Trompeta Man

marzo 23, 2015 Jon Alonso 0 Comments








Aquella noche de primavera fue horrorosa. De nuevo los cansinos accesos febriles me obligaron a permanecer postrado en cama. Llovía a cántaros y la luz eléctrica se marchó dos veces, como si la historia no fuera con ella. Entre antipiréticos, morfina y zumo de naranja de tetrabrik perdí la noción del tiempo; me quedé dormido profundamente. Arribé tarde al acto. De un negro riguroso y excusándome al vapor del Mississippi, pues no tenía muy claro el lugar exacto del tétrico velatorio. Uno de los más grandes nos había dejado, en este prisma de pábulo, quizás para siempre.

















¿QuiĂ©nes somos para juzgar los deseos de los dioses? ComencĂ© a darle vueltas a la cabeza, mientras observaba el Ăłbito. La servidumbre humana más rastrera planeaba, a su manera más tradicional, una despedida con buena mĂşsica; un fragmento lĂşgubre de cuatrocientos cincuenta años, muy reciente, en comparaciĂłn con aquĂ©l cuyo destino se envolvĂ­a de acordes aplastantes. El trompetista, al que todas las chicas —y los chicos del Delta— adoraban, no entendĂ­a en este mundo más que lo que su mĂşsica le dictaba, y aunque no sabĂ­a exactamente para quiĂ©n —¿o quĂ©?— desataba su arte, cumpliĂł, entusiasmado por ser el centro de atenciĂłn.














Empero la noche era muy larga y oscura, en aquel ambiente del gran salĂłn opresivo rematado en ribetes gĂłticos de fusta. El joven estaba bebiendo desde que agarrĂł la trompeta y sordina. El vodka polaco, era una cuestiĂłn patriĂłtica de la rama familiar materna. Era evidente que los efectos de la bebida nacional —que otrora tiempos— adormecieran sus sentidos; se adentraron, en  una simbiosis cuántica con los miasmas. Aquella epidemia parecĂ­a asediar al barco, se comportaba como si tuviera patente de corso, y  finalmente, consiguiĂł exaltar sus vĂ­sceras. Cuando le pareciĂł ver que en la sala habĂ­a mucha más gente de la que embarcĂł en un puerto ya desvalijado, comenzĂł a sentirse enfermo. Mucha más gente, de rara tez y miembros mal proporcionados, que parecĂ­a revelarse en los espejos como borrones de bruma.















Definitivamente, la botella de vodka se rompiĂł, y los cristales, caĂ­dos junto al taburete del mĂşsico, reflejaron las Ăşltimas luces, antes de que se apagaran. Las ánimas protestaron y señalaron al cadáver. DespertĂ©, exaltado y lleno de sudor. Palpaba la mesilla de noche, el interruptor de la luz no funcionaba y mi cama rebosaba de agua. Esta vez, vi mi final, pues, ni la vela del cuarto de mi sirvienta me salvarĂ­a de una letal pulmonĂ­a. PensĂ© que, por haberme encomendado a poderes sagrados, encontrarĂ­a la salvaciĂłn de  mi alma. Es obvio, que ya estoy muerto, pues la habitaciĂłn está completamente inundada como todo el vapor. Nunca miren a los ojos de las sombras, a veces, el diablo se esconde en el rincĂłn más insĂłlito de nuestra existencia. Ahora, por favor, dĂ©jenme, mientras suena “Oh, lady be good”. 












                                Dedicado a Moncho Alpuente  (mayo 1949/marzo 2015) In Memoriam









Fotogramas adjuntados



Young Man with a Horn by Michael Curtiz (1950)
The Cotton Club by Francis Ford Coppola (1984)
Show Boat by James Whale (1936)
Mo' Better Blues by Spike Lee (1990)