La
recepcionista abrió la puerta y lo condujo por un pasillo largo, a una
habitación cálida con un sofá y una silla.—Adelante, Alberto: Ponte cómodo,
estará contigo en medio minuto.
Alberto
se sentó en el sofá, nunca antes habÃa ido a un psiquiatra, aunque pensó que
estarÃa recostado en el sofá y le contarÃa muchas cosas sobre su infancia. AsÃ
que decidió que lo mejor serÃa ponerse lo más cómodamente en el sofá.
—En
realidad, no les he visto desde que vi al Dr. Lasalle. Y fue entonces cuando
se dio cuenta por primera vez. No ha visto a su hermana ni a su mejor amigo
desde que comenzó los tratamientos, ¿podrÃa ser una coincidencia?
—El
doctor Ansorena sonrió con orgullo. —Eso es realmente bueno, Alberto. No
esperaba que comenzara a funcionar tan rápido, pero es genial que el tratamiento
ya haya aliviado los sÃntomas tan rápido”.
—Alberto
piensa mucho lo que va a decir —¿las cosas no parecen estar bien? —SÃ, supongo que sÃ.
—Yo...
simplemente no me di cuenta de que el tratamiento estaba funcionando. —Dice en
voz baja. —¿Cómo podÃa ser que realmente estuviera tan destrozado de la cabeza?
—No,
suena bien". ¿PodrÃa ser?¿Realmente podrÃa haber estado tan al lÃmite?—Un
tono entre el cinismo y la indiferencia. —No, todavÃa tenÃa recuerdos de cómo
eran reales... ¿No es asÃ?
Una
vez en su coche, Alberto decide que deberÃa ir a ver a Rai, o ver si alguna vez
existió.—¿Rai es mi amigo?
Mientras
conduce, siente un presentimiento, una sensación de pavor. Tiene un pálpito
como de haber hecho este viaje, hace muy poco. Un trayecto cercano, pero
imposible de recordar. Nota como si fuera de noche; cuando doblaba estas
esquinas por última vez. Ese efecto tenÃa un propósito, siempre que lo estaba
haciendo, aunque de imposible recuerdo.
Albertollega a la puerta de su amigo. Hay un aroma
en el lugar, que le recuerda a una mezcla de almizcle y entrañas de pescado. Es
muy áspero y desagradable. Llama y espera. —Nada, maldición. No contesta.
Alberto
vuelve a llamar, luego intenta abrir la puerta, pero está cerrada con los
pestillos a cal y canto. Está preocupado por su cordura, por su amigo, por la
última vez que estuvo aquÃ. Alberto da un paso atrás y encuentra la llave que guarda debajo del tapete de la puerta. La introduce en la cerradura y gira
el bombillo.
Cuando
abre la puerta, recuerda lo que pasó cuando vino esa noche. La sangre estaba esparcida por todo el apartamento. En la pared del fondo están, a modo de
garabatos, las palabras: "No es real". Alberto comienza a secarse el
abundante sudor de su frente.
Se
derrumba y cae de rodillas.—¿Cómo pude haber hecho esto?Nooo!
Alberto
recuerda todos los apuñalamientos, todas las cortaduras. Recuerda a su amigo
suplicando por su vida.Escucha unas voces que le dicen, en tono,
fantasmagórico: culpable, asesino, eres un malvado. Se siente mal y vomita. La
voces, seguÃan mancillándole, con un tono más bajo.—No he hecho nada. Yo no soy
un asesino.—Gritaba desesperado.
Albertopasó la noche llorando en su ducha, tratando
de quitarse el hedor y completamente K.O. Sus recuerdos no se irÃan por el
desagüe, no importa lo sucios que estuvieran. El agua se habÃa enfriado mucho,
mucho tiempo atrás, y la luz comenzó a entrar por la ventana. Alberto habÃa
agotado el cupo delágrimas, pero nunca
perderÃa los sentimientos inmundos que lo habÃan inundado.
La
primera vez que estuvo con el doctor debió haberle hablado de su hermana, de
cómo la conoció en el restaurante, de cómo se revolvÃa en su vestido, luciendo
como una mujer asÃ... elegante y dulce. Otra vez sus pensamientos pasaban del
gris al negro y la voces… —¡Culpable, criminal. Di la verdad!
—Alberto,
escúchame bien. Y hazme un gesto, para que yo pueda entender que me comprendes
perfectamente. Bien, has tenido un accidente. Las drogas no parecen funcionar.
El Dr. Ansorena, intenta consolarlo con una explicación básica y muy coloquial
de clase de facultad.
El
más rechoncho está sonriendo y sacudiendo la cabeza hacia Alberto, las voces
vuelven, en esta ocasión con mucho sarcasmo: —la has cagado, cabrón. Eres un
puto psicópata. Y te van a meter un montón de años, asesino de mierda.
Alberto
solo puede cerrar los ojos y negar con la cabeza, tratando de controlar lo que
está sucediendo, dónde se encuentra. Recuerda un accidente automovilÃstico,
pero al mismo tiempo recuerda que lo arrestaron. Su mente confusa, ve flashes de
un juicio… Los dÃas pasan...
—Veamos,
Alberto, entre el desastre en el que estabas y tu estado mental, has estado
entrando y saliendo de la conciencia durante los últimos dÃas. El doctor
Lasalle intenta recapitular lo que aparentemente no puede recordar, explicarle
las cosas para que pueda salir del marasmo en que se ha convertido su vida.
Alberto
era una excepción extremadamente inusual. En realidad vivÃa en ambos, podÃa
tocarlos y ambos lo tocaban. Nadie habÃa oÃdo hablar de una persona tan extrema
hasta entonces. El doctor regresó.—Muy Bien, Alberto. No hay forma de suavizar
esto. Tiene un trastorno mental muy grave. La mejor noticia; es que ha
aprendido a sobrellevarlo muy bien. Entonces vamos a probar una combinación de
diferentes tratamientos. Incluirá la medicación que le recete y el asesoramiento
de un muy buen neurólogo/psiquiatra que trabaja aquà en este edificio. El Dr.
Ansorena y yo solemos colaborar juntos en varios casos. —El Dr. Lasalle
mantiene sus ojos en Alberto para ver su reacción a la sentencia.
La
recepcionista abrió la puerta y lo condujo por un pasillo largo, a una
habitación cálida con un sofá y una silla.—Adelante, Alberto: Ponte cómodo,
estará contigo en medio minuto.
Alberto
se sentó en el sofá, nunca antes habÃa ido a un psiquiatra, aunque pensó que
estarÃa recostado en el sofá y le contarÃa muchas cosas sobre su infancia. AsÃ
que decidió que lo mejor serÃa ponerse lo más cómodamente en el sofá.
—En
realidad, no les he visto desde que vi al Dr. Lasalle. Y fue entonces cuando
se dio cuenta por primera vez. No ha visto a su hermana ni a su mejor amigo
desde que comenzó los tratamientos, ¿podrÃa ser una coincidencia?
—El
doctor Ansorena sonrió con orgullo. —Eso es realmente bueno, Alberto. No
esperaba que comenzara a funcionar tan rápido, pero es genial que el tratamiento
ya haya aliviado los sÃntomas tan rápido”.
—Alberto
piensa mucho lo que va a decir —¿las cosas no parecen estar bien? —SÃ, supongo que sÃ.
—Yo...
simplemente no me di cuenta de que el tratamiento estaba funcionando. —Dice en
voz baja. —¿Cómo podÃa ser que realmente estuviera tan destrozado de la cabeza?
—No,
suena bien". ¿PodrÃa ser?¿Realmente podrÃa haber estado tan al lÃmite?—Un
tono entre el cinismo y la indiferencia. —No, todavÃa tenÃa recuerdos de cómo
eran reales... ¿No es asÃ?
Una
vez en su coche, Alberto decide que deberÃa ir a ver a Rai, o ver si alguna vez
existió.—¿Rai es mi amigo?
Mientras
conduce, siente un presentimiento, una sensación de pavor. Tiene un pálpito
como de haber hecho este viaje, hace muy poco. Un trayecto cercano, pero
imposible de recordar. Nota como si fuera de noche; cuando doblaba estas
esquinas por última vez. Ese efecto tenÃa un propósito, siempre que lo estaba
haciendo, aunque de imposible recuerdo.
Albertollega a la puerta de su amigo. Hay un aroma
en el lugar, que le recuerda a una mezcla de almizcle y entrañas de pescado. Es
muy áspero y desagradable. Llama y espera. —Nada, maldición. No contesta.
Alberto
vuelve a llamar, luego intenta abrir la puerta, pero está cerrada con los
pestillos a cal y canto. Está preocupado por su cordura, por su amigo, por la
última vez que estuvo aquÃ. Alberto da un paso atrás y encuentra la llave que guarda debajo del tapete de la puerta. La introduce en la cerradura y gira
el bombillo.
Cuando
abre la puerta, recuerda lo que pasó cuando vino esa noche. La sangre estaba esparcida por todo el apartamento. En la pared del fondo están, a modo de
garabatos, las palabras: "No es real". Alberto comienza a secarse el
abundante sudor de su frente.
Se
derrumba y cae de rodillas.—¿Cómo pude haber hecho esto?Nooo!
Alberto
recuerda todos los apuñalamientos, todas las cortaduras. Recuerda a su amigo
suplicando por su vida.Escucha unas voces que le dicen, en tono,
fantasmagórico: culpable, asesino, eres un malvado. Se siente mal y vomita. La
voces, seguÃan mancillándole, con un tono más bajo.—No he hecho nada. Yo no soy
un asesino.—Gritaba desesperado.
Albertopasó la noche llorando en su ducha, tratando
de quitarse el hedor y completamente K.O. Sus recuerdos no se irÃan por el
desagüe, no importa lo sucios que estuvieran. El agua se habÃa enfriado mucho,
mucho tiempo atrás, y la luz comenzó a entrar por la ventana. Alberto habÃa
agotado el cupo delágrimas, pero nunca
perderÃa los sentimientos inmundos que lo habÃan inundado.
La
primera vez que estuvo con el doctor debió haberle hablado de su hermana, de
cómo la conoció en el restaurante, de cómo se revolvÃa en su vestido, luciendo
como una mujer asÃ... elegante y dulce. Otra vez sus pensamientos pasaban del
gris al negro y la voces… —¡Culpable, criminal. Di la verdad!
—Alberto,
escúchame bien. Y hazme un gesto, para que yo pueda entender que me comprendes
perfectamente. Bien, has tenido un accidente. Las drogas no parecen funcionar.
El Dr. Ansorena, intenta consolarlo con una explicación básica y muy coloquial
de clase de facultad.
El
más rechoncho está sonriendo y sacudiendo la cabeza hacia Alberto, las voces
vuelven, en esta ocasión con mucho sarcasmo: —la has cagado, cabrón. Eres un
puto psicópata. Y te van a meter un montón de años, asesino de mierda.
Alberto
solo puede cerrar los ojos y negar con la cabeza, tratando de controlar lo que
está sucediendo, dónde se encuentra. Recuerda un accidente automovilÃstico,
pero al mismo tiempo recuerda que lo arrestaron. Su mente confusa, ve flashes de
un juicio… Los dÃas pasan...
—Veamos,
Alberto, entre el desastre en el que estabas y tu estado mental, has estado
entrando y saliendo de la conciencia durante los últimos dÃas. El doctor
Lasalle intenta recapitular lo que aparentemente no puede recordar, explicarle
las cosas para que pueda salir del marasmo en que se ha convertido su vida.
Alberto
era una excepción extremadamente inusual. En realidad vivÃa en ambos, podÃa
tocarlos y ambos lo tocaban. Nadie habÃa oÃdo hablar de una persona tan extrema
hasta entonces. El doctor regresó.—Muy Bien, Alberto. No hay forma de suavizar
esto. Tiene un trastorno mental muy grave. La mejor noticia; es que ha
aprendido a sobrellevarlo muy bien. Entonces vamos a probar una combinación de
diferentes tratamientos. Incluirá la medicación que le recete y el asesoramiento
de un muy buen neurólogo/psiquiatra que trabaja aquà en este edificio. El Dr.
Ansorena y yo solemos colaborar juntos en varios casos. —El Dr. Lasalle
mantiene sus ojos en Alberto para ver su reacción a la sentencia.
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