Un desalmado en la Koldoesfera quema las hormigas de Kuntur
Una
vez leí, no recuerdo muy bien dónde, que las hormigas son los únicos insectos
que han colonizado casi todas las zonas terrestres del planeta. Dicen que donde no hay hormigas autóctonas
es en la Antártida y en algunas islas remotas o inhóspitas de la tierra. Un día observé como
mi amigo Andoni tenía la mirada vigilante en un convoy de hormigas armadas, las
cuales, inundaban el suelo de la jungla como un río negro. Miles, millones
de cuerpos invaden la superficie de aquel lugar en busca de comida. Aquella turba
devoraba todo a su paso, formando una mancha indefinible mientras los cuerpos
de las hormigas se transformaban, conectados uno por uno, en una masa oscura
que, desde arriba, se parecía a un cielo nocturno. Las presas que, las hormigas pisotean en su camino son estrellas enanas
en implosión, devoradas por las sombras, engullidas por ese tira y afloja del
hambre, en su voraz apetito cósmico y colectivo.
De
repente, un pájaro que vuela bajo, como si esperase un piscolabis, se ve
sitiado, de hormigas subiendo por sus patas hasta que sus alas batidas no son
más que movimiento, tan solo un meneo frenético que no puede dar una alada más, ni le
salvará su vida. Cometas de ácido
fórmico salen disparados de las mandíbulas de los soldados, hirviendo plumas y
piel, inutilizando al ave y asándola viva. Se atisbaba desde las copas de los
árboles, muy por encima de la niebla del bosque, una humedad sofocante que se
acumulaba en las hojas y después, caía en un minúsculo chorro de gotas. Algunas moléculas de agua cayeron sobre el
nido del pájaro, salpicando, unos latentes huevos. Más arriba, en la
blogosfera, un avión de pasajeros de ojos rojos transporta a una mujer de
mediana edad que —debido a compromisos
comerciales— se ha perdido el cumpleaños de su hija. En la estratosfera, una sonda meteorológica recoge datos, que va
emitiendo, entre pitidos y explosiones, envía tartamudas señales inalámbricas,
que recoge una pantalla de Oled. Conectada a un enchufe, ya en la tierra, de la
fachosfera de algún corrupto, con cara de embarazada de dos meses. Dixit:—Soy una
víctima de una conspiración digital.
Dicen, que posiblemente, se hallé, en algún lugar, de un almacén con aire acondicionado y rodeado de madroños. En lo más alto de la Koldosfera reside una vieja estación espacial que divaga ingrávidamente. El hombre que vive en ese lugar, es un Homo habilis que se cruzó con un Sapiens del último holoceno. Atiende las ocho granjas de inofensivas hormigas tomadas en la Guayana francesa que sobrevivieron a la primera gran hecatombe. Anota números, hace cosenos y raíces cuadradas. Los que saben del lenguaje matemático lo llaman: susurrador de las cifras. Empero, las hormigas construyen túneles en la tierra, moviéndose sin cesar, desarrollando algo mucho más grande que ellas mismas. Las llamaradas solares en las ventanas de la estación bañan los ojos, del hombre susurrador, cruzan su iris azul y se canalizan hacia las partes desconocidas de sus pupilas oscuras. Las bengalas son de color naranja, coronas quemadas, que se aferran al universo, del mismo modo, que una esposa abraza a su hijo llorando; antes del lanzamiento de una nueva misión.
Desde
fuera de sus ventanas, la Tierra es una canica lanzada, a través de un
estanque, saltando, salpicando y hundiéndose. El hombre, nueve meses después de su viaje de tres años, recuerda las
sensaciones, que aprendió para ser un saltimbanqui en la luna, mientras pasaba
por encima de las grandes rocas. Rememora, cuando las erupciones solares
parecían tan lejanas y el sol todavía era sólo un objeto, puramente, abstracto.
Recuerda, en los tiempos, del Caín de la
atmósfera de HispaniaRaz, observar a su hijo quemar hormigas, en el jardín de
la casa del pueblo, cerca de un pozo de agua. Alí, debajo de la vieja higuera, armado con una lupa. Aquel niño, que escondía su rostro, tras una mascarilla china; amplificaba el rayo del sol hasta convertirlo en un artefacto de destrucción concentrada. Era un achicharrador de hormigas, una tras otra, mientras sus
cuerpos gritaban silenciosamente, derritiéndose en la tierra, el suelo y la
grava hasta que no quedó nada que disolver. Triste final, el de aquella concurrida colonia que fue completamente
erradicada. Nunca más se supo de aquel
sátrapa que intentó acabar con la era digital. Ahora luce una hermosa atmosfera
bajo el amparo sosegado de Kuntur.
Dedicado a Iris Apfel agosto
1921/marzo 2024 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
The
Curse of the Cat People (1944) Robert Wise
& Gunther von Fritsch
Naked
jungle (1954) By Byron Haskin
Das
blaue licht (1932) By Leni Riefenstahl
& Béla Balázsç
Vermin
la plaga 2023 By Sébastien Vanicek
0 comentarios: