Estoy
sentado en el sótano de mi tío Herminio que falleció por culpa de eso que nos
tuvo acojonados a todo el mundo, el puto Covid 19. Aquí, en Guadalajara, la vida es muy parecida a un sitio como Fargo,
aquel lugar del film de los Coen. No sucede nada que sea, lo más de lo más
cool, de la última revolución cultural post Avant Garde. Pero, el sótano de mi tío
es un lugar fascinante, tiene una colección de más de 5000 vinilos, todos
cuidadísimos, con sus fundas y ordenados cronológicamente; Rock, Blues, New
Wave, Hard, Glam, Heavy, Punk, PostPunk, Techno o Synthpop de USA y UK. Un
festín. Hoy es Nochevieja y hemos quedado mi novia y yo para montarnos nuestra
propia fiesta particular. Olga está triste porque ha traído una botella de vino
con una foto de un perro, que se encontró por el arcén de la A-2, ya hace como
4 meses que murió envenenado, por algún desalmado. Aquel perro era un setter
inglés pequeño muy bello. La crueldad es
intolerable. Esta es una ciudad que nunca pasa nada, pero a veces, piensas
cuando te vas a la cama, en las noches de luna llena que te encontrarás con
algún hombre lobo. Es mi chica, y yo, su chico. Nos amamos, jadeamos y
saboreamos nuevos orujos en una tienda de licores unos días antes de las
vacaciones navideñas. Olga tiene un problema, es alérgica al gluten y
determinados tipos de alcohol —dependiendo
de su origen no puede beberlos— a pesar de su alergia, siempre hay algún
licor de Baco que congenia con ella, caso del vodka. Además, no sería capaz de
probar una gota de whisky de malta delante de ella, cuando ella tiene reacción
a este maravilloso brebaje.
La
cosa, como que la fiesta iba por la New Wave y el Syntpop, me dio por alisarme el pelo y Olga se hizo un cardado a
lo Martha Davis de The Motels que estaba atómica. Bebiendo y bailando como diría la ingeniosa de Alaska. Pasaban las
horas y mis padres estaban en una aldea de la España vacía y perdida, de la
provincia de esta solitaria ciudad. De repente, comenzaron a llegar amigos y
amigas de la época de la escuela secundaria. Aquello fue, inicialmente, muy
sorpresivo, pero con el paso del tiempo, comencé a ponerme muy nervioso y empecé
a gritarles y maldecirlos. Hubo un momento de silencio —sonaba Personal Jesus de los Depeche Mode— hasta que la
aguja reproductora se salió fuera del surco del vinilo. Sentí una influencia
tan mala como buena, que finalmente parecía que la energía fulgurante de las rimas
de Martin Gore, en la voz del inefable David Gahan habían convencido, a la
platea, quien estaba al mando del sótano mágico. Lo que nos hizo, estallar en una larga carcajada y todos nos emborrachamos, de la misma forma en que te duermes; a pierna suelta. Fue un pedal del 29. Aquello
se fue caldeando y la temperatura corporal disparo la libido. De facto, me vi
con un top encima de mi cabeza y tenía la polla de un bobo de 8 de la EGB en la
planta del pie. Miré entre el pasmo y la perplejidad. Recordé un reportaje, de
un magazine que hablaba sobre un estudio que decía que mucha gente se expresa
mejor sexualmente cuando estás ebrio. ¡Vamos
que es una experiencia, a medias, eso es, no me sale el palabro, ya, algo no muy histórico ni vital!
Volviendo al keller que dicen los alemanes;las cosas se suavizaron en ese instante —que deberían de hacerse— y son más difíciles cuando no se sospecha
que debemos de hacerlo, y todo se descontrola y se recela; en la forma que tu
primer beso fue negligente y la primera vez que golpeas una pared. Algo que terminará pasándote factura, en
tus nudillos, y no es nada baladí.
Me
que quedé dormido y soñé que llegó el deseado momento de la víspera de Año Nuevo
con mi novia, y luego esa gélida mañana cuando nos despertamos juntos. No sé
cómo decirlo… La cosa como el que no
quiere terminó sacando y expulsando del sótano de mi difunto moderno tío ochentero; a más de 50 personajes de aquella EGB. Se preguntarán: ¿Qué coño han estado hablando todas esas
personas?Porque éste es el
mejor momento que mi novia y yo hemos tenido en mucho tiempo, y tal vez fue
todo porque finalmente acabé bebiendo como un cosaco en la vieja Polonia y no
me hacía sentir estúpido por estar borracho, o alejarme de un beso y pidiéndome
que regresara directo al baño, donde un pequeño saltamontes, en el oído me
susurra: “cúrratelo con la Gillette lo
mejor que sepas, para rematar eltrabajo, con una cepillada de dientes gloriosa. Recuerda que hay que
pasar el limpiador porla lengua y
frotarla con fuerza; huele a alcohol y ese hedor le molesta, campeón”. A la mañana siguiente, echaba de menos a
todo ese puto tropel de la EGB, porque en Guadalajara todos nos conocemos y la
gente, se junta en cualquier sarao; entierros, fiestas patronales, elecciones
generales o profesiones de Semana Santa.
Decididamente, vamos
al puto McDonald's, pero Olga y yo no nos quedamos mucho tiempo, porque tenemos
que regresar a mi casa a ver Walking Dead con mi madre —qué bobo, si no habrán llegado de su fin de año— o lo que sea que
tengamos que hacer durante las vacaciones de invierno del instituto en
Guadalajara. Ni siquiera creo que McDonald's estuviera sirviendo nuggets de
pollo todavía.
Luego, lo más probable es que tuvieran las patatas camperas fritas del menú en
el desayuno; que es mucho menos satisfactorio. ¿No sé por qué cojones les cuento
este embrollo de las putas patatas? Creo que es por un asunto relacionado
con la inflación o la hinchazón de huevos. Pero, sigo dándole vueltas al
principio de año y compruebo, lo curioso que me resulta ver a la gente estar
haciendo un gran drama por conseguir que el desayuno se sirva todo el día,
aunque nunca obtengan un almuerzo por la mañana. Finalmente, cojo mi
Smartphone y entro en Google, donde leo: estrella de fútbol femenino, de
Zambia, ha sido encontrada muerta en su humilde casa. Dicen, las últimas
noticias que se había ahorcado, ante las constantes vejaciones y reiteradas
violaciones del entrenador de la selección nacional. Me quedé estupefacto y muy
triste. En esta tierra, se ven volar las
golondrinas, bandadas de golondrinas, en un largo viaje hacía la vieja África. Aquí
en el congelador de mi pueblo, sólo nos quedamos los zombis, mi novia y el puto
McDonald´s. Así son las cosas, cuando llega un nuevo año.
Dedicado a Martin Duffy mayo 1967/diciembre 2023 In Memoriam
La
tormenta lo había pillado desprevenido. Después de que lo dejaran en la casa,
se dirigió rápidamente por el patio trasero directamente hacia la orilla del
lago helado. El cielo parecía tan bajo
que casi podía alcanzar y tocar el vientre embarazado de las nubes sobre su
cabeza mientras salía de la granja. Había un silencio casi extraño en
el paisaje del Monte Whittlesey que estaba vestido de blanco por la nieve. Una
extraña inquietud lo había alejado de las rancias rutinas de la vida urbana
hacia la naturaleza abierta de esa tarde. La
invocación de la soledad y el consuelo de su propia imaginación se inspirarían
en la grandeza tranquila y cristalina del paisaje invernal. Parecía un tirón
irresistible en su alma. Esa llamada, a menudo, lo convocaba a salir y alejarse
de sus semejantes en sus frecuentes visitas al antiguo hogar ancestral. La
nieve estridente crujió bajo sus botas cuando en el hielo del lago, bastón en
mano, lo golpeaba hasta hacerlo romper. El lago estaba extrañamente desprovisto de
actividad humana ese día. Sin embargo, era una tarde de lunes a viernes. La
mayoría de las personas, naturalmente, estarían en sus trabajos o acurrucadas, en sus cómodas casas, en lugar de estar en el exterior, donde el frío ártico
penetrante cortaba el rostro. Las pocas cabañas de pesca en el hielo
que mostraban columnas de humo saliendo de sus chimeneas estaban al lado
opuesto de la cuenca. La mayoría de la media docena más o menos que había cerca
estaban libres —en un día laborable—
al final de la tarde. De vez en cuando, el sonido de un coche que pasaba por el
pueblo, por la carretera frente al lago o el canto de un pájaro invernal
rompían el mutismo. Por lo demás, el silencio fue ininterrumpido excepto por la
cadencia de sus propios pasos. Todavía
estaba demasiado cerca de lo que necesitaba para escapar. La cortesía parecía
una película grasienta adherida a su piel. El área cercana al pintoresco pueblo
se sentía tan contaminada por la invasión de la humanidad; como su corazón. Su
alma exigía la pureza del desierto. Alargó más el paso, dirigiéndose
deliberadamente al promontorio; que apenas se veía en el horizonte al otro lado
del lago. Sabía que se acercaría más a lo que buscaba una vez que, pasase por la
casa de bombas, que extraía el agua potable del lago antes de enviarla a la
planta de tratamiento. No había más cabañas o casas visibles a lo
largo de la orilla después de ese punto. Forzó sus sentidos para encontrar el
momento en que los sonidos de la misericordia ya no mancillaran el desierto. Su
espíritu se sentía manchado por la inmundicia de la vida urbana ordinaria en
los apartamentos del complejo de viviendas subvencionadas. Una vocecita dentro de él,
habló de lo que necesitaba, le aseguró que los bosques helados podrían limpiar
las manchas.
El
bocado del aire de febrero sabía a pureza. Los cristales de nieve espiritual
podrían formarse alrededor de los granos de los recuerdos sucios, convertirse
en hielo y nieve. Luego acabarían barridos por el aliento del invierno,
dejándolo purgado a su caminar. Al
menos ese era el pensamiento que —se
había apoderado de él— mucho antes de llegar a la casa de la que había
salido hacía el lago helado. No parecía tanto una noción como una compulsión. Era
incontenible, un impulso primitivo, que lo empujaba hacia adelante sin razón ni
motivación consciente. Era solo la necesidad instintiva de sentirse libre,
nuevamente, sin las restricciones de las costumbres de la civilización. El
fuerte estampido de un “crack rugiente”
se estremeció a través del hielo bajo sus pies. Le recordó la enorme
profundidad de la cuenca del lago que estaba cruzando bajo su capa de hielo
vidrioso. Había estado pescando en el mismo hielo la semana anterior y ya sabía
que esa capa tenía más de medio metro de espesor. Aun así, caminar sobre una
profundidad tan imponente —que su fondo sombrío— estaba eternamente desprovisto
de luz era desconcertante. En realidad, nunca abandona por completo los
pensamientos de uno, sin importar qué tan seguras sean las estadísticas que le
digan; el espesor del hielo. Estoicamente, caminó más y más lejos del pueblo
hasta que finalmente estuvo ensimismado con sus pensamientos. Más allá, en la lejana orilla derecha, el sonido de dos motos de nieve
arrancando señaló la partida del último de los pescadores, mientras
regresaban a sus casas y hogares a la hora de la cena. Con satisfacción,
escuchó los sonidos mecánicos desvaneciéndose en la distancia. Ahora, la paz
dichosa de la soledad lo envolvió, por fin, con sus brazos. Fue un pensamiento
hermoso. Sintió que la tensión que había estado cargando se desvanecía. Se
detuvo y simplemente respiró el aire helado, disfrutando del sabor fresco y helador del frío. Escudriñó los troncos oscuros y distantes de los árboles a lo
lejos en las orillas, ramas de hojas perenne veladas en una penumbra violeta, y
sonrió. Finalmente, era solo él y la naturaleza. Fue entonces cuando
empezaron a caer los primeros copos. Sabía que el pronóstico del tiempo
anunciaba nieve, pero esperaba que se mantuviera hasta después del anochecer, y
así, dar por concluida su caminata. Sería una tontería continuar con el
anochecer acercándose rápidamente y la nieve cayendo. Como si de un suspiro se tratase, decidió dar la vuelta para regresar a la casa. A pesar de la
lógica obvia, solo lo hizo con una punzada de arrepentimiento. No había viento,
pero muy pronto empezó a nevar con mucha fuerza. El cielo se llenó con el tamizado
silencioso de enormes copos casi del tamaño de bolas de algodón que caían a la
deriva.
Sombríamente,
notó lo lejos que estaba la orilla más cercana, casi un kilómetro, por donde
caminaba. Ya estaba oscurecido y la neblina blanca se dejaba notar. Pero eso no importaba. El
camino de vuelta me resultaba familiar. El lote de madera primigenia de la
familia se extendía a lo largo de la orilla norte del lago, que ahora estaba a
su derecha: después terminó por darse la vuelta. Los
senderos forestales que conocía de memoria eran un camino fácil de regreso a
casa y una apuesta más segura para orientarse. Desorientarse en medio de la
creciente tormenta sería un asunto complicado. No tenía sentido arriesgarse a
dar un rodeo tan farragoso. Empero, la nueva nevada estaba haciendo, que cada vez, fuera menos seguro pisar el
hielo del lago. Giró a la derecha y se dirigió hacia la lejana línea de
árboles. Como si percibiera sus
intenciones. El clima se intensificó repentinamente, arrojando nieve como si la
naturaleza misma estuviera tratando de bloquear su camino. La visibilidad
disminuyó rápidamente hasta que todo más allá de unos pocos metros, en todas las
direcciones, no era más que un mar blanco. Era como si el cielo lo envolviera en
un capullo suave. El cielo era blanco. El hielo era blanco. La nieve era
blanca. Todos los colores del mundo se
desvanecieron en un interminable vacío acromático. Su aliento humeaba blanco
frente a él, como si el fuego vivo de su espíritu estuviera tratando de escapar
para unirse a ese mundo etéreo de alabastro. Ese concepto era un poco más inmaculado de lo que esperaba. A su alrededor, en todas direcciones, no
había nada más que un ominoso velo de espeluznante y plateado silencio,
puntuado, sólo por los sonidos de su propia respiración y el crujido de la
nieve nueva bajo sus pies. Todavía estaba bastante seguro de su porte. Aun
así, era profundamente desconcertante caminar a ciegas hacia un destino que
solo estaba adivinando. Todo sonido fue amortiguado por la cortina de nieve.
Era como si hubiera salido del mundo y entrado en algún pasadizo metafísico. Ese tipo de caminos con historias eran del
tipo que podía dejar a un vagabundo en cualquier lugar, en cualquier mundo, si
supieran cómo discernir los caminos correctos. Su alma se abalanzó sobre la idea;
se aferró a él con fiereza. Oh, ¿Qué tan
maravilloso sería emerger del estancamiento de su existencia mundana a un reino
de hadas como todas las viejas historias hablan? Seguramente, no podría
haber mayor reivindicación de su espíritu melancólico que si pudiera demostrar
de una vez por todas que había más en la vida que una existencia banal desprovista
de magia y grandeza real. En el corazón de plata del invierno, realmente se
sentía como si un sueño tan sublime pudiera existir. Si supiera lo suficiente
de las viejas costumbres, podría rastrear esos pasos secretos. Tal vez podría
realizar ese sueño.
El
concepto ardía dentro de su corazón. ¿Qué
tan maravilloso sería evitar el insensible mundo de los hombres y ser parte de
algo más antiguo, más salvaje? ¿Podría el blanqueamiento elemental realmente
borrar la mancha de la humanidad? Tal vez,como respuesta al amargo anhelo de su corazón. Un áspero grito de advertencia de
un cuervo anunció su acercamiento repentino a la costa prácticamente invisible.
Los troncos del bosque primitivo de abetos se erguían, como las imponentes columnatas, de un templo pagano de medianoche, todavía borroso a través de la
nieve que se interponía. De repente, una gran mancha oscura en el hielo
apareció frente a él. Era algo no blanco ni plano: como el resto de la
capa de hielo, estaba rojo. Sintió que el aliento se le atascaba en la garganta.
Una descarga eléctrica corrió por su columna, congelándolo en seco. El cadáver
mutilado y helado de un ciervo yacía extendido en una sección de seis metros
del hielo delante de sus ojos. Sus
miembros fueron desgarrados. Las costillas astilladas yacían abiertas hacía el
cielo como los arbotantes de una catedral profanada; un sacramento mundano que
lentamente se lava con la nieve fresca. Aunque vuestros pecados sean como el tarquín, como la nieve serán lavados. La escritura familiar saltó espontáneamente
a su mente. Esa caligrafía sagrada parecía más siniestra que
reconfortante a la luz del espantoso descubrimiento. Parecía que la naturaleza misma estaba tratando de ocultar su lado
mentiroso debajo de una mortaja blanca y suave, un depredador astuto arrullando, a su presa con una falsa seguridad. En todo el sitio, las huellas reveladoras
de las patas, contaban la espeluznante historia de lo que había sucedido de
manera demasiado vívida. Su sangre se congeló cuando se dio cuenta de que,
sin darse cuenta, había caminado directamente hacia lo que parecía ser una
matanza de lobos. Su corazón sufrió un vuelco ante las espantosas implicaciones.
Sin embargo, su mente se rebeló contra el concepto. No debería ser posible. —Ya
lo dijo mi padre…“En febrero cara de
perro; mataste a mi abuelo en el leñero y a mi abuela en el lavadero”. La
blancura se apoderó de él, perfectamente limpia y salvaje. Levantó la cara
hacia los acogedores brazos de la nieve y aulló.
FIN
Dedicado
a Tony Bennett agosto 1926/ julio 2023 In Memoriam
Pasó
otro minuto y aún no había señales del 292, así que saqué otro Chester y me lo metí
en la boca. Observé que el hombre había hecho lo mismo, al mismo tiempo, con el
mismo giro de muñeca que había aprendido en operaciones especiales, en la
sierra de Guadalajara, como si me estuviera imitando. Saqué mi encendedor, lo encendí y alumbré mi cigarrillo. Dio un tirón
hacia mí y de repente, me asaltó. ¿Tienes fuego? —preguntó. Claro,—dije, y le
entregué mi encendedor. Cuando terminó de encender su More extra menthol, me
tendió el encendedor y me dijo: Hola, soy Roberto. —Tomé mi encendedor y dije: —Hola, Andrés. Volvió a poner la
mano en la cadera, se giró y miró hacia la noche. Realmente quería ocuparme de
mis propios asuntos. Estaba contento con mis cálidos pensamientos, y no quería
nada más que olvidar mis manos heladas, mis dedos de los pies entumecidos y mi
tardanza. Me miré las botas y pateé un
poco la nieve que cubría la calle. Cuando me volví para buscar el autobús calle abajo,
vi a Roberto fumando. En no más de tres caladas, el cigarrillo llegó al filtro.
Me quedé embelesado por su acercamiento: el humo salía de su nariz, de su boca,
de sus oídos, de su sombrero. Sus ojos parecían estar enfocados en un punto, de
algún lugar, en la distancia. Arrancó la punta del cigarrillo, se lo metió
en el bolsillo, sacó otro cigarrillo y se lo metió en la boca. Luego sacó un
puñado de encendedores del bolsillo de su abrigo. Su abrigo no era más que el
exterior de una vieja chaqueta de esquí sobre un jersey de lana verde, negro y
rojo.
No
con cremallera, pero aleteando holgadamente, por los costados. Encendió el
cigarrillo. Antes de dar tres bocanadas, él había destruido dos cigarrillos
enteros. El autobús apareció por la carretera. —El autobús llega temprano, dijo.— No, es tarde, dije. Está previsto que llegue a las seis y
cincuenta y nueve, dijo, y se puso la manga del abrigo sobre el reloj de
pulsera. Son sólo las seis y cincuenta y tres. Sí, me encogí de hombros. —Me
voy a casa, dijo. —¿A dónde vas? A
cenar, dije. El autobús rodó hasta la acera, con sus frenos rechinando y el
motor resoplando. Me subí primero. Mientras caminaba hacia la parte de atrás,
me decía a mí mismo; por favor, no te sientes a mi lado, por favor, no te sientes
a mi lado... Supuse que Roberto era un hablador compulsivo, y yo, quería un
poco de soledad. Había otro tipo en el autobús, muy atrás. Parecía un poco
sombrío, así que tomé asiento en la última fila de la platea mirando hacia
adelante. Roberto estaba parado al frente del autobús. Llegas temprano, le
dijo al conductor del autobús, quien dijo:—
No, llego tarde. —No es bueno llegar tarde, dijo Roberto. Nunca llego
tarde, continuó; Fumo tres cigarrillos por la mañana después del desayuno y
llego directo a la parada del autobús a las siete y cuarto. No puedo permitirme
llegar tarde, tengo un régimen. Llegar temprano no es tan malo. El conductor lo
ignoró. Roberto continuó hasta que el conductor dijo: —escucha, amigo,
siéntate. Sólo siéntate, tengo que
conducir el autobús. Roberto se quedó allí por un momento con la boca abierta.
Se movió a los asientos en la parte delantera e hizo ademán de sentarse, dobló
las piernas y colocó el trasero sobre un asiento. Pero el autobús se detuvo —con un nuevo frenazo— que dejó un
chirrido penetrante. Volcándose hacia un lado y golpeándose contra el suelo
en su rodilla izquierda. —Ahhh!, dijo.
El suelo estaba sucio de aguanieve y sus pantalones se empaparon. Maldito cabrón! —dijo en voz alta.
Caminó
de regreso a la parte delantera del autobús. El conductor le espetó:— tienes que asegurarte de estar sentado o
aguantando, amigo. ¿Qué quieres que haga? —dijo Roberto.
Parecía enojado, como si pudiera gritarle al conductor o golpearlo, pero se dio
la vuelta y volvió a dónde había tratado de sentarse, y se sentó. Miró hacia la
parte trasera del autobús y me llamó la atención. Tenía algo enrojecida la cara
y aparté la mirada rápidamente. Solo me ocupaba de mis propios asuntos, y
nada de eso me preocupaba. Aun así, sentí que había entrado en una tragedia
inevitable. Negué con la cabeza y me reí por dentro. Estas cosas siempre me
pasan, a mí. Siempre caigo en malas situaciones. Soy demasiado sensible. Cada
vez que veo a alguien luchando, empiezo a sentirme solo y angustiado. Mis propios problemas parecen
superficiales. Odio sentir pena por la gente, porque el mundo no es perfecto y
no puedo sentir pena por cada bastardo desafortunado con el que me cruzo. No me
gusta este ambiente inestable. Mi imaginación comienza a correr por todos los
escenarios. Palizas, robos a mano armada, sangre y tripas: este tal Roberto
podría haber tenido la idea de aplastar la cabeza del conductor del autobús o
seguirme fuera del autobús y tratarme brutalmente. Cuanto más miraba mi
propio reflejo en la ventana, más incómodo me sentía. Miré a Roberto y vi que
ahora tenía la mirada fija delante de él, por las ventanillas laterales. Su
rostro aún estaba sonrojado, pero parecía tranquilo. Bien, pensé. No hace falta
que nadie se ponga violento.
Pasó
un minuto en silencio. Noté que Roberto se parecía mucho a mi amiga Úrsula. Eso
no es tan malo, excepto que Suli es una mujer. Me encontré mirándolo de nuevo. Vi su reflejo en la ventana e imaginé que,
en lugar de mirar hacia la oscuridad, me estaba mirando a mí mientras miraba su
reflejo. Tenía una expresión fría en sus ojos. Pensé que tal vez estaba perdido
en sus pensamientos, o que sólo era un idiota vacío, pero luego se volvió hacia
mí y sonrió; se sintió realmente incómodo. Me quedé helado. Se levantó muy
despacio sin quitarme los ojos de encima y caminó hasta la parte trasera del
autobús. Miré por la ventana. Mi corazón se aceleró. Se detuvo en la puerta
trasera. Podía ver su reflejo en mi ventana, mirándome, con esa sonrisa en su
rostro. Tocó el timbre. El autobús se detuvo y la puerta trasera se abrió. Se
sentía como si estuviera allí parado por una eternidad, mirándome con la puerta
abierta. Me volví hacia él. —Gracias por la luz, Andrés, dijo, y se bajó del
autobús. —Mierda, esa era mi parada. Cabalgué hasta el siguiente asidero para
no tropezarme con él. Saqué la pequeña
caja verde del bolsillo de mi abrigo y comencé a jugar con ella. El anillo de
plata en el interior brillaba como una luna enjoyada. Mi corazón se hundió. Sí.
La noche, una vez más, esa excusa,para
llegar tarde, pensé… “A buenas horas,
mangas verdes”¿Por qué cogí el autobús?
Llevaban
mucho rato de pie, en los escalones, dos tipos, en la mañana de aquel gélido y crudo febrero. Después, de colocarme las lentes, observé a un hombre y una mujer. Ella, alta y huesuda, con el rostro enrojecido por el frío, había estado aquí
antes. De repente se escucha: —“Hola,
Ahmed”, y se acercó a la puerta.
Cuando abrió la
boca, un diente frontal astillado se asomó. Lo había notado la primera vez que
había pasado por allí; era una de esas cosas que una persona normal habría
arreglado de inmediato. El hombre que estaba detrás de ella empañaba sus lentes
con cada respiración. Ambos vestían chaquetas de invierno con capuchas grandes.
Su auto compacto estaba estacionado en el camino de la entrada. —Ella no dijo ni una palabra. Sus
mejillas se encendieron con un rubor no deseado. —Luchó contra el impulso de cerrarles la puerta en las narices.
—“¿Podemos
entrar?”
—dijo la mujer, y bajó los ojos, como si la imposición realmente le doliera,
porque tenía mucho respeto por la privacidad personal.
Usaron
un cierto tono, como si no creyeran que los entendías, y emplearon una manera
fingida y halagadora. Tenías que estar seguro de no caer en la trampa. Se
preguntó dónde lo habían aprendido, o si solo las personas con talento (actores prometedores como estos dos)
encontraban trabajo en este campo. —Mauro babeaba en su muñeca, y notó que la
sostenía como un escudo.
La mujer dio otro
paso adelante. El hombre se quedó en las escaleras. Se quitó las gafas y las
limpió con un paño. La mujer miró expectante a su colega y luego a ella. —“¿Qué tal si pasamos a charlar, Ahmed? “Murmuró
algo en la respuesta, abrió la puerta de un empujón, y se vio a sí misma,
haciéndose a un lado y permitiéndoles la entrada. —Sus chaquetas crujieron como
cristal eslovaco.
Los
colgaron en los ganchos sobre la bolsa de papel llena de correo, cartas que
probablemente habían firmado ellos o alguien con quien trabajaban. Ninguno de los dos pareció darse cuenta. Se
quitaron los zapatos, dejando al descubierto los calcetines; el suyo tenía un
agujero en un dedo gordo del pie.
Y
luego se movieron más adentro de la casa. Con movimientos silenciosos. Ávidamente.
Incluso si se trataba de una visita puramente rutinaria, se acercaron a su
botín con una excitación ardiente y mal disimulada. Se quedaron mirando en un
cálido silencio, a través de sus ventanas sucias, absorbiendo la vista. Su
perspectiva. Se dieron la vuelta y
miraron la chimenea; su pequeño control remoto blanco estaba sobre la mesa de
café a pesar de haberse acabado el gas y que ya no se podía encender. Miraron
el cuadro de la pared del fondo, su cuadro, el que supuso que había sido robado
cuando Albert, el cartero, se lo dio. Ya habían enviado a un tasador, que había
revisado todo. —Ella los observó. —“¿Te
importa si nos sentamos aquí?” preguntó la mujer, sosteniendo una mochila
que tenía el logo de la Autoridad Francesa de Delitos Económicos.
—Ella
asintió y trató de recomponerse, ordenar sus pensamientos. Se sentaron en el
mismo sofá. —Se escuchó preguntar si querían café. Lidiando por tintinear
neutralidad. Cortés, pero no demasiado. —“Claro”,
dijo la mujer, sorprendida. “¿Por qué
no?” Ella hizo una pausa. —Sintió una leve náusea. “Eso sería
encantador", continuó. "Si no hay problema”. —La mujer miró a
Mauro, que estaba sentada en el suelo con el cable. Sacudió la cabeza y cansadamente se hizo eco de las palabras de la
mujer, en un tono que bordeaba el sarcasmo. Algo que debería moderar, para no
ser tan descarado. —“No, no es ningún
problema en absoluto”. No quería parecer desafiante. No quería
demostrar que lo que decían o hacían la afectaba de alguna manera. Se suponía
que debía ser indiferente. —Tan frío como el lodo helado de afuera. Encendió la máquina de café, que había
llenado con los últimos granos del brebaje que le quedaban, de unos días antes
de su última dosis, y el sonido ahogó todo lo demás. Preparó dos tazas,
aliviado porque ninguno de ellos pidiera leche, ya que ella no tenía y no la
había tenido durante mucho tiempo, aliviada de que hubieran dejado de
curiosear. Pero ahora sus ojos estaban puestos en ella. La luz gris oscurecía
y ensombrecía sus contornos. —No podía creerse que estuvieran aquí.
Rebuscó
en la cocina y encontró un paquete de galletas que había estado en el armario
desde que su cuñada Hannah las había traído. Las colocó en un plato japonés y dejó el plato y las tazas en una
bandeja, que llevó y colocó sobre la mesa de café. Aunque vio que ellos vieron
la perfección en ese acto, su presencia la hizo sentir como una niña. Se había
movido por la cocina como si no fuera realmente suya, y habían seguido cada uno
de sus movimientos. Probablemente debería vestirse, ¡Pero qué diablos!Su
maldita bata, la bata de él, esa bata sucia donde los rastros de su piel se
mezclaban con la leche materna y las heces de su hija, habían costado más que
todo lo que llevaban puesto juntos.—Pero ellos sabían eso.
Sabían
de cada una de sus posesiones. Quizás no estos dos, específicamente, pero
alguien en algún lugar lo sabía. Tenían fichas de hasta la última corona.
Todo estaba
documentado, cada una de sus compras, cada paso que había dado, o eso parecía.
Fotos de ella en aviones y en la relojería. Entradas a Tailandia y Brasil,
membresías en gimnasios, dermatólogos, relojes, joyas, autos, botes. El perro y
el caballo; tenían cada uno su propia columna. —Eran peores que los policías.
Eran
polis, había dichoAhmed.
La policía, la Autoridad de mil agencias: la Agencia Tributaria, la Caja del Seguro Social, la Autoridad de Delitos
Económicos, la Fiscalía de Aduanas, la Dirección General de Migraciones. Todas
las agencias gubernamentales trabajaron juntas y compartieron información sobre
las personas de la lista. Cuando se dio cuenta de que era una de esas
personas, leyó todo lo que pudo sobre el decomiso civil, y ella esperó a que él
dijera: Es solo dinero. Pueden tomar lo
que quieran; hay más en camino. —Pero
nunca lo hizo. La mujer revolvió su café con una cuchara. —"Ahmed,
siéntate", dijo. Se sentó en el sofá frente a ellos. El hombre tomó
una galleta, se la metió en la boca y luego se lamió las migas de los labios.
Podía oírlo masticar y tragar, y el aroma del café la desgarró. Debería haberse
sentado para empezar, no debería haberles permitido ver que no quería sentarse.
Para pronunciar
las palabras, se aclaró la garganta. —“¿De
qué va todo esto?”— Dijo ella — “Sabes
muy bien de lo qué se trata. Estamos aquí por el embargo de bienes”. —La
mujer la miró preocupada y sacó una carpeta de plástico de su mochila. Sacó una
página y se la entregó. —Ella lo tomó. —Miró
a Mauro y su cable y luego al periódico, aunque no quería. —Y ponlo sobre
la mesa. Usando dos dedos, la mujer lo empujó más cerca de ella. —La mujer la
miró fijamente.
“Bueno, sí, de
hecho lo haces. “No?Desde que se llevó a cabo esta
investigación, hemos determinado que sí. Esto de aquí es su deuda con la
Agencia Tributaria, que nos ha sido entregada para su cobro. Esto ya lo sabes.
Se limpió una gota de café de la boca.
“Después de concluir la investigación, se le informó del
resultado y desde entonces llamamos y enviamos cartas… Intentamos comunicarnos
con usted. Y, por supuesto, esta no es mi primera visita”.
La
mujer hizo una pausa. Cuando volvió a abrir la boca, sonaba más comprensiva. —“Y como hemos hablado antes, quería venir
en persona, antes del desalojo, para asegurarme que tenga claro lo que está por llegar”. —“Seguro.”
Fue
todo lo que pudo decir. —Podía oírse a sí misma respirar. Un gorrión se posó en
la barandilla de la terraza. Picoteó la madera. —Los
ojos de la mujer estaban muy abiertos, compasivos. —“Los bienes serán embargados
para cubrir su deuda tributaria pendiente. Esto siempre ha estado en las
cartas. Esa decisión se tomó hace mucho tiempo, pero creo que es importante que
entiendas, realmente, lo entiendas, Ahmed, y, que va adelante”.
“De acuerdo
entonces.”. —Mauro golpeó el suelo con el cable.Notó que la niebla se había disipado y que
el viento azotaba los juncos secos. Un colimbo de garganta negra voló sobre el
lago. Había un lugar desconocido en la ventana, pegajoso y blanquecino, que no
había notado antes. Se quedó mirando el lugar durante un buen rato, hasta que
se sintió obligada a volver su atención a la mujer. —“Se han evaluado sus ganancias y gastos de los últimos años, sus
viajes y la propiedad de, entre otras cosas, esta casa.” La cual, está
libre de hipoteca. “Observó cómo se
movía el rostro de la mujer mientras hablaba. Sus poros a lo largo de los lados
de su nariz estaban agrandados, algunos obstruidos. —A regañadientes, se encontró con su mirada. —“Y los activos líquidos imponibles han sido
evaluados, pero eso lo sabes.” También te han remitido a la Agencia
Tributaria, empero aún no has realizado ningún pago. “Miró a la mujer,
al papel sobre la mesa, y sintió que la habitación se movía. Cayó detrás de
ella, el suelo se abrió, las paredes se separaron, miró a Mauro
—"¿Cuándo sucederá?”—preguntó alucinada.
—“Bueno, la
solicitud está programada para la próxima semana, lo que significa que será, a
ver…, en nueve días. Y en ese momento también confiscaremos un vehículo, es
decir, su automóvil... El que está estacionado afuera, ¿correcto?—Supongo.”
Uds. Saben más que yo. El gran pájaro blanco y negro se elevó en el cielo, con
las alas extendidas. Uno de ellos parecía estar apuntando directamente hacia el
cielo. El cristal a prueba de balas no dejaba pasar ningún ruido, pero se
imaginó el grito del pájaro latiendo sobre el lago, sobre todo lo que había al
otro lado del cristal. —“¿A dónde se
supone que debo ir?”—No
había querido decir eso en voz alta. Como para subrayar la humillación, la
mujer no respondió. Algo surgió del vacío interior: Náuseas y vómitos. Se fue
la luz y dejó de respirar.
FIN
Dedicado a Lluís Llongueras mayo1936/mayo2023 In Memoriam
Hoy
siento un pequeño cosquilleo a la altura de esófago, pues, no todos los días se
tiene el placer de hablar de unos de los mayores genios del pensamiento
filosófico y literario. Además, no todo
el mundo sabe que el maestro Benjamin fue un viajero consumado. En sus últimos
años de vida, hasta su desgraciado final. El maduro profesor quiso hacer lo que
siempre le gustó a lo largo de su vida; observar y escribir. Lo que nunca me
imaginé fue un día en Ibiza —en aquellos años— donde la libertad afloraba en
cada poro de tu piel, iba a ser que un zumbado guiri de Friburgo, me llevase al
lugar donde vivió el gran Walter Benjamin, en San Antonio (Ibiza). Ya ha
llovido mucho, de aquel año 1984, cuando con apenas 15 años, me curraba 16
horas al día, al servicio de todas las huestes del turisteo. Sin embargo, WB, andaba
centrado en el proyecto crítico de ubicar un umbral entre el París del siglo
XIX y el Berlín del siglo XX que revelaría una afinidad entre dos épocas.
Juntos, constituyeron los parámetros de la modernidad. Estas épocas representan
para Benjamin la piedra angular del fascismo y ofrecen valiosas pistas para una
interpretación de la crisis histórica del tiempo y actúan como presagio para
las generaciones futuras. Benjamin asoció el surgimiento del terror fascista
con el colapso del origen que separaba a los muertos de los vivos, un umbral
que se había vuelto cada vez más ambiguo con la guerra colonial global y el
llamado a la movilización general de la población civil. Estaba fascinado por el proyecto de recopilar relatos de los muertos
por venir, ya sea en el caso del suicidio heroico o de los trágicos cuerpos
desechables que el nacionalsocialismo finalmente erradicó al declararlos
indignos de vivir. Entonces se hizo difícil identificar a un solo líder en la
maquinación de este nuevo sistema de violencia que brotó del cuerpo del Estado.
Eventualmente, Benjamin reconoció al flâneur como una figura improbable del
conspirador, así como su contraparte posterior, las nauseabundas camisas pardas
fascistas destruían a su paso todo tipo de concepto de inteligencia humana. Esta
interpretación del flâneur se explica por la fascinación que Benjamin sentía
por Baudelaire, un personaje en la frontera entre el héroe y el matón. El espectro de la multitud nunca está lejos
de esta escena de peligro físico. Allá por el invierno de 1932 no le impidió
quejarse sobre lo que parecía ser una oportunidad perdida: el centenario de
Goethe estaba arrancando y, “como la
única persona además de a lo sumo dos o tres que saben algo sobre el tema, por
supuesto tengo ninguna participación en él”.Y concluye, con un
comentario de soslayo vistazo a la posibilidad de conocer a Scholem en algún
momento de la curso de su próxima visita de cinco meses a Europa: “Planes que no puedo hacer. Si tuviera algo
de dinero, me largaría antes de que pase otro día”. Como sucedió, después
de todo fue llamado a participar en el Goethe centenario contribuyendo con dos
artículos: una bibliografía comentada de obras significativas sobre Goethe
desde la época del poeta hasta el presente y un ensayo de revisión sobre
estudios recientes de Fausto, en un número especial de Goethe del Frankfurter
Zeitung. La ganancia inesperada le
proporcionó ingresos suficientes para escapar de Berlín. De su viejo amigo
Felix Noeggerath, el “universal genio”
a quien había conocido por primera vez en la Universidad de Munich en 1915, me
enteré de un lugar de vacaciones único en el archipiélago balear frente al
costa este de España, un retiro isleño virgen que ofrece algo como el polo
opuesto a su actual existencia metropolitana, y el posibilidad de vivir
prácticamente con nada. La renovación del contacto conDos piezas de este tipo derivadas de
historias contadas en el mar y en la isla son “El pañuelo” y “La víspera de
la partida”.
La
primera de estas piezas, que aparecería en el Frankfurter Zeitung de noviembre,
y que medita sobre el “declive en la
narración” y la relación del arte de contar historias nosólo a una cierta ociosidad sino a la
sabiduría o "consejo" (a diferencia
de “explicación”), anticipa directamente el ahora famoso ensayo de 1936, “The Storyteller”. Desde Barcelona cogió
el ferry a la isla de Ibiza, la más pequeña y (en ese momento) menos turística de las Islas Baleares, donde, en
su llegada a la ciudad de Ibiza, capital de la isla y principal puerto, supo
por Noeggerath que ambos habían sido víctimas de una estafa. Noeggerath no solo había sugerido Ibiza
como el objetivo del viaje de Benjamin, sino que aparentemente le proporcionó
los medios para prolongar su estancia allí, poniéndolo en contacto con un
hombre que le prometió alquilar su apartamento en Berlín mientras estaba fuera;
este mismo hombre también había alquilado una casa en la isla a los Noeggerath,
quienes generosamente le ofreció a Benjamín una habitación. Benjamin se había
decidido rápidamente por estos arreglos y contaba con los ingresos mensuales
para su subsistencia en España. Al final resultó que, su subarrendador y
propietario de Noeggerath era un estafador. Ocupó el apartamento de Benjamín
durante una semana. Antes de huir de la policía, que lo arrestó más tarde ese
verano. No sólo no se pagó el alquiler de Benjamín, sino que la casa que el
estafador había alquilado a los Noeggerath ni siquiera le pertenecía. Después, cuando se descubrió la estafa, Noeggerath
obtuvo permiso para vivir sin pagar
alquiler durante un año en una casa de campo de piedra en ruinas fuera del
pueblo de San Antonio, cuya vivienda accedió a acondicionar a su por su propia
cuenta, mientras que Benjamin encontró alojamiento por 1,80 marcos por día,
comidas incluidas, en una “pequeña casa campesina en la bahía de San Antonio
Noeggerath es solo uno de los giros sorprendentes en la vida de Benjamin en
esta vez. Aunque ambos habían estado viviendo en Berlín durante años,
habían perdido completamente el contacto el uno con el otro; ahora, la mera
mención de Ibiza, por parte de Noeggerath, Benjamin hizo las maletas y huyó de
la ciudad para lo que sería la primera de dos largas estadías en la isla
española. A pesar, de la devaluación del marco. La situación de la economía alemana era paupérrima, pero compararla con
la pobreza de un país como España, lo marcos daban para muchos chupitos de
hierbas de la tierra.Eso, se tradujo, en fantásticas noticias para
Benjamin, quien por entonces, su bolsillo sólo acumulaba polilla. La adversidad
se estaba cebando con él y gran parte de la población, de origen judío. Realmente, es tremendo que un intelectual
de su talla que pertenecía a una de las familias más ricas de Berlín estuviera
con la soga al cuello. Empero, las bondades, (permítanme el sarcasmo) de la nazificación, trajo, en muy pocos
años, el exterminio de la raza judía, gitana, negra, discapacitados y LGTBI.
Él, acabó perdiendo su apartamento en Berlín por “violaciones del código” entre el subterfugio de los supuestos
estafadores, y su trabajo para los muchos periódicos alemanes, que colaboraba.
Así como sus historias de radio para niños, serían finiquitados. Su hermano
Georg, un ferviente comunista, sería internado en un campo de concentración en
1933.Volviendo a su viejo amigo
Noeggerath, Benjamin, no dudo, al aceptar la invitación. Sin duda, las drogas
eran importantes para Benjamin, versado en las divertidas excelencias del
hachís —que ya había probado— en el
Berlín, a finales de los años 20. Confirmaron
su aproximación a la realidad y la revolución, al arte y la política, un
acercamiento moldeado y agudizado por su experiencia en Ibiza. Permaneció en la
isla dos meses, regresando por otros seis en el verano de 1933.La hermosa y primitiva Ibiza fue para
Benjamin, además de un lugar apacible y retirado, un sitio, donde poder
reflexionar respecto a su propia vida —rememorando su pasado y tratando de
hacer planes para un inminente futuro pleno de incertidumbre—, un espacio ideal
para la indagación y el estudio de unos de los asuntos que más le preocupaban:
las relaciones entre lo antiguo y lo moderno.
En
aquella “pobre isla del Mediterráneo”,
el mundo parecía seguir siendo como había sido siempre, y sólo había empezado a
verse perturbado por la presencia de viajeros que, como el propio Benjamin,
llegaban de un mundo en crisis, un mundo en el que la experiencia de lo nuevo
había desplazado, a menudo de forma traumática, cualquier otra experiencia
surgida de la tradición.Inalterable
durante siglos, ignorada por el resto de Europa, Ibiza empezó en los años
treinta a convertirse en foco de interés para los viajeros y lugar de refugio
para otros. En 1932, sin embargo,
todavía estaba al margen del comercio internacional y la modernidad en general,
cuyas comodidades simplemente no existían allí. Benjamín no tenía quejas. Por
el momento, disfrutó de una especie de satisfacción realzada por el esplendor
del paisaje, el "más intacto" que jamás había visto. Tristemente, se enterró
en su pasado remoto, escribiendo sobre su infancia en Berlín. Sin embargo,
también escribió satíricamente y al detalle de su entorno. Ese otro “pasado remoto”, o al menos eso le
pareció, este “puesto de avanzada de
Europa” aparentemente intacto por la modernidad. Aquí, pudo enfrentar de frente su idea central sobre la modernidad, la
cual, atrofiaba la capacidad de experimentar el mundo y contar historias. En
el esplendor alucinatorio de Ibiza, con su futuro lanzado al viento, Benjamin
formuló los que yo consideraría sus textos principales —sobre el narrador y sobre la facultad mimética— además de inventar
nuevas formas para el ensayo como género cruzado que vinculaba ilusiones, figuras de pensamiento, narración de cuentos yetnografía. Casualmente,
cuando uno recurre a este género cruzado, en los que los escritos más conocidos
de Benjamin pierden gran parte de su oscuridad. Leer su famoso ensayo “The Storyteller”, por ejemplo, es
experimentar lo que el teórico literario Ross Chambers confesó una vez: “Cuando leo a Benjamin, creo que es el
material más brillante que he leído. Cuando termino de leer, no puedo recordar
nada”.Pero si lees las propias historias de Benjamin, como “El pañuelo” o su relato ficticio de
cómo toma hachís en Marsella, entonces en un instante entendemos “El cuentacuentos”. Benjamin, a través,
de la técnica del viaje, que consistía en recolectar y crear historias a través
de una mezcla de “figuras de pensamiento”
regidas por un interés galopante por la mímesis, una sensibilidad hipertrofiada
por las similitudes. Esto no es
diferente a lo que Proust pretendía con mémoire
involontaire, pero esta destreza de viaje era histórica y cósmica tanto
como personal. Este Benjamín ibicenco, casi pages isleño, el Benjamín narrador,
se encuentra varado como una ballena, un narrador fuera de la historia,
practicando lo que él mismo decía muerto.Se
levantaba a las seis o las siete, nadaba en el mar y miraba a lo lejos. Luego
se refugiaba en la maleza del bosque. Leía, garabateaba y tomaba el sol apoyado
en el tronco de un árbol. Así pasó muchos días largos privados de casi todo, de
“luz eléctrica y mantequilla, licor y
agua corriente, coqueteo y lectura del periódico”.Hacia las dos volvía a almorzar con sus anfitriones y
jugaba un rato a las cartas o al dominó antes de irse a perder el tiempo al
café. A las nueve de la noche, o a las diez y media a más tardar, se retiraba a
su habitación —habitación que compartía
con “trescientas moscas”— y se sumergía en un libro. Leer las propias
incursiones de Benjamin en la narración es sumergirse en la emoción de cruzar
géneros y ver al crítico convertirse en practicante, como con los cuentos que
absorbió mientras viajaba en tercera clase en el barco Catania durante once
días desde Hamburgo a Barcelona en ruta a Ibiza en 1932: cuentos fertilizados
por la monotonía de la vida del barco, luego recreados en otra forma por
Benjamin. También están los episodios
etnográficos a modo de cuento que aparecen en sus cartas desde Ibiza a Gretel,
Adorno, y la escultora Jula Cohn. Una carta a Cohn, escrita en el cuadragésimo
cumpleaños de Benjamin y titulada “In the
Sun”, fue destacada por su amigo Gershom Scholem, un estudiante de toda la
vida de la Cábala judía, por su “misticismo”
y “poesía”: Es obvio, que el hombre que caminaba sumido en sus pensamientos
no era de aquí; y si, cuando estaba en casa, le venían pensamientos al aire
libre, siempre era de noche.
Con
asombro recordaba que naciones enteras —judíos,
indios, moros— habían construido sus escuelas bajo un sol que parecía
hacerle imposible pensar. Este sol le quemaba la espalda. La resina y el
tomillo impregnaban el aire en el que sentía que luchaba por respirar. Un
abejorro le rozó la oreja. Apenas había registrado su presencia cuando ya
estaba absorbido por un vórtice de silencio. Este extraño que caminaba sumido en sus pensamientos era el hombre que
antes había reclutado la “intoxicación” para la causa revolucionaria con el
argumento de que podía abrir la "esfera de la imagen largamente buscada"
y, por lo tanto, inervar el “cuerpo colectivo”.
Así, era el hombre que en ese mismo ensayo (“Surrealismo: la última instantánea de la intelectualidad europea”),
publicado en 1929, dos años después de haber probado el hachís por primera vez,
había advertido contra el hechizo del misticismo y las drogas, abogando en
cambio por una “iluminación profana”
que reconocía el misterio de lo cotidiano, la cotidianidad del misterio. ¿In
the Sun logra esto? ¿Fue realmente escrito sobre drogas, como sugiere Valero, o
es una intoxicación metafórica y no real, y esta distinción importa? El
contrapunto al sol era la luz de la luna, como en la nota de Benjamin de 1932
“Sobre la astrología”: En principio, los acontecimientos en los cielos podrían
ser imitados por personas de épocas anteriores, ya sea como individuos o como
grupos. El hombre moderno puede ser tocado por una pálida sombra de esto en las
noches de luna austral en las que siente, vivas en sí mismo, fuerzas miméticas
que creía muertas hace mucho tiempo, mientras la naturaleza, que las posee
todas, se transforma para parecerse a la luna. La mimesis fue fundamental
para la teoría del lenguaje de Benjamin, tal como lo fue, creo, para su teoría
de la historia. En Ibiza, Benjamin peleó contra el gato y el perro con su nuevo
amigo, el pintor Jean Selz, sobre ciertos aspectos de esta teoría. Benjamin
había contratado a Selz para que lo ayudara a traducir su ensayo sobre la infancia
en Berlín al francés, a pesar de que Selz no sabía nada de alemán. Cuando Benjamin afirmó que la forma de una
palabra estaba relacionada con su significado, Selz explotó: “Si la palabra cacerola pareciera un gato en
un idioma determinado, dirías que es gato”. “Podrías tener razón”, objetó
Benjamin, “pero solo se parecería a un
gato en la medida en que un gato se parece a una cacerola”.Durante esta
primera estancia en Ibiza, Benjamin formó una relación con Olga Parem. Ambos,
decidieron, explorar la isla y dieron
largas salidas a pie y en barco. Sin embargo, tan pronto como él le propuso
matrimonio, ella lo dejó. Incluso en nuestro tiempo, cuando según Benjamin
hemos perdido gran parte de la capacidad de percibir la similitud, la facultad
mimética sobrevive vigorosa como “la
expresión más consumada del significado cósmico”, dada al recién nacido “que aún hoy en los primeros años de su vida
evidenciará el máximo genio mimético al aprender el lenguaje.”La mímesis no es menos crucial para la
historia misma, como lo atestigua su oracular “Tesis sobre la filosofía de la historia”, escrita poco antes de su
muerte en 1940, que combinaba un giro anarquista del marxismo con el misticismo
judío:“El pasado puede ser
aprehendido sólo como una imagen que destella en el instante en que puede ser
reconocida y nunca se vuelve a ver.” El truco está en “retener esa imagen del pasado que inesperadamente se le aparece al
hombre señalado por la historia en un momento de peligro”.
En sus dos ensayos
sobre la experiencia de (solo) una
noche fumar opio con Benjamin en lo alto del puerto de Ibiza, Selz recuerda que
Benjamin incluso acuñó un término especial, en francés, sería mêmite, para todo
esto y señala que para Benjamin esto estaba vinculado a “un sentimiento de felicidad que saboreaba con especial cuidado”.(Tal goce es una faceta significativa, no
menos desconcertante, de la mémoire involontaire de Proust, y podemos señalar
que Benjamin cotradujó dos volúmenes de Proust a fines de la década de 1920).
Si bien, lo más importante de leer los textos de Benjamin escritos bajo la
influencia de las drogas, es cómo puedes volver a leer en todo su trabajo gran
parte de esta misma mentalidad de “drogas”;
en sus días de estudiante universitario, discutiendo largamente con la
filosofía de Kant, afirmó, según Scholem, que “una filosofía que no incluye la posibilidad de adivinar a partir del
café molido y no puede explicarla, no puede ser una filosofía verdadera”.Eso fue en 1913, y Scholem agrega que tal
enfoque debe ser “reconocido como posible
a partir de la conexión de las cosas”. Scholem recordó haber visto en
el escritorio de Benjamin unos años más tarde una copia de Les paradis
artificiels de Baudelaire, y que mucho antes de que Benjamin tomara drogas,
habló de “la expansión de la experiencia
humana en alucinaciones”, que de ninguna manera debe confundirse con “ilusiones”. Kant, dijo Benjamin, “motivó una
experiencia inferior”.Yo creo que Walter
Benjamin era feliz en aquella barca —así un exilio que duró hasta el día que se
marchó a Niza— donde se planteó quitarse la vida al vislumbrar el ascenso al
poder de los nazis. De ahí se marchó a París donde buscó el apoyo de otros
filósofos marxistas como Adorno o Horkheimer donde malvivía con lo poco que
cobraba como profesor. El plan era cruzar a España, luego a Portugal y
finalmente subirse a un barco y llegar a Estados Unidos. Su amigo y
compañero de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, le había conseguido las
visas necesarias para estar de tránsito en España y para entrar en Estados
Unidos donde lo esperaba. Su muerte, la
cual, llegó por una sobredosis de morfina autoadministrada
—hay cierta polémica, al respecto— Benjamin tomaba morfina por sus continuos
desajustes coronarios, ya que padecía cardiopatía isquémica. Un vez
certificado el fallecimiento en la villa de Portbou, todos sus amigos e incluso
lugareños aportaron dinero, para celebrar su entierro, en un cementerio
católico, con el aval del médico que dio como causa del fallecimiento, por
aneurisma cerebral. De algún modo, se evitaba el acercamiento de la Gestapo y
la policía de Franco. El 26 de
septiembre de 1940 falleció, en Portbou, uno de los hombres más inteligentes y buenos que
habitaron este planeta y adoraba las puestas de sol en la hermosa Ibiza.
Dedicado a Harry
Belafonte marzo 1927/ abril 2023 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
Walter Benjamin fumándose un porro
Walter
Benjamin jugando al ajedrez conBertolt
Brecht en Dinamarca
Walter Benjamin en la barca del pescador Tomás Varó junto a Jean Seltz y Paul-René Gaugin
Walter Benjamin tomando un refresco en la terraza del Migjorn en Ibiza con el matrimonio Seltz y unos amigos franceses
Walter
Benjamin con Margot Von Brentano, Valentina Kurella, Walter Bejamin, Gustav
Glick, Bianca Minotti, Bernard Von Brentano y Elisabeth Haytman en la celebración fin de año
Bibliografía
consultada y recomendada
Walter
Benjamin: A Critical LifeBy Howard
Eiland &Michael W. Jennings2014 Ed.
The Belknap Press
Experiencia
y pobreza: Walter Benjamin en Ibiza por
Vicente Valero 2017 Ed. Periférica
Sobre
el hachis: Protocolos de experiencias con drogas by Walter Benjamin 2014 Ed.José J. Olañeta
Estoy
sentado en el sótano de mi tío Herminio que falleció por culpa de eso que nos
tuvo acojonados a todo el mundo, el puto Covid 19. Aquí, en Guadalajara, la vida es muy parecida a un sitio como Fargo,
aquel lugar del film de los Coen. No sucede nada que sea, lo más de lo más
cool, de la última revolución cultural post Avant Garde. Pero, el sótano de mi tío
es un lugar fascinante, tiene una colección de más de 5000 vinilos, todos
cuidadísimos, con sus fundas y ordenados cronológicamente; Rock, Blues, New
Wave, Hard, Glam, Heavy, Punk, PostPunk, Techno o Synthpop de USA y UK. Un
festín. Hoy es Nochevieja y hemos quedado mi novia y yo para montarnos nuestra
propia fiesta particular. Olga está triste porque ha traído una botella de vino
con una foto de un perro, que se encontró por el arcén de la A-2, ya hace como
4 meses que murió envenenado, por algún desalmado. Aquel perro era un setter
inglés pequeño muy bello. La crueldad es
intolerable. Esta es una ciudad que nunca pasa nada, pero a veces, piensas
cuando te vas a la cama, en las noches de luna llena que te encontrarás con
algún hombre lobo. Es mi chica, y yo, su chico. Nos amamos, jadeamos y
saboreamos nuevos orujos en una tienda de licores unos días antes de las
vacaciones navideñas. Olga tiene un problema, es alérgica al gluten y
determinados tipos de alcohol —dependiendo
de su origen no puede beberlos— a pesar de su alergia, siempre hay algún
licor de Baco que congenia con ella, caso del vodka. Además, no sería capaz de
probar una gota de whisky de malta delante de ella, cuando ella tiene reacción
a este maravilloso brebaje.
La
cosa, como que la fiesta iba por la New Wave y el Syntpop, me dio por alisarme el pelo y Olga se hizo un cardado a
lo Martha Davis de The Motels que estaba atómica. Bebiendo y bailando como diría la ingeniosa de Alaska. Pasaban las
horas y mis padres estaban en una aldea de la España vacía y perdida, de la
provincia de esta solitaria ciudad. De repente, comenzaron a llegar amigos y
amigas de la época de la escuela secundaria. Aquello fue, inicialmente, muy
sorpresivo, pero con el paso del tiempo, comencé a ponerme muy nervioso y empecé
a gritarles y maldecirlos. Hubo un momento de silencio —sonaba Personal Jesus de los Depeche Mode— hasta que la
aguja reproductora se salió fuera del surco del vinilo. Sentí una influencia
tan mala como buena, que finalmente parecía que la energía fulgurante de las rimas
de Martin Gore, en la voz del inefable David Gahan habían convencido, a la
platea, quien estaba al mando del sótano mágico. Lo que nos hizo, estallar en una larga carcajada y todos nos emborrachamos, de la misma forma en que te duermes; a pierna suelta. Fue un pedal del 29. Aquello
se fue caldeando y la temperatura corporal disparo la libido. De facto, me vi
con un top encima de mi cabeza y tenía la polla de un bobo de 8 de la EGB en la
planta del pie. Miré entre el pasmo y la perplejidad. Recordé un reportaje, de
un magazine que hablaba sobre un estudio que decía que mucha gente se expresa
mejor sexualmente cuando estás ebrio. ¡Vamos
que es una experiencia, a medias, eso es, no me sale el palabro, ya, algo no muy histórico ni vital!
Volviendo al keller que dicen los alemanes;las cosas se suavizaron en ese instante —que deberían de hacerse— y son más difíciles cuando no se sospecha
que debemos de hacerlo, y todo se descontrola y se recela; en la forma que tu
primer beso fue negligente y la primera vez que golpeas una pared. Algo que terminará pasándote factura, en
tus nudillos, y no es nada baladí.
Me
que quedé dormido y soñé que llegó el deseado momento de la víspera de Año Nuevo
con mi novia, y luego esa gélida mañana cuando nos despertamos juntos. No sé
cómo decirlo… La cosa como el que no
quiere terminó sacando y expulsando del sótano de mi difunto moderno tío ochentero; a más de 50 personajes de aquella EGB. Se preguntarán: ¿Qué coño han estado hablando todas esas
personas?Porque éste es el
mejor momento que mi novia y yo hemos tenido en mucho tiempo, y tal vez fue
todo porque finalmente acabé bebiendo como un cosaco en la vieja Polonia y no
me hacía sentir estúpido por estar borracho, o alejarme de un beso y pidiéndome
que regresara directo al baño, donde un pequeño saltamontes, en el oído me
susurra: “cúrratelo con la Gillette lo
mejor que sepas, para rematar eltrabajo, con una cepillada de dientes gloriosa. Recuerda que hay que
pasar el limpiador porla lengua y
frotarla con fuerza; huele a alcohol y ese hedor le molesta, campeón”. A la mañana siguiente, echaba de menos a
todo ese puto tropel de la EGB, porque en Guadalajara todos nos conocemos y la
gente, se junta en cualquier sarao; entierros, fiestas patronales, elecciones
generales o profesiones de Semana Santa.
Decididamente, vamos
al puto McDonald's, pero Olga y yo no nos quedamos mucho tiempo, porque tenemos
que regresar a mi casa a ver Walking Dead con mi madre —qué bobo, si no habrán llegado de su fin de año— o lo que sea que
tengamos que hacer durante las vacaciones de invierno del instituto en
Guadalajara. Ni siquiera creo que McDonald's estuviera sirviendo nuggets de
pollo todavía.
Luego, lo más probable es que tuvieran las patatas camperas fritas del menú en
el desayuno; que es mucho menos satisfactorio. ¿No sé por qué cojones les cuento
este embrollo de las putas patatas? Creo que es por un asunto relacionado
con la inflación o la hinchazón de huevos. Pero, sigo dándole vueltas al
principio de año y compruebo, lo curioso que me resulta ver a la gente estar
haciendo un gran drama por conseguir que el desayuno se sirva todo el día,
aunque nunca obtengan un almuerzo por la mañana. Finalmente, cojo mi
Smartphone y entro en Google, donde leo: estrella de fútbol femenino, de
Zambia, ha sido encontrada muerta en su humilde casa. Dicen, las últimas
noticias que se había ahorcado, ante las constantes vejaciones y reiteradas
violaciones del entrenador de la selección nacional. Me quedé estupefacto y muy
triste. En esta tierra, se ven volar las
golondrinas, bandadas de golondrinas, en un largo viaje hacía la vieja África. Aquí
en el congelador de mi pueblo, sólo nos quedamos los zombis, mi novia y el puto
McDonald´s. Así son las cosas, cuando llega un nuevo año.
Dedicado a Martin Duffy mayo 1967/diciembre 2023 In Memoriam
La
tormenta lo había pillado desprevenido. Después de que lo dejaran en la casa,
se dirigió rápidamente por el patio trasero directamente hacia la orilla del
lago helado. El cielo parecía tan bajo
que casi podía alcanzar y tocar el vientre embarazado de las nubes sobre su
cabeza mientras salía de la granja. Había un silencio casi extraño en
el paisaje del Monte Whittlesey que estaba vestido de blanco por la nieve. Una
extraña inquietud lo había alejado de las rancias rutinas de la vida urbana
hacia la naturaleza abierta de esa tarde. La
invocación de la soledad y el consuelo de su propia imaginación se inspirarían
en la grandeza tranquila y cristalina del paisaje invernal. Parecía un tirón
irresistible en su alma. Esa llamada, a menudo, lo convocaba a salir y alejarse
de sus semejantes en sus frecuentes visitas al antiguo hogar ancestral. La
nieve estridente crujió bajo sus botas cuando en el hielo del lago, bastón en
mano, lo golpeaba hasta hacerlo romper. El lago estaba extrañamente desprovisto de
actividad humana ese día. Sin embargo, era una tarde de lunes a viernes. La
mayoría de las personas, naturalmente, estarían en sus trabajos o acurrucadas, en sus cómodas casas, en lugar de estar en el exterior, donde el frío ártico
penetrante cortaba el rostro. Las pocas cabañas de pesca en el hielo
que mostraban columnas de humo saliendo de sus chimeneas estaban al lado
opuesto de la cuenca. La mayoría de la media docena más o menos que había cerca
estaban libres —en un día laborable—
al final de la tarde. De vez en cuando, el sonido de un coche que pasaba por el
pueblo, por la carretera frente al lago o el canto de un pájaro invernal
rompían el mutismo. Por lo demás, el silencio fue ininterrumpido excepto por la
cadencia de sus propios pasos. Todavía
estaba demasiado cerca de lo que necesitaba para escapar. La cortesía parecía
una película grasienta adherida a su piel. El área cercana al pintoresco pueblo
se sentía tan contaminada por la invasión de la humanidad; como su corazón. Su
alma exigía la pureza del desierto. Alargó más el paso, dirigiéndose
deliberadamente al promontorio; que apenas se veía en el horizonte al otro lado
del lago. Sabía que se acercaría más a lo que buscaba una vez que, pasase por la
casa de bombas, que extraía el agua potable del lago antes de enviarla a la
planta de tratamiento. No había más cabañas o casas visibles a lo
largo de la orilla después de ese punto. Forzó sus sentidos para encontrar el
momento en que los sonidos de la misericordia ya no mancillaran el desierto. Su
espíritu se sentía manchado por la inmundicia de la vida urbana ordinaria en
los apartamentos del complejo de viviendas subvencionadas. Una vocecita dentro de él,
habló de lo que necesitaba, le aseguró que los bosques helados podrían limpiar
las manchas.
El
bocado del aire de febrero sabía a pureza. Los cristales de nieve espiritual
podrían formarse alrededor de los granos de los recuerdos sucios, convertirse
en hielo y nieve. Luego acabarían barridos por el aliento del invierno,
dejándolo purgado a su caminar. Al
menos ese era el pensamiento que —se
había apoderado de él— mucho antes de llegar a la casa de la que había
salido hacía el lago helado. No parecía tanto una noción como una compulsión. Era
incontenible, un impulso primitivo, que lo empujaba hacia adelante sin razón ni
motivación consciente. Era solo la necesidad instintiva de sentirse libre,
nuevamente, sin las restricciones de las costumbres de la civilización. El
fuerte estampido de un “crack rugiente”
se estremeció a través del hielo bajo sus pies. Le recordó la enorme
profundidad de la cuenca del lago que estaba cruzando bajo su capa de hielo
vidrioso. Había estado pescando en el mismo hielo la semana anterior y ya sabía
que esa capa tenía más de medio metro de espesor. Aun así, caminar sobre una
profundidad tan imponente —que su fondo sombrío— estaba eternamente desprovisto
de luz era desconcertante. En realidad, nunca abandona por completo los
pensamientos de uno, sin importar qué tan seguras sean las estadísticas que le
digan; el espesor del hielo. Estoicamente, caminó más y más lejos del pueblo
hasta que finalmente estuvo ensimismado con sus pensamientos. Más allá, en la lejana orilla derecha, el sonido de dos motos de nieve
arrancando señaló la partida del último de los pescadores, mientras
regresaban a sus casas y hogares a la hora de la cena. Con satisfacción,
escuchó los sonidos mecánicos desvaneciéndose en la distancia. Ahora, la paz
dichosa de la soledad lo envolvió, por fin, con sus brazos. Fue un pensamiento
hermoso. Sintió que la tensión que había estado cargando se desvanecía. Se
detuvo y simplemente respiró el aire helado, disfrutando del sabor fresco y helador del frío. Escudriñó los troncos oscuros y distantes de los árboles a lo
lejos en las orillas, ramas de hojas perenne veladas en una penumbra violeta, y
sonrió. Finalmente, era solo él y la naturaleza. Fue entonces cuando
empezaron a caer los primeros copos. Sabía que el pronóstico del tiempo
anunciaba nieve, pero esperaba que se mantuviera hasta después del anochecer, y
así, dar por concluida su caminata. Sería una tontería continuar con el
anochecer acercándose rápidamente y la nieve cayendo. Como si de un suspiro se tratase, decidió dar la vuelta para regresar a la casa. A pesar de la
lógica obvia, solo lo hizo con una punzada de arrepentimiento. No había viento,
pero muy pronto empezó a nevar con mucha fuerza. El cielo se llenó con el tamizado
silencioso de enormes copos casi del tamaño de bolas de algodón que caían a la
deriva.
Sombríamente,
notó lo lejos que estaba la orilla más cercana, casi un kilómetro, por donde
caminaba. Ya estaba oscurecido y la neblina blanca se dejaba notar. Pero eso no importaba. El
camino de vuelta me resultaba familiar. El lote de madera primigenia de la
familia se extendía a lo largo de la orilla norte del lago, que ahora estaba a
su derecha: después terminó por darse la vuelta. Los
senderos forestales que conocía de memoria eran un camino fácil de regreso a
casa y una apuesta más segura para orientarse. Desorientarse en medio de la
creciente tormenta sería un asunto complicado. No tenía sentido arriesgarse a
dar un rodeo tan farragoso. Empero, la nueva nevada estaba haciendo, que cada vez, fuera menos seguro pisar el
hielo del lago. Giró a la derecha y se dirigió hacia la lejana línea de
árboles. Como si percibiera sus
intenciones. El clima se intensificó repentinamente, arrojando nieve como si la
naturaleza misma estuviera tratando de bloquear su camino. La visibilidad
disminuyó rápidamente hasta que todo más allá de unos pocos metros, en todas las
direcciones, no era más que un mar blanco. Era como si el cielo lo envolviera en
un capullo suave. El cielo era blanco. El hielo era blanco. La nieve era
blanca. Todos los colores del mundo se
desvanecieron en un interminable vacío acromático. Su aliento humeaba blanco
frente a él, como si el fuego vivo de su espíritu estuviera tratando de escapar
para unirse a ese mundo etéreo de alabastro. Ese concepto era un poco más inmaculado de lo que esperaba. A su alrededor, en todas direcciones, no
había nada más que un ominoso velo de espeluznante y plateado silencio,
puntuado, sólo por los sonidos de su propia respiración y el crujido de la
nieve nueva bajo sus pies. Todavía estaba bastante seguro de su porte. Aun
así, era profundamente desconcertante caminar a ciegas hacia un destino que
solo estaba adivinando. Todo sonido fue amortiguado por la cortina de nieve.
Era como si hubiera salido del mundo y entrado en algún pasadizo metafísico. Ese tipo de caminos con historias eran del
tipo que podía dejar a un vagabundo en cualquier lugar, en cualquier mundo, si
supieran cómo discernir los caminos correctos. Su alma se abalanzó sobre la idea;
se aferró a él con fiereza. Oh, ¿Qué tan
maravilloso sería emerger del estancamiento de su existencia mundana a un reino
de hadas como todas las viejas historias hablan? Seguramente, no podría
haber mayor reivindicación de su espíritu melancólico que si pudiera demostrar
de una vez por todas que había más en la vida que una existencia banal desprovista
de magia y grandeza real. En el corazón de plata del invierno, realmente se
sentía como si un sueño tan sublime pudiera existir. Si supiera lo suficiente
de las viejas costumbres, podría rastrear esos pasos secretos. Tal vez podría
realizar ese sueño.
El
concepto ardía dentro de su corazón. ¿Qué
tan maravilloso sería evitar el insensible mundo de los hombres y ser parte de
algo más antiguo, más salvaje? ¿Podría el blanqueamiento elemental realmente
borrar la mancha de la humanidad? Tal vez,como respuesta al amargo anhelo de su corazón. Un áspero grito de advertencia de
un cuervo anunció su acercamiento repentino a la costa prácticamente invisible.
Los troncos del bosque primitivo de abetos se erguían, como las imponentes columnatas, de un templo pagano de medianoche, todavía borroso a través de la
nieve que se interponía. De repente, una gran mancha oscura en el hielo
apareció frente a él. Era algo no blanco ni plano: como el resto de la
capa de hielo, estaba rojo. Sintió que el aliento se le atascaba en la garganta.
Una descarga eléctrica corrió por su columna, congelándolo en seco. El cadáver
mutilado y helado de un ciervo yacía extendido en una sección de seis metros
del hielo delante de sus ojos. Sus
miembros fueron desgarrados. Las costillas astilladas yacían abiertas hacía el
cielo como los arbotantes de una catedral profanada; un sacramento mundano que
lentamente se lava con la nieve fresca. Aunque vuestros pecados sean como el tarquín, como la nieve serán lavados. La escritura familiar saltó espontáneamente
a su mente. Esa caligrafía sagrada parecía más siniestra que
reconfortante a la luz del espantoso descubrimiento. Parecía que la naturaleza misma estaba tratando de ocultar su lado
mentiroso debajo de una mortaja blanca y suave, un depredador astuto arrullando, a su presa con una falsa seguridad. En todo el sitio, las huellas reveladoras
de las patas, contaban la espeluznante historia de lo que había sucedido de
manera demasiado vívida. Su sangre se congeló cuando se dio cuenta de que,
sin darse cuenta, había caminado directamente hacia lo que parecía ser una
matanza de lobos. Su corazón sufrió un vuelco ante las espantosas implicaciones.
Sin embargo, su mente se rebeló contra el concepto. No debería ser posible. —Ya
lo dijo mi padre…“En febrero cara de
perro; mataste a mi abuelo en el leñero y a mi abuela en el lavadero”. La
blancura se apoderó de él, perfectamente limpia y salvaje. Levantó la cara
hacia los acogedores brazos de la nieve y aulló.
FIN
Dedicado
a Tony Bennett agosto 1926/ julio 2023 In Memoriam
Pasó
otro minuto y aún no había señales del 292, así que saqué otro Chester y me lo metí
en la boca. Observé que el hombre había hecho lo mismo, al mismo tiempo, con el
mismo giro de muñeca que había aprendido en operaciones especiales, en la
sierra de Guadalajara, como si me estuviera imitando. Saqué mi encendedor, lo encendí y alumbré mi cigarrillo. Dio un tirón
hacia mí y de repente, me asaltó. ¿Tienes fuego? —preguntó. Claro,—dije, y le
entregué mi encendedor. Cuando terminó de encender su More extra menthol, me
tendió el encendedor y me dijo: Hola, soy Roberto. —Tomé mi encendedor y dije: —Hola, Andrés. Volvió a poner la
mano en la cadera, se giró y miró hacia la noche. Realmente quería ocuparme de
mis propios asuntos. Estaba contento con mis cálidos pensamientos, y no quería
nada más que olvidar mis manos heladas, mis dedos de los pies entumecidos y mi
tardanza. Me miré las botas y pateé un
poco la nieve que cubría la calle. Cuando me volví para buscar el autobús calle abajo,
vi a Roberto fumando. En no más de tres caladas, el cigarrillo llegó al filtro.
Me quedé embelesado por su acercamiento: el humo salía de su nariz, de su boca,
de sus oídos, de su sombrero. Sus ojos parecían estar enfocados en un punto, de
algún lugar, en la distancia. Arrancó la punta del cigarrillo, se lo metió
en el bolsillo, sacó otro cigarrillo y se lo metió en la boca. Luego sacó un
puñado de encendedores del bolsillo de su abrigo. Su abrigo no era más que el
exterior de una vieja chaqueta de esquí sobre un jersey de lana verde, negro y
rojo.
No
con cremallera, pero aleteando holgadamente, por los costados. Encendió el
cigarrillo. Antes de dar tres bocanadas, él había destruido dos cigarrillos
enteros. El autobús apareció por la carretera. —El autobús llega temprano, dijo.— No, es tarde, dije. Está previsto que llegue a las seis y
cincuenta y nueve, dijo, y se puso la manga del abrigo sobre el reloj de
pulsera. Son sólo las seis y cincuenta y tres. Sí, me encogí de hombros. —Me
voy a casa, dijo. —¿A dónde vas? A
cenar, dije. El autobús rodó hasta la acera, con sus frenos rechinando y el
motor resoplando. Me subí primero. Mientras caminaba hacia la parte de atrás,
me decía a mí mismo; por favor, no te sientes a mi lado, por favor, no te sientes
a mi lado... Supuse que Roberto era un hablador compulsivo, y yo, quería un
poco de soledad. Había otro tipo en el autobús, muy atrás. Parecía un poco
sombrío, así que tomé asiento en la última fila de la platea mirando hacia
adelante. Roberto estaba parado al frente del autobús. Llegas temprano, le
dijo al conductor del autobús, quien dijo:—
No, llego tarde. —No es bueno llegar tarde, dijo Roberto. Nunca llego
tarde, continuó; Fumo tres cigarrillos por la mañana después del desayuno y
llego directo a la parada del autobús a las siete y cuarto. No puedo permitirme
llegar tarde, tengo un régimen. Llegar temprano no es tan malo. El conductor lo
ignoró. Roberto continuó hasta que el conductor dijo: —escucha, amigo,
siéntate. Sólo siéntate, tengo que
conducir el autobús. Roberto se quedó allí por un momento con la boca abierta.
Se movió a los asientos en la parte delantera e hizo ademán de sentarse, dobló
las piernas y colocó el trasero sobre un asiento. Pero el autobús se detuvo —con un nuevo frenazo— que dejó un
chirrido penetrante. Volcándose hacia un lado y golpeándose contra el suelo
en su rodilla izquierda. —Ahhh!, dijo.
El suelo estaba sucio de aguanieve y sus pantalones se empaparon. Maldito cabrón! —dijo en voz alta.
Caminó
de regreso a la parte delantera del autobús. El conductor le espetó:— tienes que asegurarte de estar sentado o
aguantando, amigo. ¿Qué quieres que haga? —dijo Roberto.
Parecía enojado, como si pudiera gritarle al conductor o golpearlo, pero se dio
la vuelta y volvió a dónde había tratado de sentarse, y se sentó. Miró hacia la
parte trasera del autobús y me llamó la atención. Tenía algo enrojecida la cara
y aparté la mirada rápidamente. Solo me ocupaba de mis propios asuntos, y
nada de eso me preocupaba. Aun así, sentí que había entrado en una tragedia
inevitable. Negué con la cabeza y me reí por dentro. Estas cosas siempre me
pasan, a mí. Siempre caigo en malas situaciones. Soy demasiado sensible. Cada
vez que veo a alguien luchando, empiezo a sentirme solo y angustiado. Mis propios problemas parecen
superficiales. Odio sentir pena por la gente, porque el mundo no es perfecto y
no puedo sentir pena por cada bastardo desafortunado con el que me cruzo. No me
gusta este ambiente inestable. Mi imaginación comienza a correr por todos los
escenarios. Palizas, robos a mano armada, sangre y tripas: este tal Roberto
podría haber tenido la idea de aplastar la cabeza del conductor del autobús o
seguirme fuera del autobús y tratarme brutalmente. Cuanto más miraba mi
propio reflejo en la ventana, más incómodo me sentía. Miré a Roberto y vi que
ahora tenía la mirada fija delante de él, por las ventanillas laterales. Su
rostro aún estaba sonrojado, pero parecía tranquilo. Bien, pensé. No hace falta
que nadie se ponga violento.
Pasó
un minuto en silencio. Noté que Roberto se parecía mucho a mi amiga Úrsula. Eso
no es tan malo, excepto que Suli es una mujer. Me encontré mirándolo de nuevo. Vi su reflejo en la ventana e imaginé que,
en lugar de mirar hacia la oscuridad, me estaba mirando a mí mientras miraba su
reflejo. Tenía una expresión fría en sus ojos. Pensé que tal vez estaba perdido
en sus pensamientos, o que sólo era un idiota vacío, pero luego se volvió hacia
mí y sonrió; se sintió realmente incómodo. Me quedé helado. Se levantó muy
despacio sin quitarme los ojos de encima y caminó hasta la parte trasera del
autobús. Miré por la ventana. Mi corazón se aceleró. Se detuvo en la puerta
trasera. Podía ver su reflejo en mi ventana, mirándome, con esa sonrisa en su
rostro. Tocó el timbre. El autobús se detuvo y la puerta trasera se abrió. Se
sentía como si estuviera allí parado por una eternidad, mirándome con la puerta
abierta. Me volví hacia él. —Gracias por la luz, Andrés, dijo, y se bajó del
autobús. —Mierda, esa era mi parada. Cabalgué hasta el siguiente asidero para
no tropezarme con él. Saqué la pequeña
caja verde del bolsillo de mi abrigo y comencé a jugar con ella. El anillo de
plata en el interior brillaba como una luna enjoyada. Mi corazón se hundió. Sí.
La noche, una vez más, esa excusa,para
llegar tarde, pensé… “A buenas horas,
mangas verdes”¿Por qué cogí el autobús?
Llevaban
mucho rato de pie, en los escalones, dos tipos, en la mañana de aquel gélido y crudo febrero. Después, de colocarme las lentes, observé a un hombre y una mujer. Ella, alta y huesuda, con el rostro enrojecido por el frío, había estado aquí
antes. De repente se escucha: —“Hola,
Ahmed”, y se acercó a la puerta.
Cuando abrió la
boca, un diente frontal astillado se asomó. Lo había notado la primera vez que
había pasado por allí; era una de esas cosas que una persona normal habría
arreglado de inmediato. El hombre que estaba detrás de ella empañaba sus lentes
con cada respiración. Ambos vestían chaquetas de invierno con capuchas grandes.
Su auto compacto estaba estacionado en el camino de la entrada. —Ella no dijo ni una palabra. Sus
mejillas se encendieron con un rubor no deseado. —Luchó contra el impulso de cerrarles la puerta en las narices.
—“¿Podemos
entrar?”
—dijo la mujer, y bajó los ojos, como si la imposición realmente le doliera,
porque tenía mucho respeto por la privacidad personal.
Usaron
un cierto tono, como si no creyeran que los entendías, y emplearon una manera
fingida y halagadora. Tenías que estar seguro de no caer en la trampa. Se
preguntó dónde lo habían aprendido, o si solo las personas con talento (actores prometedores como estos dos)
encontraban trabajo en este campo. —Mauro babeaba en su muñeca, y notó que la
sostenía como un escudo.
La mujer dio otro
paso adelante. El hombre se quedó en las escaleras. Se quitó las gafas y las
limpió con un paño. La mujer miró expectante a su colega y luego a ella. —“¿Qué tal si pasamos a charlar, Ahmed? “Murmuró
algo en la respuesta, abrió la puerta de un empujón, y se vio a sí misma,
haciéndose a un lado y permitiéndoles la entrada. —Sus chaquetas crujieron como
cristal eslovaco.
Los
colgaron en los ganchos sobre la bolsa de papel llena de correo, cartas que
probablemente habían firmado ellos o alguien con quien trabajaban. Ninguno de los dos pareció darse cuenta. Se
quitaron los zapatos, dejando al descubierto los calcetines; el suyo tenía un
agujero en un dedo gordo del pie.
Y
luego se movieron más adentro de la casa. Con movimientos silenciosos. Ávidamente.
Incluso si se trataba de una visita puramente rutinaria, se acercaron a su
botín con una excitación ardiente y mal disimulada. Se quedaron mirando en un
cálido silencio, a través de sus ventanas sucias, absorbiendo la vista. Su
perspectiva. Se dieron la vuelta y
miraron la chimenea; su pequeño control remoto blanco estaba sobre la mesa de
café a pesar de haberse acabado el gas y que ya no se podía encender. Miraron
el cuadro de la pared del fondo, su cuadro, el que supuso que había sido robado
cuando Albert, el cartero, se lo dio. Ya habían enviado a un tasador, que había
revisado todo. —Ella los observó. —“¿Te
importa si nos sentamos aquí?” preguntó la mujer, sosteniendo una mochila
que tenía el logo de la Autoridad Francesa de Delitos Económicos.
—Ella
asintió y trató de recomponerse, ordenar sus pensamientos. Se sentaron en el
mismo sofá. —Se escuchó preguntar si querían café. Lidiando por tintinear
neutralidad. Cortés, pero no demasiado. —“Claro”,
dijo la mujer, sorprendida. “¿Por qué
no?” Ella hizo una pausa. —Sintió una leve náusea. “Eso sería
encantador", continuó. "Si no hay problema”. —La mujer miró a
Mauro, que estaba sentada en el suelo con el cable. Sacudió la cabeza y cansadamente se hizo eco de las palabras de la
mujer, en un tono que bordeaba el sarcasmo. Algo que debería moderar, para no
ser tan descarado. —“No, no es ningún
problema en absoluto”. No quería parecer desafiante. No quería
demostrar que lo que decían o hacían la afectaba de alguna manera. Se suponía
que debía ser indiferente. —Tan frío como el lodo helado de afuera. Encendió la máquina de café, que había
llenado con los últimos granos del brebaje que le quedaban, de unos días antes
de su última dosis, y el sonido ahogó todo lo demás. Preparó dos tazas,
aliviado porque ninguno de ellos pidiera leche, ya que ella no tenía y no la
había tenido durante mucho tiempo, aliviada de que hubieran dejado de
curiosear. Pero ahora sus ojos estaban puestos en ella. La luz gris oscurecía
y ensombrecía sus contornos. —No podía creerse que estuvieran aquí.
Rebuscó
en la cocina y encontró un paquete de galletas que había estado en el armario
desde que su cuñada Hannah las había traído. Las colocó en un plato japonés y dejó el plato y las tazas en una
bandeja, que llevó y colocó sobre la mesa de café. Aunque vio que ellos vieron
la perfección en ese acto, su presencia la hizo sentir como una niña. Se había
movido por la cocina como si no fuera realmente suya, y habían seguido cada uno
de sus movimientos. Probablemente debería vestirse, ¡Pero qué diablos!Su
maldita bata, la bata de él, esa bata sucia donde los rastros de su piel se
mezclaban con la leche materna y las heces de su hija, habían costado más que
todo lo que llevaban puesto juntos.—Pero ellos sabían eso.
Sabían
de cada una de sus posesiones. Quizás no estos dos, específicamente, pero
alguien en algún lugar lo sabía. Tenían fichas de hasta la última corona.
Todo estaba
documentado, cada una de sus compras, cada paso que había dado, o eso parecía.
Fotos de ella en aviones y en la relojería. Entradas a Tailandia y Brasil,
membresías en gimnasios, dermatólogos, relojes, joyas, autos, botes. El perro y
el caballo; tenían cada uno su propia columna. —Eran peores que los policías.
Eran
polis, había dichoAhmed.
La policía, la Autoridad de mil agencias: la Agencia Tributaria, la Caja del Seguro Social, la Autoridad de Delitos
Económicos, la Fiscalía de Aduanas, la Dirección General de Migraciones. Todas
las agencias gubernamentales trabajaron juntas y compartieron información sobre
las personas de la lista. Cuando se dio cuenta de que era una de esas
personas, leyó todo lo que pudo sobre el decomiso civil, y ella esperó a que él
dijera: Es solo dinero. Pueden tomar lo
que quieran; hay más en camino. —Pero
nunca lo hizo. La mujer revolvió su café con una cuchara. —"Ahmed,
siéntate", dijo. Se sentó en el sofá frente a ellos. El hombre tomó
una galleta, se la metió en la boca y luego se lamió las migas de los labios.
Podía oírlo masticar y tragar, y el aroma del café la desgarró. Debería haberse
sentado para empezar, no debería haberles permitido ver que no quería sentarse.
Para pronunciar
las palabras, se aclaró la garganta. —“¿De
qué va todo esto?”— Dijo ella — “Sabes
muy bien de lo qué se trata. Estamos aquí por el embargo de bienes”. —La
mujer la miró preocupada y sacó una carpeta de plástico de su mochila. Sacó una
página y se la entregó. —Ella lo tomó. —Miró
a Mauro y su cable y luego al periódico, aunque no quería. —Y ponlo sobre
la mesa. Usando dos dedos, la mujer lo empujó más cerca de ella. —La mujer la
miró fijamente.
“Bueno, sí, de
hecho lo haces. “No?Desde que se llevó a cabo esta
investigación, hemos determinado que sí. Esto de aquí es su deuda con la
Agencia Tributaria, que nos ha sido entregada para su cobro. Esto ya lo sabes.
Se limpió una gota de café de la boca.
“Después de concluir la investigación, se le informó del
resultado y desde entonces llamamos y enviamos cartas… Intentamos comunicarnos
con usted. Y, por supuesto, esta no es mi primera visita”.
La
mujer hizo una pausa. Cuando volvió a abrir la boca, sonaba más comprensiva. —“Y como hemos hablado antes, quería venir
en persona, antes del desalojo, para asegurarme que tenga claro lo que está por llegar”. —“Seguro.”
Fue
todo lo que pudo decir. —Podía oírse a sí misma respirar. Un gorrión se posó en
la barandilla de la terraza. Picoteó la madera. —Los
ojos de la mujer estaban muy abiertos, compasivos. —“Los bienes serán embargados
para cubrir su deuda tributaria pendiente. Esto siempre ha estado en las
cartas. Esa decisión se tomó hace mucho tiempo, pero creo que es importante que
entiendas, realmente, lo entiendas, Ahmed, y, que va adelante”.
“De acuerdo
entonces.”. —Mauro golpeó el suelo con el cable.Notó que la niebla se había disipado y que
el viento azotaba los juncos secos. Un colimbo de garganta negra voló sobre el
lago. Había un lugar desconocido en la ventana, pegajoso y blanquecino, que no
había notado antes. Se quedó mirando el lugar durante un buen rato, hasta que
se sintió obligada a volver su atención a la mujer. —“Se han evaluado sus ganancias y gastos de los últimos años, sus
viajes y la propiedad de, entre otras cosas, esta casa.” La cual, está
libre de hipoteca. “Observó cómo se
movía el rostro de la mujer mientras hablaba. Sus poros a lo largo de los lados
de su nariz estaban agrandados, algunos obstruidos. —A regañadientes, se encontró con su mirada. —“Y los activos líquidos imponibles han sido
evaluados, pero eso lo sabes.” También te han remitido a la Agencia
Tributaria, empero aún no has realizado ningún pago. “Miró a la mujer,
al papel sobre la mesa, y sintió que la habitación se movía. Cayó detrás de
ella, el suelo se abrió, las paredes se separaron, miró a Mauro
—"¿Cuándo sucederá?”—preguntó alucinada.
—“Bueno, la
solicitud está programada para la próxima semana, lo que significa que será, a
ver…, en nueve días. Y en ese momento también confiscaremos un vehículo, es
decir, su automóvil... El que está estacionado afuera, ¿correcto?—Supongo.”
Uds. Saben más que yo. El gran pájaro blanco y negro se elevó en el cielo, con
las alas extendidas. Uno de ellos parecía estar apuntando directamente hacia el
cielo. El cristal a prueba de balas no dejaba pasar ningún ruido, pero se
imaginó el grito del pájaro latiendo sobre el lago, sobre todo lo que había al
otro lado del cristal. —“¿A dónde se
supone que debo ir?”—No
había querido decir eso en voz alta. Como para subrayar la humillación, la
mujer no respondió. Algo surgió del vacío interior: Náuseas y vómitos. Se fue
la luz y dejó de respirar.
FIN
Dedicado a Lluís Llongueras mayo1936/mayo2023 In Memoriam
Hoy
siento un pequeño cosquilleo a la altura de esófago, pues, no todos los días se
tiene el placer de hablar de unos de los mayores genios del pensamiento
filosófico y literario. Además, no todo
el mundo sabe que el maestro Benjamin fue un viajero consumado. En sus últimos
años de vida, hasta su desgraciado final. El maduro profesor quiso hacer lo que
siempre le gustó a lo largo de su vida; observar y escribir. Lo que nunca me
imaginé fue un día en Ibiza —en aquellos años— donde la libertad afloraba en
cada poro de tu piel, iba a ser que un zumbado guiri de Friburgo, me llevase al
lugar donde vivió el gran Walter Benjamin, en San Antonio (Ibiza). Ya ha
llovido mucho, de aquel año 1984, cuando con apenas 15 años, me curraba 16
horas al día, al servicio de todas las huestes del turisteo. Sin embargo, WB, andaba
centrado en el proyecto crítico de ubicar un umbral entre el París del siglo
XIX y el Berlín del siglo XX que revelaría una afinidad entre dos épocas.
Juntos, constituyeron los parámetros de la modernidad. Estas épocas representan
para Benjamin la piedra angular del fascismo y ofrecen valiosas pistas para una
interpretación de la crisis histórica del tiempo y actúan como presagio para
las generaciones futuras. Benjamin asoció el surgimiento del terror fascista
con el colapso del origen que separaba a los muertos de los vivos, un umbral
que se había vuelto cada vez más ambiguo con la guerra colonial global y el
llamado a la movilización general de la población civil. Estaba fascinado por el proyecto de recopilar relatos de los muertos
por venir, ya sea en el caso del suicidio heroico o de los trágicos cuerpos
desechables que el nacionalsocialismo finalmente erradicó al declararlos
indignos de vivir. Entonces se hizo difícil identificar a un solo líder en la
maquinación de este nuevo sistema de violencia que brotó del cuerpo del Estado.
Eventualmente, Benjamin reconoció al flâneur como una figura improbable del
conspirador, así como su contraparte posterior, las nauseabundas camisas pardas
fascistas destruían a su paso todo tipo de concepto de inteligencia humana. Esta
interpretación del flâneur se explica por la fascinación que Benjamin sentía
por Baudelaire, un personaje en la frontera entre el héroe y el matón. El espectro de la multitud nunca está lejos
de esta escena de peligro físico. Allá por el invierno de 1932 no le impidió
quejarse sobre lo que parecía ser una oportunidad perdida: el centenario de
Goethe estaba arrancando y, “como la
única persona además de a lo sumo dos o tres que saben algo sobre el tema, por
supuesto tengo ninguna participación en él”.Y concluye, con un
comentario de soslayo vistazo a la posibilidad de conocer a Scholem en algún
momento de la curso de su próxima visita de cinco meses a Europa: “Planes que no puedo hacer. Si tuviera algo
de dinero, me largaría antes de que pase otro día”. Como sucedió, después
de todo fue llamado a participar en el Goethe centenario contribuyendo con dos
artículos: una bibliografía comentada de obras significativas sobre Goethe
desde la época del poeta hasta el presente y un ensayo de revisión sobre
estudios recientes de Fausto, en un número especial de Goethe del Frankfurter
Zeitung. La ganancia inesperada le
proporcionó ingresos suficientes para escapar de Berlín. De su viejo amigo
Felix Noeggerath, el “universal genio”
a quien había conocido por primera vez en la Universidad de Munich en 1915, me
enteré de un lugar de vacaciones único en el archipiélago balear frente al
costa este de España, un retiro isleño virgen que ofrece algo como el polo
opuesto a su actual existencia metropolitana, y el posibilidad de vivir
prácticamente con nada. La renovación del contacto conDos piezas de este tipo derivadas de
historias contadas en el mar y en la isla son “El pañuelo” y “La víspera de
la partida”.
La
primera de estas piezas, que aparecería en el Frankfurter Zeitung de noviembre,
y que medita sobre el “declive en la
narración” y la relación del arte de contar historias nosólo a una cierta ociosidad sino a la
sabiduría o "consejo" (a diferencia
de “explicación”), anticipa directamente el ahora famoso ensayo de 1936, “The Storyteller”. Desde Barcelona cogió
el ferry a la isla de Ibiza, la más pequeña y (en ese momento) menos turística de las Islas Baleares, donde, en
su llegada a la ciudad de Ibiza, capital de la isla y principal puerto, supo
por Noeggerath que ambos habían sido víctimas de una estafa. Noeggerath no solo había sugerido Ibiza
como el objetivo del viaje de Benjamin, sino que aparentemente le proporcionó
los medios para prolongar su estancia allí, poniéndolo en contacto con un
hombre que le prometió alquilar su apartamento en Berlín mientras estaba fuera;
este mismo hombre también había alquilado una casa en la isla a los Noeggerath,
quienes generosamente le ofreció a Benjamín una habitación. Benjamin se había
decidido rápidamente por estos arreglos y contaba con los ingresos mensuales
para su subsistencia en España. Al final resultó que, su subarrendador y
propietario de Noeggerath era un estafador. Ocupó el apartamento de Benjamín
durante una semana. Antes de huir de la policía, que lo arrestó más tarde ese
verano. No sólo no se pagó el alquiler de Benjamín, sino que la casa que el
estafador había alquilado a los Noeggerath ni siquiera le pertenecía. Después, cuando se descubrió la estafa, Noeggerath
obtuvo permiso para vivir sin pagar
alquiler durante un año en una casa de campo de piedra en ruinas fuera del
pueblo de San Antonio, cuya vivienda accedió a acondicionar a su por su propia
cuenta, mientras que Benjamin encontró alojamiento por 1,80 marcos por día,
comidas incluidas, en una “pequeña casa campesina en la bahía de San Antonio
Noeggerath es solo uno de los giros sorprendentes en la vida de Benjamin en
esta vez. Aunque ambos habían estado viviendo en Berlín durante años,
habían perdido completamente el contacto el uno con el otro; ahora, la mera
mención de Ibiza, por parte de Noeggerath, Benjamin hizo las maletas y huyó de
la ciudad para lo que sería la primera de dos largas estadías en la isla
española. A pesar, de la devaluación del marco. La situación de la economía alemana era paupérrima, pero compararla con
la pobreza de un país como España, lo marcos daban para muchos chupitos de
hierbas de la tierra.Eso, se tradujo, en fantásticas noticias para
Benjamin, quien por entonces, su bolsillo sólo acumulaba polilla. La adversidad
se estaba cebando con él y gran parte de la población, de origen judío. Realmente, es tremendo que un intelectual
de su talla que pertenecía a una de las familias más ricas de Berlín estuviera
con la soga al cuello. Empero, las bondades, (permítanme el sarcasmo) de la nazificación, trajo, en muy pocos
años, el exterminio de la raza judía, gitana, negra, discapacitados y LGTBI.
Él, acabó perdiendo su apartamento en Berlín por “violaciones del código” entre el subterfugio de los supuestos
estafadores, y su trabajo para los muchos periódicos alemanes, que colaboraba.
Así como sus historias de radio para niños, serían finiquitados. Su hermano
Georg, un ferviente comunista, sería internado en un campo de concentración en
1933.Volviendo a su viejo amigo
Noeggerath, Benjamin, no dudo, al aceptar la invitación. Sin duda, las drogas
eran importantes para Benjamin, versado en las divertidas excelencias del
hachís —que ya había probado— en el
Berlín, a finales de los años 20. Confirmaron
su aproximación a la realidad y la revolución, al arte y la política, un
acercamiento moldeado y agudizado por su experiencia en Ibiza. Permaneció en la
isla dos meses, regresando por otros seis en el verano de 1933.La hermosa y primitiva Ibiza fue para
Benjamin, además de un lugar apacible y retirado, un sitio, donde poder
reflexionar respecto a su propia vida —rememorando su pasado y tratando de
hacer planes para un inminente futuro pleno de incertidumbre—, un espacio ideal
para la indagación y el estudio de unos de los asuntos que más le preocupaban:
las relaciones entre lo antiguo y lo moderno.
En
aquella “pobre isla del Mediterráneo”,
el mundo parecía seguir siendo como había sido siempre, y sólo había empezado a
verse perturbado por la presencia de viajeros que, como el propio Benjamin,
llegaban de un mundo en crisis, un mundo en el que la experiencia de lo nuevo
había desplazado, a menudo de forma traumática, cualquier otra experiencia
surgida de la tradición.Inalterable
durante siglos, ignorada por el resto de Europa, Ibiza empezó en los años
treinta a convertirse en foco de interés para los viajeros y lugar de refugio
para otros. En 1932, sin embargo,
todavía estaba al margen del comercio internacional y la modernidad en general,
cuyas comodidades simplemente no existían allí. Benjamín no tenía quejas. Por
el momento, disfrutó de una especie de satisfacción realzada por el esplendor
del paisaje, el "más intacto" que jamás había visto. Tristemente, se enterró
en su pasado remoto, escribiendo sobre su infancia en Berlín. Sin embargo,
también escribió satíricamente y al detalle de su entorno. Ese otro “pasado remoto”, o al menos eso le
pareció, este “puesto de avanzada de
Europa” aparentemente intacto por la modernidad. Aquí, pudo enfrentar de frente su idea central sobre la modernidad, la
cual, atrofiaba la capacidad de experimentar el mundo y contar historias. En
el esplendor alucinatorio de Ibiza, con su futuro lanzado al viento, Benjamin
formuló los que yo consideraría sus textos principales —sobre el narrador y sobre la facultad mimética— además de inventar
nuevas formas para el ensayo como género cruzado que vinculaba ilusiones, figuras de pensamiento, narración de cuentos yetnografía. Casualmente,
cuando uno recurre a este género cruzado, en los que los escritos más conocidos
de Benjamin pierden gran parte de su oscuridad. Leer su famoso ensayo “The Storyteller”, por ejemplo, es
experimentar lo que el teórico literario Ross Chambers confesó una vez: “Cuando leo a Benjamin, creo que es el
material más brillante que he leído. Cuando termino de leer, no puedo recordar
nada”.Pero si lees las propias historias de Benjamin, como “El pañuelo” o su relato ficticio de
cómo toma hachís en Marsella, entonces en un instante entendemos “El cuentacuentos”. Benjamin, a través,
de la técnica del viaje, que consistía en recolectar y crear historias a través
de una mezcla de “figuras de pensamiento”
regidas por un interés galopante por la mímesis, una sensibilidad hipertrofiada
por las similitudes. Esto no es
diferente a lo que Proust pretendía con mémoire
involontaire, pero esta destreza de viaje era histórica y cósmica tanto
como personal. Este Benjamín ibicenco, casi pages isleño, el Benjamín narrador,
se encuentra varado como una ballena, un narrador fuera de la historia,
practicando lo que él mismo decía muerto.Se
levantaba a las seis o las siete, nadaba en el mar y miraba a lo lejos. Luego
se refugiaba en la maleza del bosque. Leía, garabateaba y tomaba el sol apoyado
en el tronco de un árbol. Así pasó muchos días largos privados de casi todo, de
“luz eléctrica y mantequilla, licor y
agua corriente, coqueteo y lectura del periódico”.Hacia las dos volvía a almorzar con sus anfitriones y
jugaba un rato a las cartas o al dominó antes de irse a perder el tiempo al
café. A las nueve de la noche, o a las diez y media a más tardar, se retiraba a
su habitación —habitación que compartía
con “trescientas moscas”— y se sumergía en un libro. Leer las propias
incursiones de Benjamin en la narración es sumergirse en la emoción de cruzar
géneros y ver al crítico convertirse en practicante, como con los cuentos que
absorbió mientras viajaba en tercera clase en el barco Catania durante once
días desde Hamburgo a Barcelona en ruta a Ibiza en 1932: cuentos fertilizados
por la monotonía de la vida del barco, luego recreados en otra forma por
Benjamin. También están los episodios
etnográficos a modo de cuento que aparecen en sus cartas desde Ibiza a Gretel,
Adorno, y la escultora Jula Cohn. Una carta a Cohn, escrita en el cuadragésimo
cumpleaños de Benjamin y titulada “In the
Sun”, fue destacada por su amigo Gershom Scholem, un estudiante de toda la
vida de la Cábala judía, por su “misticismo”
y “poesía”: Es obvio, que el hombre que caminaba sumido en sus pensamientos
no era de aquí; y si, cuando estaba en casa, le venían pensamientos al aire
libre, siempre era de noche.
Con
asombro recordaba que naciones enteras —judíos,
indios, moros— habían construido sus escuelas bajo un sol que parecía
hacerle imposible pensar. Este sol le quemaba la espalda. La resina y el
tomillo impregnaban el aire en el que sentía que luchaba por respirar. Un
abejorro le rozó la oreja. Apenas había registrado su presencia cuando ya
estaba absorbido por un vórtice de silencio. Este extraño que caminaba sumido en sus pensamientos era el hombre que
antes había reclutado la “intoxicación” para la causa revolucionaria con el
argumento de que podía abrir la "esfera de la imagen largamente buscada"
y, por lo tanto, inervar el “cuerpo colectivo”.
Así, era el hombre que en ese mismo ensayo (“Surrealismo: la última instantánea de la intelectualidad europea”),
publicado en 1929, dos años después de haber probado el hachís por primera vez,
había advertido contra el hechizo del misticismo y las drogas, abogando en
cambio por una “iluminación profana”
que reconocía el misterio de lo cotidiano, la cotidianidad del misterio. ¿In
the Sun logra esto? ¿Fue realmente escrito sobre drogas, como sugiere Valero, o
es una intoxicación metafórica y no real, y esta distinción importa? El
contrapunto al sol era la luz de la luna, como en la nota de Benjamin de 1932
“Sobre la astrología”: En principio, los acontecimientos en los cielos podrían
ser imitados por personas de épocas anteriores, ya sea como individuos o como
grupos. El hombre moderno puede ser tocado por una pálida sombra de esto en las
noches de luna austral en las que siente, vivas en sí mismo, fuerzas miméticas
que creía muertas hace mucho tiempo, mientras la naturaleza, que las posee
todas, se transforma para parecerse a la luna. La mimesis fue fundamental
para la teoría del lenguaje de Benjamin, tal como lo fue, creo, para su teoría
de la historia. En Ibiza, Benjamin peleó contra el gato y el perro con su nuevo
amigo, el pintor Jean Selz, sobre ciertos aspectos de esta teoría. Benjamin
había contratado a Selz para que lo ayudara a traducir su ensayo sobre la infancia
en Berlín al francés, a pesar de que Selz no sabía nada de alemán. Cuando Benjamin afirmó que la forma de una
palabra estaba relacionada con su significado, Selz explotó: “Si la palabra cacerola pareciera un gato en
un idioma determinado, dirías que es gato”. “Podrías tener razón”, objetó
Benjamin, “pero solo se parecería a un
gato en la medida en que un gato se parece a una cacerola”.Durante esta
primera estancia en Ibiza, Benjamin formó una relación con Olga Parem. Ambos,
decidieron, explorar la isla y dieron
largas salidas a pie y en barco. Sin embargo, tan pronto como él le propuso
matrimonio, ella lo dejó. Incluso en nuestro tiempo, cuando según Benjamin
hemos perdido gran parte de la capacidad de percibir la similitud, la facultad
mimética sobrevive vigorosa como “la
expresión más consumada del significado cósmico”, dada al recién nacido “que aún hoy en los primeros años de su vida
evidenciará el máximo genio mimético al aprender el lenguaje.”La mímesis no es menos crucial para la
historia misma, como lo atestigua su oracular “Tesis sobre la filosofía de la historia”, escrita poco antes de su
muerte en 1940, que combinaba un giro anarquista del marxismo con el misticismo
judío:“El pasado puede ser
aprehendido sólo como una imagen que destella en el instante en que puede ser
reconocida y nunca se vuelve a ver.” El truco está en “retener esa imagen del pasado que inesperadamente se le aparece al
hombre señalado por la historia en un momento de peligro”.
En sus dos ensayos
sobre la experiencia de (solo) una
noche fumar opio con Benjamin en lo alto del puerto de Ibiza, Selz recuerda que
Benjamin incluso acuñó un término especial, en francés, sería mêmite, para todo
esto y señala que para Benjamin esto estaba vinculado a “un sentimiento de felicidad que saboreaba con especial cuidado”.(Tal goce es una faceta significativa, no
menos desconcertante, de la mémoire involontaire de Proust, y podemos señalar
que Benjamin cotradujó dos volúmenes de Proust a fines de la década de 1920).
Si bien, lo más importante de leer los textos de Benjamin escritos bajo la
influencia de las drogas, es cómo puedes volver a leer en todo su trabajo gran
parte de esta misma mentalidad de “drogas”;
en sus días de estudiante universitario, discutiendo largamente con la
filosofía de Kant, afirmó, según Scholem, que “una filosofía que no incluye la posibilidad de adivinar a partir del
café molido y no puede explicarla, no puede ser una filosofía verdadera”.Eso fue en 1913, y Scholem agrega que tal
enfoque debe ser “reconocido como posible
a partir de la conexión de las cosas”. Scholem recordó haber visto en
el escritorio de Benjamin unos años más tarde una copia de Les paradis
artificiels de Baudelaire, y que mucho antes de que Benjamin tomara drogas,
habló de “la expansión de la experiencia
humana en alucinaciones”, que de ninguna manera debe confundirse con “ilusiones”. Kant, dijo Benjamin, “motivó una
experiencia inferior”.Yo creo que Walter
Benjamin era feliz en aquella barca —así un exilio que duró hasta el día que se
marchó a Niza— donde se planteó quitarse la vida al vislumbrar el ascenso al
poder de los nazis. De ahí se marchó a París donde buscó el apoyo de otros
filósofos marxistas como Adorno o Horkheimer donde malvivía con lo poco que
cobraba como profesor. El plan era cruzar a España, luego a Portugal y
finalmente subirse a un barco y llegar a Estados Unidos. Su amigo y
compañero de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, le había conseguido las
visas necesarias para estar de tránsito en España y para entrar en Estados
Unidos donde lo esperaba. Su muerte, la
cual, llegó por una sobredosis de morfina autoadministrada
—hay cierta polémica, al respecto— Benjamin tomaba morfina por sus continuos
desajustes coronarios, ya que padecía cardiopatía isquémica. Un vez
certificado el fallecimiento en la villa de Portbou, todos sus amigos e incluso
lugareños aportaron dinero, para celebrar su entierro, en un cementerio
católico, con el aval del médico que dio como causa del fallecimiento, por
aneurisma cerebral. De algún modo, se evitaba el acercamiento de la Gestapo y
la policía de Franco. El 26 de
septiembre de 1940 falleció, en Portbou, uno de los hombres más inteligentes y buenos que
habitaron este planeta y adoraba las puestas de sol en la hermosa Ibiza.
Dedicado a Harry
Belafonte marzo 1927/ abril 2023 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
Walter Benjamin fumándose un porro
Walter
Benjamin jugando al ajedrez conBertolt
Brecht en Dinamarca
Walter Benjamin en la barca del pescador Tomás Varó junto a Jean Seltz y Paul-René Gaugin
Walter Benjamin tomando un refresco en la terraza del Migjorn en Ibiza con el matrimonio Seltz y unos amigos franceses
Walter
Benjamin con Margot Von Brentano, Valentina Kurella, Walter Bejamin, Gustav
Glick, Bianca Minotti, Bernard Von Brentano y Elisabeth Haytman en la celebración fin de año
Bibliografía
consultada y recomendada
Walter
Benjamin: A Critical LifeBy Howard
Eiland &Michael W. Jennings2014 Ed.
The Belknap Press
Experiencia
y pobreza: Walter Benjamin en Ibiza por
Vicente Valero 2017 Ed. Periférica
Sobre
el hachis: Protocolos de experiencias con drogas by Walter Benjamin 2014 Ed.José J. Olañeta