Saturno un planeta de agua

marzo 07, 2019 Jon Alonso 0 Comments











Han pasado tan solo dos semanas. Me parece una eternidad. Un la larga espera, idéntica, a la búsqueda de la pubertad. Toda nuestra vida está dirigida al sexo y la muerte. Por ello, intentamos comparamos, con la inmensidad de la vidas alegres ajenas. Pero, en realidad, está pasando con más tipos, buscadores de gloria efímera; que en el fondo es una gran parte de nuestra larga existencia. La vida son tonalidades de la paleta de colores, matices, destellos y tonos muy livianos. Una sola pequeña mota de polvo en el desierto cambiaría el destino de millones de desgraciados que buscan manduca y agua todos los jodidos días. Empero, aquí me hallo decidiendo si respirar hondo o acabar con la jodida vecina y su mierdoso negocio del puto Mildfudness. Sí. La maldita puerta 3—un servidor vive en la 4. Es decir, enfrente. Ya saben cómo funciona esto, es lo más parecido a una casa de citas de todo tipo. Llamadas continuadas, a mi puerta y repetitivas respuestas —de mala uva— diciendo; es la puertecita 4 Sres. No hay forma de que la tipa coloque un letrero, idéntico al que reluce en la roñosa puerta del chiringuito: “Saturno un lugar donde meditar es vida”. Puto cartelito de marras. Estás dentro de casa y suena el tono cansino de la jefa de todo el cotarro: ¡Vamos, vamos! ¡Respiren hondooo! Muy hondo! Contengan el aire en el estómago sientan como todas sus vísceras se oxigenan. Sus venas mueven un mayor flujo sanguíneo. Ahora lentamente, bajamos, el ritmo hasta quedarnos obnubilados con un punto fijo. Mirad ese led que destila una luz violeta desde lo alto del rincón de la habitación y nos dejamos llevar, por la quietud y el relax. Poco a poco, exhalamos e inspiramos, en pequeñas cantidades. Y así se repite, día a día, como una cacatúa delante de una excursión de colegiales en el jardín botánico. Ella a su cháchara y a medida, que van saliendo sigue con la puta milonga: continuamos y nos damos la mano mirando el techo y disfrutando del oxígeno que hemos generado en el cuarto meditativo. Imagínense, la película… Así todos los santos días, un grupo de 14 personas, y a la salida, apoquinado 50€ de curso legal. Námaste, Námaste Darío, Námaste, Paula, Námaste Nuria. Y tal y Pascual. Nos vemos y cuídense. Dos días seguidos con la misma monserga, tras muchos meses, diría que dos años desde que aterrizó en nuestra comunidad. Bien, Miss Saturno, a lo suyo: Uno, dos, tres y cuatro. Ahora nos damos un pequeño giro y nos quedamos en posición fetal. Disfruten esas saludables bocanadas del aire purificado gracias al humidificador que luego sortearemos… (Siempre hay un motivo para hacer caja y la ministra Montero buscando las facturas). Ahora notáis una sensación de felicidad que cubre desde los pies a la cabeza. Las ovejas de Buñuel, encantadas de pensar que van a gozar de una grandísima curiosidad: una vida longeva, y como no, plena de apasionantes alegrías. Saturno puerta 3 es un lugar donde las lágrimas son gotas de sempiterna alegría. De fondo suena el puto New Age y toda esa música repleta de ñoñería irlandesa.















El problema surge; cuando aparece el tipo que ha comenzado a escribirles toda esta fraudulenta cantinela. Sí. En la puerta de la vecina, la del Mildfudnees. ¿Se acuerdan? Bien, allá vamos. Ding, dong. Ding, dong. ¡Demonios!—Mis Saturno— ¿Quién será? No tengo cita con nadie. Se acerca a la mirilla y esboza una sonrisa al comprobar que soy yo y unos catálogos de Ikea. —Buenas noches, Ágata. Buenas noches, Sigfredo. Mira cuando llegaba a casa me encontrado esto en el zaguán y te lo he recogido. Ha sido imposible introducirlos en tu buzón. Estaba repleto de documentos — Ella sonreía sardónicamente y me miraba con unos ojillos como diciéndome— Te daba una patada en el culo y largo. En fin, aquí tienes. Ágata—extiende la mano para recoger la publicidad del nuevo Ikea— y es cuando, Sigfredo, esgrime un cuchillo Takamura recién salido de su caja —vía Amazon— para estrenarse, en ciernes. De repente, Sigfredo, le corta toda la vena radial de su antebrazo. Comienza a gritar. Ahhhhhhaggggg! Cabrón, qué dolor! En la habitación lounge superinsonorizada la gente sigue tumbada, en posición fetal, parecen los embriones del futuro parto de Alien de Sir Ridley. ¡Eh, Miss Saturno… Tranquila, respira, cariño! Ves lo que ocurre cuando no gestionamos bien nuestra capacidad de autorregulación del oxígeno enriquecido? —Je, je… Qué te voy a contar…Ahora que cojones les vas a decir a toda tu grey, ahí tumbada en el confort del tedio y el juegoflauta burgués. Ágata Morales, es el nombre real de Miss Saturno. Está en estado de shock: llora y llora. Aunque, sus gritos y sollozos son en vano. Está completamente blanca y temblorosa. Sidgredo, le agarra el otro brazo y le hace un corte muy preciso de la zona carnosa de la clavícula. Mira voy a sacarte un trocito de musculo suprespinoso. Aquí hay un nervio muy jodido. Se puede ver el hueso y parte de los tendones. ¡Eh, fortachona! No te me desmayes…Que he de terminar el libro que le vendiste a mi madre “Mindfulness el arte de crecer”. Eso no está nada bien, querida Ágata. Ir a sacarle 30 euros a una abuelita —pensionista— sorda y narcolépsica con fatiga crónica. Ágata, te quiero entender. Empero, la realidad, es otra. Nos vemos incapaces de tomar, consciencia de la experiencia vivida. ¿Cómo juzgarías toda esta rutina pseudozen…? Por no decir este puto paripé de adictos a la sugestión sin control tributario. ¿Sientes que te ahogas? ¿Nunca habías visto tanta sangre en tu puta vida? Es una espera eterna y angustiosa… No te preocupes llegará en un par de minutos, ese deseado e inesperado fallo de oxígeno a tu cerebro y la factura va ser muy cara. Lentamente, sin prejuicios, ni rencores. Algo así, como si… Lánguidamente estuviéramos expiando todos nuestros pecados.  ¡Cómo si el malvado que te está causando todo este dolor y horror disfrutará de este envenenamiento de tu pequeño chiringuito de adictos Cocoones al oxígeno purificado! No tengo nada contra ti, cielo. ¡Pero que me toquen a la vieja. Uff! ¿Sabías que cuando tenía 5 años, casi me ahogo en la bañera por la puta narcolepsia que sufría mamuchi? ¡No tienes ni idea de todo lo que ha pasado esa mujer, como para venir tú a venderle un cupón para un viaje a la Sierra de Caravaca, donde sorteas un humidificador! Eres un mal bicho y la has jodido bien. ¿Por curiosidad, a cuánto les vendes el humidificador de los chinos a tu grey de desgraciados? ¡Qué traviesa que eres… No te me vayas! Ahora vuelvo. Voy un momento, a saludar a tu camarilla, en el cuarto de los nenes y las nenas fetales…Ja,ja,ja! ¡Hola, chicos. Qué alegría. Comienza la fiesta!















                                                                                     7 años después





Sigfredo Otaiza. Vive en Austria y es uno de los mejores especialistas en terapias de meditación y apoyo a gente con estrés postraumático. Una hermosa mañana de mayo en la hipnótica Salzburgo: se quedó saboreando una taza de café expreso de la máquina del capo Clooney. Pensaba— qué extraño es el mundo, llevo unas 364 semanas sin ver su cara, sin admirar su transparencia, y sus falsas artimañas. La conciencia está bloqueada. Cogí mi attache y mi americana de Donna Karan. Un taxi Uber me esperaba en la puerta del patio y me acercó al Hotel Sheraton donde tenía mi conferencia. Durante el trayecto. Sólo pensaba en todos aquellos tipos encima del futón de la vecina Zen, Ágata. El montón de sangre, ojos colgando, orejas cortadas, brazos con muñones sangrantes, gente sin pies. Otros, con sus lenguas colgando. Mujeres sin nariz. Tripas por todo el suelo: intestinos de todos los tamaños. Era la mayor orgía del horror que se pudiera haber organizado desde una perspectiva y un plano meditativo milimétrico. Intento olvidarme de todo, aquello, de como pude escaparme y crear una nueva identidad. Ahora soy Bernardo Kliman, un tipo doctorado por la Universidad de Berlín y uno de los grandes gurús del Mildfulness. A día de hoy sólo me preocupa morir ahogado. De inmediato, percibo, que estamos saliendo de la capital del genio Mozart y el vehículo ha tomado una ruta a su libre albedrio. Vamos por la autovía del Este. De fondo, se escucha en el equipo de música New Age, la jodida voz de la tristona irlandesa Enya. —La detesto. Le digo al chofer que a dónde cojones se dirige… (En un correcto alemán) —Una voz femenina lejana, pero muy cercana, a la vez, me contesta en inglés— To nice place... Relax, Mr. Sidfredo… La ventana protectora se cerró de golpe y comencé a recordar con suma tristeza (mientras el nerviosismo del viaje —de la conductora— iba haciendo mella en mi control) a mi madre. Joder! Cómo se murió. Aún tengo las manos mojadas por las risas y las lágrimas que la envolvían y acariciaban sus mejillas. La belleza de sus ojos cerrados, su hermosa boca y sus suaves frías manos de finos dedos. La sencilla alianza en el anular (del cabrón del viejo) que siempre se portó como un auténtico canalla. Pienso en ella y sigo fijando su esplendorosa imagen: la más bella y hermosa; que mis ojos han podido ver en toda su existencia. Me indica que no todo lo malo es maldad. Y que tal vez mi desprecio a lo ajeno sea debido: a su perfección, a su total dependencia, a su angustia, a su debilitada y pobre alma por el castigo infligido de la bestia de mi padre. Los reproches, los golpes físicos, las humillaciones. La llenaron de melancolía. Aquella tristeza que le acompañó diariamente, y fue, mi infancia. Un precio demasiado duro que, en contra de mi voluntad ha devuelto, ese sentimiento kármico hacía la conductora, la cual, se dejaba ver a través del retrovisor.













Altamente protegida por unas enormes gafas de sol negras de Fendi. Observe una pequeña cicatriz en el mentón de su cara. Sabía quién era, Ágata y ella quien era yo, Sigfredo. Vecinos y algo más. El ratón tenía al gato en su sillón, el mismo, que le destrozó la vida y que convirtió el oxígeno, en una mácula con la que vivir y recodar el horror de la bestia iracunda. Le pregunté: ¿Ágata, qué quieres de mí? ¿Qué quiero de ti, desgraciado? Aquella situación dentro del impoluto Mercedes de la clase A; era como un boomerang peligroso: golpeaba y volvía a su dueña. Una extraña y peligrosa dependencia. Me quedé en silencio. No era capaz de caber, entre tanta frialdad, en esa nueva imagen de mujer independiente, fuerte y solvente. Por fuera, la veía como la culpable de mis oscuros pensamientos. Los mismos que se repetían todas las noches —desde el asalto, a aquel chiringuito— de Meditación en Saturno. Notaba que todo lo imaginado en mi psique, sonaba despreciable y absurdo. Como bien dijo, Ágata, cuando ya quedaban menos de 500mts a la entrada del lago. —Palabras con las que plasmas tu personal e inexistente débito. ¡Ahora, cabrón! Ante la evidencia, de tu ignominia. ¡Eh, don macho! ¿Ahora, qué, Sigfredo? esto, te perseguirá hasta, tu último hálito: el correteo continuado de silencioso arrepentimiento. Tu salvaje desfachatez y ese puerco anhelo que posees, no tienen límites y “el porqué de sus lágrimas” no es más que una máscara más, como deduje en mi consulta de Saturno.—De repente, sentí miedo, algo de angustia y parálisis, ante sus certeras y valientes palabras. Aun así, puede observar como ella, se giró forzando su perfil enrojecido y alterado. —Esta es la última cara que vas a ver, antes de morir. El monstruo quedará sepultado en las inmensas y hermosas aguas del lago Fuschlsee. —Se cambió de golpe. Bajó la ventanilla y se quitó las gafas delante de mí. ¡Mírala bien, pringao! Esta es la cara de una saturnina en el siglo XXI. Me recorrió un escalofrió que se reveló como todo el pesar del agua entrando dentro del vehículo. La enormidad de aquel lago hacía que el hundimiento fuera más rápido. Traté de soltarme el cinturón de seguridad. Pero sólo me encontré entre carpas, dosieres de Mildfuness, barbas postizas, pasaportes extracomunitarios, lentes de presbicia, una botella de Armani y una navaja de afeitar. Mientras las bolas de agua que expulsaba mi boca completamente repleta de búrbujas, hacía imposible encontrar la triste belleza de la mujer de mi vida: mi madre. Desde la orilla, una mujer muy parecida a Ágata, le reconfortaba con una toalla. —Esbozó una larga sonrisa y emocionada le dijo a la otra mujer—Gracias, Satu. De verdad. Te quiero mucho, cielo. —No creí aquello de que la venganza se sirve en un plato frío, Satu—Y muy mojado. Risas y besos.




                                                                                           FIN




                               Dedicado a Luke Perry octubre 1966/febrero 2019 In Memoriam





Fotogramas adjuntados 



While the City Sleepsn (1956) by Fritz Lang
Les yeux sans visage (1960) by George Franju 
Peeping Tom (1960) by Michael Powell
Hannibal (2013) by Brian Fuller











                 

0 comentarios: