El rey de Ítaca bajo la piel del andén Hispania
El
tren regurgitó su ración de pasajeros en el andén. Nadie notó al anciano medio
acostado, medio sentado en el nicho; era invisible a todos los sentidos. No detectaron un olor acre que emanaba de
su ropa, un húmedo perfume, un olor frío a muerte y descomposición. Tampoco
escucharon sus silbantes respiraciones, mientras luchaba por inhalar el aire
mohoso infundido por el humo quemado de los pesados discos metálicos y la
transpiración de muchos miles. Sí, lo vieron. Como se ve una bolsa de basura
en la calle; no lo recoges. Simplemente lo reconoces como algo malo, algo
sucio, algo que desearías que sencillamente no estuviera allí. Nadie se dio cuenta del pequeño gato negro.
Estaba escondido debajo del largo abrigo andrajoso del anciano, tan
haraposo y gastado como la misma prenda.
El gato tenía
hambre y a pesar del calor de la estación sentía frío en su diminuto cuerpo. El
anciano buscó en uno de sus bolsillos largos e insondables. De repente, sacó
un sándwich. El pan estaba tieso y la carne se había endurecido pero sabía por
experiencia que todavía era comestible. Separó el pan de la carne y deslizó
esta última dentro de su abrigo, donde el gato la devoró. El viejo comió el pan; era como ceniza en su boca seca. Quería
desesperadamente un trago de agua fresca de un arroyo prístino, pero sus
piernas pesaban demasiado. Muy cansadas para levantarlo del suelo. Sintió que la criatura
se movía debajo de su chaqueta y se sumía en un sueño sin sueños. Duerme, un
poco, amigo —dijo con ternura y cerró el
abrigo.
La
danza de la estación de metro continuaba sin cesar encima y a su alrededor. A
veces, se le aparecía como a cámara lenta ante sus ojos. Otras veces era como si el mundo pasara saltando, al igual que una
aguja diamantina, en un disco rayado. Daba igual. Eran la una, las dos, las tres, de día o de noche, siempre
sonaba la misma música. Qué esto termine así, amigo. —dijo el anciano al gato dormido: “yo, Odiseo, el rey de Ítaca, conquistador de Troya, el oficial, el
viajero, el inteligente, aquel que creo el caballo de Troya, que capturo al
vidente Heleno. Ahora, en mi exilio, he terminado mis días aquí, con sólo una
pequeña criatura perdida para consolarme y acompañarme en mi camino por la
corrupta Hispania”. El anciano sintió
que las últimas fuerzas que le quedaban se filtraban desde sus huesos a la helada
tierra, que tenía debajo del torcido suelo. Abrazó fuertemente a la
criatura bajo su abrigo, ella también estaba perdiendo la lucha por la vida.
El
rey de Ítaca, el astuto embaucador de los troyanos, cerró los ojos; estaba más
allá del llanto, mucho allá del
dolor y del lejano amor. Nunca había
llegado a casa, nunca había vuelto a ver su rostro, nunca había visto a su hijo
crecer hasta convertirse en un hombre; todas eran sempiternas maravillas presumidas
de un pretérito desvencijado poeta que habló con los Cimerios. Aquí donde los
jueces ejercen violencia de género y esnifan Keta. Maldita Hispania me
siento como el porquero Eumeo. Duerme, amigo mío —dijo, todavía con sus brillantes ojos de fuego cerrados, mientras
sentía el cuerpo de la pequeña criatura adentrarse suavemente en la noche eterna.
Anhelaba unirse a él, allí. Dejar de
deambular, terminar todos los perennes días, pero sabía que no era así. El
anciano murió, sólo un anciano más, un vagabundo, un humano indigente, un alma
perdida y sin nombre en la gran ciudad de eso que siempre está vacío en farisea
Hispania. Pero en algún lugar, en otro sitio lejano, puede que renazca el
Rey de Ítaca.
Dedicado
a José María Carrascal diciembre 1930/noviembre 2023 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
Il
ratto delle Sabine 1910 By Ugo Falena
Death
Line (Raw Meat) 1987 By Gary Sherman
The
Kid 1921 By Charles Chaplin
Gatto
nero 1981 By Lucio Fulci
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