Dear Dr. House

diciembre 04, 2015 Jon Alonso 0 Comments







Este ha sido mi retrato diario. Una venganza de Wilde, pero con otro espejo, y, de apellido distinto, a Grey. La ruina de una existencia asombrosa y espeluznante. La versión diaria, de una crónica de adicción y zozobra, en la que me hallaba sentado. Mientras masticaba la resignación de la incoherencia y lo patético: como las demás cosas de la tierra. ¿Quién sabe? Mejor, utilizaría el eufemismo de un estado hipnótico. La silla de polivinilo —que me sostenía— a lo largo de mis 24 horas. Ésta tenía un nombre farmacológico; parches de fentanilo con lidocaína. Si me portaba bien la boticaria solía regalarme una piruleta de morfina. Todo mi dispensar, que le aportaba, le generaba una erección clitoriana. ¿Qué se había comprado un nuevo Audi de aluminio o un Lexus? Da igual. Vamos que me la suda… En mi tierra manida de la chica, que tenía una cerilla, y, una verruga mágica con un caporal que emulaba al gran Lejarreta. Todo es posible. No hay naturaleza material que pueda suplir el desorden espiritual de un servidor, con apenas 29 años de edad. Embobado, en el chupachupa de la piruleta y el desasosiego del desastre vital. Antes de llegar a los 30, ya no me quedaban dientes. Ni Vitaldent quería hacerme una chapuza. Mi boca es tan desagradable, que la sonrisa de Richard Kiel; es la de Tom Cruise al lado de mis piños.











La pesadilla comenzó hace diez años: luego jueguen Uds., a la aritmética. He intentado la terapia del cannabis empero nunca me he podido con él. Sólo me ha gustado fumar Cohibas con Whisky de Malta, y, en las noches más destroyer de la city: un poco de Crack. No solía fumar cualquier piedra de algún yonki del viejo cauce. Tenía mi pipa de cristal de bohemia con una Geisha lacrada y las rocas —que me fundía— eran producidas por la sabiduría, minuciosa y sosegada, de un viejo amigo (doctor en química). Apenas suministraba a unos 10 tipos, de diferentes lugares de Europa, gente de altos vuelos. Eric sigue igual de bien. Es de las pocas personas con las que puedo contar, en este último tramo, de un recorrido dramático. Pero da igual, yo sigo con mi mierda habitual. He llegado a tomar más de 46 pastillas, al día, de la mejor colección vintage de la farmacología suiza. Entre antiinflamatorios, analgésicos y opiáceos de todos los colores. He sentido vergüenza de mí, por tener que esnifar morfina en la silla de un ambulatorio. Los dolores aparecen sin previo aviso y te atrapan, a su antojo. Sin embargo, yo siempre he apelado a la naturaleza de la síntesis contractual del azar. Ahora lo llevo mejor estoy con unas 28/30 pastillas, juntando las coronarias. Llegué a engordar 25 kilos gracias a los corticoides. Me negué a seguir con esa terapia. Finalmente me los quitaron y perdí 30 kilos.












Lo mejor de este desastre divino fue el viaje lisérgico, arrítmico y con un suflé caramelizado de estricnina. La respuesta se llama el medicamento de la mayor empresa —del negocio— de pastillas milagrosas: Pfizer; Pregalbina a gogó. No quiero dar nombres comerciales, sobre esta mierda. Me la repampinfla, alguno se me habrá escapado. No puedo controlar lo incontrolable, pues, ya no soy; yo. La puta Pregalbina es eficazmente, demoledora. Ahora, si quieren un poco de juerga está la Gabapentina(cosas de la competencia). Los galenos tienen un nombre para esta patología. Los americanos —que son muy guais— le dieron el nombre de, DOLOR NEUROPÁTICO. La verdad que hasta suena cool. En mi caso, particular, es el mismo dolor, a causa de una ESTERNOTOMÍA CORONARIA. Luego, jugando a la gramática eventual, mi dolor es neuropático postesternotómico. Bueno, estoy convencido que la clase de Anatomía de Grey se les está haciendo muy interesante. Una puta basura. La mayor condena de un criminal. Les voy a hacer una pequeña confesión; esta historia me está costando mi existencia personal. Dicen que mejorarás, que las cosas irán a mejor, pero cada año que pasa es ceniza de un habano que se fumó el capo. Tengo que tomarme toda esta mierda hasta el final de mi vida y bailar en la oscuridad, con la enfermedad matriz, la del coure.













Es una danza que hemos sellado y no es de las estrellas, más bien, de un Super Glue 3 de última generación. Tenía todo preparado para mi suicidio; el próximo 20-D. Perdida la fe y la voracidad devoradora por todo tipo de sintéticas morfinas y protectores estomacales. No atisbaba ninguna salida, ninguna vía de escape, tan diabólicamente perfeccionada. Era la disposición de los acontecimientos que encharcaron mi cavilada decisión. De repente, la lava del viejo volcán apagado del Teide irrumpió. Desde los eriales, cruzó el charco y se presentó en las calles de la capital para hacer explosionar la comprensión de la redundante realidad. Cuánto más fuerte se hacía, entonces, la sensación de mi patética historia sucumbía en un pequeño fragmento, hábilmente impalpable, de lo que, en sí mismo, no era más que olivina partida desde el infinito. No podía más, ante esta encerrona. Sin salida, sin recursos. Hasta los huevos. Me puse a llorar, gritar y terminé rompiéndome dos huesos de la mano tras dejar la marca de mis nudillos en la pared. Un hombre puede soportar lo que le echen: los cojones. Es mentira. No hay ser humano capaz de aguantarlo.
















Había llegado al punto de saturación exacta, que termina por buscar al karma espiritual y comértelo hasta hacerlo desaparecer. Otros pobres desgraciados buscan a Lourdes en los grupos de apoyo como el incomprendido Palahniuk. En el límite de lo insoportable del putísimo dolor más absurdo del mundo. Entre la fatalidad perpetua apareció un rayo de sagacidad. A ver, esperen un momento—Todavía no he comenzado a tomarme las pastillas para despedirme. Veo el mar refractarse en mis ojos. Está puro, puedo oler su aroma cristalino. La fuerza de la espuma y el salitre parece acariciar mi cara. Ahora se vuelve más hermoso, en sus movimientos precisos, del rompeolas. Desde el macizo escarpado en los tragaderos del barranco, ya veo como escapo de la mazmorra monacal de mi turbadora vida. Ahora, sí. Ya me fundo con el azul profundo y pulido de las piedras en la orilla que iban tratándome con gran esmero y delicadeza. Aquella cara contraída de dolor y pánico comenzaba a dibujar una tierna mueca de sonrisa, a modo de gratitud. Soy libre, como el viento. Ya no hay cadenas que puedan agarrarme. Es el fin de mi condena y el principio de sus próximas navidades. Sean felices. Yo, ahora, que no estoy en este mundo. Lo soy, mi querido Doctor House.




                                                                                                           FIN





     Dedicado a todos aquellos que sufren dolor de verdad. No tonterías; como jaquecas, menstruaciones y similares...




Fotogramas adjuntados 

The Elephant Man (1980) by David Lynch 
Sling Blade (1996) by Billy Bob Thornton 
Dalton Trumbos´s Johnny Got His Gun (1971) by Dalton Trumbo
Mar adentro (2004) by  Alejandro Amenábar 
Dr. House (2004) by David Shore