Morsum Caementicium
Es
curioso comprobar en primera persona como la muchedumbre se perturba ante un
muro de vergüenza, silencio y humillación. Mientras, desde el lejano malecón
suenan violines y vuelan vagabundos. Los coches arden y las farolas prenden
como supernovas. La última luna del otoño se presenta enorme, igual que la
piscina de un nuevo opositor a ricachón. ¿Creían que no iba a pasar? ¿Pensaban
que sus rutinas no se convertirían en un gran problema? Es posible que vuestra
familia crea sorprenderse de vosotros. Descuiden de las formalidades, todo
tiene solución como unas litronas de verbena veraniega. Da igual que el burgo
se ría de nuestra somnolencia, inmovilidad e ingratitud. No se preocupen.
Atisbamos los primeros síntomas de la encefalitis letárgica. Todo pariente
alarmado, acaba siendo un tocinito de cielo. No olviden cargar sus teléfonos móviles y llamen a un médico de la SS— a poder ser—, que el galeno se
entusiasme con el caso y les someta a una terapéutica de ensayo. Descubrirán
como acaban por ponerse enfermos de verdad...Sí, amigos; los que montáis la
guardia a la puerta de los estancos, los que sobornáis a un agente o compráis
la adhesión de un golfo limpiabotas, los que consideráis que sin el pitillo que
arde y lanza al espacio volutas de humo. No sufráis, esta vida es un desierto
privado de oasis.
Nadie
de los que estáis aquí recuerda lo dulce, suave e inocente del olor de la
sangre que se derramaba por los ojos ajenos a la verdad; y lo triste de aquel
plenilunio que alumbraba el viejo rostro. La mala suerte se cebó con los
cabestros del pínchame hoy, mañana pensaré que es mejor despincharte. Ya no me
gustas. Porque no me sale del pellejo escrotal o el labio colgante vaginal. No
es culpa de ellos, ni de sus padres: pues su austeridad intelectual es
vergonzosamente galopante. A cambió nuevas sensaciones, y hasta algunos
sentimientos, con un espeso pelotón de hermosas mujeres, ya que la idea vulgar
de un avance cuerdo traspasa los horizontes de la crónica mundana de aquellos
caprichos mortales. Un golpe de suerte austero y amable hizo de la espesa
madeja, de su pelo áureo consiguiera un tacto más maleable, que las de aquellas
cuidadas mamás ochenteras empingorotadas y altivas premenopáusicas. Al fin son ricas,
por la gloria del opus caementicium. Aunque, sus cuartos de baño están alicatados
de travertinos Aznarianos hasta los limes del techo. Seguramente, nuevos
trincones. Todo ello rezuma egoísmo, sensualidad y glotonería. No tardó en
aparecer la envidia que le sacó su ambición, con la vaga esperanza de la
brutalidad, mientras marcaba un brinco gimnástico hasta la riqueza más vana.
Personas precisamente
como él, como el grueso y colorado burgués que se colgaba al cuello la
servilleta para comer más a gusto. Observaba con alegría todo cuanto rodeaba su
casa; nuevos edificios que habían sido construidos hacía poco tiempo. Una
ciudad despiadada y silente: customizada
en tiempo record. La tranquilidad anidaba en el ambiente, sólo la edificación
de casas y chalets nuevos para los veraneantes o gente de la ciudad que se
independizaba, crispaban el sosiego del que siempre habían disfrutado. Su vida
se basaba en la rutina de pasar siempre por las mismas calles. Yo en cambio,
era incapaz de crear una usanza. Mi organismo mental no estaba a la altura. La
rutina me podía durar una semana como máximo, después escapaba,
inconscientemente, a otro camino. Se fijaba en cada detalle riéndose por la
vista que tenía desde su buhardilla. Nunca lo había hecho, simplemente se
interesaba por sus cosas, le conocía poco, por la monotonía de su casa, sus
hijos, su marido y su familia la estaba ahogando en tensiones innecesarias.
Había
crecido en un ambiente de amor y libertad. El paso del tiempo acogió al
trabajo, las obligaciones, las disputas y los sacrificios. Acompañados de
buenos momentos que recordaba entre detalles
insignificantes como una cena y un baile de fin de año. Todo estaba guardado en
el armario y ahora después de quince años de matrimonio regresaba en un arcón
gigante de Amazon. Un millón de remordimientos acompañados de un zurrón de
secretos y cemento fresco, que tu peor enemigo
reservó para recordarte tu miserable existencia: el desencanto de todos
estos años se transformó en arena de una playa de Almería envasada en un tarro
de tomate del DIA. El público aplaudía tu caída a los infiernos entre risotadas
y chillidos de concierto metalero. De nuevo, los remordimientos campaban a sus
anchas como el hormigón en los andamios de la ciudad dormida. El espejo de la
verdad te susurraba al oído, mientras maldecías tu mediocridad y el cofre del
morsum caementicium nadaba en una charca obscena. Nadie está libre de ellos.
Siendo honesto, nadie. Ni siquiera el coliseo romano.
Dedicado
a Carlos Vélez 29 octubre 1930/ noviembre 2014 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
Banditi
a Milano by Carlo Lizzani (1968)
Plein soleil by René Clément (1960)
Chinatown
by Roman Polanski (1974)
Another Life by Philip Goodhew (2001)