Hollywood Confidential; PSH y el centenario de Burroughs
Hollywood siempre se ha ufanado de grandes loas y miserias,
en torno a la desgracia del suicidio. La colina de las vanidades es demasiado
orgullosa. Su inmenso ego es capaz de lamotearse el más mínimo de sus estigmas.
Cacareadísima está siendo la triste perdida del actor de Fairport (NY), Philip
Seymour Hoffman. Una víctima más, al largo elenco de fallecidos por sobredosis
de opiáceos o sustancias psicotrópicas. Las muertes de todas estas grandes
estrellas, se han caracterizado por el mutismo que las envuelve. Desde el mito
por excelencia, Marilyn Monroe, pasando por el primer suicidio del cine mudo:
el inefable Max Linder. O la triste,
Carol Landis, que siendo la novia destrangis del ínclito Rex Harrison: no
aguanto más y el Sercobarbital hizo el resto. O el francés, Charles Boyer que
tras el afligimiento por la muerte de su esposa, decidió que el Seconal
haría un buen trabajo. Caso, excepcional, fue el de la hija del puto amo, John
Barrymore: Diana Barrymore, actriz sin mucha fortuna. Un par de años antes, de
la divina de las divinas, puso fin a su vida con un gran cóctel de alcohol y
barbitúricos.
Corría el año, 1962, cuando falleció el icono más Hollywoodense de la historia
del siglo XX, Marilyn Monroe. Feneció entre alcohol, los barbitúricos y mil
misterios que siguen haciendo de la bella Norma, un filón de oro. Hasta llegar
al talentoso y exótico chico australiano, Heath Ledger. A modo de broma
macabra, ni en su mejor papel cinematográfico: el malvado bufón de Joker, nadie
lo hubiera imaginado. El bello, Heath, acabó con su vida tras un intenso combinado de farmacia que haría las
delicias de una Unidad de reanimación hospitalaria, y así hasta llegar a un
largo etcétera. Pues, la lista de las decisiones amargas y las perdidas amadas
es demasiado larga. Ya ha llovido. Empero, cambiemos el plano en un ejercicio
de entre lo funambulesco y el couché grotesco; la piel de toro y su esperpento
cañí: Carmina Ordóñez, Antonio Flores o Enrique Urquijo (estos últimos músicos
con un gran legado). Añadimos una de las tantísimas listas de ilustres adictos
que irían desde las fallecidas: Marisa Medina y Amparo Muñoz por enfermedades
de tipo crónico. Y los que andan en activo; Joselito, el boxeador Poli Díaz, o
el pijo Pocholo Martínez-Bordiu junto con el killer, Coto Matamoros. No
quedaría suficiente kleenex en España para llorar sus sempiternos lamentos
entre farlopa, valium, anfetaminas, alcohol
y heroína.
Bien, visto el
vericueto hacia donde nos lleva este affaire. Lo tengo claro: No hay color, a mí
me pone Vanity Land. Allí, donde la policía del viejo Hoover tiraba los cadáveres
de los sin papeles, chaperos, negros, prostitutas, dealers de poca monta y
algún despistado comunista que pasaba por el arcén; en los derrubios que sustentaban las célebres letras de la
villa de todo o nada. Un pena no haberle añadido al mojón aquello de “Welcome
to Hollywoodland” y practiquemos la
eugenesia del aburrimiento. Conjugamos el verbo aburrir tanto en primera
persona ('me aburro'), como para reclamar distracciones en tercera persona ('Fulano me aburre') o
simplemente, expresar la molestia causada por algo o por alguien especialmente
fastidioso. Evidentemente, PSH era un actor excepcional con un vició
incorregible. En el cajón de su estudio neoyorkino la policía de los viejos, Bochco&Milch encontró 50 papelinas
del mejor caballo del Lower East Side —donde su benefactor Señor Lobo— nunca
pudo llegar y limpiarle la mierda. Vaya putada. ¿No conocen a Ray Donovan? Es una pena todo
el mundo tiene un Ray Donovan si trabajas en Hollywood y eres muy famoso.
El caso es que PSH, lo dijo por activa y por pasiva. «Es la
única droga que siempre he creído que merece la pena tomar, pero tienes que
esperar. Nunca se me ocurrió tomarla hasta que tuve 22 o 23 años. Tienes que
haber alcanzado ya tu correcta posición en la vida » (sic). Apenas pasa un día,
y nos quedamos sin alguien querido e idolatrado. Posiblemente, en su trabajo y
en su caso del bueno, siempre quede ese poso de la confidencia impagable de
algún compañero muy cercano, que sabía o guardaba con celo, sobre el bueno de PSH.
Seguimos escuchando noticias de esta índole y no saben lo duro que tiene que
ser para sus Sres. Lobo y familias enterarse por el radio macuto. Sin embargo, el debate no va a la
calle; como el del aborto. Ni mis amadas amigas del colectivo tetamen femen fatal. Ahora, me gustaría
verlas con las putas drogas. O acaso,
¿no todos los días nos drogamos? De carajillos, vinos, cañas, fritos de maíz,
ajoaceites de Mercadona, aspirinas, paracetamoles, frenadoles o pantoprazoles
con profiteroles en Navidad.
Hablamos de los
putos enfermos crónicos, zombis ambulantes. Ahí, me apunto yo. Morfinómano con
pedigrí. Algunos triunfadores usan drogas. Pero, hay una cantidad de ciudadanos abocados
al tedio que consumen—digámosles—las drogas políticamente correctas. Y después,
el subgénero de los que no saber qué hacer con ellos. Verdaderos heraldos de la
caja del colectivo de farmacia. No saben la cantidad de viajes a Disneylandia
que le he financiado a mi farmacéutica del barrio. Últimamente, muy combativa
con la consejería de salud. Por mucho que les fastidie a los modernos
inquisidores, la lista de usuarios de drogas célebres y no necesariamente
arrepentidos es enorme. Abarca muchos más ámbitos que el show business.
Científicos como: Freud, Edison, Alexander Shulgin, Carl Sagan o Stephen Jay
Gould, Paul Erdos y premios Nobel de ciencias como Kary Mullis, Richard Feynman
o Francis Crick —que al final salieron del armario— reconocieron en su día el
consumo de cannabis y otras sustancias
alucinógenas. Y la lista iría a más, si no sopesara sobre esta estúpida
sociedad el estigma de drogadicto y el sambenito que te van a colocar en un
periquete.
Sería tan absurdo atribuir los triunfos de estos y otras celebridades al consumo de sustancias prohibidas, tanto como insistir —repetidamente— en que todos aquellos, que las consuman estarán condenados al fracaso. A veces, los supuestos triunfadores también consumen drogas, lloran y van al cuarto de baño a hacer popo. Le pese a quien le pese. Cuando lo sencillo sería hablar del arte de morir. En la Antigua Grecia la eutanasia no se planteaba como un problema moral ya que la concepción de la vida era diferente, para este pueblo una mala vida no era digna de ser vivida y por tanto ni el eugenismo, ni la eutanasia complicaban a las personas. Cicerón le da significado a la palabra como muerte digna, honesta y gloriosa. Ahora, que se cumple el centenario de William Burroughs; escritor, bisexual y adicto hasta el último día de su vida a todo tipo de estupefacientes y psicotrópicos. Mientras, Hipócrates no salga del Guadinana. D. Guillermo y yo, nos salvamos. Y si sale de la cueva Platón con aquello: “se dejará morir a quienes no sean sanos de cuerpo”. Chungo cubata. Entonces, hablaríamos sobre la ironía del destino de este amanuense que les habla desde su Bypass inundado de Tramadol. Sólo nos me queda el genial Burroughs, travestido de negro literario y aquello de “El lenguaje es un virus”. Siempre nos quedará un día en la hoguera de Torquemada y un amanecer en la torre de Londres.
Dedicado a las Undes. del Dolor de España y a Philip Seymour Hoffman, (In
memoriam)