Planeta fútbol
La
vida da muchas vueltas; demasiadas cómo para encarar con valor que es bueno o malo para ti. Un ejemplo son esos dÃas
que comienzas con la pesada rutina de tu llegada al vestuario del equipo. Y sÃ.
Lo confieso: el hedor es insoportable. El mismo inaguantable aroma de todos los manidos
dÃas de entrenamiento; el inconfundible penetrante olor de ungüento a linimento y
sudor acre naciente en ese espacio de azulejos blancos amarillentos, por donde
han pasado remesas de plantillas que nunca llegaron a ser nada. Piensas que el
remedio a tu perversa suerte puede estar en los amigos, la familia, bajo una
piedra o quizás Dios. Pero no. La verdad, posiblemente, acabas encontrándola en un bote aspirinas para la resaca. ¡Ay, las
putas resacas! ¿Han pensando alguna vez por qué tenemos la sensación de que
nuestros ojos están llenos de tierra? Mejor dejemos el asunto de la del cuello
largo para otro momento. Yo era un
portero estático, de esos que opositan a
ser derribado por los tres palos. Siempre presto a verlas venir. Quise ser delantero centro y marcar
goles como Di Stefano.
También
soñaba que era el nuevo Armstrong pisando la luna en el siglo XXI. Un chico con
una imaginación desbordante. No obstante, soñar es gratis. Pensé en mi compañero Trujillo, un tipo que jugaba
de libero, situado al borde del área en los lÃmites de la hipotenusa
cartesiana. Un prodigio del cálculo. Creo que desde Baresi—ese del Milán— no
habÃa visto jugar a un tÃo tan bien en esa posición. Trujillo era mi seguro de vida. El férreo y silencioso libero era rapidÃsimo en el desplazamiento corto:
un guepardo. ¡Jodido, Trujillo! TenÃa la precisión de un francotirador balcánico
para enviar el balón al espacio del volante de derecho o el extremo izquierdo.
Un lujo de ciento ochenta y ocho centÃmetros que se remataban en un pie que
trataba el balón como un guante de armiño. Yo lo bauticé con el nombre del tercer ojo de Ra por su control del orsay. La
pesadilla de todo juez de lÃnea. Un deleite verlo jugar delante de mÃ. Esto se lo he
contado antes…Perdonen mi torpeza. Pero hay cosas que por muy mayor que te
hagas siguen persiguiéndote toda tu vida. Como la innata y cuasi espiritual
timidez. La misma que me condenó a mi enrobinada porterÃa. No sé si tendrá algo
que ver lo de ser zurdo y a hostias hacerte derecho.
La cosa, como el que no quiere es que uno sigue siendo tÃmido. Y
soy portero. ¿Lo habÃa dicho antes? Creo que sÃ. Saben que soy portero.
Discúlpenme pero cuatro años después de mi lesión del ligamento cruzado anterior de la rodilla
derecha, sigo con mi adicción a la morfina y como en estas divisiones el doping
no nos alcanza. Sigo inyectándome dosis tras dosis. Algo que en más de un
ocasión me hace perder el hilo argumental. Lo que nos lleva a soslayar que
entre morfina, las secuelas y mi timidez. HabÃa algo en mà que era sobresaliente
y eso se llama: capacidad competitiva. Pues hay que ser un prodigio para
ejercer en el puesto con todas las contras que me acosaban. Mi abuela habló de
un prodigio en lo poco de lo que podÃa alardear. Pues, para ser hijo de un
currante de 1,69. Aquellos 187 centÃmetros eran la comidilla del
barrio. Y claro, en aquella época no habÃa muchos zagales tan altos. Las madres
de mis amigos y sus hermanas no dejaban de mirarme con ojos de groupies en un
concierto de los Beatles. Si en aquellos tiempos era una rara avis, que rompÃa el concepto de la figura del portero envuelto tras un jugador
adicto y pacato. Alguno, dirá aquello de que no era una lumbrera. No, no lo
era. Pero el que lo dijo sólo llegó a realizar un máster de albañilerÃa.
Sin
embargo, mis interminables extremidades sacaban al equipo de más de un
entuerto. Hasta cuando se organizaba algún barullo en mi área chica, me sobraba
brazo para dar el golpe final de autoridad. El árbitro sentÃa la intimidación
de mi presencia como el reclamo de la guardia civil. Su respiración se alteraba
cuando escuchaba el tono de mi grave voz. A mà me producÃa una satisfacción efÃmera, pero muy
confortable. El equipo solÃa gratificarme aquellas tardes de gloria; la parada
de un penalty o el paradón de chiripa del fin de semana. Les
parecerá un poco ingenuo y bobalicón. No
obstante, algo tan excitante como una suave friega superaba los deseos de un cualquier
don nadie: un masaje. Éste, se ornaba con un halo sobrenatural. Aquella palabra
y aquel aroma intenso entre lo dulzón y el almizcle me trasladaban a un mundo mágico, a un lugar
lleno de alquimistas, de elixires de eterna juventud y castillos en el aire.
SentÃa
que mi ignorancia se colmaba de cultos atisbos a intelectual de franela. El
relax y la sensación de languidez de la morfina me producÃan paganas fantasÃas envueltas de un conjuro pueril y vil de lo
que nunca seré. Y es que el fútbol es es un oficio áureo, joven, moderno, rico, estéta, arrollador y trágico como una obra de Shakespeare. En ese preciso instante el
masajista estaba pasando sus suaves dedos por la rodilla. Un deporte que
envejece como un buen Ribera del Duero y se perfecciona, cuando tenga un pie
cerca de la tumba. ¿Será la muerte del pueblo o quizás el fin de la civilización? No me lo creo, nunca morirá. Por cierto, ¿les he dicho que me encanta el fútbol? El
fútbol es el circo romano donde todo huele al recreo de las interminables y
mágicas tardes de la infancia. La sutil y deleitable sensación de libertad que uno experimenta cuando
llegas al campo de la tierra prometida. Pero, estoy seguro que ya lo sabÃan o,
¿vuelvo a repetirme? ¡Qué cojones! Me gusta el fútbol.
Dedicado a D. Alfredo Di Stefano Julio
1926/Julio 2014 In Memoriam
Fotogramas adjuntos
Pelota de Trapo (1948)
by Leopoldo Torres RÃos
Evasión o Victoria (1981)
by John Huston
Das
Wunder von Bern (2003) by Sönke
Wortmann
Die
Angst des Tormanns beim Elfmeter (1972) by Wim Wenders
The
Damned United(2009) by Tom Hooper
Bend
It Like Beckham by (2002) by Gurinder
Chadha