Gravedad Cero, Buss y Kennedy
En estos últimos
días, casi horas, minutos y algún segundo perdido. Se habrán dado cuenta que
ando algo afligido, apenado como aquellos viejos boxeadores vistos desde un
cenital besando la lona del ring. Algunos
de los post colgados por las redes más cool
tenían más de aroma a funeral, de ese viejo Dandy alcanforado de ricino, con cuero
de vaca rancia, que mucho más de contundencia épica, del prodigioso púgil de Birmingham
(UK). Ah! un consejo, no confundan la vieja ciudad británica con la hospitalaria y calurosa capital sureña de EE.UU. El boxeador, en cuestión, ha pasado a la historia como el peor de todos los tiempos en este deporte. Un tipo que ostenta el mayor
record derrotas en el ring, a lo largo de 21 años, como profesional. Se
preguntarán ¿qué cojones tiene que ver las perdices con las vicodinas? Déjenme una
miaja de aliento y les aclaro, please… El correoso de Birmingham, Peter Beckley, ha perdido 254
veces en 300 peleas como profesional.
Bien, en ese estado de la inanición y el dolor perpetuo intento alejarme de ese
incontrolable vicio; que son las lecturas de un moribundo. Posiblemente hasta la emprenderé por despertar una pequeña empatía o
hartazón, de ser uno de esos tipos, a los que todo el mundo alababa, ya que
detesto esa virtud de la divina pereza; como el estado natural del individuo.
Bien, visto lo visto, el personal sólo le quedará trazar una línea de laurel
sobre mi parietal, como el pírrico vencedor de la constancia a la agonía. Pues, va a ser que no. Y, reitero, mi
propósito de reivindicar la ley de la gravedad y salvedad de nuestro ego, en el
estado de los cuerpos sublimes del proyecto STS-XX (experimento espacial), en el cual se experimentó con diversas
posiciones —sexuales— en una
atmósfera ingrávida.
Más aún, cuando esta
información nos la intentan tapar como si fuera una vista oral delante de McCarthy. Bien, a pesar de los pesares,
que sepan Uds. que la parroquia sobreviviría al caos y el apocalipsis
terrestre. Si nos fuéramos de viaje espacial, nos podríamos reproducir, gracias
a la entereza de susodicho estudio. Tras utilizar 20 posiciones, a modo de un
capítulo de Masters of Sex—vía simulación
computerizada—el resultado de viabilidad pasaría a 4 posturas. Fáciles y sin tener que pasar un clinic en el Circo del sol, incluso el burgo menos acrobático tendría su
correspondiente accésit. La que se ha descartado por sí misma, ha sido la
posición del misionero. Una putada; cuando este tinglado ya se había
conjeturado en 1996. No obstante, quien
es un crack en estimular, a todos esos que tenemos media mejilla en la lona sin
el protector dental es un tal David Buss. Un sociólogo texano, que
descubrió, tras largos e intensos estudios, que existen personalidades
intrínsecamente adulterinas. Es decir, que algunos llevamos el adulterio en
nuestros genes. Un servidor fue acusado de esa patología durante un periodo de
mi vida—puede que el más divertido de
todos—, aunque la cosa no prosperó cuando los galenos fueron conscientes
del potosí de espécimen que tenían delante de ellos a investigar. Mi historia clínica cuando voy al hospital
la tienen que transportar con una Caterpillar. Bien, volviendo a nuestro
viejo amigo el sociólogo, éste, nos concluye su estudio tras escudriñar hasta el final de la rabadilla en Segovia —a más de 100 parejas de todo tipos de
lugares y pelajes— que Mr. Buss finaliza con un claro veredicto de
propensión a la promiscuidad sexual.
Empero, eso es a la
americana, y si no hablo con mi viejo amigo Hilario Rodríguez que está en Virginia,
y él, sí que sabe, lo que se cuece en USA; seguiré como dicen por Burgos: Ramón, Ramón... Aquí
lo más cercano a esa entelequia fue el furor setentero de mis papis en sus escapadas Lost in Perpiñán de vagabondage amoureaux, por ende: vagabundaje de los amantes
infieles. Pues, unos y otras más, unas y otros menos. La gente lleva muchos
años por delante del estudio de nuestro simpático sociólogo texano. Yo he conocido a un buen puñado de personas
apasionadamente disolutas. Recuerdo una temporada por la Barcelona —aquella del señorío y la camiseta
multicolor— un amiguete que curraba como gerente (permítanme el eufemismo) de lujosas casas de servicios de compañía femenina en Barcelona,
quien me aseguraba que los objetos más olvidados por la clientela, sobre
todo los domingos por la mañana, eran misales y rosarios, móviles de concha con las teclas enormes y algún maletín de aspecto ministerial. Además,
ahora que arrecia el invierno: los
paraguas y las botas de agua se amontonan y no dan abasto en el cubo de la
entrada del Mercadona. Lo más flipante fue de entre los muchos objetos
hallados apareció una muleta y unas pantuflas con las iniciales JFD. No
confundir con el inefable presidente JFK. Decía
un tal Hamilton que escribió una de las inescrutables biografías del gran
“Jack”, que parte del trabajo de Buss se asemeja al perfil idóneo de la
personalidad del presidente asesinado. Vamos que da la sensación que el
mismísimo Kennedy estuvo en uno de los capítulos del Dr. W. Masters, ¿qué no
sabremos que sepa la hermosa asistente de WM, Virginia Johnson? ¿Sería verdad que Jack repudiaba la
puntualidad, se observaba satisfecho en todos los espejos que encontraba a su
paso, soltaba estridentes risotadas al escuchar un chiste verde y aunque
presumía, de buen irlandés, padre católico y devoto ferviente, pensaba que eso
del adulterio sólo era pecata minuta? Yo no tengo muy claro esas cosas que afirma Hamilton.
Pero sí que me creo
lo que escribió el periodista Seymour M. Hersh en su libro de 1988 y sus encuentros con Mary Meyer, cuñada del
también periodista, Ben Bradlee. M. Meyer, seguramente, fue la única mujer que dejó
a Kennedy como un flan. Atractiva, adictiva e inteligente como una femme
fatale: estuvieron viéndose en secreto a lo largo de innumerables ocasiones en la
Casa blanca. Mary Meyer pertenecía a
la beautiful people de Georgetown y se había
casado con un agente de la CIA. Muy interesada en cualquier tipo de
experimentación con las drogas (especialmente, LSD) y estilos de sexo, digamos, especialmente peligrosos. Meyer fue quien le puso un canuto de marihuana al puto
Jack. Curiosamente, un año después
del magnicidio, Mary Meyer fue asesinada. Un vil crimen que sigue siendo un
Caso abierto, como casi todo lo subrepticio que envuelve al príncipe de dinastía demócrata norteamericana. Uno de los grandes
descubrimientos sobre Miss Meyer, fue un diario, en donde escribió, puntualmente, los encuentros
con JFK y los temas que trataban en aquellas citas. El diario fue destruido
poco después de saberse que uno de los jefes de la CIA, James J. Angleton,
guardaba el cuaderno de la polémica en su despacho. Kennedy aprendió a follar como un conejo del Kamasutra en la gravedad,
a fumar Montecristos Nº4 y beber Chivas 12, mientras fumaba hierba y tomaba morfina, ya
que el dolor neuropático puede que
sea mucho peor: que todas las hostias dadas a nuestro viejo amigo de Birmingham (el maestro de la lona). Del mismo
modo que Bahía de Cochinos dejó en
suspenso los modales y las conciencias. No
les importará que algo de indolencia invernal, por despiste oficial de un
damnificado y una marmota, los cuales, se ciscan en la vanidad de los sociólogos;
generalmente, una banda de
cantamañanones del 9,5. A pesar
de que no haya que ser ingeniero de la NASA para desdeñar tan memorable
hallazgo a la inteligencia humana.
Dedicado
a Maurice White diciembre 1941/ febrero 2016 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
JFK (1991) by Oliver Stone
Masters of Sex (2013) by Michael Apted
The Expanse (2016) by Terry McDonough& Robert
Lieberman
The Kennedys (2011) by John Cassar