La madre de Rafael y la profecia de 2024
Rafael
fue uno de los afortunados. Aquel joven fuerte y apuesto de ojos negros y pelo
lazio estaba tocado por la divina gracia. Lo
habían escoltado a un sótano para tormentas y huracanes junto a dos docenas de
habitantes de Texas. De inmediato, las primeras alarmas comenzaron a sonar. Su
madre no cumplía los requisitos, tenía cincuenta y tantos años y estaba
enferma.
—Mi
niño, le había dicho a Raphael tres semanas antes, “prométeme que no volverás por mí. No quiero ver este lugar después de
lo que pase”. La Tierra se había estado desintegrando en el infierno desde
que Rafael estuvo vivo. La guerra había dejado esa tierra árida y seca. Y desde muchos años antes, el tiempo se encargó de secar toda el agua dulce.
El agua potable ya no era asequible para la mayoría de la gente. Los vendedores
ambulantes de agua a menudo no llegaban más allá de los límites de la ciudad;
antes que las pandillas y los ladrones llegasen a ellos. La gente llevaba
ya dos años esperando con gran expectación. La tensión aumentó hasta
convertirse en una neblina de caos insoportable y sofocante mientras todos
intentaban prepararse para lo inevitable. La
mañana del fin amaneció brillante y clara. Rafael había estado cuidando a su
debilitada madre. Había pasado una noche particularmente insomne cuidándola y
Rafael estaba exhausto. A media mañana, el pueblo empezó a susurrar:
—El
señor Brown dijo...
—¿Qué
dijo?
—No,
lo escuché bien. Era algo de Gloria...
—Tenemos
que irnos.
—El
gobierno ha mandado más efectivos del departamento de migración. Estaba tan
absorto en sus pensamientos —que el
ingenuo Rafael— no se dio cuenta de la situación. Todos sus vecinos recogían apresuradamente sus pertenencias… Pero por
la tarde las alarmas habían empezado a sonar. Y lo más chocante, es que sólo
sonaban cuando ocurría algo muy grave. Rafael entró corriendo a la casa,
cerró la puerta detrás de él y corrió hacia su madre, cuya respiración ronca
empapaba la casa. De repente, el sol se apagó. Rafael recordó haber sido
arrancado de las garras de su madre, un grito ahogado —cortamente— escapó de sus labios, antes de ser arrojado hacia los
ásperos brazos de alguien. De entre la
bruma pudo distinguir a mujeres y niños siendo conducidos rápidamente a un
refugio contra tormentas. Finalmente, después
que todos fueran ubicados, el hombre que llevaba a Rafael cerró la
puerta del búnker con un clic metálico. Cuando Rafael volvió en sí, le
dolían los músculos inferiores de haber dormido en el frío suelo de cemento.
Susurros murmurados vibraban a su alrededor, seguidos por algún que otro
sollozo silencioso.
Dejó escapar un
fuerte grito ahogado y se sentó bruscamente cuando los acontecimientos de la
noche anterior volvieron a él, en forma, de destellos estruendosos. Una mujer joven
se acercó a él; tenía los ojos hinchados y rojos, y sostenía una andrajosa
manta roja de algún bebé que apenas sostenía entre sus manos temblorosas. —¿Lo viste? —susurró,
su voz brama y frágil.
Rafael
no supo cómo responder. Así que se quedó callado, mirando los ojos suplicantes
de la mujer. ¿Mi hijo? —aclaró, con los ojos llenos de lágrimas. De nuevo Rafael no respondió; ella lo
asustó. Finalmente, se alejó, enterrando su rostro dentro de la manta mientras
dejaba escapar un sollozo profundo. Rafael dirigió su atención hacia la puerta
del búnker. Necesitaba abandonar este lugar. Necesitaba saber que su madre
estaba bien. Se abalanzó sobre el mango y empujó con todas sus fuerzas. Su
respiración se aceleró por el esfuerzo. Nadie en el búnker intentó detenerlo. La puerta cedió y Rafael salió como un
muelle de un torno. Llovió ceniza del cielo reluciente y el sol desapareció
detrás de paredes de espeso humo negro.
Apareció
un resplandor rojo de luz, el cual, brilló sobre la ciudad completamente
destrozada, proyectando débiles sombras de lo que una vez estuvo allí. Podía atisbarse una dolorida hermosura. A
pesar de la dantesca y tufarada visión. Rafael chocó en dirección de lo que pensaba que había sido su
casa. Casi no quedó nada, sólo un montón de metal retorcido y madera
chamuscada. Su madre se había ido. Rafael se arrodilló en el suelo ceniciento y
comenzó a llorar. Sus lágrimas resbalaban por sus carrillos y terminaban en las
yemas de sus dedos. Lloraba por su madre, cuyo cadáver desmoronado yacía
enterrado bajo capas de escombros. Lloró
por su pueblo, cuya pobreza nunca terminó y lloró por un mundo destrozado y
envuelto de codicia humana.—Me lo dijo, aquella hechicera, este año 2024,
sería el de nuestra salvación. Lloraba desconsoladamente. El destino dictó
sentencia y el nuevo año volvió a dejar su rubrica, en forma de cólera biblica.
FIN
Fotogramas
adjuntados
Rocco e i suoi fratelli (1960) By Luchino Visconti
Gran Torino (2008) By Clint Eastwood
Exodus (1960) By Otto Preminger
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