Mostrando entradas con la etiqueta Secuencias inmortales desde la literatura en el Bypass. Mostrar todas las entradas

Céline; genio, soldado, enfermo de tinnitus, trastornado y viajero. ¿Quizás nazi o uno de los mejores escritores del siglo XX? 61 años después.

 



Escribir sobre un escritor al que admiras tanto como detestas es una tarea muy compleja y muy triste (Jon Alonso). De verdad. Comencemos.


Evidentemente, había algo, en la anti-escritura de Céline que atrajo a muchos lectores al final de una horrible Primera guerra mundial y hasta bien entrada la demoledora IIGM. Nunca trató de elevarse por encima de su audiencia como una autoridad en nada, especialmente, en arte o literatura. Jamás fue a la universidad ni usó jerga académica; y afirmó haber leído a algunos de sus compañeros novelistas vivos. Un médico de cabecera de profesión, sugirió que, si bien la literatura podría ser buena para diagnosticar los problemas de la sociedad, si quería hacer algo realmente bueno, debería concentrarse en mejorar las dolencias individuales de un paciente a la vez. Curiosamente, FC dixit: “Empecé en la pobreza, y así estoy acabando”, en 1960, durante una entrevista para la revista Paris Review. Según, Céline, el único "progreso" que cualquier individuo podía esperar hacer en una vida solitaria era simplemente superarlo, a modo de obstáculo. Desde su juventud, Céline no sintió que perteneciera a ningún lado; y continuamente se enfurecía contra dondequiera que estaba o lo situaban. Nació como Louis-Ferdinand Auguste Destouches, en 1894. Sus padres eran unos pequeños burgueses que trabajaban demasiado y muy sobreprotectores: su padre, un empleado de seguros que, habiendo renunciado a sus planes juveniles de enseñar literatura, culpó de sus fracasos a judíos y masones; su madre era una costurera que finalmente abrió su propia tienda de encaje, en el centro de Paris, apenas sacaba unas monedas para la hucha. Abandonados por sus sueños, esperaban más de lo mismo para Louis y le brindaron una educación rudimentaria, preparándolo para una carrera, basada, en el comercio de joyería. Cuando mostró su rebeldía, su padre fue incitándolo a su alistamiento en la caballería francesa, y esto lo llevó a sufrir lesiones físicas y emocionales paralizantes al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Fue hospitalizado y finalmente enviado a un centro mental por un estado nervioso que a lo largo de su vida, se convertiría en una batalla, contra el mal del Tinnitus. Además, la mayoría de especialistas en enfermedades postraumáticas de la guerra de hoy en día. Hubieran sido diagnosticados, en nuestro tiempo como estrés postraumático por combate continuado. Sintiéndose triturado tanto física como psicológicamente, Louis reinventó su, yo, devastado como Louis-Ferdinand Céline, de la misma manera que Eric Blair se reinventó, a sí mismo, como George Orwell solo unos años después. (Orwell siempre fue un gran admirador de por vida de la obras de Céline). Durante el siguiente medio siglo, la persona conocida como Louis-Ferdinand Céline escribió novelas audaces, eléctricas, casi psicóticamente intensas sobre el mundo que lo había desilusionado. Después de ver como se  quemaban cultivos y ser herido en una guerra sin sentido, Céline supervisó una plantación de cacao en Camerún e hizo viajes regulares a la Guinea española, Chad y el Alto Congo, intercambiando bienes preciosos y durmiendo con “mi rifle en mis brazos para cualquier eventualidad.” De vuelta en Paris, conoció a unos de sus mentores que le introdujo el acicate de la medicina y comenzó a estudiar. Con los estudios llegó el amor y se terminó casándose con la hija  Athanase Follet, la joven Edith. De aquella relación salió su única hija, Colette. Ya en plenos años 20 se vio, como el que no quiere, trabajando en Ginebra para la Sociedad de Naciones, la protoONU, actual. Viajo a Inglaterra, Canadá y finalmente USA. Bien, habiéndose formado como médico, encontró trabajo investigando el cuidado de la salud en los Estados Unidos para la Fundación Rockefeller. Era la década de los 20 y se enamoró de la mujer que más quiso a lo largo de su vida  Elizabeth Graig, una norteamericana, que conoció en Ginebra y tenía el sueño de triunfar en Hollywood. No tuvo mucha suerte. Céline, escribió un informe sobre el trato y maltrato de los empleados de la fábrica Ford, y pasó un tiempo en Manhattan, que describe en su primera novela. “Journey to the End of the Night” (1932). Obra que inspiró a FC y lo dedicó, en particular en los personajes de Lola y Molly, como una proyección de la propia Liz. A modo de una vasta maquinaria de multitudes, mano de obra industrial y comidas diseñadas comercialmente exhibidas antisépticamente en restaurantes baratos donde a los clientes se les proporcionaba lugares “impecables” para escapar de sus vidas miserables y todas las camareras parecían enfermeras dentro de hospitales. El mismo autor que se presentó a sí mismo como una autoridad en poco más que el desordenado horror de la existencia humana, sin embargo, le acarrearía muchas desgracias, en el apogeo de su fama, al defender la eugenesia hitleriana en varios panfletos cada vez más preocupantes. Caso del Mea Culpa en 1936, a la que siguió Trifles for a Massacre en 1937. Pero lo más imperdonable es que Céline abogó estridentemente por una alianza franco/alemana en School for Corpses (1938) con palabras que lo perseguirían por el resto de su vida: “¿Cuál es el verdadero amigo del pueblo? El fascismo. ¿Quién ha hecho más por el trabajador? ¿La URSS o Hitler? Por su puesto, que Hitler. Solo tienes que mirar sin toda esa mierda roja en tus ojos. ¿Quién ha hecho más por el pequeño comerciante? ¡No es Thorez, es Hitler! ¿Quién nos impide ir a la guerra?  ¡Es Hitler!”


 

“Todo lo que piensan los comunistas (judíos o judaizados) es reenviarnos a nuestra muerte, para que cantemos en una cruzada. Hitler es bueno criando a un pueblo, está del lado de la vida, le importa la vida de los pueblos, e incluso la nuestra.” Durante este periodo ya cercano al final de la guerra y su exilio a Alemania y Dinamarca, conoció a su tercera esposa, Lucette. Él es un ario. En la nueva biografía de Damian Catani, Louis-Ferdinand Céline: Journeys to the Extreme, (está entre los libros que recomiendo, de costumbre) es el primer examen completo de la vida y obra de Céline en más de 20 años, y el primero en explorar el debate de más rápido crecimiento en la erudición de Céline: si la gente debería Seguir leyendo a un simpatizante nazi. Una gran parte de este libro considera varias opiniones, que caen en varios campos obvios: aquellos que tienen un argumento, muy posicionado, en contra de leer a Céline; los que argumentan que era nihilista, pero no nazi; quienes argumentan que su política tuvo poco que ver con la grandeza duradera de sus libros, ya que el más importante de ellos, Journey to the End of Night, se publicó antes de que comenzaran a aparecer sus polémicas fascistas. Dado que gran parte del debate ha tenido lugar en Francia, también hay una fuerte dosis de terminología de crítica literaria sobre cómo las “estrategias de lectura” deberían informar nuestra “receptividad” a los “textos” y demás; y aunque Catani proporciona un argumento crítico bastante sólido para seguir leyendo a Céline, gran parte de este libro tiene menos que ver con Céline y la escritura; que con nuestras ansiedades actuales sobre las responsabilidades de la literatura. No es fácil distinguir la vida de Céline de su obra: al igual que Thomas Wolfe, Jack Kerouac o incluso Walt Whitman, derramó su vida en formas ficticias, hizo modificaciones caprichosas para lograr un efecto estético y dejó a los lectores sintiendo que estaban leyendo la vida ficticia de un hombre ficcionalizando a la persona sobre la que pretendía ser honesto. ¿Confuso? Absolutamente. Hay al menos un par de largos pasajes en el libro de Catani en lo que no está claro; si está contando la vida de Céline o resumiendo las versiones ficticias de Céline. En sus novelas autobiográficas, Céline felizmente tuerce e incluso reinventa los “hechos” de su vida, presentándose como un experto en la falibilidad y el horror humanos. Afirmaba que, como médico, podría hacer un bien ocasional, pero como hombre, no servía de mucho a nadie, especialmente a no serlo. Él mismo. Desdeñaba el orgullo, en uno mismo o en el país, ya que engañaba a los hombres para que pelearan guerras por el "País Número 1" o el "País Número 2" y los recompensaba con “una medalla y una pastilla para la tos para aquel hombre que grita más fuerte”. No creía que los hombres pudieran traer el progreso al mundo cometiendo violencia contra otros hombres, porque al final de cada guerra, como Bardamu (el alter ego ficticio de Céline en sus dos primeras novelas) le explica a un amigo: Nada cambia realmente. Hábitos, ideas, opiniones, no las cambiamos para nada, o si las cambiamos, las cambiamos tan tarde que ya no vale la pena. Nacemos leales y morimos por ello. Soldados por nada, héroes de todo el mundo, monos con don de palabra, don que nos trae sufrimiento, somos sus secuaces. Pertenecemos al sufrimiento. Ser feliz no era de lo que se trataba Céline. Una fuerte corriente de misantropía recorrió su obra desde el principio, y sólo la práctica de la medicina lo salvó de sus peores tendencias. Después de regresar de América, estableció una práctica médica en Clichy, una de las zonas más pobres de París, y durante los primeros años de esta práctica, escribió la novela fuertemente autobiográfica que lo hizo famoso, Viaje al final de la noche (1932). Al carecer de contactos literarios, entregó personalmente el manuscrito a los editores hasta que se encontró con Robert Denoël, un editor aventurero que inmediatamente tomó gusto por el revolucionario manuscrito y se le ocurrieron varias ideas igualmente revolucionarias sobre cómo venderlo. Denoël inventó la figura del forajido literario moderno tanto como Céline, promocionándolo como un outsider que desdeñaba los aireados salones literarios de París para mezclarse libremente con la gente común como un “médico de los pobres”. El libro de Céline compartió el sentimiento de indignación de la gente común ante los horrores cotidianos de la pobreza, una guerra sin sentido y una clase dominante totalmente aislada del sufrimiento que creaba. Y como una versión francesa de Whitman, Céline recorrió su propio camino y escribió en el lenguaje de la gente común. Mientras tanto, exaltó esos pequeños placeres comúnmente disponibles: sexo, buenas comidas sencillas y una noche de sueño decente. Soñar con mayores placeres (como una sociedad justa) le parecía casi presuntuoso a Céline. Sobre todo, fue el estilo de la prosa de Céline lo que llenó de energía a sus admiradores: un incesante chisporroteo de observaciones y condenas que asaltaban la sensación de separación del lector de las palabras en una página; trastornó la convención literaria de que la prosa proporcionaba equidad, equilibrio y consideración cuidadosamente redactada. Céline se enfureció contra su mundo en casi cada oración; era robusto, incansable e hilarante en sus ataques contra todo, desde los escaparates de moda hasta los hombres ricos y bien posicionados que dirigían a los hombres más pobres para que pelearan guerras en su nombre. Se precipitó, viró, se estrelló contra todo lo que vio, oyó y sintió hasta que casi, se llegó a considerar, como si sus experiencias recordadas le estuvieran sucediendo al lector. Para muchos franceses entre las guerras, debe haber sido como compartir las trincheras con otro soldado que reconoció todas las locuras sin sentido como lo hicieron. Céline hizo sentir a los lectores que, en su inteligencia colérica, no estaban solos. 



Los admiradores de Céline no tardaron en llegar: Journey fue un éxito de ventas modesto, recibió críticas prestigiosas y frecuentes comparaciones con las obras de Émile Zola; y Céline ganó aún más respeto debido a que no ganó ninguno de los premios que muchos creían que merecía: el Goncourt o el Prix Femina. Y aunque Henry Miller fue uno de los primeros admiradores (afirmó que después de leer Journey, reescribió por completo Trópico de Cáncer), la primera traducción al inglés se consideró inadecuada, y no fue hasta la versión de Ralph Mannheim, muchos años después, que Céline se diera cuenta que estaba completamente desencantada. Jóvenes escritores estadounidenses que regresan a casa después de la Segunda Guerra Mundial, como Joseph Heller, Kurt Vonnegut (quien escribió admirables introducciones a tres novelas tardías de Céline) y Philip Roth, quien denominó a Céline “un gran escritor. Testigo brutal, feroz y exaltado de un mundo elemental, que nos sumerge cada vez más en la noche. Incluso si su antisemitismo lo convirtió en una persona abyecta e intolerable”. La influencia de Céline en los Beats (o tal vez su reconocimiento de él como un compañero de viaje) tiene mucho sentido. Al igual que Kerouac y Burroughs, Céline escribió novelas en lo que parecía un antiestilo: un frenesí de pensamientos y observaciones irregulares del mundo que veía a su alrededor, poco organizado, abrupto e incluso algo psicótico, y en su mayoría despreciado. La soltura narrativa de Journey fue uno de sus encantos, pasando de una atrocidad presenciada a otra: guerra de trincheras, la vida en un hospital psiquiátrico (primero como paciente, luego como miembro del personal), las vidas brutalizadas de los trabajadores estadounidenses en Nueva York. Y, finalmente, el estado casi indefenso de ser médico en uno de los barrios más pobres de París. Todo lo que Céline hizo, vio y escribió estaba lleno de ira por las injusticias que presenció y de las que se vio cómplice. No había muchas personas inocentes en el mundo de Céline, y la mayoría de las fuerzas verdaderamente malignas siempre estuvieron escondidas detrás de la fachada de una sociedad estratificada. Mantenida por soldados, médicos y burócratas como él. Lo que no está del todo claro es dónde se escondían las opiniones más feas de Céline sobre los judíos en sus dos primeras novelas, que nunca parecían elegir una región específica de la humanidad para una condena especial. Sus rabias casi convencionales de antisemitismo parecían surgir de la nada. Mientras compartía comidas y amistades con algunos de los ocupantes nazis de París, mantuvo amistades con judíos a lo largo de su vida, y muchos intelectuales judíos destacados salieron en defensa de Céline después de la guerra. Era casi como si los panfletos políticos de Céline fueran un intento de trazar un mapa. Algo de la ira, apenas humana, que había heredado de sus padres, especialmente de su padre. Confirmaron que Céline nunca fue una figura “intelectual” que vivía de expresar ideas y filosofías. Más bien, fue un poeta del caos humano emocional. En 1945, Céline fue arrestado en Copenhague tras una solicitud de Francia para su extradición por colaboración. Mientras estaba en prisión, Céline encontró su consuelo habitual escribiendo sus experiencias "en forma fragmentaria"; y durante un período de nueve meses en 1946 produjo 10 cuadernillos escritos a lápiz de pensamientos, reminiscencias y experiencias ahora denominados Cahiers de prison, de los cuales extrajo sus últimas tres novelas: Castle to Castle (1957), North (1960), y Rigadoon (1969), publicado póstumamente. Esas obras cubren sus años huyendo del arresto de los aliados, a menudo en compañía de oficiales nazis y sus cómplices, y reflejan la caótica vida interior de un hombre que nunca dejó de correr el tiempo suficiente para comprender quién era, por qué lo despreciaban o dónde. Él estaba yendo en tierra de nadie. Céline escribió estas últimas novelas en una avalancha febril de pensamientos y frases entrecortadas (la elipsis era su puntuación preferida), produciendo la sensación de que estos agitados últimos años fueron sin aliento, desorganizados, intensamente sentidos y poco más que una serie de salpicaduras desordenadas de experiencia. En una loca carrera hacia el cementerio. Pero como deja claro el nuevo libro de Catani, el período más significativo de la vida de Céline ocurrió después de su muerte. Gran parte de la controversia en torno a Céline cristalizó en una serie de debates literarios abiertos conocidos como el "asunto Céline", cuando el cazador de nazis Serge Klarsfeld convenció al entonces ministro de Cultura Frédéric Mitterrand de eliminar a Céline de una lista de autores franceses en la fiesta de la “celebración nacional de la cultura” en 2011. Esta acción llevó a varios autores judíos a objetar con el argumento de que las opiniones políticas de Céline no deberían determinar el mérito de su obra literaria; y el destacado novelista crítico, Philippe Sollers, recordó a todos que había muchos otros autores políticamente cuestionables que aún se leían después de la guerra, como Jean Genet, que supuestamente se había acostado con soldados nazis, y Jean Cocteau, que había socializado libremente con los nazis., colaboradores y luchadores de la resistencia por igual. André Gide defendió los panfletos de Céline por su “juguetismo estético”, mientras que una carta grupal, firmada entre otros por André Breton, afirmaba que no había una sola línea en el trabajo de Céline que “indicara algo más que una capacidad puramente física para sostener una pluma y sumergiéndolo en barro”.

 




Sólo Camus pareció caer en la cerca en el lugar correcto para montar a horcajadas: expresó el mismo disgusto por el antisemitismo y lo que llamó esos esfuerzos de “justicia política” que buscaban castigar a Céline. Surgieron argumentos sobre si era más adecuado “conmemorar” a Céline en lugar de “celebrarlo”. Muchos de los que defendieron la importancia de Céline fueron denunciados como “extrema derecha”, y los que lo denunciaron como un traidor nacional fueron llamados hipócritas, como Frédéric Mitterrand, quien decidió eliminar el nombre de Céline de la “celebración” incluso cuando su tío, François, siguió siendo amigo de René Bosquet, quien supuestamente “colaboró en la deportación de judíos”. Catani argumenta que los lectores franceses dejaron de intentar decidir si querían leer a Céline; se volvió más importante decidir si era un “buen hombre”. Muchos escritores similares, como Ezra Pound, habían logrado sobrevivir a los recuerdos de sus declaraciones más atroces; otros, como Wyndham Lewis, nunca se recuperaron; y aún otros, como Paul de Man, solo sufrirían la censura después de su muerte. Y otros personajes de la talla de (citado, anteriormente) Cocteau, Montherlant y Morand, quienes, el santo patrón de una buena sombra y rascar mejores espaldas, a la espera de ver correr mucha agua bajo los puentes, terminaron entrando por gran puerta —envueltos del boato correspondiente— de la Academia Francesa. Empero ningún artista vivo fue mejor testigo de los debates sobre la relación entre sus escritos ficticios y no ficticios que Céline. El libro de Catani pasa más tiempo lidiando con estos fantasmas políticos que abordando los méritos y deméritos específicos del trabajo de Céline. Y así Catani defiende la capacidad de Céline para “reapropiarse de la modernidad con fines estéticos” y por su “estrategia estética recuperativa”; y afirma que sus “frases no solo representan la siniestra destructividad de la modernidad, sino que la asimilan y la desvalorizan… y luego la transforman gradualmente en un espectáculo estético de una belleza sin precedentes”. Cuanto más continuaba el “asunto Céline” (y en muchos aspectos nunca terminó), menos parecía que alguien leyera sus libros. En cambio, estaban resolviendo un juego de ajedrez lingüístico entre sí sobre “valorizar” o “deconstruir” la “modernidad”. Céline a menudo afirmaba que no estaba escribiendo novelas sino comunicando emociones crudas a sus lectores. Como le dijo a un amigo: “Lo que me interesa es un mensaje directo al sistema nervioso… No soporto la charla ociosa”. Pero, por supuesto, la “charla ociosa” es una gran parte de lo que se trata la mayoría de las conversaciones: ¡Hola. Cómo estás! ¿Dónde has estado? ¿Qué es eso en tu camisa? ¿Has visto a Betty? Y cualquiera que sea la decisión de los lectores sobre el valor de Céline o su política, ya no lee tan bien como antes. Tampoco proporciona muy buena compañía. Hoy, incluso los mejores libros de Céline parecen demasiado largos, serpenteantes y repetitivos. No importa cómo los lectores lo aborden políticamente, es difícil ver que sigue siendo tan desafiante, provocativo o incluso tan profano como lo fue alguna vez. Y aunque los libros ofrecen largos pasajes de estridente buena diversión y, en ocasiones, una prosa sorprendente y hermosa, no están a la altura del trabajo de muchos de sus admiradores, como Henry Miller, Vonnegut o Roth. Y cuando se lo considera junto con otros modernistas, como John Dos Passos, James T. Farrell o incluso Zola, parece un novelista inferior y menos inventivo. A menudo es interesante, o incluso emocionante, presenciar las emociones humanas genuinas que brotan de libros crudos e inusuales como el de Céline; pero después de unos cientos de páginas, toda esa intensidad emocional parece demasiado buena. Al igual que el borracho sorprendentemente elocuente que se sienta a tu lado en un bar y comienza a emocionarse por sus iras y ansiedades recientes, se vuelve aburrido cuando esas expresiones pierden el foco o se separan de cualquier narrativa coherente. Cuando esa persona nunca se va y nunca deja de hablar, incluso podría empezar a sonar un poco como Louis-Ferdinand Céline. ¿El treintaiugésimo aniversario de la muerte de Céline verá a los Célinianos encomendarse? Nada es menos seguro. Pero que, a pesar de este frenesí, los lectores no olviden lo imprescindible: leer a Céline. Como dice Emile Brami, uno de sus grandes biógrafos, “la única celebración que vale la pena para un escritor son sus lectores. En lo que respecta a Céline, se celebra todos los días”. Nada mejor para formarse una opinión y descubrir a un autor que, admirado u odiado, sigue siendo uno de los más grandes de la literatura universal del siglo XX.

 


             Dedicado a D. Fernando García de Cortazar septiembre 1942/Julio 2022 In Memoriam




Fotogramas adjuntados

 

Ferdinand Celine&Elizabeth Graig

Céline&Gen Paul in Grosrouvre

Céline&Marcel Aymet&Colette

Céline&Lucette in Denmark

 



Biografía consultada y recomenda

 

Céline à rebours by Emile Brami 2011 Ed. Archipoche

Journeys to the Extreme Damian Catani 2021 Ed. Reaktion Books

 






Zola, el amo de la literatura francesa y sus enemigos patólogos forenses


 

Imagínense llevar a cabo un análisis del ADN literario de Zona, con el fin, de reafirmar que su legado fue el de un genio de la literatura naturalista del siglo XIX francés. Pasemos al cuarto de la autopsia. En primer lugar, nada mejor que vislumbrar las figuras emblemáticas de la histérica, la devota, la loca y la criminal, estudia la confesión en todas sus formas, mostrando que está muy presente en la obra del autor, en particular cuando habla sin el conocimiento de estos personajes, haciéndolos "bestias de confesión". Un Torquemada de la descripción más minuciosa jamás llevada por un escritor de su época. No es menos cierto que el gran Emile Zola y toda su obra han sido objeto de numerosas críticas, acusándose en particular al autor de dejar demasiado espacio al cuerpo y al instinto, a la oscuridad y por qué no, a la basura. También es criticado por sus obsesiones feroces, sus inclinaciones literarias pornográficas y escatológicas. En realidad, no se puede negar que la obra de Zola se caracteriza por una exposición de los vicios, la perversión, la enfermedad, por un estilo crudo que reproduce fielmente la realidad en su versión más lóbrega. El autor de este estudio se esfuerza por mostrar que la literatura de Zola es ante todo una literatura de revelación. A Zola no le interesa mucho el misterio y los enigmas, su proyecto es decirlo todo, no esconder nada. Para ello, los personajes serían peones de su proyecto, que la mayoría de las veces se revelarían sin su conocimiento. El estudio demostrará que —al igual que en el psicoanálisis— a veces, es necesario observar el cuerpo y su movimiento para descubrir el alma humana. Zola, se movía como un pez en el agua, entre dos de sus grandes máximas a hora de expresarse y definir la auténtica confesión: la creencia religiosa y los síntomas de la histeria. En la obra de, EZ, la experiencia confesional, lejos de distanciar y condenar los pecados, los pone de manifiesto. Los manuales con fines educativos que se hacen leer a los seminaristas, por la admisión de debilidades y carencias eróticas, tienen como objetivo ayudar a los sacerdotes a recibir la confesión. Pero esta ciencia de la sexualidad pervierte a los sacerdotes y llama la atención sobre los detalles sexuales en el confesionario. Algo que pone de manifiesto el hecho —que en Zola— el acto de confesión  pretendía ser un acto de purificación para se convierte en un rito distorsionado, casi siempre con una dimensión del anhelo erótico. La confesión, en cuanto obliga a repetir con palabras el pecado, prolonga el placer culpable. Algunas mujeres obtienen placer de la confesión, de admitir el acto ilícito ante un oído masculino atento. Observamos,  como Zola, vincula la religión a la sexualidad, particularmente, en el despertar sexual. Así, la niña se convierte en mujer durante su comunión, que tiene lugar a la edad de la primera menstruación. Zola también denuncia la voluntad de la Iglesia de querer mantener adormecidos los deseos no reconocidos de las mujeres y frenar los instintos sexuales. De todos modos falla porque el cuerpo manifiesta lo oculto. La otra figura estudiada es la de la histérica que está muy presente en la obra de Zola. La primera es Adélaïde Fouque que anuncia otros casos en el árbol genealógico. Los síntomas de la histeria son un signo de deseos reprimidos. Zola se basará en escritos de su época, los tratamientos de Charcot y Briquet. La histeria es vista como una ruptura en la identidad sexual. El autor demuestra que la histeria de los personajes de Zola se manifiesta en formas de desconocimiento de la sociedad, en un rechazo al papel de esposa, de madre. La confesión prohibida causa sufrimiento y hace que la histérica pierda el control y pierda el control de sí misma. Sólo cuando llega la palabra para hacer la confesión, el personaje recupera la lucidez.



En la segunda parte, del análisis, vemos que el autor se detiene en el cuerpo observado por el escritor naturalista: un cuerpo hablante, un cuerpo confesional. La cara, en particular, lleva signos. Las marcas físicas primero revelan los efectos del linaje hereditario. La coloración o por el contrario la palidez son signos reveladores y fácilmente descifrables. El autor, lejos de limitarse a estos signos evidentes de traición del pensamiento por parte del cuerpo, demuestra también que el cuerpo a veces llega a contradecir la palabra. Entonces pensamos en el mentiroso que se sonroja. El colorido se convierte entonces en una admisión de culpa. Zola utiliza descripciones físicas para establecer varios aspectos de sus personajes: su herencia, su personalidad, pero también sus deseos a veces ocultos. Lo que podríamos definir como el cuerpo zoliano naturalista, demostrando, en muchos de sus personajes: actitudes, tics, posiciones. Definiciones que admite expresar lo indecible. Las confesiones silenciosas del cuerpo son momentos en los que finalmente sale la verdad. No es menos cierto, que en Zola,  también, es un medio para afirmar un concepto naturalista, la “omnipotencia de la sangre que marca la carne”. La novela naturalista tiene ese ardid de ennoblecer la descripción de los instintos y las pulsiones, en detrimento de los fenómenos del alma y el pensamiento. Si bien otorga gran importancia a la veracidad científica, Zola se desvía de ella, al desfigurar a algunos de sus personajes y destruyendo el sistema de medidas geométricas de la anatomía. Los cuerpos ya no son generosos vectores de confesiones. Evidentemente, Zola se preocupa sobre todo por mostrar la complejidad de sus personajes y, por tanto, el  laberinto personal de los hombres. Depurando brillantemente, sus descripciones físicas en dos etapas: “los atributos permanentes de la estructura sólida y las huellas fugitivas de la materia móvil del rostro”. Los rostros, lejos de ser armoniosos, se dividen para testimoniar la dificultad, incluso la imposibilidad, de una clasificación por fisonomía. Esta ciencia, desarrollada por Lavater a principios de siglo, tiene como objetivo descifrar el carácter de los hombres a partir de la lectura de los rasgos faciales. Por esta teoría sería posible distinguir al criminal, al marginal, al delincuente. Otras ciencias como la frenología (método de diagnóstico mediante la observación de la forma del cráneo) y la antropometría (todas las técnicas para medir el cuerpo humano), desarrolladas al mismo tiempo, tienen los mismos objetivos. Según estas ciencias, el cuerpo estaría marcado con una fatalidad. En el caso de la novela: La bestia humana, en la que Zola, se nutrió de estas teorías antes mencionadas, va en contra de ellas. El verdadero criminal de su novela, Jacques Lantier, parece normal. Su cuerpo no confiesa nada. El investigador, en representación de las instituciones, es víctima de todas estas teorías y encuentra un culpable dejándose engañar por signos físicos y fisonómicos. El cuerpo a veces puede ser engañoso. El criminal no necesariamente lleva las marcas de sus crímenes en su rostro. El error de juicio de Denizet cuestiona la lectura morfológica del cuerpo criminal. Y, al mismo tiempo, cuestiona la técnica de investigación positivista. Ahí vemos a un Zola que rechaza las teorías que harían del hombre un individuo teórico con un carácter determinado. En su argumento, juega con los detalles que se escapan y siembran la duda. Al mismo tiempo, Zola avanza la supremacía del escritor naturalista que, por sí solo, sabe leer las pistas corporales y analizarlas en su conjunto. Nuevamente, se vuelve a repetir en la fascinante, Germinal, para exponer otro aspecto del cuerpo y una nueva forma de confesión.



 

En esta novela, el campo léxico de la bestia, del animal, invade las descripciones de los menores. Zola va tejiendo la metáfora de la deshumanización de los trabajadores. Describe cuerpos heridos, dañados, desfigurados por el trabajo. El cuerpo se reduce muchas veces a una columna rota, como la imagen de la sumisión, de la resignación. Algo que podría definirse como esa particularidad de la obra de Zola en demostrar que todo aquello adquirido puede alterar lo innato. En cuanto, a las ciencias de la fisonomía, superpone la idea de un cuerpo en movimiento, transformado por la influencia del entorno, el trabajo, a veces incluso la emoción. Siendo más certeros en su profilaxis, el escritor naturalista, se detiene en la alienación de los individuos y la confesión a pesar de uno mismo. Zola se inspira en las teorías médicas de su época. Fue particularmente influenciado por la Fisiología de las pasiones de Charles Letourneau en la que se estudian los fenómenos del deseo y la voluntad. Armado con estas influencias, el novelista se esfuerza por revelar las "heridas internas del cuerpo humano", el todo por el todo en la disección de las almas. Zola cree que la mente está sujeta a la materia y concede gran importancia al instinto. Basa su trabajo en la idea de que los impulsos priman sobre el dominio de los personajes. Una confesión es, por definición, la revelación de una falta, el reconocimiento de una responsabilidad. La religión y la justicia ven en él una asunción de responsabilidad, mientras que Zola ve en él la expresión de la voz del otro, dentro de uno mismo. El paso del pensamiento al habla en la novela zoliana suele estar ligado a un acto patológico, que se produce cuando el personaje sale de sí mismo. Las escenas de confesión a menudo van acompañadas de brutalidad. El surgimiento del secreto es violento. Hasta que el autor se concentra en el metatexto (recepción, crítica). En el siglo XIX, el hombre de letras se convirtió en objeto de estudio para la medicina, pues nos preguntamos en particular por la figura del genio. La obra se estudia en su relación con su autor, como un retrato médico-psicológico. Tras las investigaciones de Lassater y Saint-Paul, el doctor Toulouse emprende a su vez un estudio sobre individuos que han demostrado una excepcional capacidad intelectual y creativa. Zola se dedica entonces a todo tipo de análisis: huellas dactilares, examen psiquiátrico, análisis de orina, audición, etc. Toulouse quiere, en particular, revelar lo que el cuerpo puede confesar sobre el autor. Aquí nuevamente cae un diagnóstico: Zola tiene un sistema nervioso “hiperestetizado”, lleno de pensamientos morbosos, obsesiones y envites. La investigación finalmente no revela mucho más de lo que ya sabíamos sobre el genio del naturalismo Made in France, en su momento muy publicitado. Podríamos detectar más confesiones aunque sólo fuera en los archivos preparatorios de Zola, ya que el autor recurrió a sus recuerdos para construir ciertos personajes. Creo que no procede. Obviamente, la investigación de Toulouse dio lugar a una fuerte polémica. El hecho de que el propio Zola ya fuera discutido en ese momento no es ajeno a esto. El estudio también es criticado por no decirlo todo, por un lado, porque el médico tiene cierta mesura nacida de su función. Desde otra óptica,  porque Zola participa en el trabajo, aderezando prólogos y un prefacio que contradice la objetividad del análisis. Y, finalmente, porque ciertos sujetos callan. El estudio parece ser un fracaso en su papel revelador. No se dice todo. Los análisis no logran contar las fantasías, los deseos del novelista. Toulouse también es acusado de dirigir su tema para cumplir con sus expectativas. El estudio científico y el “trabajo de pulcritud” impiden la admisión en la intimidad del escritor. En un principio, Toulouse se centró únicamente en el tema al negarse a analizar sus obras, a diferencia de Lombroso para quien las obras suelen decir más sobre el autor. Finalmente Toulouse cambiará de opinión y también estudiará la obra para comprender al autor. Empero, quien se suma a la polémica es la perspectiva de Max Nordau quien, por su parte, abordará la obra y la depravación del autor. Según él, en las novelas se detecta la decadencia del autor y sus perversiones. Sin embargo, en el siglo XIX, la crítica literaria se analizaba desde un ángulo médico, desde Sainte-Beuve quien interpretaba la obra en relación con el análisis psicológico del autor.

 



Zola está de acuerdo con este pensamiento. Ya que para SB,  la autopsia crítica de la obra revela los signos distintivos de la personalidad del autor. Nuevamente, disfrutamos de la metáfora de la disección: el crítico con su bisturí busca en la obra, el estilo, el ritmo narrativo, las construcciones para captar lo íntimo. Según el crítico Deschanel, en quien también se inspira Zola. Incluirían desde factores ambientales, somáticos y psicológicos muy significativos que marcan la obra y son huellas que dejó en la obra el autor. El crítico naturalista con su microscopio concibe la obra como la extensión corporal del artista. La obra es una confesión. En sus reseñas, especialmente en sus retratos de Stendhal y Flaubert: Zola se confiesa y no escatima en ambages. Ya que manifiesta sus inclinaciones, sus incomodidades, sus impresiones. La "anatomía literaria" de Zola se convierte en una mirada sobre sí mismo, un examen de su propia personalidad. Cuando Zola era un joven y desconocido empleado de la editorial Hachette, entró en contacto con Duranty, quien publicó La Cause du Beau Guillaume con esa firma en 1862, cuando el propio Zola ni siquiera había publicado sus Contes a Ninon. Más tarde, Zola rindió un breve homenaje a esta figura interesante y olvidada en la historia de la ficción francesa moderna, citando de Le Realisme la fórmula que tanto anticipó el programa de los naturalistas: "El realismo apunta a una reproducción exacta, completa y honesta del mundo social". Eso del puto entorno, de la época en que vive el autor, porque tales estudios están justificados por la razón, por las exigencias del interés y la comprensión públicos, y porque están libres de falsedad y engaño. Esta reproducción debe ser lo más sencilla posible para que todos puede entenderlo". Aunque la primera ficción de Zola era demasiado poco ortodoxa para Hachette, quien rechazó una de las historias de los Contes a Ninon, y aunque su primera novela, La Confession de Claude, en 1865, ultrajó las mojigaterías del Imperio, aún no había producido una gran obra, que lo pusiera  a la cabeza de los realistas, ahora bautizados como naturalistas, de acuerdo con sus teorías científicas. Ese trabajo fue L'Assommoir, publicado en 1877, y el primer gran éxito de los veinte volúmenes de la serie Rougon-Macquart. Sin embargo, todavía es por motivos morales y no estéticos por los que se impugna el realismo. En los países de cultura anglosajona, el término es sinónimo, en la mente popular, de literatura desagradable y casi podría decirse obscena. Hasta tal punto es aceptada esta convención, incluso inconscientemente, por aquellos que teóricamente saben mejor, que una obra francesa que no es declaradamente realista, que trata de condiciones psicológicas y espirituales más que físicas y materiales, puede emular impunemente las más extrañas aberraciones de los tan criticados naturalistas. El final de este genio y algunos coetáneos y compañeros de viaje literario fue un despropósito. La clave científica de la vida es una ilusión, y cuando una teoría ilusoria se une a un estilo execrable, el resultado es una conclusión inevitable. Sin embargo, a los escritores no les quedó ni un ápice menos impropio, en el sentido de los moralistas, que aquellos a los que atacaban, romper el hechizo del naturalismo, no produciendo novelas "realistas" a la manera de Rhoda Broughton, sino arrojando por la borda la absurda convención que fue la verdadera ofensa de Zola contra la literatura. Los nombres que perdurarán de ese período, entre la muerte de Balzac y el ocaso de Zola en los últimos años de la década de los noventa, son los de escritores como Flaubert, los Goncourt y Maupassant, cuyo genio trascendió las limitaciones del dogma realista. El affaire Dreyfus, le pasó una factura que acabó con su vida. Incluso, su viejo amigo de toda la vida Paul Cezanne muy molesto con la publicación de L’oeuvre por el paralelismo con su personaje central, el pintor Claude Lantier, y su excesivo parecido con el propio PC. Zola insistió que era una recreación de un alter ego, propio, más cercano a Manet. Pero, ya nada fue igual, entre ellos. Entre improperios y asediado por las deudas. Había vuelto de un exilio, que se convirtió en una pesadilla. El 29 de septiembre de 1902, es decir, 120 años después. Su esposa y el de madrugada se sintieron indispuestos. Cuando Zola intentó ayudar a su esposa Jeanne Rozerot se desmayó y todo fue en vano. Fue enterrado un 5 de octubre, entre una cantidad inmensa, de gente y curiosos que despedían a una de las mayores bestias de la literatura universal y de los mejores escritores galos de su generación. El escritor Anatole France (Nobel de Literatura) dejó un discurso que acababa con las siguientes palabras: “No le compadezcamos por haber padecido; envidiémosle. Erigido sobre el cúmulo de ultrajes que la estupidez, la ignorancia y la maldad hayan jamás provocado. Su gloria alcanza una altura inaccesible. Envidiémosle, su destino y su corazón le concedieron la mayor recompensa: ha sido un momento de la conciencia humana”. Pasó seis años enterrado en el cementerio de Montmartre, en París. Hasta que el 4 de junio de 1908, sus cenizas, fueron llevadas al Panteón, mausoleo reservado para los más grandes de la república francesa. Donde recibió honores como un grande de la patria, DEP, maestro, genio y figura.

 




                                                Dedicado a Robert Morse mayo1931/mayo2022 In Memoriam


Fotogramas adjuntados

Au bonheur des dames (1930) by Julien Duvivier

La curée (1966) by Roger Vadim

Teresa Raquin (1953) by Marcel Carné

La faute de l'abbé Mouret (1970) by George Franju








El alma Noir sabe a pulp, D. Goodis









Una vez me pregunté como escribía tan bien aquel entusiasta parapléjico con su “lettera 10”, portátil de color rojo. Ese tipo, era el tío de uno de los inolvidables amigos de mi querida EGB. Esos que te acompañan en tus últimas visiones de la vida o exhalos del final de nuestra escapada. A lo largo de su existencia escribió más de 500 novelas para la editorial Bruguera de bolsillo. Lo hacía bien y con estilo. Al final comprendí esa extrañeza del porqué aparentaba una felicidad imperecedera. Era un gran escritor como David Goodis, autores pulp: cultos, ilustrados y metódicos. Si hay Noir es porque la prosa Noir genera la génesis de todo conflicto; la cultura del crimen. David Goodis fue un autor poco conocido de novelas policiacas "de kiosco", como las del tío de mi amigo. Empero, sus historias y personajes atraparon a muchos incondicionales. Ahora 95 años después, la creme existencialista contra la que luchó Curro Jiménez; el último tío y actor de este destripado y saqueado país; Sancho Gracia. Reclaman su excelsa obra. Legado y misión con  redoble de tambores. En el fondo un ruido leve y espaciado. La gloria literaria es efímera en la tierra, más  que  si fueran gotas de lluvia en el capo de un viejo Ford. David Loeb Goodis nació en Filadelfia, allá por el año 1917. De familia judía, murió con apenas 49 tacos. Víctima del alcohol, la soledad, la tristeza y algún que otro brote esquizofrénico. Un año después de que yo alunizará por Azulandya. David era un enamorado de su ciudad, tanto como el odio que sentía por ella. Anduvo por la universidad de Indiana, pero se aburría de la rigidez del sistema y la tramoya que tenían organizada la troupe del rectorado. En 1938 la abandona. Con 21 años, escribe su primera novela y atisbamos a un tipo con recursos literarios adictivos. Leemos textualmente: "Permaneció allí, junto a la mesa, contemplando fragmentos de uña”.  Su pluma oscura y delicada como un Scheffer elástica y frágil nos descubre una escritura que olfatea el aire roído de la noche.















Buscando ese aroma fresco de las almas en vilo, las mismas que están a punto de ser liquidadas por otros o por su propia absurda existencia. No obstante, DG sigue siendo un desconocido. Inicia el proceso Don Draper; la publicidad. Pero en su ADN florecía la palabra escritor. Y ahí amigos… O  se nace o lo demás son terapias y entretenimientos webesféricos llamando a las puertas de Batavia. Había que comer y los bolos de las agencias de publicidad  mantenían el parcheado. Comenzó a escribir como un poseso todo tipo de novelas en los estilos más inimaginables; crimen, drama, enredos de amor, picantes, Sci-fi, Western y etc. Diariamente, llegó a redactar unas 10.000 palabras: una locura. Se habla que en 5 años y medio llegó a crear cerca de 5 millones de palabras para todo tipo de novelas pulp. En la década de los 40 estuvo trabajando para cadenas de radio, escribiendo guiones y probó suerte en editoriales con mayor prestigio. La empresa se presentó en balde. Pero su creatividad no bajó la guardia  hasta que el gran estudio Warner Broos se cruzó en su camino y se marchó a la colina de las vanidades, donde firmó un contrato de seis años. Tras su primer éxito de crítica con su novela “Dark Passage”, la cual,  se publicó en el The Saturday Evening Post, a modo de entregas semanales. Goodis, estaba alucinado, pues “Dark Passage” (la senda tenebrosa, 1947) iba a ser una película). Protagonizada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Dirigida por el ínclito Delmer Daves. Este último se aprovechó de la poca identidad de Goodis. Es obvio, que para toda esa amalgama de vanidad y artificio seguía sin ser nadie. Daves y su grey se encargaron de transformar la novela en el guion cinematográfico de la película de culto protagonizada por la pareja de moda de aquella época. “La senda tenebrosa” (1947) es evidente, que a estas alturas nadie niega que estamos ante una pequeña obra maestra del Noir.















No vamos a ocultarlo. Bien, pensaran Uds. ¡qué claro cómo era un bienpagado del estudio. Sí y tal con Pascual! Sin embargo, es muy duro ver como un hijo tuyo es despellejado y triturado. ¿Falta de carácter. Un careto atípico o los daños colaterales de la industria del cine, que nunca lo consideró un escritor serio? Peckinpah daría su tesis sobre las putas; buenas y malas. Claro, que mi adorado Sam no cuenta con aquello de los egos, las poses y dime quién eres, te diré con quién vas. Buena cuenta podría dar esa retahíla, que no voy a nombrar para no generar ningún conflicto —coetáneos— que nunca le echaron una mano. Ni te la suelen echar en toda tu vida. A veces, una sonrisa y no te quejes. Les va tintineando el sonajero de la vida. Sus guiones se manipulaban sistemáticamente por la graciosa divinidad del productor de turno. Dicen que eso le volvió un hombre más triste y melancólico. En 1950 con apenas 33 años decide regresar a la vieja  Filadelfia y comienza de nuevo a reinventarse, como periodista y autor (bajo seudónimo) de novelitas basura para los libros de bolsillo —baratísimos— impresos en papel de diario, con dibujos sensacionalistas en sus tapas. Todos los santos días delante de su máquina de escribir e instalado en la casa de sus padres. La conocida, 6305 de North 11th Street, Filadelfia. Allí se hizo cargo de Herbert, su hermano esquizofrénico, y se ocupó de su padre, dicen que pudo haber sido su único gran amor. Más tarde descubriremos que Goodis tuvo sus escarceos. Estaba tan empanado que en su primera novela olisqueaba algo así como; “Al rato, uno se siente tan mal que quiere detener el mundo en ese instante.” Es curioso que con esa prosa, nadie le hiciera caso. La eterna historia del personaje Noir, pues Goodis era el mejor personaje de sus novelas. Solamente, pensar por un momento, lo que significa el recorrido por las 17 mejores novelas que firmó da vértigo.














El Minerva diamantino. El tema absoluto a  lo largo de la obra de Goodis es el fracaso, la mala suerte como entidad vital; la soledad y la tristeza.  “Al caer la noche”, de 1947, refleja con nitidez su visión de la existencia, es más el cineasta Jacques Tourneur recogió ese mensaje. Trasladando, junto a Silliphant por una vez la verdadera atmósfera de los diálogos de DG. Sin embargo, será con Paul Wendkos donde encuentre el cenit de su carrera. Pues, fue el auténtico guionista  al lado de un director que le tenía afecto y respeto. El caso de su novela Viernes 13. Es perturbador. Citamos —textualmente— unas líneas. “Es viernes 13 y para ciertas personas, éste es un día que no termina nunca. Lo llevan consigo permanentemente”. Sus personajes se mueven en un mundo sin salida, como en  "la calle de los perdidos". Llevada a la gran pantalla por un crepuscular y eficiente Sam Fuller en Francia con el nombre deLa calle sin retorno”. Un libro esencial, en la obra de este autor. No quiero olvidarme  de “Rateros”, la tengo muy fresca aún y como hemos comentado, anteriormente Paul  Wendkos la adaptó como “The burglar” (El ladrón). En dónde un fantástico Dan Dureya y una primeriza, Jane Mansfield dan vida a  unos personajes exasperados y ardientes de palpitaciones en los papeles principales de la auténtica obra de DG.  La máxima de  la constante  desesperanza, plano a plano. Si comparamos los héroes de Goddis con los taciturnos antihéroes de Chandler, observamos que en la prosa de D. Raymond  siempre se atisba un glaseado  de esperanza, un vistazo generoso en la redención y la exploración correcta. Por el contrario,  El Spade de Dashiell Hammett, se caracterizó por su cinismo. Jugaba al póker del toro pasado, siempre se puede obtener algo de justicia poética y real. Los personajes de Goodis, en cambio, están marcados desde su encargo premarital. No hay obstáculos que puedan alterar el devenir de los acontecimientos. La predestinatio es un hecho. Y por ende, la muerte. La autodestrucción no sin antes haber sufrido un proceso de autohumillación, una culpa solapada al cogote, que tatúa —incesantemente— la desolación del redundante acomodo; el carnaval de los perdedores.















Un planeta inerte, baldío e infecto de aridez. El concepto existencia para Goodis, es pura hermenéutica  circunstancial. Sus personajes laten en la constante  escapada de un pasado defectuoso, donde la desdicha es sustantiva. Nadie espera que lluevan brevas del futuro: la insatisfacción del latir de sus corazones. De su vida personal, poco se sabía hasta hace poco tiempo. Pues, siempre se comentó que DG, fue soltero y no se conocía relación alguna. No obstante, según fuentes de la última biografía sobre el escritor; estuvo casado con Elaine Astor de 1943 a 1946. Finalmente tras apenas, tres años de convivencia se divorciaron. No tuvieron hijos. En 1963, fallece su hermano Herbert al que se debía, junto a la escritura por completo. Tres años más tarde su madre. El golpe fue terrible, lo que propicio la caída en barrena de Goodis. Por su propia voluntad, acabó recluido en un hospital psiquiátrico. El 7 de enero de 1967, una mañana cercana a la hora del almuerzo fallece con 49 años. Las causas de la muerte se achacaron a un ictus, pero se habla de un posible affaire oscuro, donde unos tipos pudieron haberle dado una paliza. Ver y leer para creer. Ni en la ficción termina su realidad. Goodis llevó a cabo un proceso de demanda contra la cadena de TV ABC, que estrenaba la serie, “el fugitivo” (1963). Acuso a la productora de plagio por utilizar al personaje principal y el resto de la trama como un spin-off de su novela “Dark Passage”.













El proceso se dilató hasta 1972 donde el caso quedó cerrado. No obstante, el sindicato de guionistas, por una vez se puso del lado del escritor en todo este asunto. Por aquel entonces, todos sus libros estaban descatalogados en USA. Veinte años más tarde se llevó a cabo, un proceso de reedición de su obra con escasos resultados. David Goodis fue descubierto en Francia unos años después. Cuando el cineasta, Francois Truffaut dirigió la célebre “Disparen sobre el pianista”, una buena película basada en la novela de DG, “Música en el fango”. La crítica cinematográfica se deshizo en elogios con el galo, pero muy pocos escudriñaron en el auténtico embrión de la autoría; el portentoso hombre de la máquina de escribir de Filadelfia. Un ser humano lleno de angustia, de oscuridad, de fatalidad y sin esperanzas. En la Francia de postguerra, la de Sartre pudo residir el alma de este amanuense del Noir y la subcultura del pulp. En las décadas de los 70 y 80 se realizaron remakes de sus novelas con más pena que gloria. Ni los directores estuvieron a la altura ni los guiones estaban empapados de la macula insoslayable del candor Goodisiano. El hombre triste y trabajador de Filadelfia nunca terminó de encontrarse con Camus en Paris. Prefirió seguir conduciendo su mugriento y escacharrado Crhrysler por los aledaños del viejo y canalla Downtown en los Angeles, de otrora tiempos mozos. Ya lo dijo Wilder; nadie es perfecto. Sólo la cultura del crimen  perdura y la desdicha aguarda un futuro inexistente. Al igual que la de aquel amanuense de su vieja lettera 10 roja a bordo de su inseparable silla de ruedas.









                                     Dedicado al gran Joseph Berna el tío de mi amigo Paco J. Cantó





Fotogramas adjuntados


David Goddis junto a Bogie y Laurent Bacall posando tras el annuncio del rodaje 
Dark Passage by Delmer Daves (1947)
Al caer la noche by Jacques Tourneur  (1956)
Honor de ladrón by Paul Wendkos (1957)
Tirad sobre el pianista by François Truffaut (1960)
Como liebre acosada by René Clément (1972)




                








Biografía consultada y recomendada


"Goodis la vie en noir et blanc", Philipe Garnier. Biografhie Ed. du Seuil (1984)












“Tres maneras de amar, tres maneras de llorar”

                                            

                                                             

                                                                    Bernhard Schlink (El lector)






Recuerdo este libro como llegó a mis manos y donde estaban ellas. Silentes y enrocadas de odio. Un tiempo de luminiscencia larga e infinita que nunca agoniza del todo. A veces el sol se vuelve horco y se empecina en enrobinar el aliento de mis pensamientos; como los maltas de sobremesa mirando al infinito. Me habían robado un año de vida por la cara. El ministerio del tiempo imperativo; el decreto de la imposición. La cantina de mis olvidos se oxidó en el hangar de los orgasmos y la desidia del aire se mezcló de nuevo en la biblioteca, de aquella ciudad que nunca terminé de conocer. Sin embargo, no dejaba de engullir páginas. Una tras otra y haciéndome la enésima pregunta: ¿Quién cojones era Bernhard Schlink? ¡Ah, claro, sí! Otro escritor  alemán con ínfulas de Günter  Grass o también,  cómo… Aquel ¡cómo leches se llamaba, a ver…Ya lo tengo; el fascinante Patrick Süskind! Cada uno con una obra de culto. El resto de sus vidas: libros menores y a vivir de la conferencia, el artículo y lo que se tercie. El estómago es un Alien. No son buenos tiempos. ¡Para el carro, amigo! Este es un hombre de leyes, un jurista, persona con dotes. Ese individuo que los griegos hace milenios facultaron para decidir, que está bien o que está mal. La cuestión es que “El lector” me sedujo y mis recuerdos de pretéritos secretos fieles a mi adolescencia afloraron. Todavía, aún coleteaban los viejos efluvios del perfumista psicópata más sublime, que el yuppie Pat Bateman de la voraz América de Ellis adicto a las benzodiacepinas.  No muy lejos, el hijo de la suciedad; Jean-Baptiste Grenouille. La obscena y cruel locura de aquella nariz enferma del XVIII ganaba por goleada. ¿Pero quién coño era BS y su lector? Sí. —Te has contestado hace unas líneas, ingenuo. —Ah, mis excusas a la platea. Un día conocí a una mujer como Hanna Schmitz  de fuertes caderas, piel tersa, muy hecha y ruda. Aquella tosca hembra madura, que no se arrugaba como el papel de charol; franca y contundente. Me lavaba con ahínco, frotando la pastilla de jabón Lux sobre mi ancha espalda. Hanna como yo, pecábamos de honestidad y pasión. La adoraba y aún la amo.
  















La carne fría, sus miembros extendidos sobre mi cuerpo; la mancha oscura rastreando mi boca. Hanna sólo quiere mi cuerpo y mis palabras; el recuerdo de la lectura es el asueto de su alma. Pues, no sabe nada de códigos ni entelequias confortables. Sólo conoce la ferocidad  impecable del sometimiento: claroscuros repletos de monstruos y crímenes. De castigos e imputas irisadas. Hanna es fuerte, aterradora, fría. Pero se siente más indefensa y desprotegida que nadie. Yo tengo miedo de Hanna, ésa que no ve el dolor. Hanna me excita muchísimo. Rastreando con sus labios crujidos los sitios más suaves. Lo ha hecho con el mismo empinamiento de sus señores;  la generación que se había servido de aquellos guardianes y esbirros, o que no los había obstaculizado en su labor—pues el favor era impagable—expiatoria por las vergüenzas eternas de nuestros antepasados. En los lugares más impensados se presenta la fuerza que pervive en el pensamiento. ¿Tan mala fue aquella generación? ¿No recuerda a la nuestra? ¿Quién prendió la chispa en el bosque enajenado teutón? ¿Existe una culpa colectiva del pueblo alemán? ¿Los procesos son un mero lavado de conciencia a través de unos cabrones reparadores? No tengo respuestas, soy incapaz de elucubrar un discurso convincente, coherente con mi inteligencia. No la tengo. Mi amada Hanna, después de todo, representa un poco de dignidad en toda esta inmundicia. Siente la culpa y acepta el castigo. Ella es Hanna Schmitz, como otras tantas Hannas o Dolores de cualquier lugar de Europa. ¡Procede la pregunta! ¡Está la cuestión bien  dirigida a Uds., los lectores! Yo a lo único que llego es al conocimiento de un adolescente de barrio bajo: remover el pasado y los fantasmas para qué sirve. Lo más fácil y sencillo es dejarlo como está. Mirar hacia otro lado, el tiempo lo escampará. ¿No va de eso la vida?—¿De que hablas, si tú no eres un intelectual?—De eso, de la dignidad del gangster—Y a qué hostías vienen los gangsters—Fácil, erudito... Un gangster, te matará, te violara, te torturará, te aplastará. Pero no te sentirás decepcionado-a. Los gangsters no saben hacer otras cosas. Ahí, reside su honestidad —¿No te entiendo?—Menos os entiendo, yo. Al final, como en la bodas; puros, licores y ceniceros por el aniversario.  Todo quedará en una buena película, pues las conciencias se crearon para removerse tres minutos y medio. No hay dolor que pena alivie el recuerdo de cien años. Pero, yo sigo enamorado de Hanna Schmitz como Rossellini de Alemania Cero y Stephen Daldry de la literatura en el cine. Bendita historia y alabado sea el amor.

                 






                                                                     

                                                             Michael Ondaatje (El paciente inglés)


Un día de vendaval tropecé en la estantería de mi decana biblioteca con el libro; "El paciente inglés" de M. Ondaatje y me gustó. Lo cogí de préstamo para disfrutarlo en casa. A fin de cuentas, yo estaba en 4 de carrera y ahí uno elige especialidad; la mía para evitar jaleos de banderas y orillas fue la arqueología. En tres días devoré aquella novela y  un trozo de mi corazón se cruzó con la pasión de un amor universitario irrepetible. Lleno de pecado e inmoralidad, pero todo me servía como a los protagonistas de esta historia. Cuando el adulterio es un visado a las vísceras de la pasión. Del mismo modo que su director, A. Minghella —fallecido  no hace mucho— se colmó de amor y dolor en la zozobrosa búsqueda de parné para convertirla en su obra maestra. Pues, Minghella se enamoró de (los amores ciegos y aventureros  de las tormentas de arena) ella y con el aroma a carne de celuloide que desprendía. Maravillosa e intensa historia, con un toque romántico volando por la inmensidad del desierto Libio. Película que me hipnotiza: la historia en paralelo del nacimiento de dos amores semejantes, imposibilitados por su prohibición de lo impúdicamente correcto.















Ambos seres condenados al fracaso y separados sólo por un tiempo distinto y una guerra que los seis personajes implicados en la doble trabazón conviven en un nudo gordiano entre la disparidad, la épica y los celos. Ondaatje, resucitó a un aventurero, un falsificador, un mercenario, un piloto, un romántico, un valiente y posiblemente un maldito; el Conde  de Almásy. Siempre nos quedara la inmensa hermosura de la cueva de los nadadores (aunque la de la película no esté en Egipto como corresponde) y la débil luminosidad de la linterna, envuelta en angustia de la herida, Katharine. Ámame, quiéreme, siénteme. Volvamos a engañarnos— nuevamente— por unos días en aquel salón mientras bailamos mejilla contra mejilla. Por favor, no te olvides del último tango en un arnés alpino contemplando los frescos de Piero della Francesca. ¡Qué sople la ventisca del desierto y suene la música de Gabriel Yared!  Yo sigo soñando -pacientemente- todas las noches de primavera. ¡Ojalá nunca se acabe!




                





  

                                           
                                                             

                                         Los puentes de Madison (Robert James Waller)


  



“Me resulta difícil escribir esto a mis propios hijos, pero debo hacerlo. Es algo demasiado fuerte, demasiado hermoso como para que muera conmigo. Y si queréis saber quién ha sido vuestra madre, con todo lo bueno y todo lo malo, debéis saber lo que voy a contaros. Ánimo. Como ya habéis descubierto, se llama Robert Kincaid. No sé a qué corresponde la inicial L. que había después de Robert. Era fotógrafo, y estuvo aquí en el año 1965, fotografiando los puentes cubiertos. Pero Robert Kincaid era alguien diferente; no se parecía a nadie a quien yo hubiera visto o de quien hubiera oído hablar o sobre quién hubiera leído algo en toda mi vida. Es imposible que lleguéis a entenderlo totalmente. En primer lugar, vosotros no sois yo. En segundo lugar, hubierais tenido que estar cerca de él, mirarlo moverse, oírlo explicar que estaba en una rama muerta de la evolución. Tal vez os ayuden los cuadernos y los recortes de las revistas, pero tampoco eso será suficiente. Además, él no era de este mundo. Es lo más claro que puedo decir sobre Robert. Siempre me pareció que era un ser parecido a un leopardo que había llegado en la cola de un cometa. Así se movía, y así era su cuerpo. De algún modo, era, al mismo tiempo, fuerte, afectuoso y bueno, poseído por cierto sentido trágico…”


                   


                                       













¡Ay, Robert! Escribías y se estaba trasladando a la pantalla lentamente; el amor. Sí, AMOR. ¡NO HAY NADA MÁS SOBRECOGEDOR Y HERMOSO QUE ENAMORARSE!  Las letras del libro de RJW traspasan el  reflector; lentamente, en silencio, sin palabras, de manera sutil como una fina lluvia que te va mojando poco a poco y sin darte cuenta acabas calado hasta los huesos. El magisterio de ese director que es Clint Eastwood y la increíble Meryl Streep.  Llorando a mares y con un nudo en la garganta que deseas que se te quede toda la tarde mientras te pegas a la butaca. Hay pocas cosas  en esta vida, más milagrosas y misteriosas que enamorarse. El siempre joven añejo Clint Eastwood, como uno de los directores vivos más grandes del cine americano se revela como un cineasta de poliédrica y minimalista sensibilidad. Capaz de retratar con  el aliento más poético la simple emoción de dos seres humanos enteros y verdaderamente enamorados. Algo tan sencillo como el rostro de ella (el descubrimiento de estar siendo deseada, admirada) cuando él la está fotografiando en los puentes, Y sólo por eso, vale la pena...verla y enamorarse una, dos, tres, cuatro, cinco, seis…cientos, miles…Amor y lluvia en las mejillas.








                                     






  Dedicado a  mi amigo Benito Pajares y los fotorreporteros que han perdido sus vidas sin obituarios








P.S.; volveremos, como de costumbre. Ahora mismo estoy lleno de astenia primaveral. Algo desconectado de la webesfera. Es tiempo de paseos por la arena de mi Mediterráneo; terrazas, sedas, algodones y sandalias a la vera del rompeolas. Emulando a Rohmer, tengo ganas de darme un homenaje... Pero, como soy hombre de palabra en 15 o 20  días, más. Disfruten de la vida (eso que se nos escapa de la manos todos los días) todos-as