Las sirenas de Mr. Green








Hace ya más de una década de mi último trabajo para el clan. Una fría noche austral, en el viejo puerto de Ciudad del Cabo, tras quedarme sin blanca, opté por dar un paseo a lo largo del marchito muelle donde topé con un viejo, que llevaba una raída gorra de marinero, de principios de los años 20, sentado en el embarcadero con la mirada perdida. Reía incesantemente y se marcaba unos sorbos de whisky muy Fordianos. Apuró el último trago de su botella y la lanzó con fuerza al espigón. Entre delirios y susurros de palabras que terminaban en risotadas macabras; su cuerpo se tambaleaba en la plataforma. Me acerqué hasta donde estaba aquel tipo.— Eh, amigo, tranquilo! El viejo espetaba: “Éste no es un lugar demasiado inquietante ni ruidoso. La gente se lleva bien y el clima es bueno. Sin embargo, en la península Escandinava donde el viento del Ártico te corta los labios y tus boqueras destilan estalactitas está la isla de Selaön. Allí las almas de los reyes vikingos todavía retumban por la noche y reivindican con presteza los abismos de Odín.” Me acerqué con mayor ahínco y me presenté— Qué tal Sr. Está bien?...—Claro que sí.—Quién demonios eres tú? —Me llamo Malcolm McGregor.—¿McGregor? Humm!, una vez conocí a un contramaestre llamado McGregor. No me gustaba su manera de mirar —Bueno, el mundo y el mar nos hacen más pequeños a todos (haciéndome el simpático)—  Escoceses, putos escoceses: no son de fiar. Borrachos pelirrojos y tacaños  delatores…— ¿No todos los McGregor serán así? El viejo refunfuñaba con cara de pocos amigos. —¿Tienes tabaco?—Sí,  me algo queda por aquí… Le acerqué mi arrugado paquete de Luke Strike. Se encendió un cigarrillo y le entró un ataque de risa. (Más risas).— ¿De qué hablaba, Sr.? —De cosas que sólo un  viejo lobo de mar ha visto, mequetrefe. —Bueno, vale. ¿Y por qué, no? Continúa… —Pssch! No me acuerdo bien. —Busqué en mi mochila y saqué una petaca. Estamos de suerte, creo, que todavía queda algo de carburante.

















Era una pequeña botella de Grant´s que estaba por la mitad —Tal vez esto, le haga rebobinar el disco (más risas) —Chaval, Ahora que lo dices! Ese licor me agudiza las neuronas. ¿Cómo has dicho que te llamabas? Ah!, sí McGregor… Vaya, sí, si… Ahora recuerdo. —Por cierto y Ud. como se llama: mi nombre es Ewan Garvey soy del viejo Belfast. Entonces, somos paisanos… ¿No, eres escocés? —¿Quién le ha dicho que lo sea?—Tú, ¿no te llamas McGregor?… Sí, pero nací en el mismísimo condado de Antrim, para ser más exactos el viejo barrio del puerto de Larne. — No me lo creo. Todos los McGregor son escoceses.—Va a ser que no, Sr., porque hay muchos McGregor irlandeses del puto Ulster—¡A la mierda, brindemos por Irlanda y que les den a los británicos! —Y ahora qué tal si sigue contándome esa historia tan alentadora. —¿Sabes,  que  los  sueños, ya no se inventan? Los mitos y leyendas son realidad. El viejo volvió a prender un nuevo cigarrillo, y, el brillo de sus ojos azules se hizo más intenso. Chico, he pasado mis últimos años como un custodio de los mayores desmanes, los chismes, amoríos, robos y rumores de toda ralea de océanos, ríos y lagos. El mar me ha llamado varias veces, aunque lo he intentado —te lo juro, que más de una vez— estoy demasiado decrepito para arrojarme a él y que los peces se envenenen. (Risas) Hace muchos años, muchísimos, cuando era apenas un grumete y estuve enrolado en el Bergantín “Nueva Caledonia”. La tripulación estaba exhausta tras la tormenta del día anterior. Surcábamos los mares del Báltico y apenas teníamos agua; unos chuscos de pan y algunos pedazos de arenque podrido. De inmediato, entramos en el lago Mälar. La superficie de aquel estero parecía un enorme espejo destinado a duplicar la belleza del universo.














Unas estrellas fugaces hicieron acto de presencia y reflejaron sus colas encendidas, en la superficie del agua; como diamantes recién pulidos en un taller de Amberes. Nada invitaba a romper la paz que gobernaba la noche. Absolutamente, nada. Cuando empecé a escuchar un susurro. Al principio pensé que era una ilusión sonora víctima del agotamiento, pero a medida que nos acercábamos —a esa vibración sonora— se le escuchaba nítidamente. De repente, el lago se llenó de una niebla misteriosa. El frío era helador, todos los huesos del cuerpo estaban rígidos, hasta las orejas parecían los glaciares que rodeaban aquel lugar. Finalmente, el murmullo pasó a melodía y comenzaron a sonar unas voces angelicales ¿Quiénes eran?¡Cállate y no me interrumpas! Había oído historias sobre ellas, pero tan lejos del mar. Nunca. Un noruego de la tripulación comenzó a gritar: ¡las hijas de Odín! ¡La maldición de las sirenas valquirias!  El barco chocó contra una pequeño iceberg y yo me di de bruces con una de ellas. Se percató de mi presencia y me miró con aquellos ojos tan profundos como el océano que la vio nacer. Entonces la tristeza desapareció dando lugar a una tranquilidad y sosiego que me hicieron estremecer hasta lo más profundo de mis mortales entrañas. Había cumplido su larga condena; la muerte venía a por ella y ni siquiera los dioses tenían patente de corso para intervenir en el reino oscuro de Odín y sus secuaces.

















El viejo se afligía más a medida que iba contándome los detalles más íntimos. Aquella sirena se liberaría de la prisión, que sus propias lágrimas habían creado: un mundo donde los muertos vagaban en la sempiterna desdicha de lo efímero y punitivo.  Mañana me encontraré con la muerte que me liberará de esto. Ipso facto, el viejo se giró y me miró a los ojos.—Hazlo rápido. Te estaba esperando. —Con mucho gusto, chivato de mierda. Hay que reconocer que tiene encanto para contar historias—Te juro por mi madre, qué lo que he dicho es verdad.—¡Tú, no tienes madre ni honra! Me acerqué por su hombro derecho, le cogí por el brazo, que retorcí con fuerza y le dije al oído: ¡Nunca mientas, inglés de mierda, a un verdadero patriota irlandés! Sr. Green. ¿O mejor te gusta más Stellan Västeras u Oliver Leblanc y etc.? De un certero tajo rebané el cuello del unionista Joe Green. —Esto es un pequeño masaje cervical a cuenta de la empresa, Joe, que sueña con una Irlanda independiente. Cayó desangrado como un cerdo y lo empuje al agua. Un centenar de burbujas lo despidieron. Encendí un cigarro y di una larga calada (guardando un semblante risueño por el trabajo bien hecho). Observé la belleza de la oscuridad y el devaneo de las olas que rezumaban un afanoso salitre. Mientras una bruma fría y fluctuante parecía saludarme, sonaban mudos susurros celestiales. Sonreí y tiré la colilla al agua.







                                                                                                     FIN







                                            Dedicado a Udo Lattek enero 1935/febrero 2015 In Memoriam






Fotogramas adjuntados

Odd Man Out by Carol Reed (1947)
Michael Collins by Neil Jordan (1996)
The Informer  by John Ford (1935)
A Prayer for the Dying by Mike Hodges (1987)










                      

Somarros, canallas y caníbales









Mi ritmo cardiaco está de capa caída, por mucho que le pese a la averiada e ínclita sociedad de cardiología de la Costa Este. No sé lo que me ocurre y lo más preocupante; es que me la suda. Siempre he sido con un Ray Donovan: hombre de soluciones rápidas. No las encuentro y la cabeza se embarulla entre tanta botica repleta de esencias opiáceas. Vuelvo a darme de bruces con la maldita sensación de vacío y deserción. Todo se vuelve inerte, como los recuerdos de mi vida; un pulular vertiginoso de aquellas imágenes, de cuando era un niño, se suceden una tras otra sin orden ni concierto. Miles de vivencias de la cacareada y pesarosa infancia hacen acto de presencia sin saber el porqué de mi  frágil estado. Un amigo mío dice que la culpa la tienen los somarros de turno (posiblemente, un montón de gente desconozca el significado del vocablo, eso sí están al día de todas la memeces de la avant-garde New Generation Trash of Usa), pues su virtual vademécum se halla a la búsqueda azarosa de sobredosis diaria de redes sociales. Es la mayor garantía de pasar a ser el más guay y listillo del corrillo virtual. Leí un tuit, hace unos días que decía: un adolescente es: “comer, tuitear, dormir, tuitear, dormir y comer”— ¡Hostia, qué no estoy viendo en estos momentos el entierro de padre! ¡Maldita morfina, ya no la puedo dejar...! Y la voz de mi madre, que alejada se halla… Disculpen este lapsus —ha sido un despiste como el realizador de Canal Sur en Nochevieja— pero vayamos a lo sustantivo, ahora que he recuperado la señal del satélite. La mayoría de nuestros mozarrones, sean del pelaje o la alcurnia que procedan, tienen un gravísimo problema a la hora de comprender un texto literario (según mi amigo, el maduro profesor Márquez). Menos mal, que no escribo libros: me habrían rociado con gasolina y prendido en Velluters.













Lo del porcentaje tiene una pequeña salvedad, ya que según cuenta mi viejo amigo Dámaso (es el nombre del tal Márquez citado arriba), pues las cifras se vuelven dóciles al comprobar que entienden el significado de las luces de los semáforos. Algo hemos avanzado. Los condones los conocen el 80%, aunque llevan muy mal lo de la colocación en sus alegres vergas. Casi todos ellos perjuran que serían capaces de leer el Quijote, aunque a algún Nini protagonista de los digitales mamporreros echen pestes del genio de Alcalá, eso sí con subtítulos en formato mkv. No tengo ni puta idea que es esa historia. Pero me pasan pelis donde aparecen esas siglas y como la TV es más lista que Mariano Medina cuando no había Croma key ni multiplex digital, será algo muy bueno. También hay problemas con los de la Generación del 27, algo así como unos proscritos o chaqueteros de tertulia catódica de turno, por ser el resultado de una orgía de testosterona Garcilasiana, envueltos de petunias y heces de Nebrija. Bendito exceso y parto aprovechado. Empero, la morfina parece que ponga mi excelsa prosa en la categoría de termita o polilla. No se preocupen, siempre tengo a mano una maquina recortadora de pelambrera para el cono auditivo. Así sigo al loro de todo. Y es que el tiempo pasa, y el botellodromo digital es una maravilla desde que la chavalería puede esnifar anestesia de Pitbull. ¿Y de Giner de los Ríos, qué queda de aquel espíritu? Ah, demonios! Sí... Ahora lo recuerdo; su obra es un grafiti más abandonado y dejado que el taburete de la entrada del viejo Rock-Ola de Juanito Barranco. Luego, alguna nueva institución pedagógica se hará cargo o tomará medidas. Aunque, la sastrería europea está de carnaval, ya que van a regalar a los sufridos ciudadanos máquinas de hacer billetes de 500 euros. Estamos ante la becerrada ágrafa, capaces de romper de una patada la mochila de Santillana y darse de hostias en el desayuno de los currantes, para calentar un partido de fútbol.















La nueva cultura ya no se organizará en generaciones, por mucho que se empecinen en hacerse selfies y videos con móviles chinos de última generación. A pesar de que el pectoral lo llevan igual de depilado; el día antes de que te hagan una esternotomía. Siempre nos quedarán los versos de Paul Verlaine: «Los largos lamentos de los violines de otoño hieren mi corazón con languidez monótona».Esto último es demasiado hermoso para los somarros y los cabestros del congreso, que últimamente le chulean la cartera al chico que quiso jugar en la NBA y presentar el hormiguero con el liliputiense requenense ¿Qué habrá hecho el noble pueblo de mi difunta madre para aguantar al pelirrojo de marras? A lo mejor, en Andalucía que conocen bien a los cabestros y las mujeres son más sabias que la marisma de la Isla Mínima, saben que su revolución fue un fracaso, aunque los niños vienen con una barra de pan y una rosa roja en el bolsillo. Las revoluciones las marca una Tanit con cara de Lomana, que está más espítica que Chiquito de la Calzada desde que esnifa polvo boliviano de Monedero. Muy bueno, el talco de Cochabamba y la cartera de un hombre con tan lustroso apellido. Cosas de Divintys y Trotskistas. Al final, sólo nos quedará la litrona de Cruzcampo, la del Titanlux blanco y las colectas, de nuevos  mesías mediáticos, del puente aéreo Soto del Real/Bruselas. Y es que los escaños del parlamento, al igual que en los claustros de las Carmelitas: la ambición de un Deán y el conserje del congreso acabó en las manos, de una banda de electricistas beatos que no amaban la tecnología digital ni a D. Miguel de Cervantes. Es tiempo de botellones unisex, de oncólogos hípsters y de poetas que no leen a Verlain acuchillándose en el estuario del río.












Han empezado los protoIdus digitales donde el canibalismo de la alpaca será fagocitado por nuevos canallas con chalecos sin mangas, como los de los magos chiripitifláuticos. No se preocupen siempre nos quedará algún canalla fino de la movida. Aunque algún somarro caníbal de malas formas sepa mejor que nadie, lo que cuesta decir «hijo de puta»: Mucho más, que recordar algún personaje de Rinconete y Cortadillo. Sí, por unos 60 eurachos acordarse de los muertos de un gubernativo, el penitente se queda bien relajado; descarga adrenalina, instruye el talento y deja lapidar  los culos blancos católicos que sobresalen. ¡Qué mala suerte tiene la cristiandad! La purificación del Papa de S. Lorenzo se quedó sin mundialito y Europa en estado de shock. La Yihad es una mala hiel engendrada entre bilis y té del harén. La represión de las represiones. Ya no queda primavera árabe ni canturreo tuitero que no se acerqué al final de todas las guerras de occidente y oriente. El gesto lacio reclama sangre y el caníbal casquería fina para que sus intestinos no hagan ruido cuando carguen el AK47. Al final la llegada del silencio de los somarros, la voracidad de los caníbales y la mezquindad de los canallas acabaron con el primer bípedo que se fue a ver a Galván en el palco con traje, bufanda, litrona, peta y mano alzada. “Y, ahora quien no esté colocado, ya tarda...” Yo replicó: si es por morfina, que no quede: la SS cuida de la subcultura del último somarro susurrante a los sesos de mi mentecata España. Cervantes seguirá en su cripta y yo quiero ser enterrado con mi telescopio cínico. Si es que no hay nada más divertido que la puta verdad, es el insulto más barato e higiénico del agradecido: palabra de astrónomo canalla.












                                      Dedicado al maestro José Luis Alvite (1949-2015)  In Memoriam










Fotogramas adjuntos


    Les Quatre cents coups by François Truffaut (1959)
    Ray Donovan by Ann Biderman (2013)
    All the King's Men by Robert Rossen (1949)
    La isla mínima by Alberto Rodríguez (2014)














                                      

El oficio del reo iluso






Aquella oscura mazmorra de vez en cuando, se mostraba generosa y nos brindaba un pírrico haz de luz celestial, que entraba por un postigo cuarteado, mientras la oscuridad hacia acto de presencia envuelta en dos pequeñas lamparillas y las ratas trepaban por los sumideros febriles. La noche se hizo  dueña del escenario; un infierno doloroso, infestado de fragancia parisina y paranoia pudorosa. Resbalé en un pequeño charco de orina y caí inconsciente. De repente, miraba por la carcomida ventana de mi habitación; veía algún coche por la calle y algún viandante con cara de miedo. Decidí ir a la panadería de la esquina a esperar que pasara la mujer de mi vida. Pero el azar no estaba por la labor. Seguí esperando y pensando. Llegué a la conclusión, que tendría que ir al encuentro de las sombras: el  viejo paramo de la infancia compungida. Un lugar inocente y decadente. Volví por un momento, a aquellos días donde las horas se hacían sempiternas dando vueltas por el centro comercial. Apenas, me atrevía a salir de los bajos recreativos. No sabía muy bien si lo que quería era encontrar mi vida, mi destino o el amor que tanto anhelaba. En el fondo, me estaba perdiendo una gran parte de mi vida  en lo infinito del tiempo. Finalmente, salí y me senté en un banco. Vi pasar a cientos de personas en un instante a través de mi mirada.











Mi campo de visión se llenaba de todo tipo de personajes. Me entró la risa floja y absurda del pavisoso, pues me  había dado cuenta  que  mi mejor amigo, Blas, había cambiado su verdadero carácter por uno superior. Seguía asombrado con la transformación, siempre dijo que tenía una hermano gemelo y que un día se mezclaría entre el alboroto del gentío con él. Pero era otra mentira, como la de los viejos escritores que osan contar la gran novela de su vida. Nada era verdad, ni existía su hermano ni era gemelo; era un espectro escondido entre la mediocridad del resto de sus iguales. Aún recuerdo mi ingenua cara y pose bobalicona, cuando me hizo creer que era igual que aquel gallego orgulloso emprendedor y exitoso de Busdongo; todo era una bellaca mentira, como su propia identidad. Su verdadera vida estaba escondida en un lienzo familiar que se había empeñado en lavar sus defectos por el deterioro de la humedad. Ahora entendía el porqué de la  fascinación al observar los detalles más grotescos de los edificios y sus habitantes. A través de las paredes podía imaginarse el interior de tipos, como Blas y su fingido mundo  habían hecho de su vida simple rutina. Por fin, creí  verla como tres veces, pero no era ella. No era la mujer de mi vida.













Era la sombra del moho y el olor a urea de mi estancia. Pasaban las horas delante de aquel folio sin ideas, encima de la mesa, escribiendo sin rumbo ni gracia, lleno de alcohol barato en el mismo mugriento bar de todos los días. Mi viejo oficio estaba muerto. Proseguí mi ritual: anestesiarme con aquel alcohol de garrafón que servía el mismo camarero de la cara machacada por la viruela. La noche se hizo madrugada y la helada se extendía tenue. El frío me desvencijó en el mismo punto que la noche anterior. Blas, ya no existía. Se quedó en el recuerdo de una risotada macabra, igual que el aroma del amor de mi vida: las mentiras me consumían. Y, como todo ser humano contaminado por su entorno, me dediqué a esperar. Una de ellas alumbraba el rostro de un hombre, recostado en un harapiento jergón, con la única compañía del frío, que le calaba hasta los huesos, y de un ermitaño que tras pasar sus dedos por las cuentas del rosario, detuvo su rezo ante un sonido que percibía, una extraña risa que brotaba de sus labios pero con un profundo esfuerzo. ¿Por qué?—se preguntó en voz alta. Una luz pasó por su cerebro y en unos escasos segundos, una riada de imágenes entretuvo su mente; pero ya era demasiado tarde.












Sólo faltaba que la condena se consumiera, a esas horas todo lo demás no importaba. Su cuerpo salpicado por las heridas de una inmediata tortura había permitido arrancar a su garganta, la cual, le abrasa y concedió el aspecto de un muñecote ajado, vestido con el ropón de los reos que pronto encontrarían la muerte en la plaza pública ante un gentío expectante. En el centro situaron el patíbulo, con un tronco rodeado de haces de leña al que le ataron sogas a su alrededor, apretándole el cuerpo hasta que sus huesos crujieron. La multitud que aguardaba en la calle parecía una alargada sombra suspirante, mientras en la catedral las campanas tocaban a duelo y el graznido de un cuervo se oía en la lejanía de los tejados. Ufff!, qué pasa, joder! Está helada, demonios… ¡Venga, espabila y coge tu rancho que te quedan muchos días por dilapidar, soñador! Ahora, empapado por el agua del fregado de la prisión, comprendí mi miserable existencia: nunca veré Paris en primavera ni habrá un lapicero para mi antiguo oficio. Es el tiempo de los intrusos, es el final de un iluso abatido.










                           Dedicado a Joe Cocker, mayo 1944/diciembre2014 In Memoriam 







Fotogramas adjuntos

Condemned by Wesley Ruggles (1929)
Murder in the First by Marc Rocco (1995)
Convicts 4 by Millard Kaufman (1962)
Hunger by Steve McQueen (2008)








                                   

La gran morfosis catódica









La realidad es ésta; no hay más cera que la que arde. Ya sé que más de uno pensará que debería ser otra. Pero no. Yo soy el único culpable de mi ausencia de sentido común, y lo absurdo de esta situación —por muy idóneo, que le pueda parecer a determinadas  hordas ilustradas— no doy para más. De verdad. No  insistan una y otra vez con aquello de una hipotética ubicuidad quimérica. No rebusquen en mi identidad  criminal y  claustrofóbica. Veamos el affaire, desde mi prisma más montaraz, es decir, dos premisas muy diferentes; los que van de enrollados y los otros. No hay terceros. Tenemos de sobra con los auténticos esperpentos histriones, opositores al gran mayestático culebrón venezolano, mientras la aristocracia catódica apura sus últimos sorbos del dulce Cacique. El nuevo escenario plausible, donde las complejidades de la superestructura nos ofrecen el perfecto remake entre un flashback de Lang y una cena de langostinos caducados Made in Namibia en los albores de la entrega de un Nadal. Sí, el mismo lugar, donde en una noche de pasión turca, Gala y el fenómeno Lara se retan a un maratón de rimas  Becquerianas. La noche a dos velas, tamizada de fariseas confesiones catódicas. Doy fe, que el sitio cuenta con un retrete de luxe; pues, el Atlántico Sur cuando se arranca de temporal hay que agarrarse a la cerámica.
















Luego, aconsejo que  no se dejen llevar por los impulsos de la frustración, posiblemente el efecto sea  una narración televisiva y algo gangosa, a la retrasmisión de un partido de tenis por Jesús Álvarez. Discúlpenme, pero sigo siendo de los que runruneo hasta la llegada de mi dosis opiácea y dejo de rechinar. Cosas tan perennes y vagas como la pasión del amor, el desengaño, el odio, la ambición, y la sed de venganza. Y sí, cuando me miro al espejo, puedo llegar a sentir asco. No por ello continúo mi odisea hacia un lugar invisible repleto de perpetuidad y opacidad. Cada día compruebo mi incapacidad para ver más allá de lo que la luz del día nos permite observar. Aunque, mi dificultad viene por defecto congénito. Empero, volverán a permitirme que me deje llevar por la incompetencia de la falta de sensibilidad a la hora de descifrar que hoy está lloviendo, cuando en realidad debería estar haciendo un calor extremo y mi erudición está tan ausente como un patético glaciar parcheado. Normalmente, es el momento de la manifestación de las imperfecciones en todos los bichos vivientes, lo cual, impide a los seres vacíos persistir e ir más allá de sus propios límites físicos. Suelen tener personajes malvados, canallas, inocentes, burlados, tramposos y el largo etcétera. ¿Les suena la música? Creo que sí. Es el territorio de lo imposible y lo indómito.

















Me conocen tanto como mi viejo cuerpo a su dueño; el mismo que empieza a agrietarse en la prisión de los apestados. Los que sólo llegaremos a un   analógico yugo de la condición humana. Déjense de monsergas, pues no tenemos tiempo para espabilar a esos  patéticos cinco sentidos que están restringiendo, día a día, la verdadera esencia de la libertad. Incapaces de ver más allá de un visible haz de luz, una ineptitud enfermiza que sólo se limita a la categoría de consentimiento asfixiante. No queda tiempo y mis trémulas manos son débiles instrumentos comparados con la fortaleza de acero que forjé allende ultramar. Hoy perdida entre mis reiteradas deserciones del deber y la lógica socrática. Cuando mis piernas reivindican inútiles su orgullo patriótico a la mezquindad humana ante una masa llena de energía que enciende los motores del horror. Mi maestro de escuela nos repetía todos los días que el mundo es un lugar rodeado y ahogado de callejones sin salida. Un pedazo de tierra lleno de risas, llantos e hipocresía; el angostillo de los sueños convertido en la indescriptible náusea humana.
















Estoy cansado de ver como los sentimientos hacen a las personas nulas y vulnerables  en su afán por mostrar diligencia y esto es de cajón, cuando la supuesta mente más racional puede llegar a ser presa de la pasión o víctima de la estupidez. No voy a extenderme en el atracón de broza que inunda los rincones de todo comedor en estas fechas tan idóneas para aleccionar y exaltar la lectura, a través de los engordados buzones por doctos catálogos del ofertón perdido. Este culebrón está muerto, pidiendo con los brazos en alto, un asesinato o un hijo putativo víctima de una efusión napolitana. No sé si el argumento daría para algo más. Quizás una nueva carga de profundidad hacía el coraje de Saviano. Pasa el tiempo y uno se pregunta, ¿le dejarían volver a la redacción de su periódico para poner mayor suspense existencialista como el su admirado Moravia a la gran belleza de Messina? Deduzco que tienen sus dudas. Evidente, ¿quién no las tendría ante tanto horror catódico? El Mediterráneo es una contante morfosis de basurero indolente. No obstante, siempre nos quedará el consuelo de un padre como Saturno y su prodiga grey. Tengan los ojos bien abiertos y no se fíen de las apariencias: el Pladur hace milagros. Felices compras y por favor, no se olviden del ticket por lo que pueda pasar. En estos lares no aceptamos reclamaciones sin él.








                                     
                                                               Dedicado a mi amigo Diego Puicercús y su hija pequeña 








Fotogramas adjuntos


Good Night&Good Luck by George Clooney (2005)
L'uomo in più by Paolo Sorrentino (2001)
God Bless America by Bobcat Goldthwait (2011)
To die for  by Gus Van Sant (1995)








                                 

Morsum Caementicium






Es curioso comprobar en primera persona como la muchedumbre se perturba ante un muro de vergüenza, silencio y humillación. Mientras, desde el lejano malecón suenan violines y vuelan vagabundos. Los coches arden y las farolas prenden como supernovas. La última luna del otoño se presenta enorme, igual que la piscina de un nuevo opositor a ricachón. ¿Creían que no iba a pasar? ¿Pensaban que sus rutinas no se convertirían en un gran problema? Es posible que vuestra familia crea sorprenderse de vosotros. Descuiden de las formalidades, todo tiene solución como unas litronas de verbena veraniega. Da igual que el burgo se ría de nuestra somnolencia, inmovilidad e ingratitud. No se preocupen. Atisbamos los primeros síntomas de la encefalitis letárgica. Todo pariente alarmado, acaba siendo un tocinito de cielo. No olviden cargar sus teléfonos móviles y llamen a un médico de la SS— a poder ser—, que el galeno se entusiasme con el caso y les someta a una terapéutica de ensayo. Descubrirán como acaban por ponerse enfermos de verdad...Sí, amigos; los que montáis la guardia a la puerta de los estancos, los que sobornáis a un agente o compráis la adhesión de un golfo limpiabotas, los que consideráis que sin el pitillo que arde y lanza al espacio volutas de humo. No sufráis, esta vida es un desierto privado de oasis.










Nadie de los que estáis aquí recuerda lo dulce, suave e inocente del olor de la sangre que se derramaba por los ojos ajenos a la verdad; y lo triste de aquel plenilunio que alumbraba el viejo rostro. La mala suerte se cebó con los cabestros del pínchame hoy, mañana pensaré que es mejor despincharte. Ya no me gustas. Porque no me sale del pellejo escrotal o el labio colgante vaginal. No es culpa de ellos, ni de sus padres: pues su austeridad intelectual es vergonzosamente galopante. A cambió nuevas sensaciones, y hasta algunos sentimientos, con un espeso pelotón de hermosas mujeres, ya que la idea vulgar de un avance cuerdo traspasa los horizontes de la crónica mundana de aquellos caprichos mortales. Un golpe de suerte austero y amable hizo de la espesa madeja, de su pelo áureo consiguiera un tacto más maleable, que las de aquellas cuidadas mamás ochenteras empingorotadas y altivas premenopáusicas. Al fin son ricas, por la gloria del opus caementicium. Aunque, sus cuartos de baño están alicatados de travertinos Aznarianos hasta los limes del techo. Seguramente, nuevos trincones. Todo ello rezuma egoísmo, sensualidad y glotonería. No tardó en aparecer la envidia que le sacó su ambición, con la vaga esperanza de la brutalidad, mientras marcaba un brinco gimnástico hasta la riqueza más vana.










Personas precisamente como él, como el grueso y colorado burgués que se colgaba al cuello la servilleta para comer más a gusto. Observaba con alegría todo cuanto rodeaba su casa; nuevos edificios que habían sido construidos hacía poco tiempo. Una ciudad  despiadada y silente: customizada en tiempo record. La tranquilidad anidaba en el ambiente, sólo la edificación de casas y chalets nuevos para los veraneantes o gente de la ciudad que se independizaba, crispaban el sosiego del que siempre habían disfrutado. Su vida se basaba en la rutina de pasar siempre por las mismas calles. Yo en cambio, era incapaz de crear una usanza. Mi organismo mental no estaba a la altura. La rutina me podía durar una semana como máximo, después escapaba, inconscientemente, a otro camino. Se fijaba en cada detalle riéndose por la vista que tenía desde su buhardilla. Nunca lo había hecho, simplemente se interesaba por sus cosas, le conocía poco, por la monotonía de su casa, sus hijos, su marido y su familia la estaba ahogando en tensiones innecesarias.











Había crecido en un ambiente de amor y libertad. El paso del tiempo acogió al trabajo, las obligaciones, las disputas y los sacrificios. Acompañados de buenos momentos que recordaba entre detalles insignificantes como una cena y un baile de fin de año. Todo estaba guardado en el armario y ahora después de quince años de matrimonio regresaba en un arcón gigante de Amazon. Un millón de remordimientos acompañados de un zurrón de secretos y cemento fresco, que tu peor enemigo  reservó para recordarte tu miserable existencia: el desencanto de todos estos años se transformó en arena de una playa de Almería envasada en un tarro de tomate del DIA. El público aplaudía tu caída a los infiernos entre risotadas y chillidos de concierto metalero. De nuevo, los remordimientos campaban a sus anchas como el hormigón en los andamios de la ciudad dormida. El espejo de la verdad te susurraba al oído, mientras maldecías tu mediocridad y el cofre del morsum caementicium nadaba en una charca obscena. Nadie está libre de ellos. Siendo honesto, nadie. Ni siquiera el coliseo romano.










                              Dedicado a Carlos Vélez 29 octubre 1930/ noviembre 2014 In Memoriam














  Fotogramas adjuntados


  Banditi a Milano by Carlo Lizzani (1968)
  Plein soleil by René Clément (1960)
  Chinatown  by Roman Polanski (1974)
  Another Life by Philip Goodhew (2001)













               

Hellen y Lucien, mon amour








El conde Lucien de Trémoille estaba observando el oscurecer del sol, desde la lejanía de una línea marcada por un horizonte fútil y difuminado. Miró la hora en su reloj de faltriquera Édouard Bovet: marcaba las seis horas y treinta dos minutos. Apostado junto al lado del hueco de la ventana del torreón, el cuadro de su abuelo Gerard de Trémoille contemplaba el claustro del salón. Su criado, Darcy seguía dando los últimos retoques a la mesa del comedor. El conde se impacientaba, pues Sir Bedford era hombre de estricta y pulcra puntualidad. De repente, un carruaje tirado por cuatro corceles negros a toda velocidad se presentó en los portones del Castillo. Un hombre alto y con sombrero de copa bajó del coche. Era Sir Bedford junto a su amada, Lady Hellen de Hamilton. Se abrió la compuerta y tras ella, apareció la figura del encorvado sirviente Darcy, el cual, les dio la bienvenida. — Por aquí, excelencia. Sir Bedford—Espetó—Nos conocemos de algo…—No lo creo, excelencia—¿Alguna vez ha servido en Ginebra?—No, señor. (El tono no era el más amigable) —Bien, le habré confundido—Por favor, el Conde de Trémoille les espera. Hellen estaba temerosa y notaba el frío en sus hombros. Apretó con fuerza la mano de su prometido.—Ah!, por fin mi amigo Richard (saludó con gran ímpetu el conde) y miró de un modo impúdico a Lady Hellen—Encantado, Lady Hellen de Hamilton; a sus pies...(reverencia incluida). 














Cariño, este hombre es mi buen amigo el Conde Lucien de Trémoille con quien estoy a punto de cerrar un gran acuerdo para la construcción del nuevo hospital en Manchester, del cual no he parado de hablarte por el camino... (El conde los acompañó hasta el interior del comedor y les situó en las sillas de caoba con motivos medievales rematadas, en sus cabeceros por unas pequeñas gárgolas). Una vez sentados, la pareja de invitados dirigió su mirada hacia arriba. De donde colgaba una lámpara de araña que la remataba unos engarces, los cuales, sostenían unos enormes cirios que iluminaban todo el salón —Bueno, espero que el menú sea del gusto de Uds. (Sir Richard Bedford hizo una pequeña broma) —Tengo un hambre de lobo. ¡No sé tú, querida pero yo podría comerme un jabalí entero! (Hellen, seguía ensimismada y espantada de los ojos del Conde). —Lobos, curiosos animales... Dicen que son capaces de devorar en menos de un minuto un cordero cuando están hambrientos— Por supuesto, querido Lucien… No tengas la menor duda (risas) —¿Ud. No tiene hambre Lady Hellen? —Darcy estaba sirviendo la sopa de col lombarda, que dejaba un tono cercano a la sangre del cerebro.—No… No tengo mucha hambre—Je, je (sonreía Sir Bedford). —El viaje en el carruaje ha sido un poco movido…—Está deliciosa, querida—¿Lucien qué contiene esta sopa? Está riquísima—Es una sopa de coles de los Urales con frambuesas salvajes de mi jardín y murciélago cocido — ¡Qué cojones has dicho, murciélagos! Sir Richard se levantó casi vomitando y en ese instante le increpó al conde —Esto es ignominioso, no sé qué mierda de broma se ha sacado Ud. de la manga...
















—Vamos, Richard…Ya no me tuteas…—¡No cabrón, no quiero verle en su puta vida!—Puta vida (una risa macabra sonaba con candor por el eco de las paredes del castillo, ja,ja,ja,ja)—¡Ay, pequeño Richard cuánto has de aprender! Ipso facto, comprobó que Lady Hellen no estaba—¡Hellen, Hellen dónde estás cariño! Vámonos de aquí, no soporto a este majadero. Darcy (interpeló) —Sir Richard, mi amo es un poco juguetón, no tardará en aparecer…—Y Ud. Deme mi sombrero, bastón y abrigo…(Menuda gente) Ya sé de qué demonios lo conozco, cuasimodo. No era Ginebra, fue en el embarcadero del Támesis—Puede que tenga buena memoria—. ¡Hellen, Hellen dónde estás...! No lo repito más. (Todo colérico veía como la gente desaparecía de su entorno) —Dónde cojones estará el  puto cuasimodo de marras (mascullaba, Sir Berdford cada vez más agobiado)—Hola, cielo (Lady Hellen de Hamilton apareció con un tono de voz extraño) Dónde estabas —Arreglándome, cielo—Sir Richard notó algo, extraño. Como si no se tratará de la misma mujer. Un olor a azufre y un aliento fétido. Su rostro, a pesar del tono piel pálida de nuestra querida Lady Hellen; éste, se había vuelto más blanquecino tirando a un azulado violáceo. Los ojos sin brillo. Su verde turquesa se tornaba en un gris gélido.— Apártate, de mí. (No pudo evitar una mueca de espanto) —la joven se giró extrañada. -¿Qué ocurre, estás bien? Sir Berdford  se  debatía entre el miedo y la compasión. 

















Cayó al suelo por un instante, algo mareado y sintió molestias en el estómago. Lady Hamilton se acercó (sonreía, mientras un fino hilo de sangre goteaba por una de sus comisuras) —¡Bruja, vampira de mierda! ¡Qué es esto, sapristi! Intenté levantarme, como pude y cuando estaba de pie… Volvió a sonreírme, con ese destello lunático, posando la mirada en mi cuello. Eché a correr hacia la puerta. Pero la voz de Lucien sonaba en mis sienes. Su canalla risa y la macabra sombra del conde acechaban. Su cuerpo se deslizó veloz y reposado desde lo alto de la torre delante de mí. —Hellen, por favor—Lucien, mi amor. Sir Berdford no salía de su asombro—Tuya seré, mon amour. Siempre tuya… Lo he sido siempre, mi vida y mi corazón... Si el precio de tenerte es la muerte, así será... Se dieron un último beso y clavaron los colmillos al unisonó, en ambos lados del cuello de Sir Richard Berdford, para terminar de absórbele su sangre, entrañas y despellejar hasta el último trozo del cuerpo. El resto del esqueleto le fue entregado a Darcy. —Ya sabes qué hacer con él...—Si señor el próximo Halloween habrá nueva receta. Lucien y Hellen se besaban compulsivamente, entre lametones y mordiscos repletos de sangre. Mientras, en la noche oscura de aquel castillo comenzaba a caer la primera gran nevada de Noviembre.









                                   Dedicado a Ramiro Pinilla  septiembre1923- octubre 2014 in Memoriam









Fotogramas adjuntados

Drácula by TodBrowning&Karl Freund (1931)
Black Sunday by Mario Bava (1960) 
Nosferatu: Phantom der Nacht by Werner Herzog (1979)
Queen of the Damned by Michael Rymer (2002)