La gran morfosis catódica
La
realidad es ésta; no hay más cera que la que arde. Ya sé que más de uno pensará
que debería ser otra. Pero no. Yo soy el único culpable de mi ausencia de
sentido común, y lo absurdo de esta situación —por muy idóneo, que le pueda
parecer a determinadas hordas
ilustradas— no doy para más. De verdad. No
insistan una y otra vez con aquello de una hipotética ubicuidad
quimérica. No rebusquen en mi identidad
criminal y claustrofóbica. Veamos
el affaire, desde mi prisma más montaraz, es decir, dos premisas muy
diferentes; los que van de enrollados y los otros. No hay terceros. Tenemos de
sobra con los auténticos esperpentos histriones, opositores al gran mayestático
culebrón venezolano, mientras la aristocracia catódica apura sus últimos sorbos
del dulce Cacique. El nuevo escenario plausible, donde las complejidades de la superestructura
nos ofrecen el perfecto remake entre un flashback de Lang y una cena de
langostinos caducados Made in Namibia en los albores de la entrega de un Nadal.
Sí, el mismo lugar, donde en una noche de pasión turca, Gala y el fenómeno Lara
se retan a un maratón de rimas
Becquerianas. La noche a dos velas, tamizada de fariseas confesiones
catódicas. Doy fe, que el sitio cuenta con un retrete de luxe; pues, el
Atlántico Sur cuando se arranca de temporal hay que agarrarse a la cerámica.
Luego,
aconsejo que no se dejen llevar por los
impulsos de la frustración, posiblemente el efecto sea una narración televisiva y algo gangosa, a la
retrasmisión de un partido de tenis por Jesús Álvarez. Discúlpenme, pero sigo
siendo de los que runruneo hasta la llegada de mi dosis opiácea y dejo de rechinar.
Cosas tan perennes y vagas como la pasión del amor, el desengaño, el odio, la ambición, y la sed de
venganza. Y sí, cuando me miro al espejo, puedo llegar a sentir asco. No por
ello continúo mi odisea hacia un lugar invisible repleto de perpetuidad y
opacidad. Cada día compruebo mi incapacidad para ver más allá de lo que la luz
del día nos permite observar. Aunque, mi dificultad viene por defecto congénito.
Empero, volverán a permitirme que me deje llevar por la incompetencia de la
falta de sensibilidad a la hora de descifrar que hoy está lloviendo, cuando en
realidad debería estar haciendo un calor extremo y mi erudición está tan
ausente como un patético glaciar parcheado. Normalmente, es el momento de la
manifestación de las imperfecciones en todos los bichos vivientes, lo cual,
impide a los seres vacíos persistir e ir más allá de sus propios límites
físicos. Suelen tener personajes malvados, canallas, inocentes, burlados, tramposos
y el largo etcétera. ¿Les suena la música? Creo que sí. Es el territorio de lo
imposible y lo indómito.
Me
conocen tanto como mi viejo cuerpo a su dueño; el mismo que empieza a
agrietarse en la prisión de los apestados. Los que sólo llegaremos a un analógico yugo de la condición humana. Déjense
de monsergas, pues no tenemos tiempo para espabilar a esos patéticos cinco sentidos que están
restringiendo, día a día, la verdadera esencia de la libertad. Incapaces de ver
más allá de un visible haz de luz, una ineptitud enfermiza que sólo se limita a
la categoría de consentimiento asfixiante. No queda tiempo y mis trémulas manos
son débiles instrumentos comparados con la fortaleza de acero que forjé allende
ultramar. Hoy perdida entre mis reiteradas deserciones del deber y la lógica
socrática. Cuando mis piernas reivindican inútiles su orgullo patriótico a la
mezquindad humana ante una masa llena de energía que enciende los motores del
horror. Mi maestro de escuela nos repetía todos los días que el mundo es un
lugar rodeado y ahogado de callejones sin salida. Un pedazo de tierra lleno de
risas, llantos e hipocresía; el angostillo de los sueños convertido en la
indescriptible náusea humana.
Estoy
cansado de ver como los sentimientos hacen a las personas nulas y
vulnerables en su afán por mostrar
diligencia y esto es de cajón, cuando la supuesta mente más racional puede
llegar a ser presa de la pasión o víctima de la estupidez. No voy a extenderme
en el atracón de broza que inunda los rincones de todo comedor en estas fechas
tan idóneas para aleccionar y exaltar la lectura, a través de los engordados
buzones por doctos catálogos del ofertón perdido. Este culebrón está muerto,
pidiendo con los brazos en alto, un asesinato o un hijo putativo víctima de una
efusión napolitana. No sé si el argumento daría para algo más. Quizás una nueva
carga de profundidad hacía el coraje de Saviano. Pasa el tiempo y uno se
pregunta, ¿le dejarían volver a la redacción de su periódico para poner mayor
suspense existencialista como el su admirado Moravia a la gran belleza de
Messina? Deduzco que tienen sus dudas. Evidente, ¿quién no las tendría ante
tanto horror catódico? El Mediterráneo es una contante morfosis de basurero
indolente. No obstante, siempre nos quedará el consuelo de un padre como
Saturno y su prodiga grey. Tengan los ojos bien abiertos y no se fíen de las
apariencias: el Pladur hace milagros. Felices compras y por favor, no se olviden del ticket por lo que pueda pasar. En estos lares no aceptamos reclamaciones sin
él.
Dedicado a mi amigo Diego Puicercús y su hija pequeña
Fotogramas
adjuntos
Good
Night&Good Luck by George Clooney (2005)
L'uomo
in più by Paolo Sorrentino (2001)
God
Bless America by Bobcat Goldthwait (2011)
To
die for by Gus Van Sant (1995)