El piloto amnésico y el diablo

febrero 08, 2019 Jon Alonso 0 Comments









El biplano que pilotaba Alexander Jakov iba dando tumbos, tras ser alcanzado por las defensas antiaéreas. Los daños eran muy graves; fallaba la bomba de aceite y los depósitos de combustible habían sido agujereados. Perdíamos gasolina a chorros. Al teniente AJ no le quedaba otra opción que buscar algún claro para el alunizaje. No hacía mucho tuvo constancia del vuelo por encima de la costa mediterránea, gracias al radiotelegrafista. Empero la maniobra llegó bruscamente. A pesar de la pericia de Jakov y la convicción, en él, de sus cinco compañeros; la elíptica inclinación del aparato hizo que el morro se arrastrara por un suelo arenoso y desigual, haciendo que la hélice de aquel viejo Heinkel 111 se partiera en tres trozos. Finalmente, el cazabombardero, comenzó a frenarse, ante unos árboles que flanqueaban el claro de un humedal. El teniente Alexander Jakov, empapado de agua y barro, tenía un fuerte acúfeno en el oído izquierdo. Un ruido ensordecedor, que le hacía gritar horrorizado. Su cuerpo se sacudió violentamente, mientras lo que quedaba del vetusto biplano yacía, en una enorme nube de polvo y humo. Lanzó alaridos de los nombres de su tripulación. Aunque, lo único que se escuchó fue una brutal explosión en el tanque de cola. Se hizo un silencio sacro y tenebroso. Algo tan conmovedor como el olor metálico de la sangre fresca. Huele a cobre recién cortado. Es un olor limpio e impersonal, que sorprende la primera vez que se percibe. Luego cambia rápidamente a un aroma fétido, quizá más dulce, al morir las células y cuajar los hematíes. La luz matinal se filtró por la ventana de la exigua habitación e iluminó el rostro —lleno de cortes e incrustaciones— de Alexander, quien abrió el ojo libre de vendaje para ver que se encontraba en una cama que gruñía con el más leve movimiento de su cuerpo.















Estaba aturdido y confuso. Le vino a la memoria el aterrizaje forzoso y el terrible choque final contra los árboles, pero no recordaba nada de lo sucedido después. Pasó su mano por encima del vendaje de su ojo y temió tener una herida que pudiera privarle de seguir siendo un piloto. No obstante, esa preocupación la dejó para otro momento. Ahora lo que más urgía era averiguar dónde estaba. ¿Quién le había atendido y que harían con él? ¿Cómo logramos despreciar nuestro cuerpo y someterlo a una profunda dejación? Cuando el alma que lo posee lo azota sin castigo. Había sido abatido en territorio republicano y eso hacía que su futuro más inmediato, probablemente, no fuera muy halagüeño. Ya que pilotaba un bombardero de la Luftwaffe. Retiró la manta que cubría su cuerpo y comprobó que sólo tenía algunos golpes, rasguños y un tobillo vendado. De inmediato, comenzó a oír unas voces provenientes de fuera de la habitación y se volvió a cubrir con la manta. Escuchó una conversación sin lograr entender nada. Alexander no sabía ni una sola palabra de español, pero lo había oído hablar, y llegó a la conclusión de que lo que escuchaba era probablemente; una lengua autóctona del país. Esto no le animó en absoluto, dedujo que quienes estaban al otro lado de la puerta de la habitación eran; o bien anarquistas o comunistas, o quien sabe qué, dispuestos a llevar a cabo el interrogatorio de turno. Jakov, era lo que se dice un hijo de matrimonio entre alemanes y polacos. Era un tipo creyente, de esos que piensan, que llamamos alma a una gran virtud, por el hecho de ser la conciencia del ser humano. Algo así, como el principio de los mayores sentimientos.















Todo un mágico contubernio de emociones que nos permite hacer las locuras más inimaginables y llegar hasta los estadios más altos de la degradación humana.—Y se preguntaba: ¿Pero qué hago yo aquí? ¿Dónde está Tessia y que lejos queda la hermosa Cracovia? Yo teniente del ejército nazi... Cómo puedo llevar estas ropas, si son mis enemigos. Me desangro y sólo veo el sagrado corazón de mi Dios. Gracias a él, la sensación de angustia se apaciguaba. Una ambulancia republicana me sube en una camilla. Dicen que me van a hacer una transfusión y me preguntan mi grupo sanguíneo. Les digo que soy del grupo AB, receptor universal. Empero, cada vez estoy más débil y siento un susurro perturbador en el viejo hospital. Algo así, como, este tipo va a necesitar mucha sangre… El bazo lo tiene destrozado. No hay suficiente cantidad... Es el fin, de mi viaje. Pierdo el conocimiento y despierto postrado en una cama con un cabecero enrobinado de color blanquecino agrietado. A juzgar por mi barba, llevo dormido más de 48 horas. La verdad, es que no tengo ni puta idea. Un médico con sonrisa de felicidad permanente; me dice que me han operado y todo ha ido muy bien. Me han sacado metralla del intestino delgado y me han extirpado el bazo. También me han eliminado unos pequeños trozos de metal del avión, que andaban por el jodido fémur.












No recuerdo muy bien las lecciones de anatomía de las clases de Ciencias, pero me hago una idea. A pesar de la sonrisa, casi de gilipollas, aquel Dr. Era una eminencia. Un tipo legal y con un gran sentido del deber. Gracias, amigo. Me contestó de nada con un; “You´re welcome, friend”, en un perfecto inglés. ¡Qué alivio, el cirujano de la sonrisa afable hablaba inglés! España es sorprendente. De repente, recuerdo aquel humedal lleno de barro y rodeado de mi equipo de cabina; el radiotelegrafista muerto y el segundo piloto artillero con las tripas fuera, en un enorme charco de sangre y juncos. No recuerdo nada de la misión. ¿Pero, cómo demonios acabé pilotando un Heinkel 111 sobre el Ebro? Le pregunté al médico de la sonrisa que hablaba inglés, si sabía de alguien de los que perecimos en el aterrizaje y con una gran mueca me dijo; todos muertos. Don't worry Lieutenant… Se pondrá bien. Y, please, ¿qué sitio es éste? Estamos en el Hospital militar Pére Virgil de Barcelona. Sonreí y le mostré el pulgar en alto. Volví pleno de cansancio al territorio de Morfeo. Cuando desperté, me vi en un chamizo, sonaba de fondo “el día que yo nací” de Imperio Argentina”. Se me acercó un capitán italiano, de bigote ridículo y me dijo: el tenente de la Germania. ¡Ya está presto! ¡Bravisimo! ¿Pero, dónde cojones estoy por Dios? Andiamo, amico, stai nella capitale del regno, tenente... Madrid! Y allí me quedé con los ojos llenos de pánico. Mientas el capitán italiano subía el volumen de la radio y bailaba como poseído por el diablo…Ya lo dijo Dios; quién es malo en el cielo, irá al infierno.




                                        

                                                 FIN





                              Dedicado a Albert Finney mayo 1936/febrero 2019 In Memoriam






Fotogramas adjuntados


Twelve O'Clock High (1949) by Henry King
Hell's Angels (1930) by Howard Hughes
Sully (2016) by Clint Eastwood
Tmavomodrý svet (2001) by Jan Sverák







                    

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