Tranvía de verano desde Coney Island a la Malvarrosa
Dicen que Little
Fugitive (1953) es un documento muy valioso. Algo así como "el eslabón
perdido en la historia del cine moderno" y los inicios de la Nueva Ola,
una película que escapa a la lógica clásica del guion para dar expresión a la
gracia de la infancia. Ni siquiera los geniales Ashley, Engel y Orkin sabían
que estaban creando magia. Algo así, como el misterio de Atapuerca en el
revolotum protohomínido. La cuestión no era esa, —podemos quitarle la tilde al
demostrativo, lo dice la RAE—precisamente, este verano ha sido un ir y venir en Metro/tranvía. Creo que ayer por la noche volví a ver esta
pequeña obra maestra. Una delicia en este siglo XXI comprobar la magnificencia de ese
invento llamado aire acondicionado. El runrún de la hipotensión me ha dejado
por la cabeza resquicios de mi amada infancia.
Bien, estos son los acontecimientos ocurridos en aquel
fascinante día. Finales de julio, a 33 grados y un 70% de humedad relativa; la
camiseta pegajosa y arrugada. Vulturno era el dueño de la ciudad. Aquella tarde decidí darme una vuelta por Coney
Island. Caminaba por la calle 8 del
parque cuando de repente vi como un taxi amarillo, que cruzaba por la sexta a toda pastilla, y
¡crash! Chocó contra el chiringuito de los perritos calientes. El conductor, un
sij con vaqueros rotos había atropellado a Emiliano, el hondureño de carácter
afable y servil con los tubos de mostaza. Su cuerpo yacía en el asfalto con las
piernas giradas de lado y la cabeza llena de sangre.
Sirenas, ambulancias y un gran
gentío se acercaba hasta la esquina del carrito de los hot dogs. Miré de
refilón su sonrisa giocondesca mientras era atendido por los paramédicos de urgencias. No lo recuerdo bien y del aturullado y
lacrimoso sij, no sé qué fue de él. Pero la parroquia, quería el turbante y
bramaba en egipcio. De repente, vi como el déjà vu me trasladaba a pie de andén
en la estación de Orriols, dirección
playa de la Malvarrosa y me di cuenta, que estaba solo en el vagón. El tranvía
se dirigía hacia sus correspondientes paradas, pero no había pasajeros. Seguí
el viaje —ensimismado— recordando los días de arena, olas y cubo playero. Todos
los veranos son distintos y tienen alguna historia que rememorar.
Deseaba la calidez de la voz de
mi madre, el tacto de los suaves pechos de mi vecina y mirar por donde el azar
interrumpiera una tormenta de verano. Mientras saboreaba una buena rodaja de sandía
contemplaba el fondo del horizonte: todo era infinito. Por un momento, me
invadió un deseo de eliminar a toda la gente de la orilla con mi Colt. Pero se
hartaba un empeño demasiado costoso. El humo de sus cigarrillos, el sabor de
aquellos gruesos y almibarados labios en mi boca. El
contacto de su piel abrasiva como un paladar oscuro en las noches de akerrales
vírgenes por San Juan. La añoranza del lomo de la yegua que cabalgábamos
juntos; tus shorts y tus carcajadas.
El tranvía partió y los
anfitriones agitaban sus brazos. Los más osados perseguían con la mirada a los
viajeros de turno. Algunos corrían junto al andén, en un esfuerzo por
capturar al ser querido. La misma
emoción que ellos sentían, desconociendo la situación en que aquellos se encontraban,
junto a los sempiternos desconocidos de todos los veranos. Únicamente, debían
responder con una sonrisa forzada. Los más entusiastas movieron los
brazos, incluso amagaron con levantarse de sus asientos, pero tenían una
desventaja adicional, ya que debían cortar de improviso su bonus de felicidad
al no ver el oscuro objeto de su gozo.
En el apeadero, los otros, en
cambio, marchaban y se reunían con personas amigas, que explayarían fingidas
alegrías y las venderían por otras. Me
desperté, el corazón latía algo más rápido que de costumbre. La sábana bajera
estaba empapada de sudor. En la mesilla vi envolturas de caramelos, piruletas y
mondas de sandía rallada. También una caratula de blu-ray, con el título;
“Little fugitive” (1953) Me gusta el
tranvía, mi ciudad y jugar de delantero
centro. El entrenador dice que el próximo verano de 2014 estaré listo. La noche
se hace americana por obra de Truffaut, he vuelto para quedarme en la tierra.
Dedicado a Elmore Leonard 1925-2013 in memoriam
Fotogramas del film "Litlle
Fugitive" (1953) by R. Ashley, M. Engel & Ruth Orkin
P.S.; Hemos vuelto, no sé si con la pilas cargadas. No hemos hecho
nada. Ni leer, ni ver cine, ni ilustración de reliquias turísticas. Sólo me he
perdido en las olas del mar y su música. Por cierto, nos hemos hecho un lighting; estamos muy guapos. Más espirituales y materialistas. Por cierto, Google no ha ganado la partida.
Disfruten y nos vemos en el mismo sitio. En Septiembre más...