La abducción de Ercilio
Estaba
todo planeado, no solo el viaje sino que Ercilio Puertas iba a cometer un
delito. Mientras tapaba su coche, con
una lona. Su mente repasaba los detalles y cómo asegurar sigilosamente aquella
cosa y escapar sin ser detectado. No era una cuestión de codicia ni de extrema
necesidad, sino el deseo de llevarse algo que le fuera útil. La carretera
era el autovÃa AP-68 una de las más largas del nordeste y que unÃa dos
territorios con fundamento. Allende de su final, Ercilio, la veÃa: larga e
infinita. El coche habÃa sido preparado
para un viaje hacia el oeste, mucho más lejos. No volverÃa en muchas semanas.
Eso formaba parte del plan, no serÃa fácil encontrarle. El sol de la mañana emergÃa
a sus espaldas, proyectando las sombras de los penetrantes árboles de hoja
perenne sobre la carretera, creando un efecto caleidoscópico de sombras y
luces. Ercilio repasó, de nuevo, el
plan. Punto por punto. Todo dependÃa de no ser detectado, de escapar y
desaparecer antes de que se perdiera el ente. Le estremecÃa la idea de que lo
descubrieran, de sentirse culpable, de sentir los dedos acusadores que lo
señalaban, que le gritaban al admitir su fechorÃa, de poner en peligro su
carrera de registrador de la propiedad.
El
tráfico aumentaba a medida que Ercilio se acercaba a una circunvalación de la
ciudad. De momento se concentró en conducir con cuidado, olvidando su búsqueda.
Unos camiones ruidosos se pusieron
delante de su Lexus hibrido: haciéndole frenar en el último momento. Les gritó
y lanzó abominaciones. El indicador de combustible le reclamó que aprovechara
la primera oportunidad para llenar el depósito; una vez hecho esto, agarró el
volante y pisó el acelerador, a fondo, para adelantar a un camión tras otro. Con el
puño en alto, gritó: «Ya verán. No tienen
ni puta idea de con quién están tratando, no tengo escrúpulos, estoy planeando
el mayor atraco de este asqueroso paÃs». Sus peroratas fueron ajadas al
silencio por la grandeza del viento. Las
nubes se acumulaban en el cielo y el dÃa se volvÃa gris y sombrÃo. Ercilio se
dirigió a su destino, la primera parada del viaje. Miró las señales de tráfico
para encontrar alojamiento. Advirtió uno adecuado y salió de la autopista a la
altura del territorio foral. Ahora, sentÃa alivio y un pequeño regocijo, por el
hecho, de haber abandonado la carretera durante un dÃa. Su cuerpo se
quejaba del largo viaje y lo único que querÃa era estirar piernas, exhalar aire
puro de los abetos del bosque; que bordeaba la salida de la autopista y dar un
largo paseo. Pronto, pensó, raudo.
Otra vez aquella
cosa le producÃa una tremenda comezón. Al
dÃa siguiente seguirÃa conduciendo hasta llegar a las montañas de Llodio, en
busca de paz y consuelo. Recordaba lejanos veranos con la familia de subida al monte Ganekogorta. De repente: ¿Le atormentarÃa el recuerdo de sus actos y
le privarÃa de esa intención? ¿Se estaba
poniendo en peligro de cargar para siempre con la culpa? No, esa cosa bizarra e inexplicable estaba
ahà para que cogerlo con la mano y aprenderla. La harÃa suya. Llegó la mañana y
Ercilio dejó que el agua caliente y calmante de la ducha masajease sus
músculos. Contempló por enésima vez los detalles del plan — confiado en que podrÃa ocultar el hecho
de que faltaba el objeto. Tiró todas las toallas usadas— la alfombrilla de
baño y un par de toallitas faciales usadas, quedaron amontonadas en el suelo
del cuarto de baño. Dando por hecho que
la chica de la limpieza las recogerÃa. No quiso contar todo lo que acopió en la
habitación. Una vez vestido y con la maleta hecha, de nuevo, se dirigió con
decisión al cuarto de baño y cogió una toalla y un paño secos, doblados con
mucho arte, y los escondió cuidadosamente en el fondo de la maleta. Buscó
furtivamente por el pasillo, salió y escapó a la penumbra de la mañana como
alma que persigue el diablo.
FIN
Dedicado
a David Lynch enero 1946/enero 2025 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
D.O.A
(1949) by Rudolph Maté
Lost
Highway (1997) by David Lynh
In
a Lonely Place (1950) by Nicholas Ray
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