Las Hermanas de Havilland y el color verde Heineken
¿Quién no ha escuchado la manida frase?, “Se
puso verde de envidia”. Honestamente, no sé el porqué de esta atribución a
semejante pecado. Descartes
fue quien apreció tan pustulosa imperfección, a modo forense C.S.I. Concluyó:
“la envidia arroja la bilis amarilla, que proviene de la parte inferior del
hígado, y la negra, que sale del bazo y se esparce en el corazón por medio
de las arterias". Empero, como en el bazo no se forma ninguna clase de bilis —en
su discurso— del célebre galo. No merece la pena anhelar su física. Lo que es obvio, es que la maldita envida ha
traído largos quebraderos de cabeza a gentes notables y por ende, a la mediocre
plebe. Pecado de tez sibilina y espinosa detección. Se habrán dado cuenta, lo
raro que es escuchar a alguien confesar que tiene envidia. Eso sí, los medios
de comunicación han aceptado de muy bien ver lo de “envidiable”. Sea del pelaje
o color que sus buenas madres parieron. Después están los celos, que es el
eufemismo de todo el maldito embrollo para llegar a la aurora de estos males;
Abel y su hermanito Caín. El último, no pudo más y ¡plas!, lo fulminó. ¿Sabían
que la divina Marilyn le cogió gato a los ojos violeta, de la Taylor por el
millón de pavos que cobraría en el papel de reina de Egipto junto al Marco
Antonio galés? No estuvo mal su jugada.
Menudo desnudo —histórico— nos dejó a los
presentes, antes de irse a los cielos con su Chanel Nº5. Nunca se les hubiera
imaginado a los publicistas de Mad Men, que la refrescante cerveza holandesa
haya dado en el clavo con el “Piensa en verde”. Ahora la nueva botella de
Heineken es más fluorescente e intenta alejarse de su viejo verde oliva más
oscuro, por aquello del cartesiano y la buena dicha a un mundo más
esperanzador. Una pena para aquellos devoradores de celos: los mecánicos de la
felicidad cerebral. Pobres chicos, empecinados en vendérnoslos el ardid como una
falta de autoestima y seguridad personal. Bien, la verdad que también es mala
suerte, que las hermanas de Havilland no hayan resuelto sus diferencias deleitándose
con una rubia verde bien espumosa. Su relación es y sigue siendo el hit parade
de todos los affaires más enfermizos, del pecado venial o celos para los
reticentes. La Fontaine o de Havilland —rivales hasta la extenuación— han hecho
de esta patología adelfofóbica el
vademécum del Centro Monte Sinaí.
Olivia de Havilland y Joan Fontaine. Hijas
del abogado británico, Walter de Havilland
y la actriz Lilian Auguste Ruse, que se ganó la vida con el nombre
artístico de Lilian Fontaine. Si los hijos son como los melones, imagínense los
progenitores. El ínclito letrado salió muy viajero y por razones profesionales
la familia se instaló en el Imperio del Sol. El matrimonio ya estaba tocado y
la rubeola cazó a Joan. Los médicos sugirieron un traslado a USA. La pareja no lo dudó un instante; nos separamos. Tú a los EE.UU y yo aquí con mi kimono. Lilian
crio a las hermanas en excelsos colegios de la soleada California, donde dieron
buena fe de la inteligencia que guardaban Olivia y Joan. Esta última, pulverizaba los test de inteligencia. Lo demás, para aquellos que rebosan
grandes conocimientos de eso llamado cine y chascarrillos; lo conocerán de
sobra. Sin embargo, vamos a simplificarlo; la madre animó en primera instancia
a Olivia a hacer carrera en el Hollywood dorado y después, Joan que no le iba a
la zaga, cambió su apellido original por el de Fontaine, recuperando el nombre
artístico de su progenitora.
Pero, su carrera no terminaba de arrancar,
cuando de reojo veía que su hermana se iba para arriba como Induráin antaño en
el Tourmale. Su nombre ya había hecho historia en el mítico film de Fleming y
el productor D. Selznick. Las vueltas y venidas de la vida, hicieron que un día
se dieran de bruces el lince productor y la ladina Joan. Bebiendo, fumando y
charlando comentaron los días de casting del pelotazo “Lo que el viento se llevó”
y como ella, estuvo a punto de ser Melania. Pues bien, lo tuvo claro y le
asevero a D. David. “Ese papel de pava sólo lo podía hacer mi santa hermana”.
La cuestión es que de la noche a la mañana estaba trabajando con el halcón Hitchcock
en “Rebeca” y posteriormente en “Sospecha”. La cosa es que las dos eran buenas
de cojones y el asunto terminó en una
doble nominación. La prensa del higadillo estaba expectante en el backstage de
los elegidos.
Ahí, en ese instante se cruzaron ambas
hermanitas y cuando Olivia intenta felicitar a Joan, ésta levantó la barbilla pasando
—olímpicamente— de la sempiterna Melania. Dicen quienes las conocen que ese
odio las mantiene vivas a los 96 y 95 años: no quieren perderse el placer de
enterrar una a la otra. Al final, siempre nos quedará la sospecha de que el
genio “Hicht” estaba detrás de todo este affaire y le dijo a la Fontaine. —Cuando
veas a tu hermana, atenta al guion: —"Me gustaría saber tu secreto para
conservarte tan vieja, Melania". ¿Quién quiere la paz con estas dagas? La empresa de pacificación puede ser tan deprimente,
como en los mejores años de sus vidas para haberse tomado una rubia holandesa y
dejar rencillas. Al final, todo se va a reducir a la acción de un pisapapeles
mental entre las piernas. Vayan Uds a saber… Igual lo descubren. Tippi Hedren
que era una rubia —no de bote— daría buena fe de la bilis de D. Alfredo. Yo, con el
permiso de todos Uds. Me tomaré una Heineken
a la salud de sus interpretaciones e intentaré no pensar en verde.
Dedicado a mi sobrino, Mario Alonso 10/Julio/ 2013-¿?) y Doris Lessing (Octubre 1919-Noviembre 2013)