Adicción a mi 36

agosto 29, 2021 Jon Alonso 0 Comments

 


Abrí el tambor de mi revolver y dejé al descubierto los seis orificios de cada cartucho de mi revólver Colt del 36. Tenía una ordenadísima  fila de balas, preparadas para ser introducidas. La primera era simple, era la bala de la ira, un poco de pólvora y metralla. Los efectos secundarios eran rápidos y efímeros, apenas tiempo para revolverte de dolor. Tan solo, un abrir y cerrar de ojos. Cogí el proyectil  y lo introduje en el tambor sin más preámbulos. La segunda bala era conocida como la lujuriosa, puro vicio. Algo más peligrosa algo ya que no solo te producía una muerte lenta, puesto que, tú estás ignorando esta situación: todos aquellos de tu alrededor son los que sufrirán. Al final, ya estaba dentro del tambor. Bien, llegamos a la número tres la más oscura de todas. Se trataba de la bala de la corrupción. La corrupción es la descomposición del alma y del ser humano. La misma  capaz de acabar con todos tus principios y desviarte de tus valores, haciéndote caer en los dos cartuchos anteriores.



Engendrando una dispersión de dolor a tu alrededor sin impórtate lo más mínimo; lo que el resto pueda aguantar. De repente, un fuerte tembleque, desde la muñeca a los dedos, me ponía difícil, algo tan sencillo, como añadir,  la bala, con las demás. Continué con la tarea de introducir las últimas balas. Estaban en mis manos, las más crueles y demoledoras. En todos los casos producían un terrible sufrimiento a todo aquel herido por ellas. Observé la cuarta bala, la de la traición, recordé a mi abuelo y una frase que hablaba sobre este asunto; ten mucho cuidado a la hora de perder a alguien que quieras, desde la moral y la integridad: es lo más parecido a matar mentalmente, a ese ser querido. Con miedo y lleno de remordimiento, por lo que pudiese pasar, la introduje en su compartimento. La penúltima bala se trataba simplemente de la muerte. ¿Saben lo qué es y lo que significa? Era tan sencillo como disparar una bala al escultor del alma.



Imagínense la cantidad de estremecimientos que pueden ser extirpados de tu interior: piensa, en el óbito y el olor de tu mano a pólvora quemada. Un dolor punzante y electrificado llegaba hasta mi corazón Envuelto en  las lágrimas del huérfano más desgraciado del planeta. Cerré los ojos y la cargué. Tuve que pensar y darle muchas vueltas al tarro. No tenía muy claro que hacer con la última bala. Demasiado osada, no me sentía seguro de su resultado. Quedo en una moneda al aire,  una cara o la cruz, los extremos de un fragmento. Estaba muy cerca de culminar la cúspide de la felicidad pero, un paso en falso y lo destruiría por completo. Paré de darle vueltas al cerebro y directamente la coloqué en su agujero del tambor que quedaba libre. Un suave y ligero golpe seco, coloqué a la perfección la bala del amor. El trabajo estaba hecho.



El revólver estaba viendo rodar su tambor, como una ruleta de la fortuna, girando y girando como en un casino, en una divertida noche de verano. Se detuvo en una de las balas. Puro azar. Entregué el revolver a la vida, y dejé que esta hiciese su trabajo, lo había hecho muchas veces: como siempre lo había realizado, perfecto. Ahora entenderán mucho mejor porque soy adicto a la ruleta rusa. Todas mis locuras y mis mejores pesadillas. Entre tantas cosas sin sentido; que no acabo de acertar. Como muere un día y nace otro. Así vamos cayendo, uno a uno. Es la vida de una triste ruleta, que no sabemos parar, y si yo lo supiera, si descubriera como parar la vida. Créanme que lo haría en este mismo momento. Ahora soy una marioneta muerta, que creía observar como la vida giraba, en torno, a un tambor. Lo entienden, ¿a qué sí? No lo puedo evitar. Me gusta jugar.


                                                                                                 F I N



                                          Dedicado a Charlie Watts junio 1941/agosto 2021 In Memoriam 



Fotogramas adjuntos

13 Tzameti (2005) by Géla Babluani

The Deer Hunter (1978) by Michael Cimino

Lindsay Lohan (2012) by Terry Richardson

Ruleta rusa (2018) by Eduardo Meneghelli

 





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