Planeta fútbol









La vida da muchas vueltas; demasiadas cómo para encarar con valor que es bueno o malo para ti. Un ejemplo son esos días que comienzas con la pesada rutina de tu llegada al vestuario del equipo. Y sí. Lo confieso: el hedor es insoportable. El mismo inaguantable aroma de todos los manidos días de entrenamiento; el inconfundible penetrante olor de ungüento a linimento y sudor acre naciente en ese espacio de azulejos blancos amarillentos, por donde han pasado remesas de plantillas que nunca llegaron a ser nada. Piensas que el remedio a tu perversa suerte puede estar en los amigos, la familia, bajo una piedra o quizás Dios. Pero no. La verdad, posiblemente, acabas encontrándola en un bote aspirinas para la resaca. ¡Ay, las putas resacas! ¿Han pensando alguna vez por qué tenemos la sensación de que nuestros ojos están llenos de tierra? Mejor dejemos el asunto de la del cuello largo para otro momento. Yo era un portero estático, de esos que opositan a ser derribado por los tres palos. Siempre presto a verlas  venir. Quise ser delantero centro y marcar goles como Di Stefano.
















También soñaba que era el nuevo Armstrong pisando la luna en el siglo XXI. Un chico con una imaginación desbordante. No obstante, soñar es gratis. Pensé en mi compañero Trujillo, un tipo que jugaba de libero, situado al borde del área en los límites de la hipotenusa cartesiana. Un prodigio del cálculo. Creo que desde Baresi—ese del Milán— no había visto jugar a un tío tan bien en esa posición. Trujillo era mi seguro de vida. El férreo y silencioso libero era rapidísimo en el desplazamiento corto: un guepardo. ¡Jodido, Trujillo! Tenía la precisión de un francotirador balcánico para enviar el balón al espacio del volante de derecho o el extremo izquierdo. Un lujo de ciento ochenta y ocho centímetros que se remataban en un pie que trataba el balón como un guante de armiño. Yo lo bauticé con el nombre del  tercer ojo de Ra por su control del orsay. La pesadilla de todo juez de línea. Un deleite verlo jugar delante de mí. Esto se lo he contado antes…Perdonen mi torpeza. Pero hay cosas que por muy mayor que te hagas siguen persiguiéndote toda tu vida. Como la innata y cuasi espiritual timidez. La misma que me condenó a mi enrobinada portería. No sé si tendrá algo que ver lo de ser zurdo y a hostias hacerte derecho.


















La cosa, como el que no quiere es que uno sigue siendo tímido. Y soy portero. ¿Lo había dicho antes? Creo que sí. Saben que soy portero. Discúlpenme pero cuatro años después de mi lesión del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha, sigo con mi adicción a la morfina y como en estas divisiones el doping no nos alcanza. Sigo inyectándome dosis tras dosis. Algo que en más de un ocasión me hace perder el hilo argumental. Lo que nos lleva a soslayar que entre morfina, las secuelas y mi timidez. Había algo en mí que era sobresaliente y eso se llama: capacidad competitiva. Pues hay que ser un prodigio para ejercer en el puesto con todas las contras que me acosaban. Mi abuela habló de un prodigio en lo poco de lo que podía alardear. Pues, para ser hijo de un currante de 1,69. Aquellos 187 centímetros eran  la  comidilla del barrio. Y claro, en aquella época no había muchos zagales tan altos. Las madres de mis amigos y sus hermanas no dejaban de mirarme con ojos de groupies en un concierto de los Beatles. Si en aquellos tiempos era una rara avis, que rompía el concepto de la figura del portero envuelto tras un jugador adicto y pacato. Alguno, dirá aquello de que no era una lumbrera. No, no lo era. Pero el que lo dijo sólo llegó a realizar un máster de albañilería.




















Sin embargo, mis interminables extremidades sacaban al equipo de más de un entuerto. Hasta cuando se organizaba algún barullo en mi área chica, me sobraba brazo para dar el golpe final de autoridad. El árbitro sentía la intimidación de mi presencia como el reclamo de la guardia civil. Su respiración se alteraba cuando escuchaba el tono de mi grave voz. A mí me producía una satisfacción efímera, pero muy confortable. El equipo solía gratificarme aquellas tardes de gloria; la parada de un penalty o el paradón de chiripa del fin de semana. Les parecerá un  poco ingenuo y bobalicón. No obstante, algo tan excitante como una suave friega superaba los deseos de un cualquier don nadie: un masaje. Éste, se ornaba con un halo sobrenatural. Aquella palabra y aquel aroma intenso entre lo dulzón y el almizcle  me trasladaban a un mundo mágico, a un lugar lleno de alquimistas, de elixires de eterna juventud y castillos en el aire.















Sentía que mi ignorancia se colmaba de cultos atisbos a intelectual de franela. El relax y la sensación de languidez de la morfina me producían  paganas fantasías  envueltas de un conjuro pueril y vil de lo que nunca seré. Y es que el fútbol es es un oficio áureo, joven, moderno, rico, estéta, arrollador y trágico como una obra de Shakespeare. En ese preciso instante el masajista estaba pasando sus suaves dedos por la rodilla. Un deporte que envejece como un buen Ribera del Duero y se perfecciona, cuando tenga un pie cerca de la tumba. ¿Será la muerte del pueblo o quizás el fin de la civilización? No me lo creo, nunca morirá. Por cierto, ¿les he dicho que me encanta el fútbol? El fútbol es el circo romano donde todo huele al recreo de las interminables  y  mágicas tardes de la infancia. La sutil y deleitable sensación de libertad que uno experimenta cuando llegas al campo de la tierra prometida. Pero, estoy seguro que ya lo sabían o, ¿vuelvo a repetirme? ¡Qué cojones! Me gusta el fútbol.























                                                          Dedicado a D. Alfredo Di Stefano Julio 1926/Julio 2014 In Memoriam












Fotogramas adjuntos 

Pelota de Trapo (1948) by Leopoldo Torres Ríos
Evasión o Victoria (1981) by John Huston
Das Wunder von Bern (2003) by  Sönke Wortmann
Die Angst des Tormanns beim Elfmeter (1972) by Wim Wenders
The Damned United(2009) by Tom Hooper
Bend It Like Beckham by (2002) by Gurinder Chadha   




   
                   

Promesas del Este







Dicen que las ciudades nunca duermen, que siempre hay alguna luz encendida, algún local abierto y un montón de asfalto silente que no protesta. Siempre hay alguien naciendo o muriendo. Empero, muy de vez en cuando se dejan llevar por el asueto desenfadado y aleatorio. Algunas almas se permiten precarios instantes, en los cuales todo parece dejar de moverse. De su interior brota la oscuridad absoluta y el anhelo; a la espera de recuperar energías. Herkus Kaunas a pesar de su envergadura y mantener un físico saludable era fehaciente que sus 75 años iban pesando en la actitud y desplome moral, de antaño un carácter infalible. Miraba al cielo sólo. Cuando se atisbaba una luna llena flemática y arrogante. Hacía demasiado frío en la lejana noche de noviembre de 1998, mientras observaba por el gélido cristal de su ventana del piso doce la infinidad de edificios que descansaban. Disfrutaba de uno de esos breves momentos, en los cuales la ciudad estaba en calma y seguía con la mirada cada lágrima caída del cielo resbalar por el cristal. Había leído mil y una narraciones, en novelas y poesías, acerca del acotamiento vital de cada gota de lluvia. Cayendo sin saber hacía donde, chocando contra todo y muriendo en el anonimato. Todo el proceso ya era parte de una vida marchita. Por eso, Kaunas miraba cada gota como si fuera la última. Era un espectáculo alucinante ver como impactaban contra el alféizar de la ventana. Parándose ahí. En ese rebuscado hueco. Le daban pena. Era un momento especial. Un momento único. Apagó todas las luces y se metió en la cama, sin dejar de mirar las gotas de lluvia. Llegó un punto que le pareció vislumbrar un ligero brillo en cada una, como si estuvieran cayendo chispas.












Poco a poco se le fueron cerrando los párpados, sin dejar de escuchar el rebote de las gotas. Y recordó en lo más escondido de sus confines mentales, que las ciudades nunca duermen, porque hay humanos que las mueven. Cerca de las cuatro de la mañana algo le despertó: un ruido. Luego, escuchó unos golpes adustos. Aún en vigilia, abrió ligeramente los ojos sin captar mucho que diantres ocurría. Ni descifrar el tipo de sonido que le había parecido escuchar. El solitario Herkus Kaunas estaba acostumbrado a despertarse en las quietas noches cuando pasaban por su calle ambulancias, camiones de la recogida de basuras o algún grupo de borrachos. De repente, un golpe más contundente hizo que reaccionara, que abriera los ojos de par de par, sin moverse de la cama. Ese ruido no venía de la calle, sino de su salón. No se movió. Se quedó expectante. Pendiente de cualquier mínimo ruido. Quería saber quién estaba en su casa. Inmediatamente, el ruido aumentó. Como si alguien hubiera metido una máquina o una grúa percutora. Se asustó. Poco después se  incorporó, no sin dificultad, en la cama y miró a todos lados. El techo se abrió, las paredes parecieron desaparecer y una potente luz iluminó todo. Herkus Kaunas estaba asustado, angustiado, muy nervioso y terminó gritando al silencio del pasillo. La luz se volvió más tenue y el ruido paró. No estaba en su habitación, sino  en algún aséptico habitáculo blanco debajo una mampara de cristal opaco. Se dirigió al interruptor de la luz. Antes de encenderlo vio un destello rojo en la oscuridad, también le pareció oír un pequeño murmullo; seco y gutural.













Su corazón latía apresuradamente, estaba absolutamente consciente, y muy seguro de no haber soñado. Ni el destello ni el rezongo del eco. Llevaría tan sólo, un par de horas dormido cuando sintió una carga encima de él, como si algo le aplastase contra la cama. Intentó despertarse pero fue en vano. Se esforzaba en avivarse pero no lo conseguía, era como si algo controlara esa fase del sueño: no dejándolo escapar. Sintiendo a esa fuerza y reduciéndolo al más absoluto silencio. Notó como el colchón se hundía por el peso extra. Luchó nuevamente por despertarse: no podía. En sueños gritó de rabia, cada vez con más fuerza hasta la extenuación acústica. Aquel crudo alarido pasó de la fase inconsciente a la consciente. En ese momento, se despertó por el fuerte rugido que produjo. De algún modo, traspasó esa barrera que separaba las citadas fases a través del chillido y consiguió acceder a la consciencia que me era un territorio lleno de incógnitas. Estaban ahí, sin resolver. H. Kaunas, en  aquel  momento sintió como si pudiera tirar la pared de un solo puñetazo. Entonces la lámpara del techo se movió como si hubiera una corriente de aire. No obstante, todo estaba cerrado. Solamente un sonido que provenía de la estantería repleta de  libros. Y finalmente el silencio más absoluto. Dejó de sentir su propia presencia. Algo vino a por él, en la noche más dormida de la tierra, lo sabía. No supo nunca qué diablos era, ni cuáles eran exactamente sus intenciones. Pero si tenía algo muy claro: volverían más tarde o más temprano. Ellos no dejarán escapar a las vejaciones del pasado, pues en esta oscura ley de la vida nadie de los nuestros podrá trastocar los deseos más necesarios de las promesas del Este.




















                           Dedicado a Javier Tomeo, hoy hace un año que se marchó al ágora de Bernhard








Fotogramas adjuntados

Le Doulos (1962) by Jean Pierre Melville
Educazione Siberiana (2013) by Grabiele Salvatores
Red Heat (1998) by Walter Hill 
Eastern Promises (2007) by David Cronenberg














                                     

Alfred Hitchcock, el genio de la obsesión








Decían Chabrol y Rohmer: "La forma no embellece el contenido, crea”. El erotismo en Hitchcock es un elemento clave de la estructura narrativa de sus películas. Se asocia con historias de amor, que suelen comenzar con una liberación física de los personajes o de un noviazgo, ya bien sea, superficial o más profunda. Hasta acabar atrapando la ingenuidad de lo carnal. Empero, esas disquisiciones tan intelectuales les serían extrañas y abruptas por estos lares donde lo canallesco y noctambulo son moneda de cambio como la mano de un Baratheon. Luego, a mi admirado Hicht, le podría dedicar tantas palabras como visionados a todas sus películas. Desde la muda, “El jardín de la alegría” (1925) hasta la fascinante “la trama” (1976). Es más, me podría arrancar con alguna de las milongas de Sabina al lado del decano Serrat por mi amado Buenos aires. Sin embargo, hay que hablar de este cineasta, que está entre los cinco mejores de la historia de este arte. Un personaje excepcional y como tal, un ser humano lleno de complejos, obsesiones y frustraciones. Mi abuela me decía: “no hay que  recelar de aquellos tipos con aspecto anodino y percha de sombrío funcionario, atravesado en una vieja estafeta de provincias. Detrás de esta fachada, chaval, puedes encontrarte con la mente de un genio difícil de enmarcar.” Ya les he dicho por estos parajes que mi abuela era un mujer sui generis, a la que le dedique uno de mis insólitos artículos. Alfred Hitchcock siempre hizo las cosas con premeditación y repleto de deseo. Eso sí, a lo grande. Otro cantar fue el terrible paramo de la frustración. Y de esa hay mucha en este mundo de la blogosfera, tanta como bagatelas literarias. Hitch nació en 1899 en el East End londinense, dentro de un círculo familiar dedicado al mundo del comercio. El padre de AH, el Sr. William era un tipo duro y escrupuloso que aleccionó con mano de Tywin Lannister al benjamín Alfred. Hasta tal  punto que el chaval se iba de posaderas con atisbar la presencia de su sombra. Y ahora, por favor, no les entré un ataque de pánico con lo del método educativo victoriano.












Pero algo de verdad tendrá aquello de: “la letra con sangre entra”. Aunque, la ocasión la pintaban calva. Pues, el pequeño Hitchcock no es que fuera el ángel de la guarda, ya que mantuvo una actitud entre lo hooligan y relativas trazas sinvergonzonas, pulimentadas de un sutil sadismo. Una de sus gloriosas gansadas era anudar a sus compañeros de clase. No hay nada como la ilustración del cacumen para darse cuenta que no van atando longanizas a las colas de los perros. El pequeño Alfredo, estaba en los límites de la entrepierna de papa William, y, éste estaba hasta la coronilla tras la enésima diablura del genio. El Sr. Hitchcock padre, se las ingenió para que recibiera su pertinente castigo en una celda de la comisaría del distrito. Pasó toda la noche rodeado de barrotes y mugre. ¿Traumatizador?, ¡Jo y eso que siempre había pensado que el psicópata de mi padre era el mayor de los malvados con los que me había topado! Ahora que la figura de D. William se convirtió en una de las mayores obsesiones del futuro cineasta. Es evidente, que nuestro director lo explotó en el seno de sus fantasías narrativas hasta el paroxismo. Y es que un buen plato de venganza fría, tratándose del maestro del suspense, nada mejor que servirlo en  35mm: puro refinamiento y marca de la casa. Desde entonces, la policía siempre fue un constante que generaba en AH todo tipo de angustias y malestares. Además, ese recelo que le generaba la silueta de su padre, muy pronto se vio expuesta en el acólito refugio de su madre, Miss Ellen Kathleen. Una pobre pseudodiscapacitada por una lesión crónica en sus piernas, la cual, le abocaba a  pasar las tres cuartas parte del día en la cama. Pero además de impedida, la Sra. Kathleen era una mujer manipuladora y posesiva. Por un lado, lisonjeaba al pobre “Alfredito” con palabras del tipo “mi corderito” o “mi angélito”. 

















Y después, se la colocaba como una princesa Lannister por el costado, obligando a Hitch a realizar ejercicios de arrepentimiento. Todas la santas noches, el pequeño debía de subir a la habitación de mama y proclamar todo lo que había hecho mal a lo largo del día. No sería muy breve, conociendo a la perla del maestro. La cosa finalizaba con un padrenuestro y solicitando el perdón divino, previa supervisión de su santa madre. AH,  prosiguió sus estudios hasta los catorce años en un colegio Jesuita. Mal asunto, pues el que teclea anduvo con los Escolapios y fue mi perdición. Luego, el trabajo que dejó pendiente papá Hitchcock fue un pispás para el comité de la sotana fashion. Estos terminaron la faena que no remató el patriarca. El método era de lo más retorcido que se puedan imaginar. Sólo aquellos que hemos convivido junto a estos leviatanes de hábito negro, lo sabemos. El interno debía de elegir cuando era el momento idóneo para soportar la penitencia que se le había arbitrado. Debería de mostrarse en uno de los cubículos especiales del colegio donde se hallaba el abate de turno y  dirigirse a él para decidir el modus operandi. Lo más parecido a uno de sus momentos de mayor clímax de terror en sus films versus la ejecución final. ¿Comienzan a ser más comprensivos con el genio londinense y sus fobias? La verdad, que quien haya tenido una infancia maravillosa: lo admiro. Hitchcock tuvo toda su vida una obsesión paroxística por las mujeres lisiadas y la tortura.  Entrados en harina, sólo hay que ver el film Encadenados (1945). El personaje que interpreta —un excepcional—  Claude Rains de nazi agazapado, cobarde, endeble y pacato. Es incapaz de tomar decisiones por sí sólo. No obstante, su madre—esa señora de apariencia piadosa—se revela como un demonio; una asesina gélida y cruel, a la que no le temblará la mano cuando se ponga en el quite de envenenar a la hermosa Ingrid Bergman.


















Toda la obra de Hitchcock está empapada de una larga lista de malvadas madres, egoístas y posesas. Muchas de ellas convertidas en iconos de la historia del 7º arte. En el fondo Hitch era un creador de atmosferas y estados, donde la proximidad táctil creaba conciencias sobre la importancia de las relaciones superficiales. Es decir, el amor para el maestro se manifestaba en la carne. Pero en algunas películas—este contacto carnal— está en un tris del golpe asesino, que es el paso de una acción a otra en un solo movimiento de sagacidad. Y es que la famosa frase de François Truffaut quedaría ilustrada en este carrusel de fotogramas. Tal como afirmó de su lengua el director galo: "las películas de Hitchcock aman escenas como las escenas del crimen y las escenas del crimen como escenas de amor". La aparición de la mujer es la realización visual de un deseo fotogénica del ideal femenino que físicamente está más cerca del espectador, pero en la distancia de su lugar de perfección plástica muy por encima de lo normal. Luego, la proximidad del cuerpo mira hacia otro ángulo. Las mujeres se convierten en iconos de la belleza inaccesibles hasta que entran en la acción y la intriga. Basta con revisar a Tippie Hedren en Marnie la ladrona (1964), y el leitmotiv del film, que estribaba en la cojera de la madre y la culpabilidad por los abusos sufridos en el pasado. Tal fue el grado de obsesión de Hitch, que visionando el film de nuestro genio aragonés, D. Luis Buñuel, “Tristana” (1970) anduvo tan obnubilado con la historia que termino por revisar la obra original de Pérez Galdós. El ideal de mujer de Hitchcock era una rubia fría, pero sexualmente atractiva, distante y a la vez sugestiva. Recordemos a la Deneuve de Buñuel, tullida y de cabello dorado. Ahí donde llega Hitchcock con la elegante y bella, Grace Kelly y realiza la ventana indiscreta (1954). La Kelly logró mantener una distancia insalvable para el director, que la respetaba y admiraba en silencio, inmovilizado, como el personaje que hacía James Stewart, con la pierna enyesada y mirando impotente por la ventana, cómo se cometía un crimen en el edificio de enfrente.



















A partir de ese instante, Hitchcock abandonaría esa parálisis y reconvertiría su pasión reprimida en impulsos perversos. A menudo, en el mismo set de filmación. Los episodios de Vera Miles (protagonista de Falso culpable 1956 y coprotagonista de Psicosis 1960) y el affaire Tippi Hedren (Los pájaros 1963 y Marnie, la ladrona 1964), removerían lo suyo como ejemplos paradigmáticos. En ambos casos, las actrices fueron agasajadas con ropa, flores, notas, reuniones a solas, consejos y sugerencias subidas de tono. Vera Miles no recibió de buen agrado sus gestos sino que, para disgusto de Hitch, rechazó el papel de protagonista en Vértigo (1958) al estar embarazada. El genio británico gritaba desgañitado: “Iba a convertirse en una verdadera estrella con este film, pero no pudo resistir al “Tarzanete” de su esposo. ¡En vez de tomar la píldora de la jungla!", espetó el cineasta, defraudado. Su reemplazo fue la explosiva Kim Novak, actriz, a la cual nunca quiso reconocerle los méritos de esta obra maestra, junto al esplendido Jack Stewart. No terminó de encajar a la hermosa rubia de Chicago como segundo plato. Y dentro de este submundo de angustias del aturdido Hitch, le quedó la angelical y desgraciada Tippi Hedren, la cual, pagó todos los platos rotos. Recibiendo un trato inhumano en el set de rodaje. Soportando una de las escenas más crueles de la historia de la cinematografía: el famoso ataque de las gaviotas, cuervos y demás especímenes. Tuvo que estar de baja una semana con un schock emocional y físico brutal. Asimismo, el vínculo entre el impulso sexual y criminal; es un calco en Frenesí (1972).













En la reiterativa incapacidad del individuo por llegar a la mujer deseada, derivando en la violación y asesinato de la Sra. Blaney, la actriz Barbara Leigh-Hunt. El protagonista de este arriesgado film, en su época, Robert Rusk (Barry Foster) se encuentra en la misma posición que el trastornado y frustrado Norman Bates. Sin embargo, la película que mejor recrea el mayor de todos los tormentos y remordimientos, de un hombre por una mujer, la rodó el mismo maestro y es la mencionada, anteriormente. En 1958, Hitcht rueda la obra perfecta tras una inversión de planos subjetivos termina por hacernos cómplices de la pesadilla del protagonista  Scottie Ferguson (James Stewart). La simplificación de los recursos estilísticos nos adentra en la sensación de vértigo y el vacío interior de nuestra propia llamada. Al  introducir la intimidad de un personaje vital. Añádanle a un músico de la talla de Bernard Herrmann y tendrán la sensación de malestar más duradera de toda su vida. Ni en un parque temático lo pasarán peor o tendrán el mayor de sus gozos. Y es que "las películas de Hitchcock aman escenas como las del crimen, y las escenas del crimen como las escenas de amor". Así fue este genio de la historia del séptimo arte como comentaba al principio y habrán tenido la suerte de comprobar en sus dos recientes biopics. Uno donde el protagonista, lo encarna Anthony Hopkins “Hitchcock” (2012) y el otro realizado por HBO, donde Hitch lo interpreta un exquisito, Toby Jones “The Girl” (2012) El material para las dos películas no puede ser más jugoso: arrogancia, castings, gente famosa, mobbing, obsesiones tortuosas, sexo y violencia. Claro, que sí el joven rotulista amante del cine de Griffith, lector de Poe y admirador de las rubias más cool resucitase… Mejor nos vemos en otra ocasión.


















                                                 Dedicado a Rafa Nadal, campeón de 14 Grandes Slams





Fotogramas adjuntos


 The Pleasure Garden (1925) by Alfred Hitchcock
 Notorious (1946) “ “  “
 Marnie (1962) “  “   “
 Vertigo (1958) “ “  “
 Psicosis (1960) “  “  “
 The Girl (2012) by Julian Jarrold






Bibliografía consultada y recomendada

Alfred Hitchcock by Donald Spoto Ed. Ultramar (1990)
Hitchcock pour C. Chabrol & E. Rohmer. Paris, Éditions universitaires (1957)
Hitchcock: A Definitive Study of Alfred Hitchcock by Francois Truffaut Ed. Touchstone (1985)
The Cinema of Cruelty: From Buñuel to Hitchcock by André Bazin&Francois Truffaut Ed. Arcade Books (2013)








   
                                       

El placer del ingrato










¿Quieren  ustedes vivir por sí mismos o están esperando a que el sistema les cobije en un lugar utópico? Es curioso el mundo que hemos creado. Éste, no. El de Atapuerca. No se confundan de carretera, que los radares de la DGT observan. ¿O acaso la dolina burgalesa era más sabia en manos de los Gómez mientras copulaban de cuclillas? ¡Venga, ya! ¡Sííí…Se lo digo a Usted mismo o Ud. misma! ¿Saben lo que es el placer del ingrato? No se preocupen, yo les pongo al corriente. Sí. Lo digo bien alto: me gusta discutir. Chillar y cantar dentro de un coche con el estéreo a toda pastilla, ultrajar en los atascos, cuando voy en moto, me meto por el hueco más inverosímil y sobre todo, hacer la peineta a los taxistas. Ciscarme en la bandera del equipo rival. Si ganan las elecciones, la opción ideológica que no aguanto: me pongo de los nervios. Vamos, qué me da un reventón. Me gusta engañar a mi mujer, esnifar en el WC de mi empresa, beber carajillos de Jack Daniel´s en el almuerzo y eructar. En el fondo, me gusta cagarme en la puta madre de fulano, fulana, mengano, mengana, zutana o zutano y pegar puñetazos en el reposabrazos del sillón de mi casa mientras veo un partido de fútbol ¿Pasa algo? O tengo que llamar a Tony Soprano. ¿Es anormal este arrebato de honestidad para sus huestes? ¡Ah, ya lo pillo! Andaba en mis ausencias, cada día más severas y la morfina dentro del zapato; perdiendo mis cápsulas de la felicidad. Claro, lo había olvidado. Otro nuevo despiste y además; soy corto de decodificación. Resulta que el Sr. Soprano tiene patente de corso y todo el mundo le gusta como se lo monta, pero claro; yo no soy como él. Mierda de hipocresía. 



















La misma que se envuelve en la catarsis de inacción del ser humano. Sin motivo aparente, apenas una brizna de impulsión, y eso es todo lo que usted necesita para ser un ciudadano modélico. Nada más. Miento, siendo Kantianos, la cuestión estribaría en saber, si descubierta esa fuerza motriz, somos  capaces de hacer uso de ella. Ahora, nos acercamos a los senderos de lo corriente en un orden social formulado. Todos juntos desmantelándonos de la rutina ordinaria, obtendremos sin el minúsculo esfuerzo la suma de felicidad consentida, que el mundo puede dispensarnos. Lo políticamente correcto de eso que los gozos nunca nos permitirán. Y lo más importante, antes de dejarlos para siempre, deberíamos saber que la vida es una guerra diaria, que tu compañero-a miente sistemáticamente y vivir es igual a estar luchando contra el tedio y el sufrimiento de los desgraciados. Así los hombres que consiguieron acumular fuerzas mayúsculas adquirieron un perfecto influjo sobre el resto del rebaño. Podéis repeler cualquier agresión y haceros de respetar: la gloria de la admiración y la envidia del mediocre queda más cerca. No os preocupéis por el último; es el más débil en esta contienda. No nos sirven nuestros bíceps para nada, si los fardos están en manos de los tramoyistas de la delación: tus mejores amigos. Fíjate, qué sencillo y fácil. Mañana mismo sería el día ideal. Viene tu colega, te invita a un cigarrillo que contiene opio de Mediaset, camisa negra de Zara y melena con barba recortada por la maquinilla afeitadora, de un emporio de electrodomésticos germanos, en manos de su novia: una rubia oxigenada de clase bien. Notas que te mareas y te espetan—Es algo efímero. No te pongas nervioso.



















En una idea vulgar, que nunca traspasará los horizontes de la crónica mundana. Ni sus ternuras inmortales echados a una suerte de austeridad amable y social. Donde el burgo transformado en espesa madeja de pelo áureo, huele a la sustancia más maleable de una joyería convertida en ingratos girondinos que saludan a vuestra nueva Iberia; marchando por encima de la indolencia del silencio de los inocentes. Mientras, el compañero de al lado os inyecta el virus de la envidia y sus bacterias se espolvorean por la oficina, el colegio, la fábrica, la mina, los grandes almacenes, los laboratorios, las peluquerías, pueblos o ciudades. El seductor elemento que jalean todos al unísono. Mil veces más perturbador que la celebración de una copa de Europa, que un convenio de paz laboral o la homilía de un Papa empalmado en Semana Santa.  La envida se coló en la muerte del individuo, como la hipocresía en el vecino que mira hacia otro lado. Ejecutando un extraordinario ejercicio de profilaxis amoral, que termina por arrasar el poco bosque de matorral que escondía las bondades de los últimos infelices; aquellos silentes y apacibles desgraciados en el ring de la mentira humana. Nunca dejes de vigilar tu espalda y recuerda que tu peor enemigo se viste de almíbar, huele a Nenuco y da los buenos días por la mañana.




















En realidad, fumar es una putada. Nos gusta, aunque queramos decir: No. Y es que el mal reside en todo negocio de las multinacionales fascistas. —Reitera la pareja del moreno y la rubia sabelotodo. Resumiendo, la culpa es de la Imperial Tobacco Group que proporciona el opio con todas las de la ley. La puta organización, te da el alcaloide con todas las Villa García. Un opio mezclado con la materia—teóricamente— fumable y reconfortante para el intelecto. Es decir, dado con premeditación, alevosía y ensañamiento. Luego éste es nuestro eslogan; ¡Huid, cabrones de las cajetillas de Mediaset, de los lectores aficionados al noble e incorregible vicio del tabaco!... Y exigid al burgués de vuestro estanquero, que os dé todo el dinero de la caja, pues ha de compartirlo con el prójimo. Las clases y las marcas del Ibex que antes gozaban de vuestra predilección están muertas. Y además correréis otro peligro grave: es posible que vuestra familia crea verse sorprendida por esas nuevas reacciones y su proyección kármica interior retratada en los ojos ajenos. En ese instante, el selfie será macabro, pues vuestros cuerpos estarán dormidos e inmóviles; los primeros síntomas de la encefalitis letárgica. Sí, amigos; los que montáis la guardia a la puerta de los estancos, los que sobornáis a un agente o compráis la adhesión de un golfo tuercebotas, los que consideráis que sin el pitillo que arde y lanza al espacio volutas de humo y hace de la vida un desierto privado convertido en oasis quimérico del ingrato: su placer infinito. Ya lo dijo el gran Ian McEwan; no hay mayor placer que el de los extraños. Ahora, a toro pasado, hechos doctores Honoris Causa: constatamos ese gozo de la ingratitud perenne.













                                                   Dedicado a John Wayne en 107 aniversario de su nacimiento













Fotogramas adjuntos:

Gaslight (1940) by Thorold Dickinson
North Country (2005) by Niki Caro
Ressources humaines (1999) by Laurent Cantet
Mi piace lavorare (2004) by Francesca Comencini















                      

Tristán y el penacho de Sarriko









Tristán Pazos era un auxiliar administrativo de provincias que solía apuntar hasta el más absurdo de sus encuentros. Había heredado el caserón de sus abuelos; un viejo caserío vizcaíno en la llanura septentrional del municipio de Erandio. Un día se encontró con un extraño aparato que sacó del viejo desván, mientras hacía un poco de limpieza. Aquel engendro de formas seductoras y aleaciones nobles le tenía fascinado. Nunca supo muy bien de donde había salido semejante penacho psicodélico, pero le dejaba con la piel de gallina cada vez que lo tocaba. Aquella sensación le reconfortaba.
















Se veía recompensado con el diseño del casco. Cuando cerraba la puerta y se recogía de vuelta a la ciudad, lo dejaba en el más absoluto de los silentes rincones de la vieja casona. En esta ocasión había reunido una buena cantidad de legajos y se dispuso a devorar la gran dosis de lectura que había trascrita en una gastada new courier. Lo más sorprendente era el título del manual; “Maquina de deshibernar”. Su cabeza se disparó como un tiovivo en un Noir de serie B. Pensó— Ahí están toda mi sencillez y complejidad reunidas. En tanto, se mezcló entre la gente que tendía a odiar más y más, a prostituir sus palabras. Rostros húmedos, sílabas detonantes de una gran grandeza y sonrisas macabras que se alaban a sí mismas. Así es como extendía su forma de ver las cosas, al menos esa era la impresión.













Necesitaría un tiempo para hacerse con los planos y documentos de todo el entramado. Pues esto era algo gordo. Quizás un nuevo héroe de la Marvel, pero en serio. Mandaría a la mierda su trabajo en la Diputación. El mundo comenzaría a respetarle más que al puto Putin. Empezaría por librar a la humanidad de la pesadilla de cambiar de chaquetas, radiadores, o climatizadores de última generación. Estaba muy fogoso de pensarlo. Se fue a la estación de Sarriko la joya de Foster, cuando vio esas caras deformadas de la gente —gritaban todos los presentes con tal furia— que parecían estar en un campo de batalla, en una lucha feroz y despiadada con el más temible enemigo. Incrustadas entre sí. Una orgía de cabestros contenidos. Sólo el lento rotar, el suave desplazamiento en la piel, de una milésima de la excitación de un mínimo susurro.
















Sintió todo el peso de su humanidad y cayó derruido; un montón de tejido organizado dentro de una cama. Lo último que pensó fue en los edificios, tiendas y escaparates. Todo aquel alrededor era tan perfecto como un día al lado de Lou Reed. Sin embargo, se dio cuenta, que esa "perfección" no hacía más que consumirnos poco a poco. No hay cosa más hermosa que la contemplación de una puesta de sol. Lo malo es que a esa hora la máquina era imposible pararla. Comenzó a chillar—¡Matadla!, ¡Matadla o ella nos matará! Un alarido seco se escuchó de fondo, como un eco sin retorno.  De repente… Desperté en el box de urgencias. Una enfermera me sonrío—Todo va bien, Jon. Te hemos inyectado 250mg de Tramadol. No te preocupes ha sido una nueva crisis, tranquilo. Venga, descansa. Ya pasó todo.






                                                                               Fin






                          Dedicado al nacimiento del nuevo hermano del IBP; 200mghercianos.wordpress.com








Fotogramas adjuntos:

Faust (1926) by F.W. Murnau
Cronos (1993) by Guillermo del Toro
Carnivàle (2003) TV by Daniel Knauf&Rodrigo García
House of Horrors (1946) by Jean Yarbrough