El hada Zoe y las lágrimas mutantes
El suave goteo del agua era similar al coro de una canción. Con la cola
esponjosa ondeando detrás de ella. De repente, Zoe, saltó sobre la hierba
salpicada de flores. El polen fue enviado a bufar contra el viento que se
presentaba a su paso. Alegremente echó la cabeza hacia atrás y extendió las
patas mientras corría, con movimientos completamente vagos. ¡Por los dioses,
cómo amaba la estación cálida! Había nacido en el comienzo de la primavera,
pasó su primera infancia en el mundo, llena de esmero, siempre rodeaba de un
mimo gentil. Lo mejor de todo, por supuesto, era la gran cantidad de insectos y
gorgojos; pequeñas maravillas que escaseaban en el frío. La hierba sacudiría el rocío regalado por la
luna, y las flores a mi alrededor abrirían sus rostros para devolverles la
sonrisa al pasar.
Sentí
su toque en mí, y me desplegué de la cama en la que había nacido, bebiendo la
luz que invitaba a tanta libertad. Empero,
mis hermanos y hermanas dormían soñando con abundante lluvia y vientos cálidos.
En ese instante, observé la primera visión de los ojos dorados; que iluminaban
el mundo entero. Me encantaba el sol y confiaba en ella, como en todo lo demás.
Ella llegó a la cima de una pequeña colina y se detuvo bailando, con las orejas
erguidas. La corriente se extendía por la otra cuesta, avanzando gozosamente.
Zoe se lamió las mandíbulas, a modo de escorzo, ante su inminente matalotaje de
frescos líquidos.
Se
giró y miró por encima del hombro, entrecerrando los ojos para distinguir los
puntos de sus compañeros de viaje unos pocos metros atrás. Su cola revoloteaba
de un lado a otro, para alzarse sobre sus patas traseras. De algún modo, estaba
batiendo al viento y remó. “¡Agua, agua!” Ella les devolvió la copla, su
hermosa voz barítono, rebotando en las colinas. Un deleite para los sabios
oídos. Obviamente, su humor parecía no tener límite. Habían luchado, todos
ellos, dejando Friburgo atrás, pero siempre había una nueva esperanza en los
ojos color azul acero de Zoe. Impacientemente se amasó en el suelo, la mirada
más tormentosa de una caída libre.
Muy
abajo, demasiado, para las libres alas de un hada. La distracción llegó, con
una contundencia, que las abejas terminaron flotando en la brisa. Fingiendo ser
transportadas cómodamente de flor en flor. Kaspars inclinó la nariz y observó el
espectáculo de hadas jugando con los niños del bosque. Mirando hacia atrás,
encima del puente, lejos de la ruta establecida: vi el remolino familiar de
polvo de estrellas salpicando el vacío de otro mundo. Aquel vano se estremecía
de vez en cuando, revelando imágenes de edificios en ruinas y luz cristalina
del agrietado reactor. Siempre te había imaginado saliendo de esa luminiscencia
y cruzando el puente hacia donde esperaba a mi madre, envuelto de lágrimas
mutantes.
FIN
Dedicado a Blanca Fernández
Ochoa abril 1963/septiembre 2019 InMemoriam
Fotogramas adjuntados
Tom
Thumb (1958) by George Pal
Alicia
en el País de las Maravillas1931 by Bud Pollard
Labyrinth
1986 by Jim Henson
Carnival
Row 2019 by Anna Forestar&Jon Amiel
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