Feliz Navidad, Ava. Aquellos días de olas y risas

diciembre 23, 2023 Jon Alonso 0 Comments


 

“No te preocupes”, decía la cortina de ducha de vinilo transparente con unas margaritas amarillas mostaza, compradas en una oferta de un Ikea—Luego las vi en un catalogo... Sí, aquel fue el último regalo de Navidad de mi hija Raquel, por entonces tenía 14 años, ahora, unos 19. O eso creía yo, cuando me dijo Ava:—No, Ernesto, Raquel tiene 34 años! “A menudo comentaba que se marchaba de viaje por negocios en la oscura noche”. Yo siempre pensé que era demasiado joven para hacer esos largos viajes en la negrura de las autovías. Ava había dejado el sempiterno cigarrillo en el cenicero mientras se secaba el pelo. A veces, como sin quererlo, sabemos —que a nosotros— también nos toca irnos de viaje. Sí, yo en muchas ocasiones, pienso, que ésta será mi última maleta o la última Navidad. Otras veces, es Ava quien le quita hierro al asunto y dice:—Cariño, qué bonita está Florida en Navidad. Suele ser hermosa; si no está apestada de alguna plaga de iguanas o una nueva horda de turistas alemanes que huyen del frío prusiano. Al final, volvemos a la carretera y dejamos el bloque de apartamentos de Kings Rivers en California. Tenemos un viaje muy largo por delante. Antes de comerzar la ruta paramos en una cafetería que estaba llena de gente vestida de Papa Noel y sonaban villancicos de CrosbyandBowie. Pedí un Chocolate caliente con Brandy. Ava estaba hambrienta y quiso comerse unos huevos revueltos con Bacon. Mire a mi esposa y le dije: Feliz Navidad. Ella me contestó:—Van quedando pocas, Ernesto. Pero queda mucho camino hasta la bella Florida. Ya dentro del coche introduje en el navegador la ruta exacta y Ava comenzó a conducir. Me encantaba ver a mi esposa al volante.



 

                                          Tampa (Florida) 24 horas después: día de Navidad


Llegaba una brisa marina que te acariciaba en la cara, la cual, invitaba a darse un chapuzón a pesar de los 3kms que distaba el mar de la urbanización. Una vez  deshechas —cómodamente— las maletas, nos dimos cuenta que teníamos la mitad de la edad media del personal que pululaba por la calle. Un sitio donde la tropa estaba entre los 70 y 80. Ava y yo, aún parecíamos dos buenos cuerpos cincuentones. Sí, amigos estábamos en el paraíso de Ybor City de la ciudad de Tampa. Decidimos irnos de compras y acabé adquiriendo unos pantalones beige junto a un polo de algodón a rombos de Fred Perry. Mientras Ava complementaba su atuendo con un pañuelo en la cabeza y unas enormes gafas de Gucci negras de sol. Teníamos suficiente con descansar entre los paseos soleados y los bordeados de setos, a lo largo del presente año o así veíamos el panorama. Bien, como el que no quiere, nos pusimos manos a la obra para ser unos buenos vecinos. Ava empezó a ir de compras con un par de señoras del edificio Green y me dijo que el señor Jackson, del número 72, se sentía solo. Tenía mis dudas, no puede resistirme a recordar el aroma de mi hija Raquel, cuando olía los jazmines del jardín. La echaba mucho de menos y era Navidad. Ava, insistió en que fuera a hablar con el Sr. Jackson, el cual, le encantaba la cerveza Lager. Decidí que lo visitaría al día siguiente para preguntarle si le apetecía una pinta de lager suave neerlandesa. Como el que no quiere, aquel tipo se fue encasquetando jarrita, tras jarrita y es que el Sr. Jackson estaba encantado con la compañía… Las siguientes semanas, es decir, nuestros días se llenaron de entretenidos culebrones e historias de inocente plenitud. Nuestra pandilla se fue haciendo cada vez más grande, en muy poco tiempo, pasamos a ser más de ocho miembros y aumentando. Hasta esos hombres que todo lo ven oscuro y sus vidas son callejones sin salida, entraron, con un relativo grado de excitación —cuasi sorprendente— al unirse a nuestro club. Se celebró la Navidad por todo lo alto. Bebimos y comimos hasta el amanecer. Ahora, sabemos porque la esperanza de vida en este estado es tan alta. El tiempo ese cruel aliado con el que hay que discutir a final de mes.



Obviamente, nuestros días transcurrían entre glorias pasadas y encontrar el Minerva de la eterna juventud como agua de mayo; la diversión cada tarde. Éramos unos chicos con canas y andares lentos para lo que cada día era Navidad. Mientras yo me dedicaba a socializar y a organizar una especie de peña de apostadores a las carreras de caballos para los chicos, Ava se entretenía ayudando a las esposas con sus dolencias. “La tetera está lista, jovencitas”, decía haciendo sonar su bolso. “Esto te aliviará cariño y relajará muy pronto”. Las tardes de las señoras también estaban impregnadas de más risas, mientras intercambiaban anécdotas, con una larga variedad de ginebras y bourbones artesanales. Así como una gran maleta llena de opiáceos recetados. Puede que los romances se habían perdido, los caminos que habían tomado antes de que ir a votar republicanosVsdemócratas se convirtiera —en algo tan accesible— para la siguiente generación de chicas. Todo se redujo al alcohol y las píldoras. En aquellos tiempos de euforia, sentíamos el subidón; nuestra peña estaba consiguiendo ganancias considerables y Ava obtenía pastillas más fuertes y fáciles de digerir. Incluso, llegamos a crear un club de surfistas categoría senior que era la sensación de la playa de Tampa, evidentemente, para las mentes más amplias de banda. Sin embargo, a medida que avanzaban las estaciones, empezamos a sufrir reveses y los altibajos eran evidentes.



En la siguiente Navidad, las grietas que dejó el otoño habían madurado por completo: jardines descuidados, cubos de basura desbordados y aquellas familias atentas del resto empezaron a dejar de visitarnos. Todo se volvió en nuestra contra y nuestros vecinos comenzaron a evitarnos, dejando las cortinas caídas, cada día más tarde. A veces, ni las abrían o ni siquiera se vestían, los alguaciles del Sheriff, venían en busca de facturas impagadas. El bueno de Doc resbaló por las escaleras y se quedó donde se cayó durante una semana. 7 días encima de la moqueta de su comedor sin asistencia. El Sr. Jackson se fue a dormir a la bañera. Todo se estaba derrumbando. Era hora de cortar por lo sano. Dejamos esta nueva vida al amanecer, caímos en la carretera de circunvalación más cercana y seguimos adelante, el sol implacable y nosotros protegiéndonos los ojos en los cruces difíciles. No había indicios de planes, ni ropa especial, ni billetes de avión encima de la cómoda, ni camisas especiales con flores tropicales por todas partes, pero ¿Qué otra cosa podía ser? Y de nuevo, el palpitar en mis sienes, de esa renqueante zozobra sobre, el que será de nosotros en la siguiente Navidad. Raquel envió un SMS, que decía, Feliz Navidad papis. Me siento en el sillón del coche y retrocedo hasta reclinarlo. Ahora extiendo los reposapiernas. Y noto un enorme alivio. Cuando prenguntó:— ¿Ava configuro el navegador de ruta?—No, déjame a mí.  Ya le mandaré un SMS—No te entiendo—Son cosas de mujeres, cariño. Estamos en Navidad. Te quiero, Ernesto. Yo también, te quiero mucho, Ava.


                                                                   FIN 


             

                              Dedicado a Ryan O´Neal Abril 1941/Diciembre 2023 In Memoriam

 

 

 

Fotogramas adjuntados

 

The Shop Around the Corner (1940) By Ernst Lubitsch

Cocoon (1985) By Ron Howard

The Apartment (1960) By Billy Wilder

The Love Boat (1977) By Douglas S. Cramer

 

 




 



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