Una gran historia de seis años

enero 16, 2019 Jon Alonso 0 Comments








Seis años dicen que se tardan en escribir una gran historia, donde la tinta negra se convierte en roja. Roja como la sangre de un corazón perforado, por una flecha envidiosa y traicionera. en plena pasión de la vida. La leyenda de una historia sin futuro; tan cercana y tan lejana, como tantas otras vistas, a lo largo de nuestras vidas. Atestada de ausentes emociones de los instintos, envueltos entre recuerdos —inverosímilmente fieles— de lo que sólo ocurrió en secreto. Entre provocaciones implacables y complicidad, a base, de medias sonrisas en las que caben universos enteros. Tantas noches amándose en el borde de un precipicio insostenible. Aún, a sabiendas, que no podían mantenerse más horas de las que tenía el reloj. Si se dieron una pequeña tregua para tomarse la justicia por su mano. En aquella pensión barata con la piel a trozos y un aura malvada que los sitiaba —de nuevo— para no permitirles ignorar; que algo cambió el día que se conocieron. A veces, ni se miran de las ganas que se tienen el uno al otro. Puede que esté roto el fregadero o se haya terminado la bombona de gas.












Pero siempre, liquidándose, pensando que la vida no ha continuado, ni se ha movido. Todo un bloqueo por su sempiterno roce de historia. Creen que no han hecho cosas serias ni trascendentes. Tienen el mismo gris que un cuaderno de Rubio. De libros viejos, que dicen inservibles, algunos magistrales y otros regalados; en los coleccionables de la televisión obispal. Algo no iba bien. De repente, observé que la tinta se había ido borrando hasta adquirir un tono más pardo que azul. El libro de notas había sido adquirido y escrito en fecha reciente: eran las memorias de nuestra vida. Todo lo que habíamos vivido antes de la gran tragedia. Mis manos comenzaron a temblar. Aquel libro no era igual que los tediosos libros de esos bisoños rompelápices de autoedición, hechos en la imprenta de un barrio con olor a nuevo rico. No eran ese tipo de libros: iguales y de idénticas palabras. Aquella historia fue retroalimentada en nuestros propios secretos, la certeza del desgaste de un secuestro y años de rehabilitación en el hospital.














Recuerdos que sólo existen en lo más estrecho del hipotálamo y el último hálito de nuestras retinas. Los mismos, que inexplicablemente, estropean el motor del tiempo; y así nunca saben cuánto tiempo ha pasado sin verse ni cuántas cosas no hicieron. Ella y su temor a ser una niña vieja. Su autonomía implacable, su alrededor prescindible, su protección incondicional. Sus compañías engañadas que miman su vanidad. Su soledad, siempre. Como los domingos de él, convertidos en un litro y medio de whisky y sus rendimientos capitalizados a día de hoy: Él y su patética ambición: revés tras revés. Una libertad hipotecada en la candidez y la falta de arraigo. Sus jodidas amistades y su aberrante promiscuidad. Ninguno se sorprende que tantos kilómetros de mar, no hayan conseguido ahogarlos en el fondo del abismo.












A los dos la vida les ha manchado, pero ninguno se sorprende de que les haya machacado a la vez. Empero esta vez no aceleraron voluntariamente la respiración, no firmaron un contrato de los de “cama a doce euros la hora”, a condición, de quererse hasta morir. Sólo, durante un par de minutos, después de alargar un domingo imprevisto; se rozaron los labios, de rondón, para no cometer el error de besarse. Simplemente, por cerrar los ojos un momento y sentirse como antaño, en casa. Únicamente por agradecerle a la vida otro encontronazo inexplicable que reaparece cada vez que sus vidas están cambiando. Un cambalache para recordarles; que los perdedores están señalados de por vida. Ahora, solamente, queda el hedor de los cuerpos en descomposición y un aura de ternura que no tiene nada que ver con la auténtica realidad de ellos. Los rincones de aquella vivienda enterraron los últimos secretos de un amor imposible: un gran libro de seis años.










                  Dedicado a Claudio López de LaMadrid enero1960/enero 2019 in Memoriam









Fotogramas adjuntados



Thérèse Raquin (1953) by Marcel Carné
La curée (1966) by Roger Vadim
Billy Liar (1963) by John Schlesinger
Nana (1983) by Dan Wolman






                       

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