Alfred Hitchcock, el genio de la obsesión
DecÃan
Chabrol y Rohmer: "La forma no embellece el contenido, crea”. El erotismo
en Hitchcock es un elemento clave de la estructura narrativa de sus pelÃculas.
Se asocia con historias de amor, que suelen comenzar con una liberación fÃsica
de los personajes o de un noviazgo, ya bien sea, superficial o más profunda.
Hasta acabar atrapando la ingenuidad de lo carnal. Empero, esas disquisiciones
tan intelectuales les serÃan extrañas y abruptas por estos lares donde lo
canallesco y noctambulo son moneda de cambio como la mano de un Baratheon.
Luego, a mi admirado Hicht, le podrÃa dedicar tantas palabras como visionados a
todas sus pelÃculas. Desde la muda, “El jardÃn de la alegrÃa” (1925) hasta la
fascinante “la trama” (1976). Es más, me podrÃa arrancar con alguna de las
milongas de Sabina al lado del decano Serrat por mi amado Buenos aires. Sin
embargo, hay que hablar de este cineasta, que está entre los cinco mejores de
la historia de este arte. Un personaje excepcional y como tal, un ser humano
lleno de complejos, obsesiones y frustraciones. Mi abuela me decÃa: “no hay
que recelar de aquellos tipos con
aspecto anodino y percha de sombrÃo funcionario, atravesado en una vieja
estafeta de provincias. Detrás de esta fachada, chaval, puedes encontrarte con
la mente de un genio difÃcil de enmarcar.” Ya les he dicho por estos parajes
que mi abuela era un mujer sui generis, a la que le dedique uno de mis
insólitos artÃculos. Alfred Hitchcock siempre hizo las cosas con premeditación
y repleto de deseo. Eso sÃ, a lo grande. Otro cantar fue el terrible paramo de
la frustración. Y de esa hay mucha en este mundo de la blogosfera, tanta como
bagatelas literarias. Hitch nació en 1899 en el East End londinense, dentro de
un cÃrculo familiar dedicado al mundo del comercio. El padre de AH, el Sr.
William era un tipo duro y escrupuloso que aleccionó con mano de Tywin
Lannister al benjamÃn Alfred. Hasta tal
punto que el chaval se iba de posaderas con atisbar la presencia de su
sombra. Y ahora, por favor, no les entré un ataque de pánico con lo del método
educativo victoriano.
Pero
algo de verdad tendrá aquello de: “la letra con sangre entra”. Aunque, la ocasión la pintaban calva. Pues, el pequeño Hitchcock no es que fuera el
ángel de la guarda, ya que mantuvo una actitud entre lo hooligan y relativas trazas
sinvergonzonas, pulimentadas de un sutil sadismo. Una de sus gloriosas gansadas
era anudar a sus compañeros de clase. No hay nada como la ilustración del cacumen
para darse cuenta que no van atando longanizas a las colas de los perros. El
pequeño Alfredo, estaba en los lÃmites de la entrepierna de papa William, y,
éste estaba hasta la coronilla tras la enésima diablura del genio. El Sr.
Hitchcock padre, se las ingenió para que recibiera su pertinente castigo en una
celda de la comisarÃa del distrito. Pasó toda la noche rodeado de barrotes y
mugre. ¿Traumatizador?, ¡Jo y eso que siempre habÃa pensado que el psicópata de
mi padre era el mayor de los malvados con los que me habÃa topado! Ahora que la
figura de D. William se convirtió en una de las mayores obsesiones del futuro
cineasta. Es evidente, que nuestro director lo explotó en el seno de sus fantasÃas
narrativas hasta el paroxismo. Y es que un buen plato de venganza frÃa, tratándose del maestro del
suspense, nada mejor que servirlo en 35mm: puro
refinamiento y marca de la casa. Desde entonces, la policÃa siempre fue un
constante que generaba en AH todo tipo de angustias y malestares. Además, ese recelo que le generaba la silueta de su
padre, muy pronto se vio expuesta en el acólito refugio de su madre, Miss Ellen
Kathleen. Una pobre pseudodiscapacitada por una lesión crónica en sus piernas,
la cual, le abocaba a pasar las tres
cuartas parte del dÃa en la cama. Pero además de
impedida, la Sra. Kathleen era una mujer manipuladora y posesiva. Por un lado,
lisonjeaba al pobre “Alfredito” con palabras del tipo “mi corderito” o “mi angélito”.
Y
después, se la colocaba como una princesa Lannister por el costado, obligando a
Hitch a realizar ejercicios de arrepentimiento. Todas la santas noches, el
pequeño debÃa de subir a la habitación de mama y proclamar todo lo que habÃa
hecho mal a lo largo del dÃa. No serÃa muy breve, conociendo a la perla del
maestro. La cosa finalizaba con un padrenuestro y solicitando el perdón divino,
previa supervisión de su santa madre. AH,
prosiguió sus estudios hasta los catorce años
en un colegio Jesuita. Mal asunto, pues el que teclea anduvo con los Escolapios
y fue mi perdición. Luego, el trabajo que dejó pendiente papá Hitchcock fue un
pispás para el comité de la sotana fashion. Estos terminaron la faena que no
remató el patriarca. El método era de lo más retorcido que se puedan imaginar.
Sólo aquellos que hemos convivido junto a estos leviatanes de hábito negro, lo
sabemos. El interno debÃa de elegir cuando era el momento idóneo para soportar la
penitencia que se le habÃa arbitrado. DeberÃa de mostrarse en uno de los
cubÃculos especiales del colegio donde se hallaba el abate de turno y dirigirse a él para decidir el modus operandi.
Lo más parecido a uno de sus momentos de mayor clÃmax de terror en sus films
versus la ejecución final. ¿Comienzan a ser más comprensivos con el genio
londinense y sus fobias? La verdad, que quien haya tenido una infancia
maravillosa: lo admiro. Hitchcock tuvo toda su vida una obsesión paroxÃstica
por las mujeres lisiadas y la tortura. Entrados en harina, sólo hay que ver el film Encadenados (1945). El personaje que
interpreta —un excepcional— Claude Rains de nazi agazapado, cobarde,
endeble y pacato. Es incapaz de tomar decisiones por sà sólo. No obstante, su
madre—esa señora de apariencia piadosa—se revela como un demonio; una asesina gélida
y cruel, a la que no le temblará la mano cuando se ponga en el quite de
envenenar a la hermosa Ingrid Bergman.
Toda
la obra de Hitchcock está empapada de una larga lista de malvadas madres,
egoÃstas y posesas. Muchas de ellas convertidas en iconos de la historia del 7º
arte. En el fondo Hitch era un creador de atmosferas y estados, donde la
proximidad táctil creaba conciencias sobre la importancia de las relaciones
superficiales. Es decir, el amor para el maestro se manifestaba en la carne. Pero
en algunas pelÃculas—este contacto carnal— está en un tris del golpe asesino,
que es el paso de una acción a otra en un solo movimiento de sagacidad. Y es
que la famosa frase de François Truffaut quedarÃa ilustrada en este carrusel de
fotogramas. Tal como afirmó de su lengua el director galo: "las pelÃculas
de Hitchcock aman escenas como las escenas del crimen y las escenas del crimen
como escenas de amor". La aparición de la mujer es la realización visual
de un deseo fotogénica del ideal femenino que fÃsicamente está más cerca del
espectador, pero en la distancia de su lugar de perfección plástica muy por encima de
lo normal. Luego, la proximidad del cuerpo mira hacia otro ángulo. Las mujeres se
convierten en iconos de la belleza inaccesibles hasta que entran en la acción y
la intriga. Basta con revisar a Tippie Hedren en Marnie la ladrona (1964), y el leitmotiv
del film, que estribaba en la cojera de la madre y la culpabilidad por los
abusos sufridos en el pasado. Tal fue el grado de obsesión de Hitch, que
visionando el film de nuestro genio aragonés, D. Luis Buñuel, “Tristana” (1970) anduvo tan obnubilado
con la historia que termino por revisar la obra original de Pérez Galdós. El ideal de mujer de Hitchcock era una rubia frÃa,
pero sexualmente atractiva, distante y a la vez sugestiva. Recordemos a la
Deneuve de Buñuel, tullida y de cabello dorado. Ahà donde llega Hitchcock con
la elegante y bella, Grace Kelly y realiza la ventana indiscreta
(1954). La Kelly logró mantener una distancia insalvable para el director, que
la respetaba y admiraba en silencio, inmovilizado, como el personaje que hacÃa
James Stewart, con la pierna enyesada y mirando impotente por la ventana, cómo
se cometÃa un crimen en el edificio de enfrente.
A
partir de ese instante, Hitchcock abandonarÃa esa parálisis y reconvertirÃa su
pasión reprimida en impulsos perversos. A menudo, en el mismo set de filmación. Los episodios de Vera Miles (protagonista de Falso culpable 1956 y coprotagonista de Psicosis 1960) y el affaire Tippi Hedren (Los pájaros 1963 y Marnie, la ladrona 1964), removerÃan lo suyo como ejemplos paradigmáticos. En ambos casos, las actrices fueron agasajadas con ropa,
flores, notas, reuniones a solas, consejos y sugerencias subidas de tono. Vera Miles no
recibió de buen agrado sus gestos sino que, para disgusto de Hitch, rechazó el papel
de protagonista en Vértigo (1958) al
estar embarazada. El genio británico gritaba desgañitado: “Iba a convertirse en
una verdadera estrella con este film, pero no pudo resistir al “Tarzanete” de
su esposo. ¡En vez de tomar la pÃldora de la jungla!", espetó el cineasta,
defraudado. Su reemplazo fue la explosiva Kim Novak, actriz, a la cual nunca
quiso reconocerle los méritos de esta obra maestra, junto al esplendido Jack
Stewart. No terminó de encajar a la hermosa rubia de Chicago como segundo plato.
Y dentro de este submundo de angustias del aturdido Hitch, le quedó la angelical y desgraciada Tippi Hedren, la
cual, pagó todos los platos rotos. Recibiendo un trato inhumano en el set de
rodaje. Soportando una de las escenas más
crueles de la historia de la cinematografÃa: el famoso ataque de las gaviotas,
cuervos y demás especÃmenes. Tuvo que estar de baja una semana con un schock emocional
y fÃsico brutal. Asimismo, el vÃnculo entre el impulso sexual y
criminal; es un calco en FrenesÃ
(1972).
En
la reiterativa incapacidad del individuo por llegar a la mujer deseada,
derivando en la violación y asesinato de la Sra. Blaney, la actriz Barbara
Leigh-Hunt. El protagonista de este arriesgado film, en su época, Robert Rusk
(Barry Foster) se encuentra en la misma posición que el trastornado y frustrado
Norman Bates. Sin embargo, la pelÃcula que mejor recrea el mayor de todos los
tormentos y remordimientos, de un hombre por una mujer, la rodó el mismo
maestro y es la mencionada, anteriormente. En 1958, Hitcht rueda la obra
perfecta tras una inversión de planos subjetivos termina por hacernos cómplices
de la pesadilla del protagonista Scottie Ferguson (James Stewart). La simplificación de los recursos estilÃsticos nos adentra en
la sensación de vértigo y el vacÃo interior de nuestra propia llamada. Al introducir la intimidad de un personaje vital.
Añádanle a un músico de la talla de Bernard Herrmann y tendrán la sensación de
malestar más duradera de toda su vida. Ni en un parque temático lo pasarán peor o
tendrán el mayor de sus gozos. Y es que "las pelÃculas de Hitchcock aman
escenas como las del crimen, y las escenas del crimen como las escenas de
amor". Asà fue este
genio de la historia del séptimo arte como comentaba al principio y habrán
tenido la suerte de comprobar en sus dos recientes biopics. Uno donde el
protagonista, lo encarna Anthony Hopkins “Hitchcock”
(2012) y el otro realizado por HBO, donde Hitch lo interpreta un exquisito,
Toby Jones “The Girl” (2012) El
material para las dos pelÃculas no puede ser más jugoso: arrogancia, castings,
gente famosa, mobbing, obsesiones tortuosas, sexo y violencia. Claro, que sà el joven
rotulista amante del cine de Griffith, lector de Poe y admirador de las rubias más cool resucitase… Mejor nos vemos en otra ocasión.
Dedicado a Rafa Nadal,
campeón de 14 Grandes Slams
Fotogramas adjuntos
The Pleasure Garden (1925) by Alfred Hitchcock
Notorious (1946) “ “ “
Marnie (1962) “ “ “
Vertigo (1958) “ “ “
Psicosis (1960) “ “ “
The Girl (2012) by Julian Jarrold
BibliografÃa
consultada y recomendada
Alfred
Hitchcock by Donald Spoto Ed. Ultramar (1990)
Hitchcock pour C.
Chabrol & E. Rohmer. Paris, Éditions universitaires (1957)
Hitchcock:
A Definitive Study of Alfred Hitchcock by Francois Truffaut Ed. Touchstone
(1985)
The
Cinema of Cruelty: From Buñuel to Hitchcock by André Bazin&Francois
Truffaut Ed. Arcade Books (2013)