Aquel rey que se creía un cisne y estaba por encima de sus súbditos

febrero 09, 2024 Jon Alonso 0 Comments


Cuentan las crónicas más antiguas que hubo un lugar, en el sur de la antigua Europa, donde un grupo de campesinos rodeó los muros del castillo de un rey caprichoso y faltón. En una fría y lluviosa noche de febrero el aire estaba denso y cargado de lamentos. Caían gotas a borbotones sobre sus capuchas; Un trueno resonó en primer plano. Una procesión realmente inquietante de cientos de hombres del campo —eligieron esa noche— una noche poco práctica, pero simbólica, porque los actos que les hicieron a ellos y que harán a otros no fueron asuntos agradables. Y aunque deseamos escapar de los clichés, son contundentes en las culturas —intrínsecamente—, de esas que prevalecen y los motivos pueden ser poderosos. Entonces, eligieron este día tormentoso con luna llena. Les podrá resultar extraño, pero así fue. Verán Uds, hacía muchos años, hubo una gran guerra, una guerra irrazonable. ¿Qué guerra no es injusta y cruel? Nos preguntamos todos. Una maldita guerra que exigió la vida de hijos y padres. No chorreó ni una gota de sangre de aquellos nobles gobernantes, ni una sola gota de sudor se derramó voluntariamente. Sin embargo, los campesinos que estaban afuera. Habían estado aguantando el diluvio: el agua, gota a gota, empapados de humedad e impotencia. Del mismo modo, que la animadversión crecía con cada golpe flagelado, desde el látigo del poder y el gobierno, sin restricciones ni supuestos prejuicios: los campesinos comenzaron a ser vapuleados hasta dejarles cicatrices fundidas en bronce, manteniendo para siempre una nueva forma en sus memorias colectivas. Unos 2.000 campesinos, de un lado y del otro, unos 20 nobles cercanos, al séquito del viejo rey.





Aunque, las probabilidades estaban en contra de miles de agricultores, porque estaban convencidos de su inferioridad. La potencia de un caballo supera la de un humano, pero uno monta al otro mientras el caballo esté ciego. La lluvia arreciaba. De fondo, sonaba la sacudida, de azadas, horcas, cuchillos dentados, camisas hechas jirones y corazones deshilachados. Se había revelado que la guerra —al principio— se pensó que era por su liberación. Se inició por cuestiones de jornales y no de preocupaciones. Después, con cada muerte de un hijo, con cada pérdida de amor y de familia; el interminable y oscuro túnel de los objetivos políticos pudrió las motivaciones del pueblo. Ahora estaban afuera, fríos y mojados, pero con la calidez del regreso a la satisfacción. Orgullosos con la defensa y trémulos por la injusticia. Los campesinos, enardecidos de ira resentida, cargaron contra los muros del castillo; asesinaron a los guardias del gerifalte Cuartelasca, masacraron a los bufones e incluso mataron a los hijos de los nobles, que jugaban afuera. Febrilmente, la turba mató y destrozó a todos los que estaban, en pie, sin importar a quién representaban o por qué andaban por allí. Para traspasar las puertas del castillo del rey se precisaría un ariete. En el interior, el rey y su familia se escondían por los rincones de palacio. Apenas, unos pocos guardias y cuatro nobles restantes. El rey sabía que era sólo cuestión de tiempo hasta que ellos mismos se enfrentaran a la multitud. Éste,  besó a su esposa y consoló a sus hijos e hijas: pidió perdón a su creador, a los guardias y a los nobles. “Nunca los recursos se habían sentido tan inútiles, nunca los arrepentimientos se habían sentido tan generalizados. Espero que todos nos encontremos en la otra vida y que me concedan el suficiente tiempo de expiación”. Miró a los guardias y, en un raro momento de humildad, dijo: —“Temo que el capricho del gobierno se haya acumulado tan alto y tan ancho, en lo más profundo de mi alma.” He tomado decisiones que ningún hombre debería acometer y he sacrificado vuestros corazones involuntarios. 



He ido más allá de los caprichos normales del gobierno de un solo hombre, pues un rey que debe decidir todo lo que se agita en las oscuras cavernas de la ubicuidad. Empero, caí aún más profundamente, hasta un punto al que no llega la luz. La sala decidió dejar que sucediera lo inevitable y abrir las puertas. Un perro rapaz no puede dormir hasta que esté saciado, y los campesinos golpeaban la puerta hasta que los huesos de sus manos quedaban despojados. No pelear ni suplicar —se decidió— llevar la espada al cuello y rezar por una muerte sin dolor; morir es el problema y la muerte la solución. Finalmente, rogaron a Dios que estos últimos vinieran pronto. Luego vino el asunto de quién debía abrir el pestillo. Un golpe en la cabeza por una puerta forzada y apresurada no fue la muerte placentera que todos aceptaron. Pero un noble, sintiéndose particularmente orgulloso, dijo: “Sería un honor para mí correr el riesgo por última vez. Mis hijos estaban afuera, seguramente ya estén muertos.” ¿Qué importa si mi último momento, en la tierra, es un dolor de cabeza o una caída? No me importa la muerte, morir o vivir, de hecho. Levantando el pestillo lentamente, esperando una objeción de último momento, el noble lo levantó demasiado alto por error y la turba entró como cabestros en un encierro. Cerebros maltrechos y sangrientos blandían las cortinas de seda, saciando a las hordas vampíricas demoníacas, hambrientas de sangre y venganza, satisfechas con la muerte y desesperación. El poder en la lujuria y la voluptuosidad por el poder, pero pronto se aburrieron hasta la médula, los campesinos masacraron a todos los habitantes.



 

El adalid de los campesinos, el que los reunió desde el principio, gritó proclamaciones de una nueva era. Uno con un liderazgo justo y contribuciones universales a la dinámica de la gobernanza. Ese que prometía nuevos inventos, mejor comida y más libertad. Pero decidió que necesitaba un tribunal que le ayudara a establecer el nuevo gobierno. Eligió a los campesinos más inteligentes y los declaró sus iguales en el poder. Sin embargo, proclamó que las leyes debían ser dictadas por la corte porque los campesinos dedicaban su tiempo a trabajos no relacionados con las ordenanzas; cuidar los campos no te convierte en un mejor estadista. Posteriormente, declaró que su salario tenía que ser ligeramente superior al de los campesinos del campo porque trabajaba más horas. Demasiadas (eso repitió por activa y por pasiva). Luego, decidió que ellos, el nuevo tribunal, debían vivir todos en un área para garantizar la acción más rápida y efectiva. Entonces, notó que a su habitación le faltaba un escritorio, y supuso que como el papel del pueblo era fino y quebradizo, sólo la superficie más lisa serviría para firmar las declaraciones y leyes del estado, por lo que declaró que un escritorio de mármol travertino; es el único material adecuado para un rey. De igual modo, decidió el drenaje de la una zona cercana al palacio para construir un estanque donde pondrían nadar los cisnes más narcisos. Aquel viejo país del sur de Europa siguió su patética existencia, mientras el nuevo rey se enorgullecía como el cisne más hermoso.



       

                 Dedicado a mi abuelo materno y a todos los agricultores de España y Europa por la dignidad del oficio                                                                                                  


                                                                                             

                                                                                                           FIN

            





Fotogramas adjuntados

 

Shichinin no Samurai (1954) By Akira Kurosawa

Tierra (1996) By Julio Medem

Riso amaro (1949) By Giuseppe di Santis

Days of Heaven (1978) By Terrence Malick

 




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