Sci-fi Noir; hangar 117-B
Aquella mugrienta y
vaporosa tarde tenía una cita en el Servicio de Radiodiagnóstico de
Trekrosvintage Inc. Llegué, tomé asiento y esperé a que me llamaran. No muy
lejos del plano de visión más cercano a mi panorámica— que se dejaba ver tras
mis mocasines nobuk arcilla— asomaba un revistero de polivinilo. Estiré mi
brazo y cogí una revista de informática entre el montón de salud, maternidad,
moda y el aluvión cuché rosa. Saturada de
múltiples anuncios de telefonía móvil y la dichosa 5G. Sentí un pinchazo seco en el costado;
perdí la consciencia. Abrí los ojos y divisé un reloj digital desde la fría
camilla de metacrilato. En sus casillas marcaba esta secuencia; 5-10-3075.
Alguien me transportaba como un travelling rápido y preciso a lo de Palma en
sus buenos tiempos. Las luces de xenón pasaban a una velocidad de unos 30 km/h
por delante de mis ojos. Se paró enfrente de un lugar apócrifo con un luminoso
que indicaba: hangar 117-B. Tenía una sensación incauta, perversa y fútil, que se asemejaba a la ilusión de mi vida.
Recordé una conversación con una de mis ex, la cual, me comentó, que era el momento oportuno de disipar mi
amargura.—Claro, que ella no suele deambular sobre camillas de metacrilato
medio desnuda. Empero, mi cara era tan convencional como aquella sonrisa y
aquel físico corriente del tipo viril del vetusto siglo XX.
Mi memoria se fue abriendo y recordé que estábamos en el siglo XXV. Los encargados de velar por los vademécum de bioética estaban enfrentados. —Seguía en lo cierto, una vez más. La vieja sociedad del bienestar fue dinamitada y una guerra bacteriológica trajo la reconversión de los humanos. Los frentes de la vieja MediasetVsPlaneta continuaban abiertos. La mayoría de la población continuaba tachándolos de impúdicos y poco éticos. Daba igual, los monitores Led, estaban inundados del nuevo careto del momento; melena y barba acicalada, como la del mesías de N. Ray pero con tinte moreno. Embelesado en su sempiterna camisa negra a lo Peret y zarcillos repletos de brillo Aladino. —Je, je… El algodón Aladino, creo que era un mejunje del siglo XX. Tal era su virtud, que ni una bola de billar centelleando la calva de su tonsura escondida. La vieja aureola blanquecina, brillante y zigzagueante bajo la fría y pálida luz del xenón.—Hubiera matado por escuchar a Charles Brown “Trouble Blues”. Aquí me hallaba con las yemas del índice y pulgar jugando a afinar mi vieja Gibson mental. De repente, comenzó a sonar un extraño aparato, que se dirigía hacia mí y me hablaba: buenos días Sr. Deferr, soy Xomega23 buscábamos a un individuo de rasgos—fidedignamente—humanos. No podía responderle y escuchaba su voz, vagamente, como si de un eco en un barranco que el tiempo lo había detenido en mi infancia. Su voz se hacía lejana y repetitiva.
Hasta el olor de su carcasa metálica se me hacía agrio. Aquel robot parecía tener abundante pelo gris, como Robert Ryan en Los Profesionales. Una frente más redonda que R2-D2: enorme y con unos ojos gigantes, color violeta aturquesado incrustados en unas ventanas triangulares. Sólo se podían ver bien, cuando dejaba las gafas de poliestireno para visión nocturna a un lado. Mi miopía había derivado en una extraña enfermedad visual. En esta ocasión, las preciadas lentes yacían en una gaveta de acero inoxidable junto al instrumental quirúrgico de la cabina. A la altura del hueso temporal, llevaba tatuado Tissiler 66. La mente de T66 bramaba; mira hacia arriba estúpido. — ¡Nooo. No mires a izquierda! Fíjate, delante de ti. Sí el contador el contador de aplicaciones. Ah, si los Xomega23 en su insaciable búsqueda de placas de silicona ingeniosas. No puedo hacer nada. Sigo tumbado en la maldita camilla, inmovilizado de pies y manos. Al fondo de la habitación, los restos de seis hombres. Amontonados, yermos y descompuestos. Una vieja camilla de aluminio oxidado dejaba ver brazos y piernas llenas de pústulas junto a cables de fibra óptica. Había parado de llover. Una gota de lluvia cayó en mi ceja, a través del canalón adjunto al foco del quirófano. El centelleo de chispas era constante y amenazador. Ahora, lo sabía todo, yo era el puto Tissiler. Sonriente y avieso, mientras mi mente daba tregua a la memoria de la nueva raza de aquellos hombres. Hasta hace poco, creía firmemente que estos intentos de prolongar indefinidamente la vida de un ser humano eran absurdos y aberrantes.
No obstante, ahora estoy aquí, esperando —por mi propia voluntad— a que se inicie el
proceso de transmisión cerebral. Quiero seguir viviendo. La sala es fría,
blanca y asépticamente huérfana. La cúpula del escáner se cierra del todo. Un
ruido adusto da la señal. El Xomega 23
dixit: —Ignición de la transmisión de memoria… No tenía fuerzas. Tissiler era
un encantador de serpientes como aquel tipo de la vocecilla pseudoculta y la
melenita tonsurada de la camisa negra. La sala oscurece lentamente. Siento un
ligero hormigueo en mi cabeza, mis ojos se cierran pesadamente contra mi
voluntad. Ahora percibo un leve mareo, es como si flotara en el cielo lleno de
negras nubes y luces de neón. Me sereno
en la náusea de mi destino. Escuchaba una discusión de fondo, los recuerdos de
la niñez se hicieron contiguos a los de las maquinas. Desperté en la sala
Trekrosvintage Inc—¡Demonios, las revistas de informática de marras! Me levanté
sediento y con el corazón palpitante. Una enfermera me dijo:— Sr. Deferr,
tranquilo. No se preocupe esta empresa es tan segura y confortable como la SS
de toda la vida. De inmediato, aparece un tipo con bata blanca y melena
mesiánica, barba lampiña y aretes con camisa negra, que transparentaba su puto y niveo sobretodo.—Soy el Dr. Tissiler, encantado… ¡Y no se preocupe, demonios! Está en buenas manos.
Enseguida pasamos a realizarle su RM.
Fundido a negro/Fin
Dedicado a Enrique Gaspar y Rimbau (1842-1902)
Fotogramas de los films:
Invasion of the Body Snatchers (1956) Don Siegel
Blade Runner (1982) Ridley Scott
Stalker (1979) Andrei Tarkovksky
2001: A Space Odyssey (1968) Stanley Kubrick
P.S.; nos vemos por el mismo sitio. Más o menos sobre la
misma hora, con permiso del ministerio de Sanidad, la agenda de trabajo y si el tiempo lo permite. Feliz Otoño a todos-as