Alberto, Rai y Carla: Diagnóstico enfermizo Vol.3

septiembre 26, 2020 Jon Alonso 0 Comments



 


Después del almuerzo, mientras conducía hacia el consultorio del médico, no podía quitarse de la cabeza la imagen de su hermana. Le gustaba verla tan feliz.—Alberto sonreía y silbaba un tema musical de la radio. La idea sobre la forma de actuar del  Dr. Lasalle o de lo que pudiera pasarle era como una sombra oscura, en lo más hondo de su mente,  dibujaba un enigma. Aunque menguada, por la imagen de su resplandeciente hermana. Cuando llegó a la oficina, estaba preparado para sentarse y esperar, lo que hiciera falta. Hizo una consulta a la recepcionista, ella le dijo que el Dr. Lasalle estaba listo para recibirlo. Le explicó que el Doctor se había saltado el almuerzo para revisar sus archivos y estaba muy emocionado de trabajar con él. La postal idílica que tenía de su hermana en su cabeza se hizo añicos. De repente, se sintió abatido por esas preguntas que acechaban en el desasosiego sobre el Dr. Lasalle.

La recepcionista abrió la puerta y lo condujo por un pasillo largo, a una habitación cálida con un sofá y una silla.—Adelante, Alberto: Ponte cómodo, estará contigo en medio minuto.

Alberto se sentó en el sofá, nunca antes había ido a un psiquiatra, aunque pensó que estaría recostado en el sofá y le contaría muchas cosas sobre su infancia. Así que decidió que lo mejor sería ponerse lo más cómodamente en  el sofá.

Una puerta se abrió silenciosamente, una que Alberto no había notado antes, una que no podía ver desde su posición. Entonces, ¿no he leído que hayas pasado por esto antes?— preguntó una suave voz detrás de él.

Luchó por girar la cabeza para ver, pero el médico dio la vuelta y se paró frente a su cuerpo tendido para extender su mano. Soy el Dr. Lasalle.  —Dijo, él.—Yo he hablado con el Dr. Lasalle y no es así.

Alberto, estaba decepcionado. Después de su hermana, el Dr. Lasalle no era mucho para mirar. —Vamos! Pequeñito y redondo con una cara igualmente por debajo de la media nacional. Alberto recordó que su salud mental estaría en sus manos, con suerte, mejor cuidadas, que su apariencia. Empero, yo hablé con el Dr. Lasalle y este tío no es él.

Dr. Lasalle:—Se está bien, ahí.

—No, solo lo que he visto en la televisión.— Dijo, disculpándose porque se había tendido en el sofá.

Dr. Lasalle:— Si te sientes más cómodo, a mí no me importa. Yo me sentaré en esta silla detrás de ti.—Dijo mientras se alejaba de su vista.— Alberto notó un ruido muy molesto, al chirriar la silla, donde se sentaba el Doctor.

Dr. Lasalle:— Entonces, el Dr. Ansorena, lo vio ayer y me comentó que sigue tomando la medicación y ve avances. Alberto, no escuchaba al Dr. Lasalle, sólo veía muecas y un blablablá de fondo. Hastiado de escuchar sus putos problemas durante las siguientes dos semanas. Su plan diario era éste: ver al Dr. Lasalle cada dos días y hablar de cosas que no recordaba al cabo de los 10 minutos. Levantarse del jodido diván, sentirse sucio por las confidencias y volver a casa para tomar una larga ducha. Parecía como si el sofá fuera un portal a otro territorio, un mal sitio, desaparecido: cuando se recostó en él. Y así, pasa la vida de Alberto. Cuanto más se vuelve, más culpable se siente, cuando se levanta para irse, como si de alguna manera estuviera traicionando a su hermana, a su amiga, a todo ese otro mundo.

Piensa en ir a almorzar con su hermana o al parque con su amigo, Rai. Empero, la culpa le pesa demasiado como para llamar a cualquiera de los dos. Así que, en cambio, simplemente recoge los materiales reciclables del parque y se va a casa a ver sus películas favoritas o a leer sus novelas preferidas. Esto termina siendo su vida hasta que vuelve a ver al Dr. Ansorena. Su mejor amigo, Rai,  nunca viene a verlo. Lo que le hizo sentir gran curiosidad. Normalmente, sorprendía a Alberto con una visita inesperada cuando no habían hablado durante una semana más o menos, pero no esta vez. No fue así. Alberto no pudo superar la culpa que sopesaba, tanta, como para llamarlo. Una parte de él sabía que no quería enfrentarse a las preguntas que le haría su amigo sobre ir al médico, sobre las pastillas o sobre lo que necesitaba ser "regulado" en su cabeza. Pensó que esas eran las razones por las que quería sentirse culpable en el fondo de su mente. Alberto sentía lo mismo por su hermana. No había estado allí para verlo en un tiempo, y sus llamadas telefónicas habituales tampoco habían llegado. Pensó que probablemente estaba atrapada con ese nuevo chico que había conocido, sin embargo, quería sentirse feliz por ella, pero la culpa se cernía, una y otra vez, sobre sus pensamientos.

 



Tras ese balance personal. Cogió su automóvil y se dirigió a ver al Dr. Ansorena, hoy era el día de la segunda visita. Sentado en la sala de espera, le echó un ojo al revistero. Encontró un número de un magazine de fotografía profesional y se quedó mirando las hermosas imágenes. Cuando finalmente lo llamaron a la habitación, esperó un poco más hasta que entrase el médico.

—Entonces, Alberto, ¿cómo va todo?—Preguntó el Dr. Ansorena, cuando entró en la habitación.

—Va bien.

¿Qué hay de tus amigos especiales, cómo les ha ido? el médico lo miró mientras formulaba la pregunta.

—En realidad, no les he visto desde que vi al Dr. Lasalle. Y fue entonces cuando se dio cuenta por primera vez. No ha visto a su hermana ni a su mejor amigo desde que comenzó los tratamientos, ¿podría ser una coincidencia?

—El doctor Ansorena sonrió con orgullo. —Eso es realmente bueno, Alberto. No esperaba que comenzara a funcionar tan rápido, pero es genial que el tratamiento ya haya aliviado los síntomas tan rápido”.

—Alberto piensa mucho lo que va a decir —¿las cosas no parecen estar bien? Sí, supongo que sí.

La mirada de confusión está en el rostro de Alberto y el médico se da cuenta:¿Estás seguro de que todo está en su sitio, Alberto?

—Yo... simplemente no me di cuenta de que el tratamiento estaba funcionando. —Dice en voz baja. —¿Cómo podía ser que realmente estuviera tan destrozado de la cabeza?

Dr. Ansorena:—Así es como van estas cosas. Dice el médico reconfortante. Ahora, dado que su cuerpo se acostumbrará a las drogas, la dosis aumentará un poco. ¡Venga, ese ánimo!

"Humm... sí". Todo esto está mal, ¿estaba loco?

Dr. Ansorena—Bien, recoja sus nuevas dosis al salir. Ahora vas a tomar cinco al día. Será más fácil tomar dos por la mañana, uno al mediodía y dos por la noche. —¿Alguna pregunta? el médico parece presumido, orgulloso de que su tratamiento haya dado sus frutos tan rápida y fácilmente.

No, suena bien". ¿Podría ser? ¿Realmente podría haber estado tan al límite?—Un tono entre el cinismo y la indiferencia. —No, todavía tenía recuerdos de cómo eran reales... ¿No es así?

Dr. Ansorena :—Está bien, te veré en dos semanas más. No olvide programar su próxima cita al salir. El médico toma un par de notas en su portapapeles y sale. 

Alberto, intenta descodificar qué está mal, pero no puede con ello. Sale de la oficina, coge sus pastillas y programa su próxima cita.

Una vez en su coche, Alberto decide que debería ir a ver a Rai, o ver si alguna vez existió.—¿Rai es mi amigo?

Mientras conduce, siente un presentimiento, una sensación de pavor. Tiene un pálpito como de haber hecho este viaje, hace muy poco. Un trayecto cercano, pero imposible de recordar. Nota como si fuera de noche; cuando doblaba estas esquinas por última vez. Ese efecto tenía un propósito, siempre que lo estaba haciendo, aunque de imposible recuerdo.

Se detiene en el edificio de apartamentos donde vive su amigo. Sin embargo, algo anda mal, parece sin vida, no hay nadie alrededor. Baja de su coche y entra al rellano delantero, recuerda este rellano. Oscuro y con un aroma a humedad y moho.—Lo atravesé, pero, no. Por qué, no me acuerdo. ¡Joder¡ Se abre camino por las escaleras, pasando sus manos por el papel de la pared en la oscuridad para mantenerse firme.

Ahí es cuando se da cuenta  que esa fue la noche en que comenzó su proceso de medicación. —Ahora, si  lo recuerdo. Me desperté, después de que terminase la película, y vine aquí. Seguro

Alberto  llega a la puerta de su amigo. Hay un aroma en el lugar, que le recuerda a una mezcla de almizcle y entrañas de pescado. Es muy áspero y desagradable. Llama y espera. —Nada, maldición. No contesta.

Alberto vuelve a llamar, luego intenta abrir la puerta, pero está cerrada con los pestillos a cal y canto. Está preocupado por su cordura, por su amigo, por la última vez que estuvo aquí. Alberto da un paso atrás y encuentra la llave que guarda debajo del tapete de la puerta. La introduce en la cerradura y gira el bombillo.

Cuando abre la puerta, recuerda lo que pasó cuando vino esa noche. La sangre estaba esparcida por todo el apartamento. En la pared del fondo están, a modo de garabatos, las palabras: "No es real". Alberto comienza a secarse el abundante sudor de su frente.



De repente, todos los recuerdos vuelven a fluir. —¿Cómo llegué aquí…? ¿En un hipnótico trance? Más o menos, en el momento, en que su amigo lo dejo entrar: sacó un cuchillo y se lo llevó.

Se derrumba y cae de rodillas. —¿Cómo pude haber hecho esto? Nooo!

Alberto recuerda todos los apuñalamientos, todas las cortaduras. Recuerda a su amigo suplicando por su vida. Escucha unas voces que le dicen, en tono, fantasmagórico: culpable, asesino, eres un malvado. Se siente mal y vomita. La voces, seguían mancillándole, con un tono más bajo.—No he hecho nada. Yo no soy un asesino.—Gritaba desesperado.

Le vino a la retina un gélido presentimiento. La sensación de que era un sueño, de que no existía, estaba vagando por la habitación de Rai. Un sentimiento aterradoramente entumecido. Muy parecido a la sensación que tuvo, cuando comenzó a tomar la medicación de su tratamiento. Se queda con una sensación repugnante que no puede deshacerse, lágrimas rodando por sus mejillas. Luego oye pasos subiendo las escaleras. En un momento de pánico, cierra la puerta y la bloquea. Pasan los pasos. Pero la enfermedad no lo hace.

No sabe cuánto tiempo permanece sentado en el suelo. Pero cuando regresa a su auto, está oscuro, trae los recuerdos de la pesadilla que le persigue, una y otra vez de la última vez. Cuando salió de aquel apartamento. Casi choca con otro auto, en una intersección, cuando comenzó a secarse la sangre que abundaba por todo el coche.— Noto el olor y no quiero decirle nada a la gente. Callaos— La voces han vuelto con fuerza. Pero ese aroma a sangre fresca humana, continua siguiéndole.

Alberto  pasó la noche llorando en su ducha, tratando de quitarse el hedor y completamente K.O. Sus recuerdos no se irían por el desagüe, no importa lo sucios que estuvieran. El agua se había enfriado mucho, mucho tiempo atrás, y la luz comenzó a entrar por la ventana. Alberto había agotado el cupo de  lágrimas, pero nunca perdería los sentimientos inmundos que lo habían inundado.

Una vez que salió de la ducha, se dirigió al teléfono, ni siquiera se secó. —¿Qué hago. A quién llamo? Esta situación no tiene ningún sentido.—Qué coño me ha pasado?. Finalmente, marcó el número de la única persona con la que podía hablar: su hermana. Consciente de lo difícil que le podría resultar entender lo que contaría.

En la mesilla del teléfono estaba su frasco de pastillas, lo miró mientras sonaba el teléfono. Ayer, al mediodía, tomó su último comprimido. Ese era el último que tenía programado tomar antes de su visita al médico, y antes de ir a ver el horror que le ha causado a su amigo. Alberto apartó los ojos de la botella, se suponía que debían arreglar, sus cosas pendientes. Alberto en un soliloquio espetó:— Los amigos están para lo que haga falta, los buenos te perdonan lo que seas… decía K. Cobain —Se equivocan, no soy un monstruo. No he podido hacer lo que he visto con Rai. 

Empero, las voces seguían su cantinela…—Monstruo, bestia, demonio…Asesino. Pensaba— Seré un leviatán o me he convertido en ello hace mucho tiempo. Cuando el contestador del teléfono de su hermana dio paso al contestador de voz automático. No pudo dejarle un mensaje. Intento, una nueva llamada, pero saltaba el maldito contestador. Decidió salir de su apartamento. Bajo las escaleras hasta el garaje y cogió su vehículo. Necesitaba alguien con quien hablar y no podía esperar. Solo le rogó que estuviera en casa durmiendo.

En su camino, comienza a tener destellos y voces que le alentaban al lugar de los hechos. Su memoria se iba abriendo. Del mismo modo, que sus ojos comenzaban a dejar caer pequeñas lágrimas. —¿Por qué? Yo no soy malo. No he hecho nada, que me dijeran. Sigo sin entender nada. Las voces seguían con su repertorio…— ¿Qué recuerdos tiene que no pueda recordar? Por alguna razón, empezó a respirar profundamente, comienza a pensar en los eventos más recientes. Le recuerda la primera vez que fue a la consulta del Dr. Lasalle. Y se preguntaba:—¿Cómo nunca puedo recordar nada de lo que me había dicho?

La primera vez que estuvo con el doctor debió haberle hablado de su hermana, de cómo la conoció en el restaurante, de cómo se revolvía en su vestido, luciendo como una mujer así... elegante y dulce. Otra vez sus pensamientos pasaban del gris al negro y la voces… —¡Culpable, criminal. Di la verdad!

Lágrimas, donde ya no había, y una sensación de malestar en su pecho. De repente una oscura sensación de éxtasis lo invade. Las partes equivocadas de él se excitan… Alberto comienza a temblar, a sudar y mover las cejas de la cara como un personaje de AHS. Si vuelve el recuerdo de todos estos síntomas, recuerda las curvas, pero eran diferentes. Aquellas curvas que tomo fueron muy suaves, como si el viento manejase el volante. Lentas y delicadas de lo que son ahora. Le vino un fogonazo de aquel momento y el entumecimiento que sintió. Había algo muy escondido, sucio y obsceno que era incapaz de recuperar. Las voces le hicieron detener el coche y parar en el arcén. Se desvaneció por unos instantes. Empero, la otra vez que condujo hasta aquí las luces estaban en verde, lo hizo todo sin dudarlo, sin pensarlo dos veces. Tenía muy claro sus objetivos.—¿Qué queréis cabrones qué os diga que soy un asesino y una bestia que disfruta rajando a la gente? ¡Es lo que queréis. A la mierda!


En cambio, hoy, iba por aquel itinerario a toda hostia. Las luces no están todas en verde. Entre el pánico y la confusión de las voces, aceleró cruzando el disco rojo de un semáforo y entró en un SUV japonés de grandes dimensiones. Muy distinto al pequeño Renault Clio. De nuevo, se desvaneció y se escuchó un estruendo. Alberto despertó en el hospital universitario. Sus médicos están de pie junto a él. Se oye la voz de ambos intercambiando impresiones y una frase: el paciente está confundido e histérico. El Dr. Ansorena, recita tranquilamente mientras escribe en su portanotas. El Dr. Lasalle se cubre la boca con la mano y solo puede negar con la cabeza. Alberto intenta alcanzar su rostro para secarse las lágrimas, pero sus manos están atadas a la cama. El paciente continúa recitando crímenes que ha cometido a personas que no existen. El Dr. Ansorena, sigue escribiendo. —¿Qué me está pasando? —se tambalea entre sollozos.

—Alberto, escúchame bien. Y hazme un gesto, para que yo pueda entender que me comprendes perfectamente. Bien, has tenido un accidente. Las drogas no parecen funcionar. El Dr. Ansorena, intenta consolarlo con una explicación básica y muy coloquial de clase de facultad.

Las luces del hospital parpadean. Una imagen destella en su mente. Las paredes blancas del hospital se vuelven lúgubres, la luz se atenúa. Los médicos son simplemente guardias. No está acostado en una cama de hospital, sino en una cama de prisión de máxima seguridad. Un guardia parado junto a él está sonriendo y espeta con sorna:— ¡Tío estás...Ja,ja! Pero que muy bien jodido...

El más rechoncho está sonriendo y sacudiendo la cabeza hacia Alberto, las voces vuelven, en esta ocasión con mucho sarcasmo: —la has cagado, cabrón. Eres un puto psicópata. Y te van a meter un montón de años, asesino de mierda.

Alberto solo puede cerrar los ojos y negar con la cabeza, tratando de controlar lo que está sucediendo, dónde se encuentra. Recuerda un accidente automovilístico, pero al mismo tiempo recuerda que lo arrestaron. Su mente confusa, ve flashes de un juicio… Los días pasan...

—Veamos, Alberto, entre el desastre en el que estabas y tu estado mental, has estado entrando y saliendo de la conciencia durante los últimos días. El doctor Lasalle intenta recapitular lo que aparentemente no puede recordar, explicarle las cosas para que pueda salir del marasmo en que se ha convertido su vida.

—Posiblemente te estábamos presionando demasiado con las drogas, no lo sé. Creo que necesitas una observación más cercana. Creo que vas a necesitar más ayuda de la que nosotros dos podemos darte. Tus delirios parecen haberse enraizado, esto es positivo desde el punto de vista de la psiquiatría. Es mucho más fácil actuar sobre ellos. Pareces sentir un profundo sentimiento de culpa, tal vez por algo que te sucedió cuando eras niño. El Dr. Ansorena, mira al Dr. Lasalle, que todavía niega con la cabeza. La alegría de curar a este paciente parece haber desaparecido del rostro del Dr. Ansorena, y, en su lugar, ha llegado ese desplome de pura sensación de fracaso. La imposibilidad de proseguir en el caso.

¡Estás jodido, cabrón, 42 puñaladas a tu mejor amigo y encima; le cortaste la cabeza!— Dice el guardia impresionado. Las fotos estuvieron en las noticias y toda la prensa hasta que decidieron que eran demasiado sangrientas. —Estás acabado, perro. Hay una sonrisa en la cara de los guardias; esta prisión debe estar ante los infractores graves si lo que está diciendo le ha traído una sonrisa a los labios. Alberto pierde el aliento. —¿Cómo pude haber hecho eso? Sus ojos se ponen vidriosos, no quiere confrontar lo que pasó, Alberto  no quiere saber más del porqué está aquí.

—No lo dejes afuera hombre, siéntete orgulloso de ello, figura. Aquí te mantendrás a salvo y estarás en este lugar, durante mucho, mucho tiempo: el resto de puta vida. Parece saborear contarle su destino.—El guardia compañero le espeto:—Si quieres que dure más de un par de semanas, es mejor que empieces a presumir de lo que le hiciste a tu hermana y su novio. Encuentra saliva y comienza a usarla para gritar como un loco.

—El guardia, dos, el regordete sonríe ante los gritos locos, parece disfrutarlo. Los médicos se sientan juntos, Este trabajo es difícil. Odio ver a gente tan prometedora consumirse en delirios.

El Dr. Lasalle solo puede mirar la mesa y negar con la cabeza.—Es muy triste pensar que una mente tan creativa se desmorona en lugar de pintar, escribir o demonios... Cualquier otra cosa. El Dr. Ansorena hace una pausa para hacer girar su café en la taza que tiene frente a él. —Si tan solo hubiéramos podido encontrar una manera de reprimir su imaginación en lugar de dejar que se rompiese como lo hizo. —Toma un sorbo de su café frío y niega con la cabeza. Hicimos todo lo que pudimos. Estoy seguro de que si no pudiéramos salvarlo, no podría salvarse en absoluto. El Dr. Lasalle pone su mano sobre su hombro.—Unos 3 segundos. La retira— Es como si esas ideas fueran tan reales para él como tú para mí. Tal vez al suministrarle ese coctel de  medicamentos y alejarlo de esa otra realidad que estaba en su mente. Quién sabe. Quizás eso fue lo que lo hizo desquebrajarse y lo llevó a cometer esos actos inenarrables, con esas personas, en su cabeza.

¡Hey, Pura! Encerramos a ese puto psicópata en el infierno. —El guardia (regordete)  de la prisión le cotillea a su esposa. —Ella se estremece mientras sostiene su mano sobre su pequeña mesa. En la otra, sostiene una taza de su café matutino, del que bebe un pequeño sorbo, Gracias a Dios que el hombre está encerrado. Nunca pude entender porque alguien le haría esas cosas a su propia hermana: violarla y asesinarla. Es simplemente, una locura enfermiza. El horror, el mal y las almas.





                                                                                            FIN





              Dedicado a la memoria de Ruth Bader Ginsburg marzo 1933/septiembre 2020 DEP


Fotogramas adjuntos

Zimmer 13 (1964) by  Harald Reinl

No Way to Treat a Lady (1967) By Jack Smight

The Sadist (1963) By James Landis

Landru (1963) By Claude Chabrol







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