Las ofuscadas intenciones del crimen
Una
noche de finales de otoño, mientras la luz se tornaba moribunda, sentí el
llanto amargo de la oscuridad. Quise contárselo a un amigo, pero le dije que
era demasiado hermoso para su vista. Aitor siempre fue un daltónico sin
esperanzas. Era mi único hermano. El único amigo de fiar, en unos tiempos
revueltos y tempestuosos. Saqué un cigarro y me quedé mirando las insolentes
copas de los árboles de aquel nebuloso bosque. Fingí no escuchar mis tambaleantes
pensamientos que atizaban mi mente, después de haber acabado con la vida del
jodido "Mephis". Empero, todo este enredo comenzó a finales de septiembre de
2015. El comando Karevizf había planificado el secuestro del alcalde de Jobredc
una localidad cercana a la nación del Estaño Verde. Aquella villa era una
delicia entre jardines afrancesados y viejos robles. El ayuntamiento estaba
recubierto con placas de caliza negra. Las hojas de los arboles cubrían los
bancos del parque y el cielo se adornaba de un gris plomizo. Esperábamos al
objetivo, en este caso, su alcalde; Reniam Driss. Un empresario jubilado del
negocio metalúrgico; que entró en política por aquello de satisfacer a gran
parte de la vecindad del pueblo. La captura fue muy sencilla, tan sólo tuvimos
que esperar su salida del pleno municipal, a la hora de comer y hacernos pasar
por soldados de la unidad criminal movilizada del reino de Brodas. Al mando
estaba Domonkos Jorkaeff alias “Mephisto”. Un tipo de lo más inestable e imprevisible,
al que le acompañaba —su habitual sonrisa psicótica enyesada— a su texturada
cara, resultado de una viruela mal curada. Luego, estaba Aitor, mi hermano. Él
era un pobre infeliz; que no pudo entrar en el ejército de levas de Tabross por
su desdichado daltonismo. A raíz de aquel acontecimiento comenzó a presentar un
desorden psíquico muy misterioso y a la vez esquivo. Le diagnosticaron un
trastorno maniaco depresivo y comenzó a tomar litio y anticonvulsivos. Cada
otoño entraba con el pie cambiado hacía el bajón. Yo siempre me sentí
responsable. A fin de cuentas, éramos huérfanos y mi trabajo de asesino a
sueldo era inviable con la atención de su patología. Lo introduje como uno más
de la banda. Eso sí; siempre respondiendo por él. Nos situamos en un cruce de
diferentes destinos de la carretera comarcal y al poco le echamos el alto al Tesla
eléctrico que conducía el alcalde Driss. Mephisto le indicó con un ademán que
aparcase en el arcén. Se dirigió a él y le dijo que había superado el límite de
velocidad en una vía secundaría. Driss estaba algo intranquilo e inquieto. Eso
de ver tres agentes en un mismo automóvil, no le cuadraba. Repitió una y otra
vez que nos identificáramos. Mephisto le hizo bajar del coche, de malas
maneras. Ahí fue cuando yo me acerqué para apaciguar los ánimos. La cosa fue en
balde. El hombre estaba nerviosismo, pues, era sabido que la región del sur del
reino de Estaño; se caracterizaba por el abundante número de raptos. Lo agarró
por el cuello y le coloco un gran pañuelo rojo, empapado en cloroformo, que lo
dejó grogui. Me quedé mirando al puto Mephisto y el me esbozó una sonrisa de
puto demente sádico. —La vía rápida, Sr. Nojkaz. Ah! ya lo recuerdo que el
sensible Nojkat. ¿Nunca has sido muy del boxeo? Eh! colega—Masculló el sibilino
Mephis. Bueno, pues, no sabes lo que te pierdes, con eso de la vía rápida del
cloroformo—Siguió con su sonrisa de hiena. Lo introdujimos en el maletero del
todoterreno Nissan híbrido. Siempre me había jodido que me llamarán los conocidos por
mi apellido y menos aún, sabiendo la retahíla de canciones que se inventaban en
el colegio sobre los hermanos Nojkat.
En
el refugio
Llegamos
a cabaña de montaña que se hallaba cerca de la zona del sur de los limes del
reino de Estaño verde con el reino de Tabross. Un refugio de unos 40m2 con un
dormitorio, un baño y un sótano que, en el fondo, era el zulo donde el
secuestrado Driss estaría en cautividad. Aquel habitáculo apenas llegaba a los
4 metros de largo por 2,5 de ancho y un metro ochenta y dos centímetros de alto.
En el aire se condensaba la mugre, la soledad y la humedad. A veces, el hollín
de la chimenea, la música de Coltrane y las ráfagas de viento sacudían el
portón camuflado. En la mesa del comedor donde se juntaban Mephisto y Aitor lo
consideré el lugar perfecto para dejar una nota de las labores de aseo y trato
del reo. Mephisto decía que la tortilla de patata estaba dura. Le
espeté:—¡Compra las patatas y la haces. Eh! ¡Te queda claro!—Venga, chaval no
te pongas de ese morro, que tampoco eres el chef del rey de Tabroos. Las
exquisitas tortillas de patatas de Tabross, con denominación de origen— Muy
vacilante y petulante. Ni chef, ni pinche, ni pollas en vinagre...—En un tono
chulesco. Abajo en el compartimento/zulo, Driss salía poco a poco del estado del
colocón del triclorometano. Su tos aguda retumbaba en las mohosas paredes del
chamizo. Y comenzó a gritar: Por favor! Por favor, sacadme de aquí... Roto de
dolor y pena. Entre sollozos estaba absorto en aquel agujero, donde habían ido
a parar sus huesos. Un castigado saco de dormir de marca blanca —que dejaría su
maltrecha espalda del revés— al veterano alcalde. Un lumbago de cojones. Echándose la
cabeza hacia atrás, contemplaba el anodino portón infernal, imaginando nubes a
la deriva y unas pocas estrellas pálidas, que parecían iluminarse por las
sonrisas de sus hijas: Kalindra y Kriska. Buscaba su cartera desesperadamente,
intentado encontrar las fotos de ella y su esposa Nadizh. Mientras, arriba
Sokrek le hacía un gesto a su hermano Aitor. Evidentemente, éste, se percató de
sus tareas. Recoger la mesa y preparar el rancho al prisionero. De repente,
Mephisto, se enciende un pitillo y sugiere: le voy a decir al pichón si le hace
un cigarrito…—¿Eres idiota o te lo haces? Todavía no ha cenado y el hombre no
estará para muchos cigarritos.—Tranquiloo, hombre pacífico—tono irónico. Aitor
reclamaba a Sokrez y comenzó a golpear la mesa del comedor... Éste le dio un
último consejo a Mephisto—Estate quietecito, y todos saldremos ganando—Manda
cojones! Ahora los héroes son las ratas del sótano. Sokrez cogió una bandeja
con un plato de tortilla de patata con un pimiento de lata y un plátano. Se
acercó hasta el interior del zulo y abrió el portón. Driss estaba obnubilado y
con el rosto ojiplático, cuando vio como Sokrez Nojkat, le llevaba la bandeja.—Aquí
tiene su rancho. Si tiene más frío, dígalo. Entonces, Sokrez, se sacó una
linterna de su bolsillo y se la entregó.—Cuando tenga ganas de orinar en ese
cubo verde. Si tiene ganas de hacer de vientre, en el de al lado, color azul.
En ese rincón hay un rollo de papel higiénico y no se preocupe. Si Ud. está
tranquilo todo irá bien. Buenas noches. —Aitor, tómate tus pastillas y a
dormir. Mañana será otro día.
Cuatro
meses después
Finales
de enero, el invierno estaba exultante y la nieve parecía encender aquel lugar,
dejando el territorio de postal navideña. Los copos caían como bolas de algodón
a modo de cámara slowmotion, en una atmósfera típica del crudo y frígido
invierno del territorio del reino de Estaño verde. Fumaba lentamente un
cigarrillo y recapacité si este affaire iba en la dirección correcta. Cuando
observé unas pequeñas manchas, que desprendían la horma de la rueda del
todoterreno Rover, muy marcadas sobre la abundante nieve que creaba un
resplandor de color blanco tierra. Me dolía la cabeza y el café con el
paracetamol, no me había hecho mucho efecto, no sé. El carajón seguía en el fondo de mi cabeza. Aquel lugar era un sitio
tranquilo y los pocos que sabían de él conocían la labor que se desarrollaba: sicarios
a sueldo y bandas organizadas campando a sus anchas. Si algún cazador de las
aldeas, fuera capaz de irse de la lengua, su destino podía ser una zanja a dos
metros bajo la nieve. Juraría que Mephisto se había marchado sin decir nada.
Fue un pálpito, pues, de semejante alimaña cualquier cosa es poco. Entré en la
cabaña y fui al zulo, a ver a Reniam Driss. Ahí me di con bruces con Mephisto
que le estaba renegando y zarandeándolo. El espectáculo era dantesco, aquel
hombre, habría perdido más de 22 kilos y su rostro estaba casi momificado,
entre una abundante cabellera blanca, que cubría hasta sus hombros. Así como
una larga y copiosa barba de náufrago. Apenas veía tres en un burro y Mephisto
le estaba reprimiendo porque se había orinado encima. —¡Qué pasa abuelo, otra
vez nos hemos ido por abajo!—Le arengaba con violencia.
—Estoy
hasta los cojones. Es la última vez que te meas encima. No soy tu enfermera.
Tienes dos cubos el verde, pipi. El azul, cacota.—Reía con cinismo.
—No
puedo más. Déjenme marcharme. No veo nada. Por favor, no quiero estar más
aquí.—Entre jadeos imploraba compasión.
—Pues,
o pagan los tuyos, o te queda mucha mili en el hotelito…
—¿Qué
pasa Mephisto?—Le espeté con ganas.
—¿Qué
pasa? Eso digo, yo. Príncipe de la inteligencia.
—¿Ha
desayunado el Sr. Driss?
—El
Sr. Driss se cree que soy la chochona de su nuevo geriátrico.
—Esa
no es la respuesta que quería escuchar...
—Mira,
Sokretz, yo estoy hasta los reales huevos de este señorito con la próstata
floja—El tono era muy despectivo.
—Sube
arriba, que si bajo no cabemos.
—Ya
subo, que hace un pestuzo, ahí abajo… Vamos, hace de una mofeta el nuevo
Ambipur.—Risotada del personaje.
—¿No
crees que se podría asesar al Sr. Driss?
—Pero,
tío, ¿te estás quedando conmigo?
La puerta del zulo seguía abierta. A pesar del
malestar del reo, éste, escuchaba atentamente la conversación del salón de
arriba.
—Sabes
una cosa Mephisto, te pasas de listo, cuando eres un tarugo y un zángano
despreciable.
Pensé
brevemente acerca de ir por el cuchillo que tenía en el bolsillo de mi abrigo,
pero decidí que no valía la pena. No obstante, con lo que no contaba era con el
revólver del 38; que llevaba en mi otro bolsillo.
Es
evidente, que mi hermano Aitor era daltónico, empero yo era zurdo de nacimiento.
Sin embargo, en el reino de Tabross, donde nacimos, se consideraba a los zurdos
diablos. Ello no fue óbice para coger el revólver y en un preciso movimiento rápido... Disparé a Mephisto.
—Jódete,
imbécil, cabrón y miserable. — Pum, pum…, y así hasta tres veces. Lo dejé frito
en el suelo de la cabaña. Mientras un reguero de sangre salía del agujero del
corazón, bazo y estómago. La misma sangre que se filtraba por los tablones del
suelo de la cabaña y entraba en el zulo de Mr. Driss. En ese mismo instante,
Aitor salía con las legañas todavía pegadas en los párpados y se quedaba
mirándome anonadado. Yo seguía pensando en las cortinas cerradas de la cabaña,
la simpleza del mobiliario, las sabanas remendadas de la habitación donde
habíamos dormido Aitor y yo. Aitor me pregunto:
—¿Qué hacemos hermano?
—Marcharnos
a nuestra casa y dejar a este hombre libre.
Bajamos
a por Mr. Driss. Le dimos de comer y lo aseamos en el cuarto de baño. Confuso y
extrañado. Aún presenciaba el cadáver de Mephisto. Al cual, arrastré y lo lleve
a la ladera de la cabaña.
Cavé
una zanja y lo enterré. En ese instante hubiera deseado poder gritar ante todo
el mundo que me había conocido y a las que debería de haberles dado la mano.
Posiblemente, las ofuscadas intenciones seguirían condenado mi propia locura.
La vida de un sicario sentimental. Subimos en el coche a Mr. Driss y nos
pusimos en marcha hasta llegar a la carretera secundaria. En donde había una
tienda self-service. Nos marchamos. El alcalde Driss, envejecido, con su mirada cómplice
se quedó sentado. Deseaba una despedida rápida, pero no un adiós. Habíamos sido
sus captores; pero en fondo sentía un tapujo que le miraba de refilón una
enorme tristeza: tan vidriosa y estéril. A la vez confusa. Llena de anhelo por
llorar. Miraba el todoterreno como se alejaba de la estación de servicio.
Posiblemente, todos estábamos locos, en aquel viaje enajenado hacia el corazón
de las tinieblas. Una locura que fuese lo menos quimérica y quizás en busca eso
llamado normalidad aparente. Tan normal como las miradas vagas, entre mi
hermano Aitor y yo. Igual que las sonrisas espontáneas de dos niños. En el
fondo, la vida de un daltónico puede ser muy divertida, cuando se es el hermano
de un loco inmaculado.
FIN
Dedicado a todas las víctimas
secuestradas por terroristas de todos los pelajes
Fotogramas adjuntados
The
Man Who Knew Too Much (1934)
by Alfred Hitchcok
Prisoners
(2013) by Denis Villeneuve
Grabenplatz
17 (1958) by Enrich Engels
The Captive (2014) by Atom Egoyan
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