El desgraciado iluminado y la bruja de la bañera
Una
convivencia por interés y despavorida de todo roce. Ni las ratas quisieron ser espectadores de lujo ante tan crasa calamidad. Rehuyendo, así, del inminente y espeluznante
entretenimiento. Los desgraciados son así. El hedor de tu propia piel abrasada
inunda tus fosas nasales sin que sientas dolor alguno. Congeladas hasta los
codos, hace rato que salieron por piernas, de tu agonía. Al despegarte afanosamente
de la plancha al rojo comprendes la torpeza indomeñable que te ha llevado a
perder la preciada petaca. Tampoco adviertes los charcos de sangre sobre los
que caminas. Ese flujo perezoso que hace pocas horas te esforzabas en activar:
ahora, riega, un piso hecho de cientos de cristales rotos. Los afilados dientes
de horribles bestias sin nombre desgarran tus pies indiferentes al frío. Espantosas imágenes abarrotan tu mente devastada.
Y
la voz. Esa voz, convertida en el aullido, de cientos de almas cautivas reducidas
a la nada absoluta. Al mirar al horizonte parecía como si se pudiese caminar
por el cielo o como si se pudiese volar por el mar, los diferentes azules
confluían justo ahí. En un punto determinado y muy lejano de todo lo visible en
un día radiante. Sobrado de megavatios de luz para iluminar toda la oscuridad
del infinito. Jodida lontananza inabarcable, a primera vista, tan solemnemente
perenne. De fondo, el rumor de las olas, al mar batiendo su cólera contra las
rocas de un acantilado. El resto era un silencio, un cautivador silencio, que a
uno le hechizaba nada más escucharlo. Era un silencio que tenía que oírse.
Cuando algo es perfecto tiende a ser lo contrario de lo que su naturaleza le
exige. Se oía, pues, por cada rincón, por cada tramo que uno afinase el oído,
aquel acorde maravilloso que sonaba como una sinfonía industrial, dentro de un
tímpano infernal.
El
odio era una raya tan larga, tan inabarcable a primera vista, tan trágicamente
eterna, que le concedía ese aura de magnificencia que tal vez solamente la luz
crepuscular irradiada en el cielo de un bello, triste y decadente atardecer. A
lo mejor, podría, parcialmente, llegar a interponerse a su belleza, justo como
lo haría un diamante a una juventud efímera y perecedera. No se oía más que por el mayor virtuoso entre los Dioses
entre los Dioses. El viento soplaba con fuerza, con tanto ahínco que se veían
volando, porque habían sido arrancadas, algunas copas de sus árboles. El aroma
a acero, mientras se escancia el vanadio dentro de la fragua. Esa misma vida, reconcentrada en un puñado de días,
enmascarados, que piden saltar desde el balcón contra el agrietado y sucio
asfalto de la calle. De nuevo, ruge, el aullido de los desgraciados, pero esta
vez con acero en el bolsillo. Ese condenado al olvido, perdido a fuego lento,
bucólicamente, cada silaba de la realidad más decadente de este segundo año de
mundo mudo, donde los desgraciados, sólo les queda, ese redundante punto de laconismo.
Ahora,
les empaquetan los chaveas de Uber, las nuevas estrellas, montañas,
enmascaradas. Eso, sí. Nunca hay que olvidarse de la sal y el kétchup de los
cuerpos. ¿Pero quién de Uds. fue el desgraciado, tan encantador, capaz de darle
85 puñaladas a la bruja del sexto? Bendito, enmascarado —hijo de un confinamiento
letal— cada vez que te veo en la caja tonta, denoto que te pareces, a un sueño
embriagador. El mismo éxtasis de la madre del convento abulense. En esa especie
de locura soñada por algún, muy particular, sólo un desgraciado de tanta
sensibilidad sublime; pudo acabar con la pesadilla del sexto. A pesar, de los
ignotos del barrio que siempre pensaron que fue el destino de Marat en la
bañera. Alabado desgraciado y tu cuchillo Takumi. ¡Aleluya!
Dedicado a Liam Scarlett Abril 1986/Abril 2021 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
Night of the Demon 1957 by Jacques Tourneur
Gretel and Hansen (2020) By Oz Perkins
Marat/Sade (1967) By Peter Brook
American Horror Story: Apocalypse (2018) by Ryan Murphy
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