El deseo de la chica de ayer que bailaba con la flauta de Fausto
Caminos
del viento que llevan al centro de la ciudad de la eterna primavera, dirigen
mis pasos hacia la alborada de la existencia, por mi costado Este. En la
desesperada búsqueda de la pasión desenfrenada. Mis deseos más ocultos afloran
y nada me importa —quiero conocer la fuente del saber divino que deviene a lo
profano, prohibido y salvaje— teñido de matices que falsean la diafanidad y
enturbian la vista del ojo más agudo de un relojero tuerto. Senderos que
finalizan en el más allá de la conciencia son la ruta perfilada para mi viaje,
una aventura quizás sin retorno. Las farolas dibujaban en el paseo —una trémula luz— que al llegar a la altura
de las moreras parecÃa ser lamidas en un acto de exacerbada concupiscencia.
Aquellas farolas, habÃan perdido su encanto, ya que iluminaban, en lo radiante
del dÃa. Nadie más podrÃa haber imaginado la sombra de una gaviota en forma de
caballito de mar, lo absurdo afloraba, a cada paso, el sinsentido lo envolvÃa
todo. La chica del sueño furtivo que flirteaba con la razón y coqueteaba con la
verdad, que danzaba entre las espinas de las rosas, sin herirse pero casi
tocándolas.
Ella
observaba el camino de su epopeya trazada en el romance sombrÃo de Dionisio.
Entre un montón de huellas que demarcan la ruta de lo orgiástico y la
búsqueda desenfrenada de placer —en un
eterno paroxismo— para encontrar una puerta gris que se abre y tras ella una
oscura estancia. En medio de la noche atemporal del negro encierro; se arroja a
los brazos del misterio oculto tras lo insondable. Era una chica de sueño proscrito que deseaba ver la luna reflejada en el espejo de su ego. Garbo y porte
se fundÃan en un temperamento altivo, de emociones disonantes, cuales, dieron
los compases de un arrÃtmica acordeón. Del otro lado de la vida, el vaivén de
los sentidos, que se balancean al compás de porciones que aceleran las ideas, y
agilizan la llegada de matices suavizantes tras los cuales acecha la hiedra
venenosa. Una media de tersa piel que acariciaba la lujuria de aquellos
personajes —que yacÃan— entre melancólicos escondrijos junto a la chica del
sueño clandestino.
Patibularias
miradas que devoraban la perfección de las marmóreas caderas y alimentaban
tentaciones con la turgencia de los senos, en deidad, como obras de un creador lejano: el amante del arrojo de sus
anormales criaturas. BebÃa compulsivamente escocés hacendado. Ella bailaba con
una mujer que la miraba con unos ojos flambeantes de pasión. Después subimos los
tres a una oscura celda, en el segundo piso. Se desvistieron en medio de
arañazos de placer y mordiscos de deseo, para finalmente, arrojarse al
suelo y dar rienda suelta a su frenesÃ.
Yo las observé absorto en sus movimientos convulsivos. Comienzo a excitarme al
punto de no poder contenerme y de sentirme muy extraño. Abrà la puerta,
descendà las escaleras y bajé dando tumbos hasta salir a la calle. Noté que los
adoquines de la calle estaban encima de mi cabeza y llegó una arcada: Uffaaarrggfff! Tiré de vomitona, durante un largo minuto.—Solté hasta la
primera papilla del parvulario. Ahora, sÃ. Respiré hondo, entre un aliento a
perro descompuesto y las sienes palpitando.
Una vez, denoté a la calle, en su sitio y mi cabeza en el suyo. Continúe para perderme en medio de la noche. La chica del sueño sigiloso, de impensables lujurias y brebajes prohibidos, que ocultaba sus ansias de luna llena bajo el manto del desenfreno, se esfumó. Aquellos ojos de eterna mirada que observaban el silencio dejado por cada orgasmo después de saciar su inquietud. No los volvà a hallar. La tristeza volvió a mi encuentro, ya que no todas las chicas cautelosas tenÃan un trabajo de muchÃsimo valor. Mucho más, que el de aquel tipo, de su sueño incapaz de compensar, el pagó que deberÃa haberle correspondido. Apenas, le dio importancia en su momento, y que hoy, si tuviera que mudarse, serÃa de las primeras cosas que apartarÃa para no olvidar. La chica de mis sueños, igual que la chica de ayer, estará pensando que ya es hora de hacer los trámites para donar sus órganos y hacer algo con su vida. No quedan promesas del este ni cancelas que separen fronteras, ni tan siquiera plegarias para la redención. Sólo llamaradas en la flauta de un tal Fausto.
Dedicado
a Francisco Brines Bañó enero1932/mayo2021 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
Le notti di Cabiria (1957) by Federico Fellini
Die
flambierte Frau (1983) by Robert van Ackeren
Faces (1968) by John Cassavetes
Lilja 4-ever (2002) by Lukas Moodysson
MagnÃfico texto, Jon.
ResponderEliminarProfundo y lleno de una poesÃa implÃcita en sus frases; has crecido con autor. Una hormiga trabajadora que subasta sus creaciones... Una pena, de verdad.
Por qué no escribes una novela. Me maravilla tu prosa.
Salud, amigo! Salud!
Aunque no hablemos, te leemos...