Aquel rey que se creía un cisne y estaba por encima de sus súbditos
Cuentan
las crónicas más antiguas que hubo un lugar, en el sur de la antigua Europa,
donde un grupo de campesinos rodeó los muros del castillo de un rey caprichoso
y faltón. En una fría y lluviosa noche de febrero el aire estaba denso y
cargado de lamentos. Caían gotas a borbotones sobre sus capuchas; Un trueno
resonó en primer plano. Una procesión realmente inquietante de cientos de
hombres del campo —eligieron esa noche— una noche poco práctica, pero
simbólica, porque los actos que les hicieron a ellos y que harán a otros no
fueron asuntos agradables. Y aunque deseamos escapar de los clichés, son
contundentes en las culturas —intrínsecamente—, de esas que prevalecen y los
motivos pueden ser poderosos. Entonces, eligieron este día tormentoso con luna
llena. Les podrá resultar extraño, pero así fue. Verán Uds, hacía muchos años,
hubo una gran guerra, una guerra irrazonable. ¿Qué guerra no es injusta y cruel?
Nos preguntamos todos. Una maldita guerra que exigió la vida de hijos y padres.
No chorreó ni una gota de sangre de aquellos nobles gobernantes, ni una sola
gota de sudor se derramó voluntariamente. Sin embargo, los campesinos que
estaban afuera. Habían estado aguantando el diluvio: el agua, gota a gota,
empapados de humedad e impotencia. Del mismo modo, que la animadversión crecía
con cada golpe flagelado, desde el látigo del poder y el gobierno, sin
restricciones ni supuestos prejuicios: los campesinos comenzaron a ser
vapuleados hasta dejarles cicatrices fundidas en bronce, manteniendo para
siempre una nueva forma en sus memorias colectivas. Unos 2.000 campesinos, de
un lado y del otro, unos 20 nobles cercanos, al séquito del viejo rey.
Aunque, las probabilidades estaban en contra de miles de agricultores, porque estaban convencidos de su inferioridad. La potencia de un caballo supera la de un humano, pero uno monta al otro mientras el caballo esté ciego. La lluvia arreciaba. De fondo, sonaba la sacudida, de azadas, horcas, cuchillos dentados, camisas hechas jirones y corazones deshilachados. Se había revelado que la guerra —al principio— se pensó que era por su liberación. Se inició por cuestiones de jornales y no de preocupaciones. Después, con cada muerte de un hijo, con cada pérdida de amor y de familia; el interminable y oscuro túnel de los objetivos políticos pudrió las motivaciones del pueblo. Ahora estaban afuera, fríos y mojados, pero con la calidez del regreso a la satisfacción. Orgullosos con la defensa y trémulos por la injusticia. Los campesinos, enardecidos de ira resentida, cargaron contra los muros del castillo; asesinaron a los guardias del gerifalte Cuartelasca, masacraron a los bufones e incluso mataron a los hijos de los nobles, que jugaban afuera. Febrilmente, la turba mató y destrozó a todos los que estaban, en pie, sin importar a quién representaban o por qué andaban por allí. Para traspasar las puertas del castillo del rey se precisaría un ariete. En el interior, el rey y su familia se escondían por los rincones de palacio. Apenas, unos pocos guardias y cuatro nobles restantes. El rey sabía que era sólo cuestión de tiempo hasta que ellos mismos se enfrentaran a la multitud. Éste, besó a su esposa y consoló a sus hijos e hijas: pidió perdón a su creador, a los guardias y a los nobles. “Nunca los recursos se habían sentido tan inútiles, nunca los arrepentimientos se habían sentido tan generalizados. Espero que todos nos encontremos en la otra vida y que me concedan el suficiente tiempo de expiación”. Miró a los guardias y, en un raro momento de humildad, dijo: —“Temo que el capricho del gobierno se haya acumulado tan alto y tan ancho, en lo más profundo de mi alma.” He tomado decisiones que ningún hombre debería acometer y he sacrificado vuestros corazones involuntarios.
He ido más allá de los caprichos normales del gobierno de un solo hombre, pues un rey que debe decidir todo lo que se agita en las oscuras cavernas de la ubicuidad. Empero, caí aún más profundamente, hasta un punto al que no llega la luz. La sala decidió dejar que sucediera lo inevitable y abrir las puertas. Un perro rapaz no puede dormir hasta que esté saciado, y los campesinos golpeaban la puerta hasta que los huesos de sus manos quedaban despojados. No pelear ni suplicar —se decidió— llevar la espada al cuello y rezar por una muerte sin dolor; morir es el problema y la muerte la solución. Finalmente, rogaron a Dios que estos últimos vinieran pronto. Luego vino el asunto de quién debía abrir el pestillo. Un golpe en la cabeza por una puerta forzada y apresurada no fue la muerte placentera que todos aceptaron. Pero un noble, sintiéndose particularmente orgulloso, dijo: “Sería un honor para mí correr el riesgo por última vez. Mis hijos estaban afuera, seguramente ya estén muertos.” ¿Qué importa si mi último momento, en la tierra, es un dolor de cabeza o una caída? No me importa la muerte, morir o vivir, de hecho. Levantando el pestillo lentamente, esperando una objeción de último momento, el noble lo levantó demasiado alto por error y la turba entró como cabestros en un encierro. Cerebros maltrechos y sangrientos blandían las cortinas de seda, saciando a las hordas vampíricas demoníacas, hambrientas de sangre y venganza, satisfechas con la muerte y desesperación. El poder en la lujuria y la voluptuosidad por el poder, pero pronto se aburrieron hasta la médula, los campesinos masacraron a todos los habitantes.
El
adalid de los campesinos, el que los reunió desde el principio, gritó
proclamaciones de una nueva era. Uno con un liderazgo justo y contribuciones
universales a la dinámica de la gobernanza. Ese que prometía nuevos inventos,
mejor comida y más libertad. Pero decidió que necesitaba un tribunal que le
ayudara a establecer el nuevo gobierno. Eligió a los campesinos más
inteligentes y los declaró sus iguales en el poder. Sin embargo, proclamó que
las leyes debían ser dictadas por la corte porque los campesinos dedicaban su
tiempo a trabajos no relacionados con las ordenanzas; cuidar los campos no te
convierte en un mejor estadista. Posteriormente, declaró que su salario tenía
que ser ligeramente superior al de los campesinos del campo porque trabajaba
más horas. Demasiadas (eso repitió por activa y por pasiva). Luego, decidió que
ellos, el nuevo tribunal, debían vivir todos en un área para garantizar la acción
más rápida y efectiva. Entonces, notó que a su habitación le faltaba un
escritorio, y supuso que como el papel del pueblo era fino y quebradizo, sólo
la superficie más lisa serviría para firmar las declaraciones y leyes del
estado, por lo que declaró que un escritorio de mármol travertino; es el único
material adecuado para un rey. De igual modo, decidió el drenaje de la una zona
cercana al palacio para construir un estanque donde pondrían nadar los cisnes
más narcisos. Aquel viejo país del sur de Europa siguió su patética existencia,
mientras el nuevo rey se enorgullecía como el cisne más hermoso.
Dedicado a mi abuelo materno y a todos los agricultores de España y Europa por la dignidad del oficio
FIN
Fotogramas
adjuntados
Shichinin
no Samurai (1954) By Akira Kurosawa
Tierra (1996) By Julio Medem
Riso
amaro (1949) By Giuseppe di Santis
Days
of Heaven (1978) By Terrence Malick
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