La abducción de Ercilio

febrero 09, 2025 Jon Alonso 0 Comments

 



Estaba todo planeado, no solo el viaje sino que Ercilio Puertas iba a cometer un delito. Mientras tapaba su coche, con una lona. Su mente repasaba los detalles y cómo asegurar sigilosamente aquella cosa y escapar sin ser detectado. No era una cuestión de codicia ni de extrema necesidad, sino el deseo de llevarse algo que le fuera útil. La carretera era el autovía AP-68 una de las más largas del nordeste y que unía dos territorios con fundamento. Allende de su final, Ercilio, la veía: larga e infinita. El coche había sido preparado para un viaje hacia el oeste, mucho más lejos. No volvería en muchas semanas. Eso formaba parte del plan, no sería fácil encontrarle. El sol de la mañana emergía a sus espaldas, proyectando las sombras de los penetrantes árboles de hoja perenne sobre la carretera, creando un efecto caleidoscópico de sombras y luces. Ercilio  repasó, de nuevo, el plan. Punto por punto. Todo dependía de no ser detectado, de escapar y desaparecer antes de que se perdiera el ente. Le estremecía la idea de que lo descubrieran, de sentirse culpable, de sentir los dedos acusadores que lo señalaban, que le gritaban al admitir su fechoría, de poner en peligro su carrera de registrador de la propiedad.



El tráfico aumentaba a medida que Ercilio se acercaba a una circunvalación de la ciudad. De momento se concentró en conducir con cuidado, olvidando su búsqueda. Unos camiones ruidosos se pusieron delante de su Lexus hibrido: haciéndole frenar en el último momento. Les gritó y lanzó abominaciones. El indicador de combustible le reclamó que aprovechara la primera oportunidad para llenar el depósito; una vez hecho esto, agarró el volante y pisó el acelerador, a fondo, para adelantar a un camión tras otro. Con el puño en alto, gritó: «Ya verán. No tienen ni puta idea de con quién están tratando, no tengo escrúpulos, estoy planeando el mayor atraco de este asqueroso país». Sus peroratas fueron ajadas al silencio por la grandeza del viento. Las nubes se acumulaban en el cielo y el día se volvía gris y sombrío. Ercilio se dirigió a su destino, la primera parada del viaje. Miró las señales de tráfico para encontrar alojamiento. Advirtió uno adecuado y salió de la autopista a la altura del territorio foral. Ahora, sentía alivio y un pequeño regocijo, por el hecho, de haber abandonado la carretera durante un día. Su cuerpo se quejaba del largo viaje y lo único que quería era estirar piernas, exhalar aire puro de los abetos del bosque; que bordeaba la salida de la autopista y dar un largo paseo. Pronto, pensó, raudo.



Otra vez aquella cosa le producía una tremenda comezón. Al día siguiente seguiría conduciendo hasta llegar a las montañas de Llodio, en busca de paz y consuelo. Recordaba lejanos veranos con la familia de subida al monte Ganekogorta. De repente: ¿Le atormentaría el recuerdo de sus actos y le privaría de esa intención? ¿Se estaba poniendo en peligro de cargar para siempre con la culpa? No, esa cosa bizarra e inexplicable estaba ahí para que cogerlo con la mano y aprenderla. La haría suya. Llegó la mañana y Ercilio dejó que el agua caliente y calmante de la ducha masajease sus músculos. Contempló por enésima vez los detalles del plan — confiado en que podría ocultar el hecho de que faltaba el objeto. Tiró todas las toallas usadas— la alfombrilla de baño y un par de toallitas faciales usadas, quedaron amontonadas en el suelo del cuarto de baño. Dando por hecho que la chica de la limpieza las recogería. No quiso contar todo lo que acopió en la habitación. Una vez vestido y con la maleta hecha, de nuevo, se dirigió con decisión al cuarto de baño y cogió una toalla y un paño secos, doblados con mucho arte, y los escondió cuidadosamente en el fondo de la maleta. Buscó furtivamente por el pasillo, salió y escapó a la penumbra de la mañana como alma que persigue el diablo.


                                                                                                 FIN


                                        Dedicado a David Lynch enero 1946/enero 2025 In Memoriam


Fotogramas adjuntados 

D.O.A (1949) by Rudolph Maté

Lost Highway (1997) by David Lynh

In a Lonely Place (1950) by Nicholas Ray








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