La masacre de Katyn: Soviets y Nazis la misma mierda sobre Kiev
La masacre de Katyn es única entre las famosas atrocidades de la historia, en el sentido, de quienes cometieron semejante escabechina y quienes se les adjudica la autoría. En otros casos, los historiadores pueden disputar sobre el número de víctimas, sobre los motivos del acto o sobre las responsabilidades de individuos particulares, pero no hay duda alguna, de la nación o facción que llevó a cabo, tan despiadada matanza. Es obvio, que nadie duda de la veracidad de la masacre de San Bartolomé, carnicería, obra de los fanáticos católicos franceses, o que el exterminio de Quíos fue obra de los turcos, o que fueron los nazis quienes metieron a más de 6 millones de familias judías en las cámaras de gas de Auschwitz. Empero con respecto a la escabechina de Katyn, y los muertos, hubo que realizar toda una historia de detectives, la pregunta a la que nos enfrentamos, muchos historiadores e investigadores de las diferentes disciplinas de las épocas históricas es: ¿Quién cojones hizo semejante barbarie? Algunos estarán viendo la imagen de ese cleptópata, llamado Vladimir Putin, durante la víspera de Año Nuevo de 1999, cuando en un giro notable de los acontecimientos, de la bisoña Federación Rusa de un alcoholizado y enfermo Boris Yeltsin, en los últimos seis meses de su mandato, usó su tradicional discurso televisado de fin de año para anunciar que renunciaba a la presidencia y entregaba las riendas a su primer ministro recientemente designado, más joven y más enérgico. No recuerdo su nombre. Ha habido suerte, un tal Stepashin, que era mitad chino y el resto ruso. Aunque, lo bueno estaba por llegar. Sí. Y así aterrizo en el Kremlin: ese psicópata adicto al lujo y la megalomanía, un tal Vladimir Putin. El efecto fue sorprendente. Yeltsin parecía confundido y dañado. Su discurso era tan confuso que era difícil de entender. Se sentó muy erguido, debido al corsé ortopédico que le habían colocado para que pudiera dar la imagen de que seguía más duro que un triangulo equilátero. ¿Pero esto? ¿Este homúnculo? Putin era diminuto en comparación con el oso bailarín Yeltsin y, aunque más joven y saludable, se las arregló para parecerse más a la muerte. Habló durante unos minutos, prometiendo, por un lado, mantener fuerte la democracia rusa. Sin embargo, también habló que dejaba varias advertencias a aquellos que amenazaran a Rusia: una actuación incongruente. Mucha gente no pensó que era probable que Putin durara mucho en este augusto escaño. A pesar de todos sus defectos, Yeltsin era al menos alguien: alto, con una voz retumbante, un ex miembro del Politburó soviético. ¿Mientras, qué tipo de mierda era Putin? Él, era, esa gente, que de repente, se apresuró a aprender, lo le venía a la vieja Ex URSS. Simplemente un coronel en la KGB. Lo habían enviado al extranjero, en un cómodo y cercano remanso, de la Alemania Oriental del besucón Honecker, en Dresde. Era bajito y tenía una voz chillona y su cabello estaba ralo. Era un don nadie incluso entre los don nadie que quedaron después de la purga perpetua de Yeltsin en sus gabinetes. En un mundo donde la mayoría de la gente está convencida de que Putin es un genio, esta teoría de Putin como un don nadie merece una segunda mirada. Realmente hay una cualidad de hombre común en Vladimir Putin. Un viejo espía comentó que lo conoció en San Petersburgo en la década de 1990. El hombre se convirtió en denunciante después de que se le pidiera a la exitosa compañía de suministros médicos que dirigía, poco después de que Putin asumiera la presidencia, y comenzase a desviar una gran parte de sus ganancias al fondo para el “Palacio de Putin”, el enorme complejo que se está construyendo en el Mar Negro. Ya que el nuevo Zar, no quería las antiguas Dachas de los gerifaltes del PCUS. Sin embargo, tenía una visión interesante del presidente tal como lo había conocido antes, como le dijo a un conocido periodista; Ben Judah. Éste era un hombre absolutamente promedio... Su voz era promedio... ni dura, ni aguda. Tenía una personalidad promedio... una inteligencia promedio, no una inteligencia especialmente alta. Podrías salir por la puerta y encontrar miles y miles de personas en Rusia, todas ellas, idénticas al personaje Putin. Esto no puede ser del todo correcto: Putin estaba por encima del promedio en al menos algunos aspectos (era el campeón de judo de Leningrado, por ejemplo). Pero hay perspicacia en estas palabras. Ya que esa parte del encanto de Putin que no sobresalía. Durante sus primeras entrevistas en el cargo, enfatizó sobre la humildad y la gente llana, como él.
Un
tipo normal, cómo había luchado financieramente durante la década de 1990,
cuánta mala suerte, la suya, pobrecito. Sabía todos los mismos putos chistes,
había escuchado la misma música y había visto las mismas películas, como el
resto de ciudadanos de su generación. Es
un testimonio del poder de la cultura soviética, tanto de su igualitarismo como
de sus limitaciones, que cuando Putin mencionó una línea de una canción o
película cuasi disidente de los años 60 o 70, casi toda esa puta
generación, sabían exactamente de lo que
estaba hablando. Esto no lo sacó de la corriente principal. Era el único hijo
corriente de una familia trabajadora estándar de Leningrado. Era casi como si
la Unión Soviética hubiera escupido, de la gran masa de su humanidad, este
ejemplar promedio, con su agresividad promedio, su ignorancia promedio, su
nostalgia promedio. Les suena cómo eran las cosas. Volvamos a Polonia e igual
entenderán de lo que les hablo. O quizá acaben hasta el forro del escroto, ante
el preludio de la IIIGM. Independientemente, de las involucraciones de
intereses y pasiones políticas, en mayor o menor escala. En el momento del
anuncio alemán del descubrimiento de las tumbas de Katyn en abril de 1943, no
hubo una investigación imparcial del asunto, ya que aunque el gobierno polaco
en el exilio de Londres: solicitó una investigación por parte de la Cruz Roja
Internacional, Rusia se negó a aceptar, a emisarios de la Red Cross
International y la Cruz Roja Internacional se negó a actuar sin el
consentimiento de Rusia. Por lo tanto,
todos eran libres de tener su propia opinión sobre Katyn de acuerdo con sus
prejuicios, y el Dr. Goebbels tenía un enorme interés propagandístico, más que
obvio, en atribuir el crimen a Rusia, como Rusia y sus aliados occidentales
tenían en mente repudiar esa acusación. Desde el final de la guerra, los
comunistas de todas partes han sostenido decididamente que la afirmación de la
culpabilidad rusa fue solo una calumnia nazi respaldada por los fascistas
polacos (aunque los comunistas siempre
están dispuestos a sostener en privado que el exterminio de los "enemigos
de clase" es justificable siempre que sea conveniente). Vamos —lo
requiere, según el manual de exterminio. En cuanto a los occidentales en
general, incluidos muchos que no tienen simpatías prosoviéticas, sienten que
cualquier esfuerzo por establecer la responsabilidad soviética en la masacre de
Katyn sería retrospectivamente una rehabilitación de Goebbels, además de
brindar ayuda y consuelo a quienes han planteado dudas sobre las atrocidades
que cometió. Ciertamente fueron cometidos por los nazis. Pero la cuestión
es, después de todo, una que los historiadores del futuro juzgarán
estrictamente de acuerdo con la evidencia, y la evidencia ahora disponible ya
es suficiente para llegar a una conclusión, una vez que se descartan las ideas
preconcebidas políticas. A pesar de las acusaciones intercambiadas entre Berlín
y Moscú durante la guerra, el caso Katyn no es principalmente un duelo entre
alemanes y rusos. Las víctimas de la aberración eran polacos, y fue un destino
que cayó sobre ellos no solo como individuos sino como nación; fue un gran
desastre nacional. Alrededor de un tercio del cuerpo de oficiales del ejército
polaco de antes de la guerra, incluidos soldados regulares y reservistas,
desaparecieron en Rusia. Los polacos como nación no podían dejar de estar
profundamente preocupados por saber qué había sucedido con sus oficiales
desaparecidos. Además, estos oficiales
tenían familias en Polonia y numerosos parientes y amigos en el ejército polaco
que luchó en Europa occidental y el norte de África entre 1939 y 1945, y las
pruebas que han recogido son de la mayor importancia para la solución del
problema. Durante los últimos dos años los investigadores polacos que
estuvieron directamente involucrados en la investigación del asunto llegaron a
un punto clave. Uno es del general Wladislaw Anders, quien fue comandante en
jefe del ejército polaco que fue reclutado entre prisioneros y deportados en
Rusia durante la reconciliación temporal polaco-soviética de 1941-942 y
posteriormente entró en acción en el Medio Oriente; el segundo es de un
conocido pintor polaco, Joseph Czapski, quien, como oficial de guerra, estuvo a
cargo de una comisión especial del ejército polaco para localizar a los
prisioneros desaparecidos en Rusia y el tercero fue Joseph Mackiewicz, un ex
periodista polaco y miembro de la resistencia polaca, que fue a Katyn mientras
la Cruz Roja Polaca desenterraba los cadáveres en la primavera de 1943. Se
puede objetar de antemano contra todo este testimonio que proviene de polacos
anticomunistas ahora en el exilio que tienen todos los motivos para inventar
cargos contra la Unión Soviética. Hay que recordar, sin embargo, que en el
período 1941-1943 Polonia estaba en guerra con Alemania y no con Rusia.
Es
cierto que los comunistas han acusado al gobierno polaco en Londres durante la
guerra de ser "hitlerita",
pero el vigor con el que las fuerzas armadas polacas lucharon contra Alemania
durante seis años y el carácter intransigente de la resistencia dentro de
Polonia bajo el liderazgo de los llamados “polacos
de Londres” prueban lo absurdo de esta acusación. Cualesquiera que fueran los agravios polacos contra Rusia, el odio
polaco en tiempos de guerra hacia la Alemania nazi era demasiado fuerte para
que hubiera una voluntad general entre los polacos de confabularse en una
fabricación de pruebas contra Rusia en apoyo de las acusaciones nazis. La
policía secreta de un estado totalitario de un solo partido en su propio
territorio, con testigos totalmente en su poder, puede inventar tal caso, pero
el gobierno polaco en Londres y sus delegados dentro de Polonia representaron
una coalición de todos los partidos polacos con la excepción de los comunistas,
y siempre estuvieron seriamente divididos sobre la actitud a adoptar hacia
Rusia. En 1941, Zalecki renunció como
ministro de Asuntos Exteriores porque pensó que el general Sikorski estaba
yendo demasiado lejos en su esfuerzo por conciliar a Rusia y en 1944 el
gabinete de Mikolajczyk se disolvió por la cuestión de las concesiones que
podrían hacerse a Moscú. Si, por lo tanto, ciertos extremistas antirrusos
hubieran tenido la idea de falsificar las pruebas sobre Katyn para culpar a
Rusia, tal maniobra habría sido inmediatamente denunciada por aquellos que
estaban trabajando por una reconciliación con Rusia; además, el número de
personas involucradas en la evidencia, ya sea como testigos o investigadores,
era demasiado grande, y su complexión política demasiado variada, para que
cualquier fabricación por parte de una camarilla hubiera pasado desapercibida. La historia de Katyn comienza con la
captura de gran parte del ejército polaco en septiembre de 1939 por las fuerzas
soviéticas que invadieron Polonia desde el este diecisiete días después de que
los alemanes la invadieran desde el oeste. Tanto Alemania como Rusia adoptaron
posteriormente la posición de que el estado polaco había dejado de existir y
que los polacos, de acuerdo con el pacto germano-soviético para la nueva
partición de Polonia, se habían convertido en súbditos alemanes o soviéticos.
Había, sin embargo, dos diferencias en la relación de Alemania y Rusia con Polonia
después de la conquista conjunta. Alemania permaneció en guerra con Gran
Bretaña y Francia, que reconocieron al gobierno polaco en el exilio como un
aliado beligerante soberano, y un ejército polaco permaneció en el campo,
primero en Francia y luego en Gran Bretaña; Rusia no estaba avergonzada por tal
situación. En segundo lugar, Alemania fue signataria de la convención de
Ginebra sobre prisioneros de guerra, mientras que Rusia no lo fue. Entre los prisioneros de guerra
capturados por los rusos (un total de
unos 230.000 según fuentes soviéticas), casi todos los oficiales, unos
9.000, y una serie de suboficiales y soldados privados de categorías
especiales, como gendarmería y cuerpo de frontera. Se colocaron guardias, en total 15.000, en tres campos especiales en
Kozielsk, Starobielsk y Ostashkov. En estos campos fueron sometidos a
largos interrogatorios, no para obtener información militar, ya que todos los
combates habían cesado, sino para descubrir sus conexiones familiares y
personales, sus opiniones políticas y actividades políticas anteriores (si las hubo). Finalmente, en abril de
1940, se seleccionaron unos 400 de los 15.000 y se enviaron a un campo en
Pavlishchev Bor, de donde luego fueron trasladados a otro campo en Griazovets;
todos eran ciudadanos polacos de ascendencia alemana (y, por lo tanto, considerados amistosos durante el apogeo del pacto
nazi-soviético) o polacos que, ya sea por convicción o prudencia, habían
expresado sentimientos prosoviéticos durante los interrogatorios. El resto de los prisioneros de los tres
campos fueron enviados a destinos desconocidos, y los que fueron trasladados a
Pavlishchev Bor no sabían qué había sido de ellos. Más tarde, los prisioneros
de Pavlishchev Bor comenzaron a recibir cartas de familiares en Polonia pidiendo
noticias de los demás; de lo cual infirieron que la correspondencia —que aún les estaba permitida— les
estaba siendo negada a sus camaradas. El 7 de octubre de 1940, las tropas
alemanas entraron en Rumania, y por primera vez el gobierno soviético se dio
cuenta que Hitler, a lo mejor, pudiera,
después de todo, a pesar de ese golpe maestro de la diplomacia soviética, el
pacto Ribbentrop-Molotov e intentar alcanzar la deseada Ucrania.
Tres semanas después, un oficial polaco que había mostrado inclinaciones prosoviéticas particularmente marcadas, un cierto teniente coronel Berling y otros dos fueron convocados para reunirse con los dos jefes de la NKVD, Beria y Merkulov, en la prisión de Lubianka en Moscú. Allí se les preguntó si ayudarían a organizar unidades militares polacas para un posible uso futuro, bajo el mando soviético, contra Alemania. Berling estuvo de acuerdo, pero sugirió que los oficiales polacos que habían sido retirados de los campos de Kozielsk, Starobielsk y Ostashkov deberían incorporarse al plan. A lo que Beria respondió: “No, esos no. Cometimos un grave error con ellos”. Este comentario críptico, repetido por Berling a otros oficiales, provocó mucha especulación entre los prisioneros polacos confinados en el campo de Griazovets. Cuando, en junio de 1941, Hitler lanzó su invasión de Rusia y el ejército ruso sufrió devastadoras derrotas iniciales, la diplomacia británica provocó una renovación de las relaciones diplomáticas entre la Unión Soviética y el gobierno polaco en Londres. Rusia acordó otorgar una “amnistía” a todos los prisioneros de guerra y deportados polacos en territorio soviético y permitir que el gobierno polaco reclutara entre ellos un ejército que tomaría parte en la guerra contra Alemania. El general Anders, que había estado recluido en régimen de aislamiento en una prisión rusa, fue designado para dirigir el nuevo ejército; instaló su cuartel general y pronto llegaron polacos para alistarse de todas partes de la Unión Soviética, incluso de los campos de oro de Kolyma, en el noreste de Siberia. Pero rápidamente se dio cuenta de que entre ellos apenas había ex oficiales y que faltaban miles de oficiales que habían sido capturados en 1939, incluidos varios generales. Se dirigieron consultas al gobierno soviético, pero no se recibió una respuesta satisfactoria; Los funcionarios soviéticos simplemente dijeron que todos los prisioneros habían sido liberados, a través, del acuerdo y que no sabían el paradero de esos individuos en particular. Cuando después de varios meses ni un solo polaco que había estado en Kozielsk, Starobielsk u Ostashkov antes de llevar, a cabo, la limpieza de esos campos en la primavera de 1940 (a excepción de los 400 llevados a Pavlishchev Bor) había llegado a los centros de reclutamiento polacos, las autoridades militares polacas se pusieron muy inquietas. A petición suya, el gobierno polaco en Londres investigó en Polonia, a través de la clandestinidad polaca, para determinar si allí se habían recibido noticias de los hombres desaparecidos, pero se le informó que sus familias no habían recibido ninguna carta de ellos desde mayo de 1940, aunque antes de esa fecha se había permitido la correspondencia. Cuando las gestiones ante el Comisariado Soviético de Asuntos Exteriores no produjeron ningún resultado, el asunto fue abordado directamente con Stalin, primero por el embajador polaco y luego por el primer ministro polaco, el general Sikorski, quien visitó Moscú en diciembre de 1941. La única contribución de Stalin a la solución del problema fue la sugerencia de que los prisioneros desaparecidos podrían haber escapado a Manchuria, lo que implicaba que habían sido enviados a Siberia. A petición de los polacos, los embajadores de Inglaterra y EE.UU en Moscú también llamaron la atención del gobierno soviético sobre el asunto, pero sin ninguna respuesta satisfactoria. En abril de 1943, después de un año y medio de búsqueda e indagatoria sin encontrar ningún rastro de los oficiales desaparecidos, los líderes polacos ya habían llegado a la conclusión de que las autoridades soviéticas estaban mintiendo en sus afirmaciones, sobre todo lo que había ocurrido a los prisioneros, y de mala gana infirió que ya no estaban vivos. En abril de 1943, la radio alemana anunció el descubrimiento de cadáveres con uniforme de oficiales polacos en fosas comunes en el bosque de Katyn, no lejos de Smolensk, y declaró que eran víctimas de una masacre rusa. La respuesta polaca a la noticia fue emitir una declaración pública relatando la historia del asunto (que hasta ahora no se había mencionado en la prensa aliada) y solicitar una investigación de las tumbas de Katyn por parte de la Cruz Roja Internacional. El gobierno alemán también accedió a una investigación de la Cruz Roja Internacional, pero el gobierno soviético no solo se negó a aceptar, sino que también rompió relaciones diplomáticas con el gobierno polaco, acusándolo de complicidad con Alemania por no haber denunciado de inmediato las acusaciones alemanas.
Al
mismo tiempo, el gobierno soviético presentó una versión del destino de los
oficiales polacos de la que no se había oído nada anteriormente; el gobierno
declaró ahora que habían sido confinados en campos al oeste de Smolensk y
habían sido capturados por los alemanes cuando invadieron el área en el curso
de su invasión en julio de 1941. Está
claro que si esta versión soviética es cierta, los líderes soviéticos debían de
haber estado al tanto, de todo lo que había sucedido. Durante todo el período
en el que se dirigieron investigaciones polacas, británicas y estadounidenses
en un esfuerzo por localizar a los prisioneros desaparecidos. ¿Por qué, entonces, no dijeron que los
prisioneros polacos, junto con algunos cientos de miles de soldados rusos,
habían caído en manos alemanas durante la gran retirada de 1941? Si los
rusos eran inocentes en todo este affaire, no había ninguna razón por la que no
hubieran admitido desde el principio lo que alegaron posteriormente. Si,
por el contrario, eran culpables, tenían una razón muy convincente para no
contar tal historia excepto como último recurso; sabiendo que las tumbas de
Katyn estaban en territorio ocupado por los alemanes, solo podían esperar que
no fueran descubiertas, pero si les decían a los polacos que sus prisioneros
estaban en manos alemanas, los polacos buscarían en Alemania a través de la
Cruz Roja Internacional, y los alemanes podrían interesarse demasiado en
buscarlos. Mientras los rusos
persistieran en decir que no sabían dónde estaban los oficiales polacos, nadie
pudo probar que estaban muertos; solo con la exhumación de los cadáveres de
Katyn, el problema de los prisioneros desaparecidos se convirtió en una
pregunta sobre quién los había asesinado. Posteriormente, con el trascurso de
la guerra los rusos volvieron a ocupar el área de Katyn en septiembre de 1943,
nombraron una “Comisión especial para
establecer e investigar el paradero de los oficiales polacos fusilados por
agresores fascistas alemanes en el bosque de Katyn”. Este organismo,
compuesto en su totalidad por ciudadanos soviéticos —ni siquiera los polacos comunistas estaban representados en él—
publicó un informe que elaboraba la versión soviética que se había presentado
tras el anuncio alemán del descubrimiento de las tumbas. Este documento estimó el número total de cadáveres en 11.000 y declaró
que los alemanes, después de haber matado a los prisioneros polacos en el otoño
de 1941. Después de su derrota en Stalingrado fue cuando cargaron contra los
rusos por el exterminio y, por lo tanto, en marzo de 1943, un mes antes:
Anunciaban públicamente el descubrimiento de las fosas, desenterrando todos los
cuerpos, de los cuales, se extrajeron de ellos sus documentos con fechas
posteriores a abril de 1940 e inmediatamente, volver a enterrarlos. Antes
de que los alemanes se retiraran de Katyn, permitieron que la Cruz Roja Polaca
llevara a cabo un examen de las tumbas de Katyn. La Cruz Roja Polaca no hizo
ninguna declaración pública sobre lo que encontró y, por lo tanto, no se la
pudo acusar de ayudar a la propaganda antisoviética alemana; su objetivo
principal era identificar tantos cuerpos como fuera posible para informar a los
familiares de los muertos, pero su informe completo sobre la evidencia se
transmitió en secreto al gobierno polaco en Londres. La investigación de la Cruz Roja Polaca mostró que el número total de
cadáveres en las tumbas de Katyn no llegaba a los 4.500, y que todos ellos
procedían del campo de Kozielsk; no había prisioneros de los campos de
Starobielsk o Ostashkov. Los alemanes, sin embargo, ya habían anunciado que
habría entre 10.000 y 12.000 cadáveres, y el informe de la Comisión Soviética,
como se mencionó anteriormente, cifraba el total, en 11.000. Los alemanes,
naturalmente, tenían interés en aumentar el número de víctimas con fines
propagandísticos. Para los rusos, el significado del número involucrado era
bastante diferente. Si solo los prisioneros de Kozielsk estaban en las tumbas
de Katyn, ¿dónde estaban los de
Starobielsk y Ostashkov? Ninguno de ellos ha sido visto de nuevo, por lo
que se puede suponer que aquellos que no estaban en Katyn perecieron en otro
lugar, pero no se sabe nada, sobre su destino final. Al poner la cifra en 11.000, el informe de la Comisión Soviética
implicaba que todos los prisioneros de los tres campos habían sido asesinados
en Katyn, y se eliminó el problema de contabilizar por separado a los
prisioneros de Starobielsk y Ostashkov.
La Cruz Roja
Polaca encontró alrededor de 3.300 cartas y postales en los cadáveres, ninguna
con fecha o sello posterior a abril de 1940; varios diarios que terminan en
abril o la primera semana de mayo de 1940 (uno
de ellos describe en su última entrada el viaje en un camión con escolta de la
NKVD/Antiguo KGB, desde la estación de
tren de Gniezdovo hasta el bosque de Katyn); y cientos de copias de periódicos o
fragmentos datados, todos de marzo o abril de 1940. El informe de la
Comisión Soviética, como hemos visto, libera de sospecha a la Cruz Roja Polaca,
sobre la tesis de estar mintiendo sobre
este asunto, sino que había sido engañada, ya que alega que los alemanes habían
desenterrado los cuerpos en marzo de 1943 y habían retirado toda la
documentación de fechas posteriores a abril de 1940. Éste es el quid de toda la
historia y Mackiewicz en su libro no tiene dificultad en refutar la explicación
soviética. En primer lugar, no se trataba sólo de sacar papeles, sino también
de sustituirlos por otros, de reescribir y falsificar detalles en los diarios
y, sobre todo, de producir la cantidad requerida de periódicos rusos de la
primavera de 1940, que, salvo en casos extremadamente improbables: la
suposición de la gran existencia de ellos habían caído en manos alemanas,
tendrían que haber sido especialmente reimpresos de los archivos, con el fin,
de ser ubicados en los cuerpos. Pero incluso si se hubiera llevado a cabo
toda esta elaborada falsificación, el supuesto proceso de posicionamiento; era
técnicamente imposible. Como escribe
Mackiewicz sobre su observación de las exhumaciones en Katyn: “Todo
estaba empapado y pegado con un líquido cadavérico asqueroso, maloliente y
gomoso, era imposible desabrochar los bolsillos o sacar las botas. Por lo
tanto, fue necesario cortarlos con cuchillos para encontrar las pertenencias
personales… Ningún dispositivo o técnica humana permitiría realizar una
búsqueda en esos bolsillos, sacando algunos objetos y poniendo otros, y luego
abrochar los uniformes, y volver a colocar y apretar los cuerpos en una masa,
capa sobre capa…” De hecho, no es necesario confiar en la evidencia
polaca para rechazar la historia de la falsificación de la documentación en
marzo de 1943 como una imposibilidad manifiesta. Ya sea que los cuerpos hayan estado en la tierra desde la primavera de
1940 o desde el otoño de 1941, seguramente habrían estado en las mismas
condiciones que describe Mackiewicz, y habría sido absolutamente imposible
ocultar las huellas de la supuesta operación de falsificación. Haber presentado
todo este trabajo a los expertos imparciales de la Cruz Roja Internacional
habría implicado cierta exposición de la documentación. Debemos concluir, por
lo tanto, que la supuesta exhumación y nueva inhumación en marzo de 1943 nunca
tuvo lugar, y que la datación de la documentación sobre los cadáveres determina
la fecha de la masacre. Y, como dice Mackiewicz, si sabemos cuándo se hizo,
también sabemos quién lo hizo. Así se descubrió que el 19 de septiembre de
1939, dos días después de la invasión, Lavrentij Beria ya había comenzado a
establecer campos de concentración para prisioneros polacos. Probablemente en vista de la masacre que
tuvo lugar entre el 3 de abril y el 19 de mayo de 1940, soldados, guías,
gendarmes, policías y funcionarios de prisiones fueron sacados de los campos de
Ostashkov, Kozielsk y Starobielsk. Kozielsk y Starobielsk, alrededor de 22 mil
personas en total, de las cuales 8 mil eran oficiales. Los llevaron en pequeños grupos al bosque de Katyn, cerca del pueblo de
Gnezdovo, a poca distancia de Smolensk, les dispararon en la nuca y los
enterraron en fosas comunes. Mikhail Gorbachev asignó a su país la
responsabilidad del asesinato en masa y su sucesor, Boris Yelsin, publicó los
archivos estatales que lo confirman. Los agentes de la NKVD llevaron a unos
20.000 oficiales polacos al bosque de Katyn y los ejecutaron. Más tarde, el
Politburó culpó a los nazis de la atrocidad, y este mito persistió durante los
juicios de Nuremberg. Puede que todo esto, que nos suene a historias de
abueletes en la puta guerra, a lo mejor, es esclarecedor, del porqué la esencia del diablo, perdura travestido en un
dictador, cada 100 años. Como dijo el poeta ucraniano. Así, hablamos en mi
pueblo…
P.S.; Poema del autor ucraniano Volodymyr Svidzinsky (1885-1941)
El
brillo de las superficies muere en la sombra.
y el
antiguo silencio duerme,
Como
agua decantada en un cuenco.
Solo
mis manos viven,
extrañas y separadas,
a sus
movimientos
Oblígame
a meditar,
Como
el susurro de una hoja.
Voy
a la ventana,
Un
poste roto se encuentra junto a la terraza,
Crece
moho en los canalones
Donde
los copos de nieve se juntan en invierno,
Donde
los pájaros se posan por la mañana.
Presiono
mi frente contra el vidrio.
Y
mira por un rato.
No
amo el advenimiento de la noche
Parece
culpable, un lino oscuro,
Los
bordes verdes borrosos de la vegetación.
Se
acumula un enorme charco de silencio.
¿Dónde
se han ido los pájaros?
La
superficie brillante de las cosas muere,
Las
cortinas cuelgan inmóviles
Como
tallado en piedra.
En
mi círculo definido de silencio
Me
vuelvo más insensible, y triste,
Como
una linterna china olvidada atrapada
En
una rama de algún viejo huerto.
Dedicado
a todo el pueblo ucraniano que sufre la invasión y agresión del dictador Putin
Fotogramas adjuntados
America,
America 1963 By Elia Kazan
Katyn
(2007) By Andrzej Wajda,
Judgment
at Nuremberg 1961 By Stanley Kramer
The
Journey (1959) By Anatole Litvak
The
Spy Who Came In from the Cold (1965) By Martin Ritt
Im
labyrinth des schweigens labyrinth of lies (2014) By Giulio Ricciarelli
Bibliografía consultada y recomendada
Katyn:
Stalin’s Massacre and the Triumph of Truth By Allen Paul (2010) Ed. Northern Illinois
University Press
La
matanza de Katyn: Historia del mayor crimen soviético de la Segunda Guerra
Mundial (2020) By Thomas Urban Ed. La Esfera de los Libros
¡Qué decir...! ¡Horror tras horror!
ResponderEliminarEl horror y la guerra, cogidos de la mano, Maica. Genocidas en estado puro. Un fuerte abrazo
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