Un desalmado en la Koldoesfera quema las hormigas de Kuntur


 

Una vez leí, no recuerdo muy bien dónde, que las hormigas son los únicos insectos que han colonizado casi todas las zonas terrestres del planeta. Dicen que donde no hay hormigas autóctonas es en la Antártida y en algunas islas remotas o inhóspitas de la tierra. Un día observé como mi amigo Andoni tenía la mirada vigilante en un convoy de hormigas armadas, las cuales, inundaban el suelo de la jungla como un río negro. Miles, millones de cuerpos invaden la superficie de aquel lugar en busca de comida. Aquella turba devoraba todo a su paso, formando una mancha indefinible mientras los cuerpos de las hormigas se transformaban, conectados uno por uno, en una masa oscura que, desde arriba, se parecía a un cielo nocturno. Las presas que, las hormigas pisotean en su camino son estrellas enanas en implosión, devoradas por las sombras, engullidas por ese tira y afloja del hambre, en su voraz apetito cósmico y colectivo.

 



De repente, un pájaro que vuela bajo, como si esperase un piscolabis, se ve sitiado, de hormigas subiendo por sus patas hasta que sus alas batidas no son más que movimiento, tan solo un meneo frenético que no puede dar una alada más, ni le salvará su vida. Cometas de ácido fórmico salen disparados de las mandíbulas de los soldados, hirviendo plumas y piel, inutilizando al ave y asándola viva. Se atisbaba desde las copas de los árboles, muy por encima de la niebla del bosque, una humedad sofocante que se acumulaba en las hojas y después, caía en un minúsculo chorro de gotas. Algunas moléculas de agua cayeron sobre el nido del pájaro, salpicando, unos latentes huevos. Más arriba, en la blogosfera, un avión de pasajeros de ojos rojos transporta a una mujer de mediana edad que —debido a compromisos comerciales— se ha perdido el cumpleaños de su hija. En la estratosfera, una sonda meteorológica recoge datos, que va emitiendo, entre pitidos y explosiones, envía tartamudas señales inalámbricas, que recoge una pantalla de Oled. Conectada a un enchufe, ya en la tierra, de la fachosfera de algún corrupto, con cara de embarazada de dos meses. Dixit:—Soy una víctima de una conspiración digital.




Dicen, que posiblemente, se hallé, en algún lugar, de un almacén con aire acondicionado y rodeado de madroños. En lo más alto de la Koldosfera reside una vieja estación espacial que divaga ingrávidamente. El hombre que vive en ese lugar, es un Homo habilis que se cruzó con un Sapiens del último holoceno. Atiende las ocho granjas de inofensivas hormigas tomadas en la Guayana francesa que sobrevivieron a la primera gran hecatombe. Anota números, hace cosenos y raíces cuadradas. Los que saben del lenguaje matemático lo llaman: susurrador de las cifras. Empero, las hormigas construyen túneles en la tierra, moviéndose sin cesar, desarrollando algo mucho más grande que ellas mismas. Las llamaradas solares en las ventanas de la estación bañan los ojos, del hombre susurrador, cruzan su iris azul y se canalizan hacia las partes desconocidas de sus pupilas oscuras. Las bengalas son de color naranja, coronas quemadas, que se aferran al universo, del mismo modo, que una esposa abraza a su hijo llorando; antes del lanzamiento de una nueva misión.




Desde fuera de sus ventanas, la Tierra es una canica lanzada, a través de un estanque, saltando, salpicando y hundiéndose. El hombre, nueve meses después de su viaje de tres años, recuerda las sensaciones, que aprendió para ser un saltimbanqui en la luna, mientras pasaba por encima de las grandes rocas. Rememora, cuando las erupciones solares parecían tan lejanas y el sol todavía era sólo un objeto, puramente, abstracto. Recuerda, en los tiempos, del Caín de la atmósfera de HispaniaRaz, observar a su hijo quemar hormigas, en el jardín de la casa del pueblo, cerca de un pozo de agua. Alí, debajo de la vieja higuera, armado con una lupa. Aquel niño, que escondía su rostro, tras una mascarilla china; amplificaba el rayo del sol hasta convertirlo en un artefacto de destrucción concentrada. Era un achicharrador de hormigas, una tras otra, mientras sus cuerpos gritaban silenciosamente, derritiéndose en la tierra, el suelo y la grava hasta que no quedó nada que disolver. Triste final, el de aquella concurrida colonia que fue completamente erradicada. Nunca más se supo de aquel sátrapa que intentó acabar con la era digital. Ahora luce una hermosa atmosfera bajo el amparo sosegado de Kuntur.




                                              


                                             Dedicado a Iris Apfel agosto 1921/marzo 2024 In Memoriam






Fotogramas adjuntados

 

 

The Curse of the Cat People (1944)  Robert Wise & Gunther von Fritsch

 

Naked jungle (1954) By Byron Haskin 

 

Das blaue licht (1932) By  Leni Riefenstahl & Béla Balázsç

 

Vermin la plaga 2023 By Sébastien Vanicek

 

 

 






 


Aquel rey que se creía un cisne y estaba por encima de sus súbditos


Cuentan las crónicas más antiguas que hubo un lugar, en el sur de la antigua Europa, donde un grupo de campesinos rodeó los muros del castillo de un rey caprichoso y faltón. En una fría y lluviosa noche de febrero el aire estaba denso y cargado de lamentos. Caían gotas a borbotones sobre sus capuchas; Un trueno resonó en primer plano. Una procesión realmente inquietante de cientos de hombres del campo —eligieron esa noche— una noche poco práctica, pero simbólica, porque los actos que les hicieron a ellos y que harán a otros no fueron asuntos agradables. Y aunque deseamos escapar de los clichés, son contundentes en las culturas —intrínsecamente—, de esas que prevalecen y los motivos pueden ser poderosos. Entonces, eligieron este día tormentoso con luna llena. Les podrá resultar extraño, pero así fue. Verán Uds, hacía muchos años, hubo una gran guerra, una guerra irrazonable. ¿Qué guerra no es injusta y cruel? Nos preguntamos todos. Una maldita guerra que exigió la vida de hijos y padres. No chorreó ni una gota de sangre de aquellos nobles gobernantes, ni una sola gota de sudor se derramó voluntariamente. Sin embargo, los campesinos que estaban afuera. Habían estado aguantando el diluvio: el agua, gota a gota, empapados de humedad e impotencia. Del mismo modo, que la animadversión crecía con cada golpe flagelado, desde el látigo del poder y el gobierno, sin restricciones ni supuestos prejuicios: los campesinos comenzaron a ser vapuleados hasta dejarles cicatrices fundidas en bronce, manteniendo para siempre una nueva forma en sus memorias colectivas. Unos 2.000 campesinos, de un lado y del otro, unos 20 nobles cercanos, al séquito del viejo rey.





Aunque, las probabilidades estaban en contra de miles de agricultores, porque estaban convencidos de su inferioridad. La potencia de un caballo supera la de un humano, pero uno monta al otro mientras el caballo esté ciego. La lluvia arreciaba. De fondo, sonaba la sacudida, de azadas, horcas, cuchillos dentados, camisas hechas jirones y corazones deshilachados. Se había revelado que la guerra —al principio— se pensó que era por su liberación. Se inició por cuestiones de jornales y no de preocupaciones. Después, con cada muerte de un hijo, con cada pérdida de amor y de familia; el interminable y oscuro túnel de los objetivos políticos pudrió las motivaciones del pueblo. Ahora estaban afuera, fríos y mojados, pero con la calidez del regreso a la satisfacción. Orgullosos con la defensa y trémulos por la injusticia. Los campesinos, enardecidos de ira resentida, cargaron contra los muros del castillo; asesinaron a los guardias del gerifalte Cuartelasca, masacraron a los bufones e incluso mataron a los hijos de los nobles, que jugaban afuera. Febrilmente, la turba mató y destrozó a todos los que estaban, en pie, sin importar a quién representaban o por qué andaban por allí. Para traspasar las puertas del castillo del rey se precisaría un ariete. En el interior, el rey y su familia se escondían por los rincones de palacio. Apenas, unos pocos guardias y cuatro nobles restantes. El rey sabía que era sólo cuestión de tiempo hasta que ellos mismos se enfrentaran a la multitud. Éste,  besó a su esposa y consoló a sus hijos e hijas: pidió perdón a su creador, a los guardias y a los nobles. “Nunca los recursos se habían sentido tan inútiles, nunca los arrepentimientos se habían sentido tan generalizados. Espero que todos nos encontremos en la otra vida y que me concedan el suficiente tiempo de expiación”. Miró a los guardias y, en un raro momento de humildad, dijo: —“Temo que el capricho del gobierno se haya acumulado tan alto y tan ancho, en lo más profundo de mi alma.” He tomado decisiones que ningún hombre debería acometer y he sacrificado vuestros corazones involuntarios. 



He ido más allá de los caprichos normales del gobierno de un solo hombre, pues un rey que debe decidir todo lo que se agita en las oscuras cavernas de la ubicuidad. Empero, caí aún más profundamente, hasta un punto al que no llega la luz. La sala decidió dejar que sucediera lo inevitable y abrir las puertas. Un perro rapaz no puede dormir hasta que esté saciado, y los campesinos golpeaban la puerta hasta que los huesos de sus manos quedaban despojados. No pelear ni suplicar —se decidió— llevar la espada al cuello y rezar por una muerte sin dolor; morir es el problema y la muerte la solución. Finalmente, rogaron a Dios que estos últimos vinieran pronto. Luego vino el asunto de quién debía abrir el pestillo. Un golpe en la cabeza por una puerta forzada y apresurada no fue la muerte placentera que todos aceptaron. Pero un noble, sintiéndose particularmente orgulloso, dijo: “Sería un honor para mí correr el riesgo por última vez. Mis hijos estaban afuera, seguramente ya estén muertos.” ¿Qué importa si mi último momento, en la tierra, es un dolor de cabeza o una caída? No me importa la muerte, morir o vivir, de hecho. Levantando el pestillo lentamente, esperando una objeción de último momento, el noble lo levantó demasiado alto por error y la turba entró como cabestros en un encierro. Cerebros maltrechos y sangrientos blandían las cortinas de seda, saciando a las hordas vampíricas demoníacas, hambrientas de sangre y venganza, satisfechas con la muerte y desesperación. El poder en la lujuria y la voluptuosidad por el poder, pero pronto se aburrieron hasta la médula, los campesinos masacraron a todos los habitantes.



 

El adalid de los campesinos, el que los reunió desde el principio, gritó proclamaciones de una nueva era. Uno con un liderazgo justo y contribuciones universales a la dinámica de la gobernanza. Ese que prometía nuevos inventos, mejor comida y más libertad. Pero decidió que necesitaba un tribunal que le ayudara a establecer el nuevo gobierno. Eligió a los campesinos más inteligentes y los declaró sus iguales en el poder. Sin embargo, proclamó que las leyes debían ser dictadas por la corte porque los campesinos dedicaban su tiempo a trabajos no relacionados con las ordenanzas; cuidar los campos no te convierte en un mejor estadista. Posteriormente, declaró que su salario tenía que ser ligeramente superior al de los campesinos del campo porque trabajaba más horas. Demasiadas (eso repitió por activa y por pasiva). Luego, decidió que ellos, el nuevo tribunal, debían vivir todos en un área para garantizar la acción más rápida y efectiva. Entonces, notó que a su habitación le faltaba un escritorio, y supuso que como el papel del pueblo era fino y quebradizo, sólo la superficie más lisa serviría para firmar las declaraciones y leyes del estado, por lo que declaró que un escritorio de mármol travertino; es el único material adecuado para un rey. De igual modo, decidió el drenaje de la una zona cercana al palacio para construir un estanque donde pondrían nadar los cisnes más narcisos. Aquel viejo país del sur de Europa siguió su patética existencia, mientras el nuevo rey se enorgullecía como el cisne más hermoso.



       

                 Dedicado a mi abuelo materno y a todos los agricultores de España y Europa por la dignidad del oficio                                                                                                  


                                                                                             

                                                                                                           FIN

            





Fotogramas adjuntados

 

Shichinin no Samurai (1954) By Akira Kurosawa

Tierra (1996) By Julio Medem

Riso amaro (1949) By Giuseppe di Santis

Days of Heaven (1978) By Terrence Malick

 




La madre de Rafael y la profecia de 2024


 

Rafael fue uno de los afortunados. Aquel joven fuerte y apuesto de ojos negros y pelo lazio estaba tocado por la divina gracia. Lo habían escoltado a un sótano para tormentas y huracanes junto a dos docenas de habitantes de Texas. De inmediato, las primeras alarmas comenzaron a sonar. Su madre no cumplía los requisitos, tenía cincuenta y tantos años y estaba enferma.

—Mi niño, le había dicho a Raphael tres semanas antes, “prométeme que no volverás por mí. No quiero ver este lugar después de lo que pase”. La Tierra se había estado desintegrando en el infierno desde que Rafael estuvo vivo. La guerra había dejado esa tierra árida y seca. Y desde muchos años antes, el  tiempo se encargó de secar toda el agua dulce. El agua potable ya no era asequible para la mayoría de la gente. Los vendedores ambulantes de agua a menudo no llegaban más allá de los límites de la ciudad; antes que las pandillas y los ladrones llegasen a ellos. La gente llevaba ya dos años esperando con gran expectación. La tensión aumentó hasta convertirse en una neblina de caos insoportable y sofocante mientras todos intentaban prepararse para lo inevitable. La mañana del fin amaneció brillante y clara. Rafael había estado cuidando a su debilitada madre. Había pasado una noche particularmente insomne cuidándola y Rafael estaba exhausto. A media mañana, el pueblo empezó a susurrar:




—El señor Brown dijo...

—¿Qué dijo?

—No, lo escuché bien. Era algo de Gloria...

—Tenemos que irnos.

—El gobierno ha mandado más efectivos del departamento de migración. Estaba tan absorto en sus pensamientos —que el ingenuo Rafael— no se dio cuenta de la situación. Todos sus vecinos recogían apresuradamente sus pertenencias… Pero por la tarde las alarmas habían empezado a sonar. Y lo más chocante, es que sólo sonaban cuando ocurría algo muy grave. Rafael entró corriendo a la casa, cerró la puerta detrás de él y corrió hacia su madre, cuya respiración ronca empapaba la casa. De repente, el sol se apagó. Rafael recordó haber sido arrancado de las garras de su madre, un grito ahogado —cortamente— escapó de sus labios, antes de ser arrojado hacia los ásperos brazos de alguien. De entre la bruma pudo distinguir a mujeres y niños siendo conducidos rápidamente a un refugio contra tormentas. Finalmente, después  que todos fueran ubicados, el hombre que llevaba a Rafael cerró la puerta del búnker con un clic metálico. Cuando Rafael volvió en sí, le dolían los músculos inferiores de haber dormido en el frío suelo de cemento. Susurros murmurados vibraban a su alrededor, seguidos por algún que otro sollozo silencioso.

 

 



Dejó escapar un fuerte grito ahogado y se sentó bruscamente cuando los acontecimientos de la noche anterior volvieron a él, en forma, de destellos estruendosos. Una mujer joven se acercó a él; tenía los ojos hinchados y rojos, y sostenía una andrajosa manta roja de algún bebé que apenas sostenía  entre sus manos temblorosas. —¿Lo viste? —susurró, su voz brama y frágil.

Rafael no supo cómo responder. Así que se quedó callado, mirando los ojos suplicantes de la mujer. ¿Mi hijo? —aclaró, con los ojos llenos de lágrimas. De nuevo Rafael no respondió; ella lo asustó. Finalmente, se alejó, enterrando su rostro dentro de la manta mientras dejaba escapar un sollozo profundo. Rafael dirigió su atención hacia la puerta del búnker. Necesitaba abandonar este lugar. Necesitaba saber que su madre estaba bien. Se abalanzó sobre el mango y empujó con todas sus fuerzas. Su respiración se aceleró por el esfuerzo. Nadie en el búnker intentó detenerlo. La puerta cedió y Rafael salió como un muelle de un torno. Llovió ceniza del cielo reluciente y el sol desapareció detrás de paredes de espeso humo negro.




Apareció un resplandor rojo de luz, el cual, brilló sobre la ciudad completamente destrozada, proyectando débiles sombras de lo que una vez estuvo allí. Podía atisbarse una dolorida hermosura. A pesar de la dantesca y tufarada visión. Rafael chocó en  dirección de lo que pensaba que había sido su casa. Casi no quedó nada, sólo un montón de metal retorcido y madera chamuscada. Su madre se había ido. Rafael se arrodilló en el suelo ceniciento y comenzó a llorar. Sus lágrimas resbalaban por sus carrillos y terminaban en las yemas de sus dedos. Lloraba por su madre, cuyo cadáver desmoronado yacía enterrado bajo capas de escombros. Lloró por su pueblo, cuya pobreza nunca terminó y lloró por un mundo destrozado y envuelto de codicia humana.—Me lo dijo, aquella hechicera, este año 2024, sería el de nuestra salvación. Lloraba desconsoladamente. El destino dictó sentencia y el nuevo año volvió a dejar su rubrica, en forma de cólera biblica.

 

                                                                       

                                                                           FIN




Fotogramas adjuntados

Rocco e i suoi fratelli (1960) By Luchino Visconti

Gran Torino (2008) By Clint Eastwood

Exodus (1960) By Otto Preminger  

A better life (2011) By Crhis Weitz 






 


Feliz Navidad, Ava. Aquellos días de olas y risas


 

“No te preocupes”, decía la cortina de ducha de vinilo transparente con unas margaritas amarillas mostaza, compradas en una oferta de un Ikea—Luego las vi en un catalogo... Sí, aquel fue el último regalo de Navidad de mi hija Raquel, por entonces tenía 14 años, ahora, unos 19. O eso creía yo, cuando me dijo Ava:—No, Ernesto, Raquel tiene 34 años! “A menudo comentaba que se marchaba de viaje por negocios en la oscura noche”. Yo siempre pensé que era demasiado joven para hacer esos largos viajes en la negrura de las autovías. Ava había dejado el sempiterno cigarrillo en el cenicero mientras se secaba el pelo. A veces, como sin quererlo, sabemos —que a nosotros— también nos toca irnos de viaje. Sí, yo en muchas ocasiones, pienso, que ésta será mi última maleta o la última Navidad. Otras veces, es Ava quien le quita hierro al asunto y dice:—Cariño, qué bonita está Florida en Navidad. Suele ser hermosa; si no está apestada de alguna plaga de iguanas o una nueva horda de turistas alemanes que huyen del frío prusiano. Al final, volvemos a la carretera y dejamos el bloque de apartamentos de Kings Rivers en California. Tenemos un viaje muy largo por delante. Antes de comerzar la ruta paramos en una cafetería que estaba llena de gente vestida de Papa Noel y sonaban villancicos de CrosbyandBowie. Pedí un Chocolate caliente con Brandy. Ava estaba hambrienta y quiso comerse unos huevos revueltos con Bacon. Mire a mi esposa y le dije: Feliz Navidad. Ella me contestó:—Van quedando pocas, Ernesto. Pero queda mucho camino hasta la bella Florida. Ya dentro del coche introduje en el navegador la ruta exacta y Ava comenzó a conducir. Me encantaba ver a mi esposa al volante.



 

                                          Tampa (Florida) 24 horas después: día de Navidad


Llegaba una brisa marina que te acariciaba en la cara, la cual, invitaba a darse un chapuzón a pesar de los 3kms que distaba el mar de la urbanización. Una vez  deshechas —cómodamente— las maletas, nos dimos cuenta que teníamos la mitad de la edad media del personal que pululaba por la calle. Un sitio donde la tropa estaba entre los 70 y 80. Ava y yo, aún parecíamos dos buenos cuerpos cincuentones. Sí, amigos estábamos en el paraíso de Ybor City de la ciudad de Tampa. Decidimos irnos de compras y acabé adquiriendo unos pantalones beige junto a un polo de algodón a rombos de Fred Perry. Mientras Ava complementaba su atuendo con un pañuelo en la cabeza y unas enormes gafas de Gucci negras de sol. Teníamos suficiente con descansar entre los paseos soleados y los bordeados de setos, a lo largo del presente año o así veíamos el panorama. Bien, como el que no quiere, nos pusimos manos a la obra para ser unos buenos vecinos. Ava empezó a ir de compras con un par de señoras del edificio Green y me dijo que el señor Jackson, del número 72, se sentía solo. Tenía mis dudas, no puede resistirme a recordar el aroma de mi hija Raquel, cuando olía los jazmines del jardín. La echaba mucho de menos y era Navidad. Ava, insistió en que fuera a hablar con el Sr. Jackson, el cual, le encantaba la cerveza Lager. Decidí que lo visitaría al día siguiente para preguntarle si le apetecía una pinta de lager suave neerlandesa. Como el que no quiere, aquel tipo se fue encasquetando jarrita, tras jarrita y es que el Sr. Jackson estaba encantado con la compañía… Las siguientes semanas, es decir, nuestros días se llenaron de entretenidos culebrones e historias de inocente plenitud. Nuestra pandilla se fue haciendo cada vez más grande, en muy poco tiempo, pasamos a ser más de ocho miembros y aumentando. Hasta esos hombres que todo lo ven oscuro y sus vidas son callejones sin salida, entraron, con un relativo grado de excitación —cuasi sorprendente— al unirse a nuestro club. Se celebró la Navidad por todo lo alto. Bebimos y comimos hasta el amanecer. Ahora, sabemos porque la esperanza de vida en este estado es tan alta. El tiempo ese cruel aliado con el que hay que discutir a final de mes.



Obviamente, nuestros días transcurrían entre glorias pasadas y encontrar el Minerva de la eterna juventud como agua de mayo; la diversión cada tarde. Éramos unos chicos con canas y andares lentos para lo que cada día era Navidad. Mientras yo me dedicaba a socializar y a organizar una especie de peña de apostadores a las carreras de caballos para los chicos, Ava se entretenía ayudando a las esposas con sus dolencias. “La tetera está lista, jovencitas”, decía haciendo sonar su bolso. “Esto te aliviará cariño y relajará muy pronto”. Las tardes de las señoras también estaban impregnadas de más risas, mientras intercambiaban anécdotas, con una larga variedad de ginebras y bourbones artesanales. Así como una gran maleta llena de opiáceos recetados. Puede que los romances se habían perdido, los caminos que habían tomado antes de que ir a votar republicanosVsdemócratas se convirtiera —en algo tan accesible— para la siguiente generación de chicas. Todo se redujo al alcohol y las píldoras. En aquellos tiempos de euforia, sentíamos el subidón; nuestra peña estaba consiguiendo ganancias considerables y Ava obtenía pastillas más fuertes y fáciles de digerir. Incluso, llegamos a crear un club de surfistas categoría senior que era la sensación de la playa de Tampa, evidentemente, para las mentes más amplias de banda. Sin embargo, a medida que avanzaban las estaciones, empezamos a sufrir reveses y los altibajos eran evidentes.



En la siguiente Navidad, las grietas que dejó el otoño habían madurado por completo: jardines descuidados, cubos de basura desbordados y aquellas familias atentas del resto empezaron a dejar de visitarnos. Todo se volvió en nuestra contra y nuestros vecinos comenzaron a evitarnos, dejando las cortinas caídas, cada día más tarde. A veces, ni las abrían o ni siquiera se vestían, los alguaciles del Sheriff, venían en busca de facturas impagadas. El bueno de Doc resbaló por las escaleras y se quedó donde se cayó durante una semana. 7 días encima de la moqueta de su comedor sin asistencia. El Sr. Jackson se fue a dormir a la bañera. Todo se estaba derrumbando. Era hora de cortar por lo sano. Dejamos esta nueva vida al amanecer, caímos en la carretera de circunvalación más cercana y seguimos adelante, el sol implacable y nosotros protegiéndonos los ojos en los cruces difíciles. No había indicios de planes, ni ropa especial, ni billetes de avión encima de la cómoda, ni camisas especiales con flores tropicales por todas partes, pero ¿Qué otra cosa podía ser? Y de nuevo, el palpitar en mis sienes, de esa renqueante zozobra sobre, el que será de nosotros en la siguiente Navidad. Raquel envió un SMS, que decía, Feliz Navidad papis. Me siento en el sillón del coche y retrocedo hasta reclinarlo. Ahora extiendo los reposapiernas. Y noto un enorme alivio. Cuando prenguntó:— ¿Ava configuro el navegador de ruta?—No, déjame a mí.  Ya le mandaré un SMS—No te entiendo—Son cosas de mujeres, cariño. Estamos en Navidad. Te quiero, Ernesto. Yo también, te quiero mucho, Ava.


                                                                   FIN 


             

                              Dedicado a Ryan O´Neal Abril 1941/Diciembre 2023 In Memoriam

 

 

 

Fotogramas adjuntados

 

The Shop Around the Corner (1940) By Ernst Lubitsch

Cocoon (1985) By Ron Howard

The Apartment (1960) By Billy Wilder

The Love Boat (1977) By Douglas S. Cramer

 

 




 



El pequeño Álvaro Mendizábal y su madre

 


Aún, recuerdo mi lugar favorito de aquella casa antigua donde vivíamos; el salón. Tenía una gran mesa castellana y las sillas de roble a juego. Cuando estuve allí, me sentí feliz y seguro. También, me viene a la cabeza, la forma que tenía papá para encender el fuego de la chimenea. Después, sintonizaba un canal de música en la radio y yo me sentaba, en medio del suelo, sobre la gran alfombra. Ahí comenzaba a dar palmaditas con las manos, indicándome que viniera y me acompañase. La verdad que era un niño encantador. Me enseñó a sentarme al estilo indio cuando era pequeño. Nos sentábamos cara a cara y él me hacía preguntas: ¿Cómo me encontraba, me hacía la broma de la nariz desaparecida? ¿Qué es lo más divertido que me había pasado en el colegio? O si hice nuevos amigos…

Después vino mi turno de preguntas. ¿Cómo de alto seré cuando sea mayor? ¿Voy a ser un hombre rico? Y le remarcaba: ¿seré tan valiente como tú, papi? Recuerdo que respondió muchas veces, bueno ya veremos: Tendremos que esperar y ver como creces...

Mamá se sentaba en su silla favorita. Ella miraba hacia abajo y nos sonreía, mientras tarareaba la música. Normalmente, solía estar cocinando, cosiendo o leyendo novelitas de Corín Tellado. La verdad, que siempre la recordaré haciendo algo. Ella nunca se sentó con nosotros. Dijo que le gustaba más cuidar de sus hombres. Empero, aquello fue hace mucho tiempo. Hoy mamá se paró en la puerta y me hizo señas para que la acompañase. —No quise ir. Le pregunté: ¿Puedo quedarme aquí? Los ojos de mi madre estaban tristes pero decididos. Teníamos que irnos. Ella lo sabía, y aun sintiéndome como yo, asustado, yo también lo sabía. Sus ojos siempre decían más con una mirada rápida, que, lo que otras personas podían decirte en diez minutos de conversación. Lo que tú quieras, tenemos que irnos.—dijo mi madre extendiéndome la mano para que la tomara. Negué con la cabeza. Tenía siete años y era demasiado grande para coger de la mano a mi madre.—Eso creía. La seguí por fuera de la casa.



Caminábamos uno al lado del otro por la acera, pasando por casas y tiendas familiares. Íbamos a alguna parte, pero no sabía a dónde me llevaría. Simplemente caminé y me quedé al lado de mi madre. Vi un destello por el rabillo del ojo. ¡Mami, el malo ha vuelto a salir! Realmente nunca vi al hombre malo; era un relámpago que pasaba o una sombra emboscada en esa misma sombra atisbada. De alguna manera, pude ver sus ojos. Sus ojos me miraron. No sabía si quería herirme o si sentía lástima por mí. Pero sabía que él vendría a por mí y que me atraparía. Intenté subirme a los brazos de mami. Quería que ella me cogiera y correr. Teníamos que huir del hombre malo.

Ella me empujó hacia atrás y me dijo: ¡No debes de mostrar miedo, Álvaro. Nunca! Me oyes. Nunca, en la vida ¿Qué pensaría tu padre?—Hacia tiempo que no escuchaba un tono tan marcial en ella. Mi nombre es Álvaro Mendizábal Vallejo, pero mi padre me llamaba Alby. De mi padre siempre tengo aquel recuerdo de lo que fue: un hombre valiente. Tenía demasiados defectos, aunque su mayor virtud fue esa, un tipo muy valeroso. Desgraciadamente, lo mataron en la gran guerra. Saltó en paracaídas desde un B-17 en Normandía, perdido por algún lugar de Francia. Alguien le disparó. Tampoco quedó muy claro lo de su muerte… Sus amigos de escuadrilla siempre me decían lo valiente que era. Desde entonces, le extrañaba.

—Bueno, mami si no quieres ayudarme ¿Por qué estás aquí? Al final, tuve que arrepentirme de haber dicho eso, mucho antes de terminar de decirlo.—Sentí una gran impotencia. —Estoy aquí porque tú quieres que esté aquí.

 



Lo siento mamá.—dije. Tomé su mano y seguimos caminando.—Mami, ¿Y si él me atrapa? Si te atrapa, quién tú y yo sabemos. Obviamente, se queda con todos. ¿Incluso, contigo mami?

—Sí, hijo, yo también”.

Aparté la mirada del hombre. Miré al frente y seguí caminando. Podía sentirlo. Se acercaba detrás de mí, casi tocándome, pero luego desaparecía. Agarré con más fuerza la mano de mamá, pero mantuve la vista al frente y seguí andando.

Sentí que el hombre se iba. Mamá miró a su alrededor pero tampoco lo vio. Él se había ido.—Eso, creía.

Paramos, Mami. —Mi madre se arrodilló para mirarme a la cara. —No me ha entendido, mamá

Hoy no, Albo— Su voz era triste. Hoy no, cariño. Tal vez esta noche, quizás,  mañana. Pero prepárate, Álvaro, porque será pronto, muy pronto.

Me quede despagado e insistí: ¿Por qué estás aquí, mami?

Me dije, estás enfermo, Albo y no lo estás pensando bien. Esto debería ser mucho más fácil, si yo estoy cerca. Por eso estoy aquí, hijo mío. Quiero ayudarte.—Mamá me miró. Tenía esa sonrisa en su rostro que decía que me amaba mucho. La mueca que decía que ella siempre me amaría y que estaría ahí cuando la necesitase.




Reconocí el edificio frente al que estábamos pero no sabía qué era. Sabía que tenía que entrar. Escuché una voz preguntar: —¿Cuánto tiempo lleva aquí?

Desde el desayuno, salió y se sentó en la silla más cercana a la puerta. Dijo que su madre vendría a buscarlo. Es triste verlo así. ¿Sabes lo que solía ser este tipo? Y ahora, fíjate cómo se encuentra —dijo la primera voz.

 ¡Señor. Mendizábal! —La segunda voz me llamó.

 ¿No podemos dejarlo dormir? Fijaros, lo confusa que está su mente… ¿Qué hacemos. No puede seguir por aquí? Se va a perder…

—Tengo que despertarlo, es hora de cenar. ¡Señor Mendizábal!

Pude abrir los ojos sólo un poco; mi visión se notaba borrosa. Sí —Respondí.

Estabas dormido. —¿Vino tu madre?—¿Cómo? Ha venido su madre…

Mi voz era frágil y fatigosa: “La vi hoy, pero no vino a buscarme. Ella dijo que hoy no vendría. A lo mejor, esta noche o puede que mañana. Me habló muy alto y decía: que debería estar listo porque será pronto, muy pronto habrá terminado todo. No te preocupes, Álvaro. Mamá siempre cumple. Y cuando digo, siempre, lo es.

                                                            FIN



                         Dedicado a Concha Velasco noviembre 1939/diciembre2023 In Memoriam




Fotogramas adjuntados 


The Canterville Ghost (1944) By Jules Dassin                    

The Sixth Sense (1999) By M. Night Shyamalan

The Ghost and Mrs. Muir (1947) By Joseph L. Mankiewicz

The Others (2001) By Alejandro Amenábar

 





El rey de Ítaca bajo la piel del andén Hispania


El tren regurgitó su ración de pasajeros en el andén. Nadie notó al anciano medio acostado, medio sentado en el nicho; era invisible a todos los sentidos. No detectaron un olor acre que emanaba de su ropa, un húmedo perfume, un olor frío a muerte y descomposición. Tampoco escucharon sus silbantes respiraciones, mientras luchaba por inhalar el aire mohoso infundido por el humo quemado de los pesados discos metálicos y la transpiración de muchos miles. Sí, lo vieron. Como se ve una bolsa de basura en la calle; no lo recoges. Simplemente lo reconoces como algo malo, algo sucio, algo que desearías que sencillamente no estuviera allí. Nadie se dio cuenta del pequeño gato negro. Estaba escondido debajo del largo abrigo andrajoso del anciano, tan haraposo y gastado como la  misma prenda.




El gato tenía hambre y a pesar del calor de la estación sentía frío en su diminuto cuerpo. El anciano buscó en uno de sus bolsillos largos e insondables. De repente, sacó un sándwich. El pan estaba tieso y la carne se había endurecido pero sabía por experiencia que todavía era comestible. Separó el pan de la carne y deslizó esta última dentro de su abrigo, donde el gato la devoró. El viejo comió el pan; era como ceniza en su boca seca. Quería desesperadamente un trago de agua fresca de un arroyo prístino, pero sus piernas pesaban demasiado. Muy cansadas para levantarlo del suelo. Sintió que la criatura se movía debajo de su chaqueta y se sumía en un sueño sin sueños. Duerme, un poco, amigo —dijo con ternura y cerró el abrigo.



La danza de la estación de metro continuaba sin cesar encima y a su alrededor. A veces, se le aparecía como a cámara lenta ante sus ojos. Otras veces era como si el mundo pasara saltando, al igual que una aguja diamantina, en un disco rayado. Daba igual. Eran la una, las dos, las tres, de día o de noche, siempre sonaba la misma música. Qué esto termine así, amigo. —dijo el anciano al gato dormido: “yo, Odiseo, el rey de Ítaca, conquistador de Troya, el oficial, el viajero, el inteligente, aquel que creo el caballo de Troya, que capturo al vidente Heleno. Ahora, en mi exilio, he terminado mis días aquí, con sólo una pequeña criatura perdida para consolarme y acompañarme en mi camino por la corrupta Hispania”. El anciano sintió que las últimas fuerzas que le quedaban se filtraban desde sus huesos a la helada tierra, que tenía debajo del torcido suelo. Abrazó fuertemente a la criatura bajo su abrigo, ella también estaba perdiendo la lucha por la vida. 

 



El rey de Ítaca, el astuto embaucador de los troyanos, cerró los ojos; estaba más allá del llanto, mucho allá del dolor y del lejano amor. Nunca había llegado a casa, nunca había vuelto a ver su rostro, nunca había visto a su hijo crecer hasta convertirse en un hombre; todas eran sempiternas maravillas presumidas de un pretérito desvencijado poeta que habló con los Cimerios. Aquí donde los jueces ejercen violencia de género y esnifan Keta. Maldita Hispania me siento como el porquero Eumeo. Duerme, amigo mío —dijo, todavía con sus brillantes ojos de fuego cerrados, mientras sentía el cuerpo de la pequeña criatura adentrarse suavemente en la noche eterna. Anhelaba unirse a él, allí. Dejar de deambular, terminar todos los perennes días, pero sabía que no era así. El anciano murió, sólo un anciano más, un vagabundo, un humano indigente, un alma perdida y sin nombre en la gran ciudad de eso que siempre está vacío en farisea Hispania. Pero en algún lugar, en otro sitio lejano, puede que renazca el Rey de Ítaca.


                 Dedicado a José María Carrascal diciembre 1930/noviembre 2023 In Memoriam





Fotogramas adjuntados

Il ratto delle Sabine 1910 By Ugo Falena

Death Line (Raw Meat)  1987 By Gary Sherman

The Kid 1921 By Charles Chaplin

Gatto nero 1981 By Lucio Fulci