Arkam y Soren: solteros ingenuos, multiusos y serviciales

septiembre 21, 2024 Jon Alonso 0 Comments

 


Soren era típico soltero que se acercaba a la inquietante edad de los 35 años, demasiado joven  para ver lo que te queda de vida y demasiado mayor para no haber encarrilado tu existencia por el camino de Bonanza que decía el profeta de Cádiz. Estaba harto de su vida monótona, apática, y sin emociones. Ya no sabía qué hacer; solo quería algo para cambiarla. A veces, pensaba en la muerte como un remedio para dejar de sufrir. Como todas las noches, iba a su bar de toda la vida, un local que con el tiempo había derivado en un sitio mucho más chic —sin dejarte la piel por un par de copas— y tomarse su Martini con un chorrito de Absolut. Siempre, soñando y esperando, que en una de esas noches le sucediera algo. Soren era un eterno soñador —con alma de perdedor— a la espera de ese milagro que pudiera cambiar su aburrida y rutinaria vida. Esa noche, la temperatura era tan agradable, que invitaba a salir con la copa en la terraza del local. Soren se sentó en una mesa fuera del bar. De repente, vio un coche a lo lejos, muy grande y de un oscuro reluciente: una limusina. El coche disminuyó la velocidad y terminó por detenerse. Una mujer bajó, con ademanes, muy elegantes. Aquella fémina era la hembra más hermosa que Soren había visto, en sus tediosos treinta y tantos. Muy alta, pelo negro, azabache, muy largo y liso, que terminaba recogido, por la gracia, de un coletero. Sus ojos eran de un azul acero tan intenso que —cualquier terrestre—, que la mirase: se  quedaba encantado. Un cuerpo agraciado envuelto en un vestido de satén negro y unas sobrias caderas, las cuales, se  apoyaban en un cinturón formado por aros metálicos unidos por unos engarces gigantes de acero. Sus alucinantes pies, iban calzados por unos hermosos zapatos negros de Prada, con hebillas metálicas circulares y tacones muy altos que alargaban,—aún más— sus interminables piernas. Se dirigió con elegancia hacia el bar y se sentó en la mesa junto a Soren.

 



Él, estaba deslumbrado por  semejante visión, no tenía más ojos que para ella. La mujer pidió una copa de Chardonay Château Puech Haut. Soren, la miraba sin cesar y ella notó esa mirada casi desvergonzada, de un hombre inmaduro. Lo miró y le devolvió la mirada. En ese momento, Soren, se sintió avergonzado de haber sido sorprendido por ella. Ella, en cambio, no parecía en absoluto disgustada. Al contrario, se levantó y, con paso felino, puso un pie delante del otro, sosteniendo la copa de vino en la mano; se dirigió hacia él. Soren no sabía qué hacer o cómo resistir la situación. No estaba listo para alguien como ella. Se decía para dentro de él:—No es verdad, esto es un sueño. Cuando la mujer estuvo delante de él, puso las manos sobre su mesa e inclinándose hacia delante, casi tocándole los labios, sonó una voz grave y etérea:”—¿Le molesta?”. Él, avergonzado, respondió, tartamudeando a trallazos: —“No, no, no, en absoluto, qué no. Siéntate, por favor”. La mujer se acomodó. Era simplemente maravillosa. Pasaron casi toda la noche hablando mucho y descubriendo tanto de los intereses comunes que concertaron una cita para la noche siguiente y otras más, que llegaron a posteriori. Soren estaba tan obsesionado con esa mujer misteriosa que empezó a pensar que su vida podría haber tenido un giro interesante, hace mucho más tiempo del deseado. Se preguntaba: —¿por qué ahora y no antes? Lilin, así se llamaba esa visión. Hasta que en una de las largas veladas nocturnas de copeo, Soren, se lanzó. Preguntándole  si podían verse durante el día, pero ella respondió que estaba muy ocupada durante las mañanas. Lilin, se dio cuenta que esa respuesta le había hecho mella. Observó, una luz triste en sus ojos y le propuso pasar la noche en su casa, en la próxima cita. Soren sintió la emoción y la adrenalina del niño, en el día de Reyes, ante su primera cita intima, de verdad.



Había llegado el día en el que iría a verla y estaba ansioso por la sensación de ese encuentro, algo más congenioso. Esperaba a que cayera la noche. Mientras tanto, se cambió de ropa varias veces para ver qué le quedaba mejor. Estaba indeciso, como un adolescente, el día de su primera cita con la chica más encantadora de la clase. Finalmente,  se dirigió al bar y, como todas las noches, se sentó a la mesa, de costumbre, y pidió su Martini, de turno, tocadito con unas gotas de Absolut. Pocos minutos después llegó la enorme limusina. Lilin,  bajó la ventanilla y, asintiendo, llamó a Soren. Él, se levantó, dejó el dinero del Martini sobre la mesa y se dirigió, frenético, hacia el automóvil. Subió, cerró la puerta y el chófer comenzó a conducir con firmeza y garbo. Lilin lo acomodó de inmediato, le ofreció una copa y le dijo que estar a su lado le daba una sensación de nueva vida. Después de una hora de viaje, por diferentes itinerarios que Soren, desconocía y nunca hubo recorrido, pues, nunca los  había visto; llegaron a las proximidades de una villa aislada. La puerta se abrió y el coche entró. Después de recorrer la avenida iluminada, se dirigió hacia la entrada y se detuvo delante. Soren y Lilin bajaron de la limusina. Algo, extraño, no paraba de rondarle, por la cabeza a Soren. Y es que a lo largo del trayecto, nunca pudo verle la cara al conductor que tan bien condujo hasta la misteriosa villa. Visto y no visto, cuando mirando  por la ventanilla —medio bajada— del lado del conductor, vio un perfil con una profunda cicatriz en la cara. Luego, entraron a la casa, pues, el portal estaba abierto. Se encontró con una villa de dos pisos, con un estilo muy Bauhaus, muy grande y grandes vanos y espacios. Un escalón lateral se le presentaba. Soren le preguntó a Lilin si alguien más vivía allí. No podía creer que ella viviera sola en esa casa tan grande. Y le pregunto:—Vives con alguien, más. —“No, sólo yo y el mayordomo”, y dijo de nuevo con un suspiro: —“Nunca hay nadie que me haga compañía”. Lilin lo puso en el sofá del gran salón.



 

Una figura masculina, vieja y temblorosa les trajo una bebida. Soren se maravilló de la edad del mayordomo. Por un momento, pensó en Sunset Bulevard y Eric Von Stroheim —“tendrá más de cien años”. Pero inmediatamente después se dejó distraer por las curvas de Lilin, quien, después de ofrecerle un Martini con Vodka y ponerlo cómodo, le invitó a unirse a ella en su habitación. Ella fue hacia la escalera y comenzó a subir. Llegó a la habitación y dejó la puerta abierta. Soren todavía no se creía semejante invitación. Él también se dirigió hacia las escaleras, pero su atención se sintió atraída por los ruidos que provenían del jardín. Miró por la ventana y vio a un hombre cavando un hoyo. No se dio cuenta y él también subió. Llegó a la habitación y abrió la puerta. Lilin estaba acostada en la cama, parcialmente envuelta en una sábana de seda negra que dejaba entrever su hermoso cuerpo desnudo. Él se desnudó y se acercó a ella. Empezó a acariciarla. Ella se dejaba llevar, parecía gustarle. Pero en un momento dado, Lilin lo alejó de sí y, mirándolo a los ojos, dijo: —“Sabes, Soren, mi belleza tiene un precio” y diciendo esto lo besó en los labios.

—Soren abrió los ojos. Sentía que se le acababa el aliento. No entendía lo que estaba pasando. De repente, notó una enorme debilidad y se desmayó. Cuando se despertó vio a su lado ropas de mayordomo. Se miró en el espejo junto a la cama y vio reflejada la figura de un anciano, que podría tener unos ochenta y cinco años. Se quedó espantado hasta que la voz de Lilin, procedente del salón, dijo: “Soren, tráenos un par de Matinis con Vodka”. Soren bajó las escaleras con mucha dificultad. Vio a Lilin en el salón hablando con alguien. Tomó la botella, dos vasos, los puso en la bandeja y se acercó a ellos. También entonces vio un tipo extraño de perfil con una gran cicatriz y reconoció, en el huésped, al conductor. Lilin, mirando a Soren, le dijo:—Cariño! “Te presento a Arkam, él es mi súcubo”. Arkam se levantó, tomó el saco negro que había detrás de la puerta, por el que se podía ver el cuerpo podrido del viejo mayordomo, y se dirigió al jardín. Había un agujero muy jugoso de unos dos metros bajo tierra. Lilin aseveró:—Nadie los hace tan perfectos como el sagaz Arkam, te lo juro. Bizcochín, nos lo vamos de miedo!

 

                                                                  

                                                                      FIN



                Dedicado a John John David Souther Noviembre 1945/Septiembre 2024 In Memoriam  

 


Fotogramas adjuntados

 

 

The Queen of Spades (1949) By Thorold Dickinson

Blade af Satans bog (1921) By Carl Theodor Dreyer

The Entity (1982) By Sidney J. Furie

Suspiria (1977) By Dario Argento

 







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