Morsum Caementicium

noviembre 13, 2014 Jon Alonso 0 Comments






Es curioso comprobar en primera persona como la muchedumbre se perturba ante un muro de vergüenza, silencio y humillación. Mientras, desde el lejano malecón suenan violines y vuelan vagabundos. Los coches arden y las farolas prenden como supernovas. La última luna del otoño se presenta enorme, igual que la piscina de un nuevo opositor a ricachón. ¿Creían que no iba a pasar? ¿Pensaban que sus rutinas no se convertirían en un gran problema? Es posible que vuestra familia crea sorprenderse de vosotros. Descuiden de las formalidades, todo tiene solución como unas litronas de verbena veraniega. Da igual que el burgo se ría de nuestra somnolencia, inmovilidad e ingratitud. No se preocupen. Atisbamos los primeros síntomas de la encefalitis letárgica. Todo pariente alarmado, acaba siendo un tocinito de cielo. No olviden cargar sus teléfonos móviles y llamen a un médico de la SS— a poder ser—, que el galeno se entusiasme con el caso y les someta a una terapéutica de ensayo. Descubrirán como acaban por ponerse enfermos de verdad...Sí, amigos; los que montáis la guardia a la puerta de los estancos, los que sobornáis a un agente o compráis la adhesión de un golfo limpiabotas, los que consideráis que sin el pitillo que arde y lanza al espacio volutas de humo. No sufráis, esta vida es un desierto privado de oasis.










Nadie de los que estáis aquí recuerda lo dulce, suave e inocente del olor de la sangre que se derramaba por los ojos ajenos a la verdad; y lo triste de aquel plenilunio que alumbraba el viejo rostro. La mala suerte se cebó con los cabestros del pínchame hoy, mañana pensaré que es mejor despincharte. Ya no me gustas. Porque no me sale del pellejo escrotal o el labio colgante vaginal. No es culpa de ellos, ni de sus padres: pues su austeridad intelectual es vergonzosamente galopante. A cambió nuevas sensaciones, y hasta algunos sentimientos, con un espeso pelotón de hermosas mujeres, ya que la idea vulgar de un avance cuerdo traspasa los horizontes de la crónica mundana de aquellos caprichos mortales. Un golpe de suerte austero y amable hizo de la espesa madeja, de su pelo áureo consiguiera un tacto más maleable, que las de aquellas cuidadas mamás ochenteras empingorotadas y altivas premenopáusicas. Al fin son ricas, por la gloria del opus caementicium. Aunque, sus cuartos de baño están alicatados de travertinos Aznarianos hasta los limes del techo. Seguramente, nuevos trincones. Todo ello rezuma egoísmo, sensualidad y glotonería. No tardó en aparecer la envidia que le sacó su ambición, con la vaga esperanza de la brutalidad, mientras marcaba un brinco gimnástico hasta la riqueza más vana.










Personas precisamente como él, como el grueso y colorado burgués que se colgaba al cuello la servilleta para comer más a gusto. Observaba con alegría todo cuanto rodeaba su casa; nuevos edificios que habían sido construidos hacía poco tiempo. Una ciudad  despiadada y silente: customizada en tiempo record. La tranquilidad anidaba en el ambiente, sólo la edificación de casas y chalets nuevos para los veraneantes o gente de la ciudad que se independizaba, crispaban el sosiego del que siempre habían disfrutado. Su vida se basaba en la rutina de pasar siempre por las mismas calles. Yo en cambio, era incapaz de crear una usanza. Mi organismo mental no estaba a la altura. La rutina me podía durar una semana como máximo, después escapaba, inconscientemente, a otro camino. Se fijaba en cada detalle riéndose por la vista que tenía desde su buhardilla. Nunca lo había hecho, simplemente se interesaba por sus cosas, le conocía poco, por la monotonía de su casa, sus hijos, su marido y su familia la estaba ahogando en tensiones innecesarias.











Había crecido en un ambiente de amor y libertad. El paso del tiempo acogió al trabajo, las obligaciones, las disputas y los sacrificios. Acompañados de buenos momentos que recordaba entre detalles insignificantes como una cena y un baile de fin de año. Todo estaba guardado en el armario y ahora después de quince años de matrimonio regresaba en un arcón gigante de Amazon. Un millón de remordimientos acompañados de un zurrón de secretos y cemento fresco, que tu peor enemigo  reservó para recordarte tu miserable existencia: el desencanto de todos estos años se transformó en arena de una playa de Almería envasada en un tarro de tomate del DIA. El público aplaudía tu caída a los infiernos entre risotadas y chillidos de concierto metalero. De nuevo, los remordimientos campaban a sus anchas como el hormigón en los andamios de la ciudad dormida. El espejo de la verdad te susurraba al oído, mientras maldecías tu mediocridad y el cofre del morsum caementicium nadaba en una charca obscena. Nadie está libre de ellos. Siendo honesto, nadie. Ni siquiera el coliseo romano.










                              Dedicado a Carlos Vélez 29 octubre 1930/ noviembre 2014 In Memoriam














  Fotogramas adjuntados


  Banditi a Milano by Carlo Lizzani (1968)
  Plein soleil by René Clément (1960)
  Chinatown  by Roman Polanski (1974)
  Another Life by Philip Goodhew (2001)