. La pelea fue volcánica. Elías, en casa por una rara tarde libre, intervino con su autoridad de sargento mayor. En lugar de escuchar, gritó a ambos que acabaran con el "dramita" y se comportaran como miembros de una familia castrense. Eleanor se refugió en la cocina, abrumada por la asfixiante atmósfera. Esa noche, la grieta en el hogar Thorne se hizo un oscuro abismo. Phoebe no volvió a hablarle a su hermano. De repente, la oscuridad se coló por las puertas de la base. No la oscuridad de finales de Octubre en el estrecho. Algo mucho más terrorífico y brutal, que nadie entendería. En la base, la noticia cayó como un misil iraní. Se conocía la trágica notica de un asesinato. Esa víctima, fue la de una joven española, que trabajaba en el club de oficiales. Su cuerpo apareció a unos kilómetros, en un campo de girasoles cerca de El Puerto de Santa María. La policía española habló de un "modus operandi" Ãºnico  y la prensa local lo bautizó como El Asesino del Lirio Marchito, por el detalle, de utilizar un lirio blanco seco; que dejaba sobre cada víctima. La base, habitualmente aislada y segura, sintió un escalofrío. Elías, como enlace, asistía a reuniones informativas tensas. Elías, hablaba un español mexicano, fruto de su servicio en las primeras campañas con su unidad de Rangers en Afganistán, donde tuvo, como compañero al cabo Trujillo que le aleccionaba en el aprendizaje de la lengua de Cervantes. La selección de militares chocaba con el modus operandi de la policía española y muchos decían que habría que traer un equipo del FBI, desde Quántico. Sin embargo, las cosas irían a peor. No llegó ni diciembre, apenas, tres semanas y se encontró a una segunda víctima.







En esta ocasión, se trataba de una mujer, que tenía una gran lavandería en el pueblo de Rota. La Navidad estaba ya en la base, cuando de repente, se informa de una tercera víctima. Desgraciadamente, el asunto tocó de lleno al cuerpo de militares de la base. La asesinada, era nada menos que la hija de un suboficial de la Armada de los EE.UU. Se localizó en la playa fuera de los lindes con la base. Empero, el pánico se apodero de las familias de los militares residentes. Elías se obsesionó con el caso, usando su acceso a informes restringidos. Se sentía impotente, un militar de la OTAN, entrenado para la guerra, incapaz de proteger a sus propios hijos de un fantasma que se movía en la noche andaluza. Él, que venía del país de los Serial killers, lo último que se pudo imaginar, era encontrase con uno, en un país tranquilo y seguro como España. Estaba desencajado. La autoridades, españolas dieron el Ok. A la llegada de un equipo de agentes federales para llevar una investigación interna en la base. Todo se realizó con mucho mimo. La fisura familiar se convirtió en un peligroso aislamiento. Caleb, paranoico, empezó a seguir a Phoebe, creyendo que su hermana se arriesgaba saliendo sola por la noche. Phoebe, sintiéndose traicionada por su gemelo, se hundió en un resentimiento gélido. Y Jasper, el traidor silencioso, cayó en una espiral de culpa. El recuerdo de su risa se mezclaba con el horror de los asesinatos. Una tarde, mientras la base estaba en alerta máxima, Jasper vio algo. Vio a una de las chicas que acosaban a Phoebe, una chica llamada Megan, en el embarcadero de la base, hablando nerviosamente con un hombre de uniforme que no reconoció. El hombre era alto, tenía una cicatriz sobre la ceja y llevaba una mochila militar. Cuando el hombre se dio cuenta de que lo miraban, se dio la vuelta rápidamente y se alejó. A la mañana siguiente, Megan no apareció en la escuela. Por la tarde, la radio de la base transmitió un anuncio urgente. Megan había desaparecido. El pánico de Jasper se convirtió en terror. Se dio cuenta de que el hombre no era un militar, sino un civil que usaba un uniforme viejo para infiltrarse. Recordó la tensión en la conversación, la mochila... Se preguntaba así mismo. ¿He visto a la víctima del Lirio Marchito antes de que fuera demasiado tarde? Corrió a casa, desesperado por contárselo a alguien. Entró en el salón y encontró a Caleb, inclinado sobre una hoja de papel arrugada.—"Mira esto," dijo Caleb, con los ojos inyectados en sangre. Era una nota, garabateada con prisa. Una amenaza, dirigida a Phoebe, que no solo mencionaba su ropa, sino también algo sobre; como "hay que eliminar la escoria sobrante".

 


 

Caleb había encontrado la nota en el casillero de Phoebe, y debajo, en la taquilla, había un lirio marchito idéntico, a los nombrados, en los informes policiales. El corazón de Jasper se detuvo. El hombre del embarcadero, la desaparición, el lirio... Y ahora, una amenaza a Phoebe, escrita después de que Megan desapareciera. —"No es de Megan, Caleb. Es de..."De repente, una voz resonó en el pasillo. Era Elías. —"¡Jasper, Caleb! ¿Dónde está vuestra hermana?" Ambos se miraron, el terror silenciando de su rivalidad, enmudeció. Jasper miró el lirio, luego la nota, luego a su hermano. La culpa, la traición y el miedo se fusionaron en una punzada de lucidez.—"Papá," dijo Jasper, la voz un hilo. "Phoebe... se fue a los acantilados. Ella me dijo que iba a intentar... escapar. Y creo que El Lirio Marchito está aquí. —Juraría que está buscando a Phoebe." Elías, con el rostro pálido y pétreo, agarró su arma reglamentaria que tenía sobre la cómoda. La disciplina militar se estrelló contra el terror y el orgullo de padre. Mientras corrían hacia el jeep, Jasper sintió la punzada —alrededor de su pectoral— de la verdad más oscura: el asesino había entrado en su vida por la grieta que ellos habían abierto. Y en el corazón de esa base de la OTAN, bajo el sol de Andalucía en diciembre, una familia fracturada: iba a enfrentarse a la prueba definitiva. El acoso, que ignoraron, la traición que los separó, se había convertido en un anzuelo para la bestia. Caled le dice a su padre que el equipo de investigación del FBI ha encontrado en la taquilla de Phoebe los diarios del maldito psicópata. “Cuando llegas a Rota el olor a pino quemado y salitre se mezcla con el hedor metálico y dulzón de las bolas de azúcar hechas algodón. Dicen que el sur de Europa es el corazón de la historia, de las guerras. Mienten. Es el vientre, un lugar donde la basura se pudre en el olvido. Y mi trabajo es limpiarlo, cortar las ataduras, liberar a los que, en realidad, solo esperaban mi mano para que puedan ascender al cielo” El sargento Elías Thorne, les espeta en español a sus hijos, en español, ante la incredulidad de los chavales: —Vamos a cazar a ese cabrón y a traer a casa a vuestra hermana. Eh! ¿Queda bien claro?. ¡Somos familia, patria y Dios! A por él,

 


                                                                                               FIN



                                       Dedicado a Diane Keaton enero 1946/octubre 2025 In  Memoriam



Fotogramas adjuntos

They Were Expendable 1945 by John Ford

The General's Daughter 1999 By Simon West

Paths of Glory 1957 By Stanley Kubrick

A Soldier's Story 1984 By Norman Jewison

 




                                      




0 comentarios: