Hedda y Louella, víboras estilográficas
Es
curioso esto del radio macuto cada minuto un rumor y un bulo, más ahora con el
redil de la red social. ¿Pensaban Uds. que la prensa del higadillo la
inventaron Mariñas, Matamoros, Marchante, Lozano, y el eurovisivo J.J. Vázquez?
Pues, siento desilusionarles. Pero va a ser que no. Hace muchos años en el
viejo, dorado, seductor y excesivo Hollywood hubo dos mujeres con más peligro
que un Puma dentro de un Parvulario. En el machista mundo de los gloriosos
estudios en Vanityland, ese par de féminas tenían suficiente poder para hacer que los
jefes de las majors echasen a correr o lamerles sus tacones, nada más verlas.
Estas mujeres no eran productoras o comisarias políticas del capitolio.
Hablamos de Louella Parsons y Hedda Hopper
dos perfiles de mujeres diferentes, pero con un denominador común: la tinta
letal de sus Montblanc. Aquella tinta tenía más poder destructivo que los
misiles balísticos del último desfile de Putin en el día de la victoria. Eran
los tiempos donde el oficio de plumilla pertenecía al macho por excelencia. Ellos tenían patente de
corso en esto de la prensa del higadillo. Hasta que de la noche a la mañana
—dentro del periodismo norteamericano— irrumpen estas mujeres, las cuales,
dejaron una huella indeleble en infinidad de publicaciones del showbusiness
contemporáneas a día de hoy.
Ambas
plumas afiladas y viperinas tenían sus propias zonas reservadas en diarios,
tabloides y demás papel cuché amarillista como “Confidential”. Hasta llegar a
sus columnas de variedades y crítica social en LA Times y el Examiner de SF y un sinfín de
medios avalados por el magnate de la comunicación W.R. Hearst. Hablaban,
apuntaban, avergonzaban e injuriaban a todo actor y actriz que se les ponía por
delante. La filosofía del producto; todo vale. La cuestión era hacer caja. Estaban
en la cima. Nadaban en la abundancia, con unos salarios que llegaron a
formalizar por unos 250.000 dólares anuales. No por ello, no despreciaban
aquellos regalos de los aludidos y aludidas en sus vehementes columnas. Hablar
de sus vidas daría para una tesis doctoral y últimamente, entre mi
arteroesclerosis aortica y mi adicción por el minimalismo voy más rápido que el expreso de Cardiff en
palabras.
El
olfato de estas hienas era igual de preciso que una berlina germana. De este
modo, los famosos procuraban llevarse bien con Parsons y Hopper, por si las
moscas. Cuando las autoridades preguntaron a Bob Hope a quién debían avisar en
caso de que resultase herido o muerto mientras actuaba para las tropas durante
la Segunda Guerra Mundial, respondió bromeando:“Joder, a Louella Parsons. Nunca me lo perdonaría si no fuese la
primera en enterarse”. Lana Turner, que nunca tuvo las de ganar con ellas,
describía el modo en que las celebridades tenían que rendir sometimiento a las
columnistas de pro. “Aceptaban sobornos, regalos y tenían sus favoritos, y que
Dios te ayudase si alguna vez se enfadaban contigo”. “Ah!, y sé amable con Louella, si está de mal humor: dale dulzura, hazla
reír. Si no lo hacías, se lanzaba sobre ti en su columna y ya no te
soltaba”(Sic). Como Peter Sellers explicaba
al Hollywood Reporter: “Para hacer
felices a estas serpientes de cotilleos, tenías que ponerte un traje de barras
y estrellas; colgarte del cuello una placa que dijese: Amo Hollywood; llevarlas
a cenar; comprarles rosas; limpiarles el polvo de los zapatos y declarar: “Te
quiero. ¡Os quiero a todas!”(Sic). Tal vez el hit parade sobre las
anécdotas del poder de ambas víboras se resumiría en el affaire con un afamado
productor —que aprendió de la peor forma— que hacer regalos podía tener un
efecto contrario al deseado.
Después
de enfrentar a Hedda y Louella entre sí, compró por separado unos bolsos de
mano carísimos. Enviándolos con una nota. Lo chocante de la situación, es que
los paquetes se enredaron. Hedda recibió el mensaje de Louella y viceversa. La
primera le telefoneó y quitó importancia al asunto, pero Louella estalló en
colera. Esa era la tónica generalizada entre bambalinas de las majors y las dos
corales. El soborno continuado; ¿qué se creían que la Gürtel se inventó en el
Diario del fashion de los tirantes de Doña Agatha Ruiz de la Prada? No. Ahí
estaba Hedda Hopper, jactándose de su
casa de Tropical Drive, en Beverly Hills, como “la casa que creo el miedo”.
Samuel Goldwyn comentó una vez que Louella Parsons era más fuerte que Sansón. “Él necesitó dos columnas para derribar el
templo. Pero Louella puede hacerlo con una” (sic). Podría seguir aquí
animando el patio con un montón de chascarrillos que harían las delicias del
personal. No obstante, les haré la recomendación pertinente en la coda del
post, que suelo hacer, a lo largo de todas las publicaciones del IBP, con la
biografía adjuntada para que se acerquen a estas víboras con aroma a Dior y
sabor a almizcle. Recuerdo que en español no hay ningún libro que esté a
la altura de tan exquisitos personajes. No obstante, intenten hacer un esfuerzo
con las sugerencias. Merece la pena. Y no se olviden de un consejo, personal, para
ser periodista, no sirve ser una buena persona. Ahí, estás muerto en este
negocio. Palabra de Poison
Dedicado a
H. R. Giger 1940/2014 in Memoriam
Biografía consultada y recomendada:
The
Whole Truth and Nothing But by James
brough & hedda Hooper Ed. Doubleday (1963)
Hedda
and Louella: A Dual Biography of Hedda Hopper & Louella Parsons by George
Eealls Ed. G.P. Putnam's Sons (1972)