Fantasmas solitarios
Casi
no nos acordamos de cómo era aquel tiempo; unas veces bueno por la frugalidad
de sus días y en otras ocasiones, malo por lo perecedero de su significado.
Nunca estaremos seguros si lo mejor de aquellos días, pudo ser lo más propicio.
Cuando imagino que tú estarás olvidando lo inolvidable, a tu lenta manera, esa
manera, tan tuya, que en la mayoría de las veces, terminabas por arrepentirte.
Empero, no te aflijas por tus errores ni recapacites y piensa, en aquellos días
como algo marchitó, que no resucitará por toda la esperanza del mundo,
convertida en nostalgia. Tras ella, emerge con timidez una mirada, unos
pómulos, un rostro descolorido, apagado. Una mano de curtidos dedos se apoya en
el borde de la puerta de piedra. Tras un gemido de placer que resuena en la
entrañas de este ser. Con un impulso vehemente posó sus pies en la hierba.
Y
desaparece entre las sombras. Pero es hacia adentro, en las entrañas de su
interior, donde queremos postrar nuestra mirada y nuestra atención. Disuadimos
al observador cauteloso y nos introducimos en la sombra del recinto. Solo una
hilera de candiles recién apagados, guiaban a los otros. Todos ellos conducen a
un polvoriento pasadizo de aire cada vez más vicioso e irrespirable.
Proseguimos descendiendo sin ver el final de nuestro camino, tan oculto y
lejano como lo está ahora nuestro regreso.
Nuestra
vida se tiñó de rojo y negro: el rojo de la sangre en la que se ahogaron
nuestras víctimas, el negro de nuestro silencio.
Sí,
amor mío, porque, callándonos, ocultamos el dolor y la culpa que albergábamos
en el corazón: preferimos hundirnos en la farsa del jolgorio que nos ha ido
matando poco a poco. Y eso hace que seamos dos fantasmas, porque, en el país
lejano, también eres una especie de espectro, con el rostro pegado a la ventana
de otra civilización: observando otras vidas. Y muchas de las cosas que ves,
como la armoniosa vida en la sábana, tienen otra cara. Una grieta en la pared
de un nicho dejando caer polvo y tierra tras su movimiento que comienza a abrirse.
Dando sombra a la oscura noche. Como un parpadear de ojos nocturnos alumbrados
por una linterna de mano…vemos, sentimos y agonizamos. Llega el oxígeno y con él, un final. Nos aproximamos
sin dilación y emergemos a una gran sala. El tictac de las antorchas por la
corriente de aire, se pierde en su infinito techo.
Columnas
elaboradas y estatuas humanas de agonizantes rostros nos rodean. Sin embargo, ni
si quiera sus manos arañándose la cara, nos hacen mirar atrás y decidimos seguir adelante. Estatuas de miradas perdidas, vamos dejando tras nosotros, pausas
de luz y sombra, hasta llegar a un pórtico bien
cuidado. En su centro un símbolo: una luna traspasada con una aguja
verticalmente ,y este alfiler, con lo que parece una gota de sangre en su extremo afilado.
Daba una sensación de alejamiento, de hallarse la palabra, flotando en medio de
una nada blanca, sin un alrededor posible.
Concluyendo
que Soledad sería el nombre más hermoso y adecuado a una existencia de tristes
lémures.
Dedicado a Narciso Ibáñez Serrador 4 Julio
1935/7 Junio 2019 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
The
Ghost and Mrs. Muir (1947) by Joseph L. Mankiewicz
Kaidan (1964) by Masaki Kobayashi
La
torre de los siete jorobados (1944) Edgar Neville
Operazione
paura (1966) by Mario Bava
Magistral, como siempre, Jon. Hoy me llega especialmente. ¡Gracias!!
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