Arkam y Soren: solteros ingenuos, multiusos y serviciales
Soren
era típico soltero que se acercaba a la inquietante edad de los 35 años,
demasiado joven para ver lo que te queda
de vida y demasiado mayor para no haber encarrilado tu existencia por el camino
de Bonanza que decía el profeta de Cádiz. Estaba harto de su vida monótona, apática, y sin emociones. Ya no sabía qué hacer; solo quería algo para cambiarla. A
veces, pensaba en la muerte como un remedio para dejar de sufrir. Como todas
las noches, iba a su bar de toda la vida, un local que con el tiempo había
derivado en un sitio mucho más chic —sin dejarte la piel por un par de copas— y
tomarse su Martini con un chorrito de Absolut. Siempre, soñando y esperando,
que en una de esas noches le sucediera algo. Soren era un eterno soñador —con
alma de perdedor— a la espera de ese milagro que pudiera cambiar su aburrida y rutinaria vida. Esa noche, la temperatura
era tan agradable, que invitaba a salir con la copa en la terraza del local.
Soren se sentó en una mesa fuera del bar. De repente, vio un coche a lo
lejos, muy grande y de un oscuro reluciente: una limusina. El coche disminuyó
la velocidad y terminó por detenerse. Una mujer bajó, con ademanes, muy elegantes.
Aquella fémina era la hembra más hermosa que Soren había visto, en sus tediosos
treinta y tantos. Muy alta, pelo negro, azabache, muy largo y liso, que
terminaba recogido, por la gracia, de un coletero. Sus ojos eran de un azul
acero tan intenso que —cualquier terrestre—, que la mirase: se quedaba encantado. Un cuerpo agraciado
envuelto en un vestido de satén negro y unas sobrias caderas, las cuales, se apoyaban en un cinturón formado por aros
metálicos unidos por unos engarces gigantes de acero. Sus alucinantes pies,
iban calzados por unos hermosos zapatos negros de Prada, con hebillas metálicas
circulares y tacones muy altos que alargaban,—aún más— sus interminables
piernas. Se dirigió con elegancia hacia el bar y se sentó en la mesa junto a Soren.
Él,
estaba deslumbrado por semejante visión,
no tenía más ojos que para ella. La mujer pidió una copa de Chardonay Château
Puech Haut. Soren, la miraba sin cesar y ella notó esa mirada casi
desvergonzada, de un hombre inmaduro. Lo miró y le devolvió la mirada. En ese
momento, Soren, se sintió avergonzado de haber sido sorprendido por ella. Ella,
en cambio, no parecía en absoluto disgustada. Al contrario, se levantó y, con
paso felino, puso un pie delante del otro, sosteniendo la copa de vino en la
mano; se dirigió hacia él. Soren no sabía qué hacer o cómo resistir la
situación. No estaba listo para alguien como ella. Se decía para dentro de
él:—No es verdad, esto es un sueño. Cuando la mujer estuvo delante de él, puso
las manos sobre su mesa e inclinándose hacia delante, casi tocándole los
labios, sonó una voz grave y etérea:”—¿Le molesta?”. Él, avergonzado, respondió,
tartamudeando a trallazos: —“No, no, no, en absoluto, qué no. Siéntate, por
favor”. La mujer se acomodó. Era simplemente maravillosa. Pasaron casi toda la noche hablando mucho y descubriendo tanto de los intereses comunes que concertaron
una cita para la noche siguiente y otras más, que llegaron a posteriori. Soren
estaba tan obsesionado con esa mujer misteriosa que empezó a pensar que su vida
podría haber tenido un giro interesante, hace mucho más tiempo del deseado. Se
preguntaba: —¿por qué ahora y no antes? Lilin, así se llamaba esa visión. Hasta
que en una de las largas veladas nocturnas de copeo, Soren, se lanzó.
Preguntándole si podían verse durante el
día, pero ella respondió que estaba muy ocupada durante las mañanas. Lilin, se
dio cuenta que esa respuesta le había hecho mella. Observó, una luz triste en
sus ojos y le propuso pasar la noche en su casa, en la próxima cita. Soren
sintió la emoción y la adrenalina del niño, en el día de Reyes, ante su primera
cita intima, de verdad.
Había llegado el día en el que iría a verla y estaba ansioso por la sensación de ese encuentro, algo más congenioso. Esperaba a que cayera la noche. Mientras tanto, se cambió de ropa varias veces para ver qué le quedaba mejor. Estaba indeciso, como un adolescente, el día de su primera cita con la chica más encantadora de la clase. Finalmente, se dirigió al bar y, como todas las noches, se sentó a la mesa, de costumbre, y pidió su Martini, de turno, tocadito con unas gotas de Absolut. Pocos minutos después llegó la enorme limusina. Lilin, bajó la ventanilla y, asintiendo, llamó a Soren. Él, se levantó, dejó el dinero del Martini sobre la mesa y se dirigió, frenético, hacia el automóvil. Subió, cerró la puerta y el chófer comenzó a conducir con firmeza y garbo. Lilin lo acomodó de inmediato, le ofreció una copa y le dijo que estar a su lado le daba una sensación de nueva vida. Después de una hora de viaje, por diferentes itinerarios que Soren, desconocía y nunca hubo recorrido, pues, nunca los había visto; llegaron a las proximidades de una villa aislada. La puerta se abrió y el coche entró. Después de recorrer la avenida iluminada, se dirigió hacia la entrada y se detuvo delante. Soren y Lilin bajaron de la limusina. Algo, extraño, no paraba de rondarle, por la cabeza a Soren. Y es que a lo largo del trayecto, nunca pudo verle la cara al conductor que tan bien condujo hasta la misteriosa villa. Visto y no visto, cuando mirando por la ventanilla —medio bajada— del lado del conductor, vio un perfil con una profunda cicatriz en la cara. Luego, entraron a la casa, pues, el portal estaba abierto. Se encontró con una villa de dos pisos, con un estilo muy Bauhaus, muy grande y grandes vanos y espacios. Un escalón lateral se le presentaba. Soren le preguntó a Lilin si alguien más vivía allí. No podía creer que ella viviera sola en esa casa tan grande. Y le pregunto:—Vives con alguien, más. —“No, sólo yo y el mayordomo”, y dijo de nuevo con un suspiro: —“Nunca hay nadie que me haga compañía”. Lilin lo puso en el sofá del gran salón.
Una
figura masculina, vieja y temblorosa les trajo una bebida. Soren se maravilló
de la edad del mayordomo. Por un momento, pensó en Sunset Bulevard y Eric Von
Stroheim —“tendrá
más de cien años”. Pero inmediatamente después se dejó distraer por las curvas
de Lilin, quien, después de ofrecerle un Martini con Vodka y ponerlo cómodo, le
invitó a unirse a ella en su habitación. Ella fue hacia la escalera y comenzó a
subir. Llegó a la habitación y dejó la puerta abierta. Soren todavía no se creía semejante invitación. Él también se
dirigió hacia las escaleras, pero su atención se sintió atraída por los ruidos
que provenían del jardín. Miró por la ventana y vio a un hombre cavando un
hoyo. No se dio cuenta y él también subió. Llegó a la habitación y abrió la
puerta. Lilin estaba acostada en la cama, parcialmente envuelta en una sábana
de seda negra que dejaba entrever su hermoso cuerpo desnudo. Él se desnudó y se
acercó a ella. Empezó a acariciarla. Ella se dejaba llevar, parecía gustarle. Pero
en un momento dado, Lilin lo alejó de sí y, mirándolo a los ojos, dijo: —“Sabes,
Soren, mi belleza tiene un precio” y diciendo esto lo besó en los labios.
—Soren
abrió los ojos. Sentía que se le acababa el aliento. No entendía lo que estaba
pasando. De repente, notó una enorme debilidad y se desmayó. Cuando se
despertó vio a su lado ropas de mayordomo. Se miró en el espejo junto a la cama
y vio reflejada la figura de un anciano, que podría tener unos ochenta y cinco años. Se
quedó espantado hasta que la voz de Lilin, procedente del salón, dijo: “Soren,
tráenos un par de Matinis con Vodka”. Soren bajó las escaleras con mucha
dificultad. Vio a Lilin en el salón hablando con alguien. Tomó la botella, dos
vasos, los puso en la bandeja y se acercó a ellos. También entonces vio un tipo
extraño de perfil con una gran cicatriz y reconoció, en el huésped, al
conductor. Lilin, mirando a Soren, le dijo:—Cariño! “Te presento a Arkam, él es
mi súcubo”. Arkam se levantó, tomó el saco negro que había detrás de la puerta,
por el que se podía ver el cuerpo podrido del viejo mayordomo, y se dirigió al
jardín. Había un agujero muy jugoso de unos dos metros bajo tierra. Lilin
aseveró:—Nadie los hace tan perfectos como el sagaz Arkam, te lo juro. Bizcochín, nos lo
vamos a pasar de miedo!
FIN
Dedicado
a John John David Souther Noviembre 1945/Septiembre 2024 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
The Queen of Spades (1949) By Thorold Dickinson
Blade af Satans bog
(1921) By Carl Theodor Dreyer
The Entity (1982) By Sidney J. Furie
Suspiria (1977) By
Dario Argento
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