Los amantes Tracios
Grozda
no creía en Dios. Era una sabia mujer de grandes convicciones. Todavía recuerdo
el día que juraste tu nombre en vano, pero dijiste que siempre estarías allí.
Cuando las cosas se ponen tan tensas, bien sabes, que no puedo pensar ni
respirar. He venido a este altar y así intentar que pudieras escucharme. Ella se sintió incomoda por un fingido
affaire, fruto de una una artimaña elaborada, pero totalmente involuntaria.
Parecía un vago y extraño recuerdo que terminaba de verlo con claridad. Son ese
tipo de cosas que no hacen daño, pero se convierten en letales. Algo que
terminó tergiversando la realidad de su pensamiento. Contaban los más viejos
del lugar que asistía a la Iglesia con Lazar. Implícitamente llegaba a cantar
alabanzas al gran señor por el sendero que le acercaba a la capilla, a medida,
que se aproximaba más su voz cantaba con mayor ahínco. Sin embargo, sus ojos
habían muerto hacía mucho tiempo para la fe. Aquella exposición prolongada a mí
fue el causante de este deterioro. Todo el esmalte y el efímero glamour se borró, de
inmediato, y la pintura se esfumó. Finalmente, el propio marco de sus
creencias comenzó a oxidarse y debilitarse. Se derrumbó el día que lo descubrió
sentada en el escritorio de mi oficina, las bombas zumbaron suavemente, mientras ella se sacudía ineficazmente ante la inservible refutación de su presencia.
Estaba feliz, tal vez, de tener algo de compañía. Oí un grito: era agudo y
espeluznante.
Capaz
de atravesar todas las capas envueltas duramente y esmeradamente alrededor del
último bastión de severidad , en lo más hondo de ella. Sin querer, se despegaron, en un fardel
ensangrentado de pañuelos de papel —ineficaces para volver a arreglarse— cuando él
se sacudió un poco, posiblemente haciendo una mueca en respuesta a su
dramatismo. Acababa de regresar a casa, desde su estudio en el laboratorio. Mi
mano todavía apretaba el pomo de latón brillante mientras me ponía rígida. Al
notar la ubicación, concerniente de Grozda, por el sonido: supe que ella acababa de
verlo. Honestamente, casi esperaba una llamada en algún momento durante el día,
pero aparentemente había sido apática en sus esfuerzos de limpieza programados
regularmente. Un sudor frío recorrió mi espalda. Cerré la puerta con un clic y
me dirigí rápidamente a casa, sin molestarme, en donde dejar mis cosas. Era un
hombre delgado, desaliñado y previsible: por lo tanto, al alargar mi zancada pude
recorrer la distancia rápidamente mientras aguantaba el equilibrio. El pánico
es, después de todo, el alimento de los débiles y los ingenuos. Si entrase en
la habitación, demasiado rápido, asustaría, nuevamente a Grozda.
Estaba completamente ilusionada, aunque el
desprecio anticipado me detendría de revisar los documentos que había destinado
al consumo mental de esa noche. Mi mandíbula se apretó ligeramente mientras
empujaba mis gafas concisamente hacia mi concavidad paranasal. Inspirando una respiración lenta y profunda, a
una mucho más arrítmica y acelerada, antes de pasar por la puerta rota para encontrarme
con ella. Se estremeció y dejó escapar un grito más corto y tranquilo al verme,
colocando una mano sobre su pecho. Su cara estaba blanca y su corazón palpitaba
visiblemente en el movimiento de su esternón. Ella retrocedió desde mi antiguo
escritorio de madera y a la vez, su confidente.
—¿Eres
un monstruo que se esconde dentro de esta pequeña piedra roja o son las decenas
de miles de almas que se quemaron?
—¿Eres
tú a la que los humanos te llamaban la blanca expiración?
¿Acaso no lo sabe todo el mundo, aunque tú me evitas, del mismo modo, que no quieres
hablar de Dios?
Lloré
en silencio lágrimas de angustia y, sin embargo, no estuve allí para limpiarlas,
para evitar que cayeran al suelo. Para detener la sangre inocente que cae de
las manos fieles.
Jadeado por el viento de Tramontana, el viejo vestido con la túnica blanca llegó a la
cima de la cordillera. El humo que viene de la ladera de la montaña. El pueblo que
mandaste quemar. Lazar sollozaba de dolor y pena. Mostrándole el camino hacia
los cielos, hacia la verdad, hacia el todopoderoso. Y por última vez, antes de
sumergirse en la luz, Grozda miró hacia atrás y gritó: la voz farragosa e
indescifrable. De repente, una luz brillante nívea y candente se puso delante
de él y las puertas del cielo se abrieron. A veces, nuestra propia ignorancia
se convierte en idiotez permanente. Siempre tan atrevida y enmascarada entre
sutilezas de finos hilos de seda, en cualquier estación o edad de los
sentenciados. Nada llega de un
modo tan inesperado y hasta sorpresivo como un relámpago. Rebasa y enturbia,
comprime en el dolor y en la angustia de nuestra propia alma y golpea en lo más
hondo de nuestras entrañas. No será la primera vez que creamos saberlo todo de
la naturaleza, cuando ésta, en lo que tarda un chasquido de dedos, puede
resquebrajarse y desbocarse, una
vez más, ante cualquier atisbo de dolor o tristeza capaz de embargarnos en
pretéritos recuerdos.
FIN
Dedicado
a la memoria de Margarita Salas Noviembre1938/Noviembre2019 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
Kozijat
rog (The Goat Horn) 1972 by Metodi Andonov
Barierata
The Barrier 1979 by Christo Christov
Kuhle
Wampe oder: Wem gehört die Welt?1932 by Slatan Dudow
Urov
(The Lesson) 2014 by Kristina Grozeva&Petar Valchanov
0 comentarios: