El piloto amnésico y el diablo
El biplano que pilotaba Alexander Jakov iba dando tumbos, tras ser alcanzado por las defensas antiaéreas. Los daños eran muy graves; fallaba la bomba de aceite y los depósitos de combustible habían sido agujereados. Perdíamos gasolina a chorros. Al teniente AJ no le quedaba otra opción que buscar algún claro para el alunizaje. No hacía mucho tuvo constancia del vuelo por encima de la costa mediterránea, gracias al radiotelegrafista. Empero la maniobra llegó bruscamente. A pesar de la pericia de Jakov y la convicción, en él, de sus cinco compañeros; la elíptica inclinación del aparato hizo que el morro se arrastrara por un suelo arenoso y desigual, haciendo que la hélice de aquel viejo Heinkel 111 se partiera en tres trozos. Finalmente, el cazabombardero, comenzó a frenarse, ante unos árboles que flanqueaban el claro de un humedal. El teniente Alexander Jakov, empapado de agua y barro, tenía un fuerte acúfeno en el oído izquierdo. Un ruido ensordecedor, que le hacía gritar horrorizado. Su cuerpo se sacudió violentamente, mientras lo que quedaba del vetusto biplano yacía, en una enorme nube de polvo y humo. Lanzó alaridos de los nombres de su tripulación. Aunque, lo único que se escuchó fue una brutal explosión en el tanque de cola. Se hizo un silencio sacro y tenebroso. Algo tan conmovedor como el olor metálico de la sangre fresca. Huele a cobre recién cortado. Es un olor limpio e impersonal, que sorprende la primera vez que se percibe. Luego cambia rápidamente a un aroma fétido, quizá más dulce, al morir las células y cuajar los hematíes. La luz matinal se filtró por la ventana de la exigua habitación e iluminó el rostro —lleno de cortes e incrustaciones— de Alexander, quien abrió el ojo libre de vendaje para ver que se encontraba en una cama que gruñía con el más leve movimiento de su cuerpo.
Estaba
aturdido y confuso. Le vino a la memoria el aterrizaje forzoso y el terrible
choque final contra los árboles, pero no recordaba nada de lo sucedido después.
Pasó su mano por encima del vendaje de su ojo y temió tener una herida que
pudiera privarle de seguir siendo un piloto. No obstante, esa preocupación la
dejó para otro momento. Ahora lo que más urgía era averiguar dónde estaba. ¿Quién
le había atendido y que harían con él? ¿Cómo logramos
despreciar nuestro cuerpo y someterlo a una profunda dejación? Cuando el alma
que lo posee lo azota sin castigo. Había sido abatido en territorio republicano
y eso hacía que su futuro más inmediato, probablemente, no fuera muy halagüeño.
Ya que pilotaba un bombardero de la Luftwaffe. Retiró la manta que cubría su
cuerpo y comprobó que sólo tenía algunos golpes, rasguños y un tobillo vendado.
De inmediato, comenzó a oír unas voces provenientes de fuera de la habitación y
se volvió a cubrir con la manta. Escuchó una conversación sin lograr entender
nada. Alexander no sabía ni una sola palabra de español, pero lo había oído
hablar, y llegó a la conclusión de que lo que escuchaba era probablemente; una
lengua autóctona del país. Esto no le animó en absoluto, dedujo que quienes
estaban al otro lado de la puerta de la habitación eran; o bien anarquistas o
comunistas, o quien sabe qué, dispuestos a llevar a cabo el interrogatorio de
turno. Jakov, era lo que se dice un hijo de matrimonio entre alemanes y
polacos. Era un tipo creyente, de esos que piensan, que llamamos alma a una
gran virtud, por el hecho de ser la conciencia del ser humano. Algo así, como el
principio de los mayores sentimientos.
Todo
un mágico contubernio de emociones que nos permite hacer las locuras más
inimaginables y llegar hasta los estadios más altos de la degradación humana.—Y
se preguntaba: ¿Pero qué hago yo aquí? ¿Dónde está Tessia y que lejos queda la
hermosa Cracovia? Yo teniente del ejército nazi... Cómo puedo llevar estas
ropas, si son mis enemigos. Me desangro y sólo veo el sagrado corazón de mi
Dios. Gracias a él, la sensación de angustia se apaciguaba. Una ambulancia
republicana me sube en una camilla. Dicen que me van a hacer una transfusión y
me preguntan mi grupo sanguíneo. Les digo que soy del grupo AB, receptor
universal. Empero, cada vez estoy más débil y siento un susurro perturbador en
el viejo hospital. Algo así, como, este tipo va a necesitar mucha sangre… El
bazo lo tiene destrozado. No hay suficiente cantidad... Es el fin, de mi viaje.
Pierdo el conocimiento y despierto postrado en una cama con un cabecero
enrobinado de color blanquecino agrietado. A juzgar por mi barba, llevo dormido
más de 48 horas. La verdad, es que no tengo ni puta idea. Un médico con sonrisa
de felicidad permanente; me dice que me han operado y todo ha ido muy bien. Me
han sacado metralla del intestino delgado y me han extirpado el bazo. También
me han eliminado unos pequeños trozos de metal del avión, que andaban por el
jodido fémur.
No
recuerdo muy bien las lecciones de anatomía de las clases de Ciencias, pero me
hago una idea. A pesar de la sonrisa, casi de gilipollas, aquel Dr. Era una
eminencia. Un tipo legal y con un gran sentido del deber. Gracias, amigo. Me
contestó de nada con un; “You´re welcome, friend”, en un perfecto inglés. ¡Qué
alivio, el cirujano de la sonrisa afable hablaba
inglés! España es sorprendente. De repente, recuerdo aquel humedal lleno de
barro y rodeado de mi equipo de cabina; el radiotelegrafista muerto y el
segundo piloto artillero con las tripas fuera, en un enorme charco de sangre y
juncos. No recuerdo nada de la misión. ¿Pero, cómo demonios acabé pilotando un
Heinkel 111 sobre el Ebro? Le pregunté al médico de la sonrisa que hablaba
inglés, si sabía de alguien de los que perecimos en el aterrizaje y con una gran
mueca me dijo; todos muertos. Don't worry Lieutenant… Se pondrá bien. Y,
please, ¿qué sitio es éste? Estamos en el Hospital militar Pére Virgil de
Barcelona. Sonreí y le mostré el pulgar en alto. Volví pleno de cansancio al
territorio de Morfeo. Cuando desperté, me vi en un chamizo, sonaba de fondo “el
día que yo nací” de Imperio Argentina”. Se me acercó un capitán italiano, de
bigote ridículo y me dijo: el tenente de la Germania. ¡Ya está presto! ¡Bravisimo!
¿Pero, dónde cojones estoy por Dios? Andiamo, amico, stai nella capitale del
regno, tenente... Madrid! Y allí me quedé con los ojos llenos de pánico.
Mientas el capitán italiano subía el volumen de la radio y bailaba como poseído
por el diablo…Ya lo dijo Dios; quién es malo en el cielo, irá al infierno.
FIN
Dedicado a Albert Finney mayo 1936/febrero 2019 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
Twelve
O'Clock High (1949) by Henry King
Hell's
Angels (1930) by Howard Hughes
Sully (2016) by Clint Eastwood
Tmavomodrý
svet (2001) by Jan Sverák
0 comentarios: