El increíble bróker glotón del Sr. O´Leary
Aquella mañana me levanté un poco más temprano que de
costumbre. La noche muda y gélida disparó mis dolores habituales. En esta
ocasión, comenzó desde la cresta ilíaca hasta las costillas dorsales, como un
percutor de una grapadora industrial. Me acerqué al nuevo complejo
hospitalario, los auxiliares de puerta fueron hacia mí con una silla de
ruedas. No entendían mi extraño acento.
Estaba hablando un idioma misterioso, confuso y lejano en los mapas. De repente,
me desvanecí tras un alarido. El tiempo se quedó silente. A lo lejos se
escuchaban algunos ruidos y el tic-tac
de un reloj idéntico al que sostiene la Casa de la Bolsa; me
observaba. Era yo, Malcolm O´Leary. Salté la verja. Ya en la calle, eché a
andar como un caballero feliz y sin preocupaciones.
Desde hacía un mes, nunca había estado tan satisfecho. Acababa de
adquirir el convencimiento de que perdía ciento noventa y siete mil euros y
algunos céntimos. No tenía ni una perra chica, que le gustaba decir a mi
difunta madre. Me quedaban en el bolsillo solamente trece euros con setenta y
cinco céntimos. Empero, O´Leary era feliz. Se encontraba frente a una
situación, con el mérito de ser clara, diáfana y definitiva. Hacía tres meses
que se había lanzado al agua creyendo bañar su cuerpo en la del lago Lemán y
adquirir nuevas fuerzas. O´Leary se convenció pronto de que, en ese lago, las
ondas seductoras le habían quitado la reputación de que gozaba, y no eran más
que un arrollador torrente, por el cual se sentía arrastrado como hebra de pasto
arrancada en el batiente. Diariamente, leyendo la cotización sentía sumergirse; pero al volver a la
superficie—obedeciendo a un primitivo instinto de conservación— la realidad era
que nuestro hombre estaba angustiado.
El ansia del hundimiento y la muerte por inmersión, hacían que volviera a ver el cielo milagrosamente, cuando
la Bolsa se cerraba. Ahora que O´Leary estaba hundido irremediablemente,
conocía la felicidad. Por eso se dirigía, con paso jubiloso a su domicilio en
Caledon Road.
Para gustar la felicidad perfecta, le
faltaba la alegría del sueño reparador. En su cama, donde había pasado desde
algunas semanas angustiosas fiebres, O´Leary conoció la dulzura de los sueños
paradisiacos en la beatitud del descanso encantador. Cuando despertó tenía
hambre. Un hambre feroz, insoportable e irresistible, un hambre como la de los
caminantes por interminables carreteras o la de los juvenales poetas. O´Leary
registró su habitación. No encontró con que satisfacer el apetito de un
mosquito... Pero una idea feliz le hizo saltar de alegría...Sí; se ofrecería
como freelance bróker a un alto comensal
por una comida gratis, con el encanto de saborear la expresión del rostro de
quien había de servirle de cabeza de turco. O´Leary conocía, el Biarritz Waves
lejos de su casa, un restaurante lujoso donde había ido a comer —frecuentemente—
en los tiempos de esplendor.
De repente, vio a través de la cristalera a un antiguo cliente de las
preferentes dándose el festín. O´Leary se puso verde, pálido gris violeta y se
encogió hasta quedarse de cuclillas. Se desvaneció. Y llegó la niebla. Un humo
lejano, me acercaba a no sé dónde. —Me escucha, Sr. O´Leary soy la Dra. Jones
del complejo hospitalario Xrevisse Inc. Ha
perdido el conocimiento por culpa de la sepsis que se le produjo en el apéndice. ¡Me entiende lo que le estoy
diciendo! Le he operado de su ataque de apendicitis. Tendría que tener cuidado con lo que come y estafa. ¡You catch it. Liar and swindler… Mr. O´Leary o
debería llamarle Sr. O´Leary! ¡Jodido saco de mierda! ¡No, no olvidamos ni perdonamos! ¿Algún
problema con la traducción? No se preocupe, aquí somos buena gente, sólo le
hemos extirpado el apéndice. De verdad, el rendimiento es siempre el mismo,
idéntico al proporcionado por la fuerza del trabajo. No lo olvide.
Dedicado
a Juan Gelman 1930-2014 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
Patterns
by Fielder Cook 1956
The
Wolf of Wall Street by Martin Scorsese 2013
Margin
Call by J.C. Chador 2011
“E.R.”
by Michael Crichton 1994