El silencio del río de la vida

abril 13, 2025 Jon Alonso 0 Comments

 


A veces, tenemos delante de nosotros esos momentos de grandes oportunidades que hay que aprovecharlos o se nos escapan de las manos. Como el agua, no se pueden recoger una vez, ha sido derramada. Una figura avanza por la orilla del río Rivadavia. Un espacio grande, hermoso, de una fauna y flora realmente exquisita. No obstante, mantiene el clima familiar y tranquilo. Un enorme bosque lleno de magia y belleza prístina; envuelto  de coníferas, castaños, cipreses, cedros y hayas. Por donde pululan  martas, zorros, tejones, ginetas, comadrejas y nutrias. Y por los cordones cordilleranos águilas culebreras, gavilanes y cigüeñas blancas Al fondo, un sendero que gastaría yendo y viniendo. El aroma de la tierra húmeda  Por la tarde, en los últimos días de primavera, cae la cálida luz del noroeste patrio y asoma una silueta oscura. Obviamente, por su tamaño, sé que es Ciriaco, la leyenda: el mejor instructor de pesca de este país. Cruzo los escalones que utilizamos como atajo hacia el campamento principal y sigo el sendero que bordea el arroyo, pasando junto al estanque sombreado donde Ciriaco da sus clases de pesca. Hace un año que no lo veía y creo que este verano es la ocasión perfecta para aprender lo mejor del maestro celta. Sigo en busca de ese gran salmón, como dicen los astures; el guapetón campanu. Ciriaco es un hombre grande y bonachón, medirá sobre el 1,90, toda la gente de la comarca y provincia lo conocen por la generosidad y su conocimientos que trasmite en el arte de la pesca de río. Un personaje que siempre estará ahí, para todos los amantes del río de la vida. Soñar es gratis, pero en esta ocasión, la expectación es máxima porque me acompaña, alguien muy especial. Casualmente, he decidido que mi hija, Iriel, viniera conmigo en este viaje y se iniciara en esta noble faceta de la supervivencia del hombre desde tiempos neolíticos. Este es su primer verano en el campamento, y deseaba, que Ciriaco le diera los mejores consejos a la pizpireta adolescente. Hay que  reconocer que el grandullón está muy solicitado y todo el mundo quiere ser su amigo. Siempre está rodeado de gente, lo cuales, están muy pendientes de su dulce acento gallego. Los niños se sienten atraídos por él como por un imán y los adultos acuden en busca de consejo constantemente.



Él, escucha sin juzgar ni intentar contar su propia historia. Me he sentado, día tras día, esperando a que el pez picase, deseando tener un momento de intimidad: para exponerle mis heridas. Pero siempre hay alguien que llega primero. Es el personaje más Freudiano que he conocido en muchos veranos por la fascinante península. A la mañana siguiente, dando por hecho que Iriel, querría tomar las primeras clases de Ciriaco. Me dice:—Papi, puedo irme con Lucía a pescar. —Hija, —¿Quién es Lucía? Una niña de mi edad, pero muy divertida y sabe un montón de peces y sedales. —No me digas.—Qué, si papi. Venga! Déjame que me vaya con ella.— Vale, bien, te puedes ir. Ahora, primero, coge la caña, que no la veo y segundo: no alejéis demasiado de la vera del río. Curiosamente, ante, esa soledad, aparente de padre que se queda, a solas, sin el primer día de magisterio con el sedal y su hija. Bien, dejó a Iriel, que se marché con su amiga y unos metros dirección Este me saludan. Yo le dibujo un corazón y soplo, a modo, de envío. La emoción de un padre que ve como lo que más quiere, cada día crece más y más. De repente, me doy cuenta que Ciriaco, está apoyado en la barandilla del puente: sólo y como ensimismado. Ésta, es la mía—pensé. (Cómo han hecho otras personas este verano). Veo mi oportunidad de reclamar un bocado de su tiempo y su atención. Me quito la goma que me sujeta el pelo en una coleta y dejo que me caiga sobre los hombros. Lo observo y compruebo como se halla sumido en sus pensamientos. Mis zapatillas no hacen ruido en el puente. No se da cuenta que estoy allí hasta que mi reflejo se une al suyo en el agua. Quizá espera que pase de largo, sin pararse a hablar. Apoyo las manos en la barandilla y su reflejo me dedica una sonrisa de saludo. Sonrío hacia el agua. La superficie del lago es como una seda de Zhejiang: hermosa y adictiva. Atrapa el cielo azul que se desvanece y el rubor anaranjado del oeste, donde el sol se despide un día más. El agua, tan suave desde la distancia, se ve continuamente perturbada por la danza de un insecto o un suave soplo de aire. Nuestros reflejos, momentáneamente perfectos, se rompen y distorsionan por los pequeños movimientos.



Ambos, nos quedamos en silencio, mirando cómo el sol se refleja en el lago. La noche está llena de pequeños sonidos: el suave canto de un pájaro que se posa para dormir, el grito ronco de una rana, el ruido de las cigarras que crecerán y llenarán la oscuridad de una presencia cálida y viva. Pero aún no es de noche. Estamos atrapados en un aro de suave luz entre dos cielos. Espero hasta que el sol casi ha alcanzado las puntas de los árboles en el horizonte antes de cruzar el estrecho puente y apoyarme en la barandilla del lado opuesto, esperando. Él permanece de espaldas a mí, mirando al agua. Estoy efervescente y burbujeante por todas las cosas que quería decirle en la consulta de pesca, pero que me guardé. Siempre había alguien más que lo necesitaba: —como mi hija. Aunque, creo, que Iriel, estaba entrando en esa fase donde los salmones buscan salir de los remolinos de las aguas bravas del río para alcanzar el océano. Zoila, la chica de la secretaría del campamento, sí que necesitaba, el calor de Ciriaco, para hablarle de su divorcio o Antón, el jardinero siempre hablando de los fríos inviernos en estas tierras y como se adelantó el del año pasado. Supero un cáncer de colon hace un año. Un jabato. Ciriaco se vuelve hacia mí, de espaldas a la puesta de sol. Mi cara está iluminada por la luz del atardecer, mientras que la suya está en la sombra. Normalmente me escondo detrás de mi timidez, pero ahora siento la necesidad de revelar quién soy y preguntarle quién es. Tengo muchas preguntas: ¿Cuál es su vocación? ¿Cómo aprendió a tener un gran corazón para todos los que se cruzan en su camino? ¿Cómo se aprende todo eso? Es demasiado tarde para hacer algún comentario banal sobre la belleza de la noche. Ya hemos compartido su silencio. Aunque es difícil empezar con palabras profundas, las superficiales no servirán. No sé qué hacer…



Quiero hablar del dolor y el rechazo, de la soledad y el desamor, pero en la belleza de este momento, no parecen importar más que los duros guijarros del lecho del lago.—Quisiera decirle lo orgulloso que me siento de  mi hija, Iriel. De traerla aquí, para que la conozca y le enseñé este noble arte de los sedales y garfios. Siento la necesidad de acurrucar mi cabeza contra su pecho y sentir sus brazos a mi alrededor. Pero si intento tenerlo para mí, ¿será menos de lo que está destinado a ser? Ciriaco, de repente, espeta: —"Lo que más me gusta de la pesca es el silencio. Por eso vengo aquí por las tardes, cuando puedo".—Me quedo más anonadado. Muy feliz. Temo hablar por si perturbo algo perfecto, como una brisa en el agua; que convierte una imagen nítida en fragmentos retorcidos. Expreso mis pensamientos. —“No quiero perturbar el silencio”. —“Lo has compartido. Eso es lo que me gusta de pescar contigo. No ahuyentas a los peces parloteando demasiado. Sabes esperar en silencio”. —“Llevo esperando toda la primavera”.—“Ayy! Algún día conseguirás ese pez. Ya lo verás”— sonríe. Y cuando lo haga, “lo volveré a meter". Por favor, un Campanu! Ambos sueltan una gran carcajada en sottovoce y volvemos por enésima vez al silencio: la belleza del mutismo. —Luego, Ciriaco, se da la vuelta, tomando el camino, a su cabaña y a sus obligaciones con los niños. En este momento, el lago está tan oscuro como el cielo. Todas las cosas que quería decir y no dije ondean en mi mente como las marcas de los pies de los insectos sobre el agua. Sin embargo, le he dado lo que necesitaba a todo este mágico lugar; le he devuelto el silencio y me siento el hombre más feliz del río.

 

                                                                               FIN



                   Dedicado a Mario Vargas Llosa 18 marzo 1936/13abril 2025 In Memoriam 



Fotogramas adjuntados

 

Tiger Shark (1932) By Howard Hakws

Man's Favorite Sport? (1964) By Howard Hakws

The Edge of the World (1937) By Michael Powell

A River Runs Through It  (1992) By  Robert Redford










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