Dear Dr. House
Este ha sido mi retrato diario. Una venganza de Wilde, pero con otro espejo, y, de
apellido distinto, a Grey. La ruina de
una existencia asombrosa y espeluznante. La versión diaria, de una crónica de
adicción y zozobra, en la que me hallaba sentado. Mientras masticaba la
resignación de la incoherencia y lo patético: como las demás cosas de la
tierra. ¿Quién sabe? Mejor, utilizaría el eufemismo de un estado hipnótico. La
silla de polivinilo —que me sostenía— a lo largo de mis 24 horas. Ésta tenía un
nombre farmacológico; parches de fentanilo
con lidocaína. Si me portaba bien la
boticaria solía regalarme una piruleta de morfina. Todo mi dispensar, que le
aportaba, le generaba una erección clitoriana. ¿Qué se había comprado un nuevo Audi de aluminio o un Lexus? Da
igual. Vamos que me la suda… En mi
tierra manida de la chica, que tenía una cerilla, y, una verruga mágica con un
caporal que emulaba al gran Lejarreta. Todo es posible. No hay naturaleza
material que pueda suplir el desorden espiritual de un servidor, con apenas 29
años de edad. Embobado, en el chupachupa
de la piruleta y el desasosiego del desastre vital. Antes de llegar a los 30,
ya no me quedaban dientes. Ni Vitaldent quería hacerme una chapuza. Mi
boca es tan desagradable, que la sonrisa de Richard Kiel; es la de Tom Cruise
al lado de mis piños.
La
pesadilla comenzó hace diez años: luego jueguen Uds., a la aritmética. He
intentado la terapia del cannabis empero nunca me he podido con él. Sólo me ha gustado fumar Cohibas con Whisky
de Malta, y, en las noches más destroyer de la city: un poco de Crack. No
solía fumar cualquier piedra de algún yonki del viejo cauce. Tenía mi pipa de
cristal de bohemia con una Geisha lacrada y las rocas —que me fundía— eran
producidas por la sabiduría, minuciosa y sosegada, de un viejo amigo (doctor en
química). Apenas suministraba a unos 10
tipos, de diferentes lugares de Europa, gente de altos vuelos. Eric sigue igual
de bien. Es de las pocas personas con las que puedo contar, en este último
tramo, de un recorrido dramático. Pero da igual, yo sigo con mi mierda
habitual. He llegado a tomar más de 46
pastillas, al día, de la mejor colección vintage de la farmacología suiza. Entre antiinflamatorios,
analgésicos y opiáceos de todos los colores. He sentido vergüenza de mí, por tener que esnifar morfina en la silla
de un ambulatorio. Los dolores aparecen sin previo aviso y te atrapan, a su antojo. Sin embargo, yo siempre he apelado a la naturaleza de la
síntesis contractual del azar. Ahora lo llevo mejor estoy con unas 28/30
pastillas, juntando las coronarias. Llegué a engordar 25 kilos gracias a los
corticoides. Me negué a seguir con esa
terapia. Finalmente me los quitaron y perdí 30 kilos.
Lo mejor de este
desastre divino fue el viaje lisérgico, arrítmico y con un suflé caramelizado
de estricnina.
La respuesta se llama el medicamento de la mayor empresa —del negocio— de
pastillas milagrosas: Pfizer; Pregalbina a gogó. No quiero dar nombres
comerciales, sobre esta mierda. Me la repampinfla, alguno se me habrá escapado. No puedo controlar lo incontrolable, pues,
ya no soy; yo. La puta Pregalbina es eficazmente, demoledora. Ahora, si quieren un poco de juerga está la Gabapentina(cosas de la competencia). Los galenos
tienen un nombre para esta patología. Los americanos —que son muy guais— le
dieron el nombre de, DOLOR NEUROPÁTICO.
La verdad que hasta suena cool. En mi
caso, particular, es el mismo dolor, a causa de una ESTERNOTOMÍA CORONARIA. Luego, jugando a la gramática eventual, mi
dolor es neuropático postesternotómico.
Bueno, estoy convencido que la clase de
Anatomía de Grey se les está haciendo muy interesante. Una puta basura. La
mayor condena de un criminal. Les voy a hacer una pequeña confesión; esta
historia me está costando mi existencia personal. Dicen que mejorarás, que las
cosas irán a mejor, pero cada año que pasa es ceniza de un habano que se fumó
el capo. Tengo que tomarme toda esta mierda hasta el final de mi vida y bailar
en la oscuridad, con la enfermedad matriz, la del coure.
Es
una danza que hemos sellado y no es de las estrellas, más bien, de un Super Glue 3 de última generación. Tenía
todo preparado para mi suicidio; el próximo 20-D. Perdida la fe y la voracidad
devoradora por todo tipo de sintéticas morfinas y protectores estomacales. No
atisbaba ninguna salida, ninguna vía de escape, tan diabólicamente perfeccionada.
Era la disposición de los acontecimientos que encharcaron mi cavilada decisión.
De repente, la lava del viejo volcán apagado del Teide irrumpió. Desde los
eriales, cruzó el charco y se presentó en las calles de la capital para hacer
explosionar la comprensión de la redundante realidad. Cuánto más fuerte se hacía, entonces, la sensación de mi patética
historia sucumbía en un pequeño fragmento, hábilmente impalpable, de lo que, en
sí mismo, no era más que olivina
partida desde el infinito. No podía más, ante esta encerrona. Sin salida,
sin recursos. Hasta los huevos. Me puse a llorar, gritar y terminé rompiéndome
dos huesos de la mano tras dejar la marca de mis nudillos en la pared. Un
hombre puede soportar lo que le echen: los cojones. Es mentira. No hay ser
humano capaz de aguantarlo.
Había
llegado al punto de saturación exacta, que termina por buscar al karma
espiritual y comértelo hasta hacerlo desaparecer. Otros pobres desgraciados buscan a Lourdes en los grupos de apoyo como
el incomprendido Palahniuk. En el
límite de lo insoportable del putísimo dolor más absurdo del mundo. Entre la
fatalidad perpetua apareció un rayo de sagacidad. A ver, esperen un
momento—Todavía no he comenzado a tomarme las pastillas para despedirme. Veo el
mar refractarse en mis ojos. Está puro, puedo oler su aroma cristalino. La
fuerza de la espuma y el salitre parece acariciar mi cara. Ahora se vuelve más
hermoso, en sus movimientos precisos, del rompeolas. Desde el macizo escarpado
en los tragaderos del barranco, ya veo como escapo de la mazmorra monacal de mi
turbadora vida. Ahora, sí. Ya me fundo con el azul profundo y pulido de las
piedras en la orilla que iban tratándome con gran esmero y delicadeza. Aquella
cara contraída de dolor y pánico comenzaba a dibujar una tierna mueca de
sonrisa, a modo de gratitud. Soy libre, como el viento. Ya no hay cadenas que
puedan agarrarme. Es el fin de mi condena y el principio de sus próximas
navidades. Sean felices. Yo, ahora, que no estoy en este mundo. Lo soy, mi querido Doctor House.
FIN
Dedicado
a todos aquellos que sufren dolor de verdad. No tonterías; como jaquecas, menstruaciones y similares...
Fotogramas adjuntados
The Elephant Man (1980) by David Lynch
Sling Blade (1996) by Billy Bob Thornton
Dalton Trumbos´s Johnny Got His Gun (1971) by Dalton Trumbo
Mar adentro (2004) by Alejandro Amenábar
Dr. House (2004) by David Shore