El aroma de la Sra. Shelley
Aquel
día perdí el rumbo y el cuaderno de bitácora, donde recogía las últimas notas.
La tormenta se mostró con una fuerza inusual. Cayeron bártulos y soldados de
plomo, como enormes bolas de granizo. Era un tobogán sin final y claro; el libro de
bitácora despareció. A pesar de aquel desastre; la Sra. Shelley se acariciaba
el pelo, mientras contemplaba el hundimiento de nuestras vidas.
Desgraciadamente, las horas se volvieron erráticas y tediosas. Afortunadamente,
llegó el momento, donde la pantalla del viejo teatro mostraba el The End. El
silencio se volvió jolgorio y la oscuridad luz de cristal, hasta la siguiente
semana. Desde los urinarios llegaban inquietantes efluvios a orina rancia y lejía. A
través, del pasillo se atisbaba una figura sentada, remarcando una sombra
inmóvil. En la calle del viejo Londres; la oscuridad terminaba de impregnar la
nebulosidad total. Incluso nos dejó ver los últimos destellos de las luces de
gas.
La
figura inmóvil toma vida y comienza a seguirnos. Gira su cabeza hacia la
derecha y baja la escalinata del teatro con desparpajo. Allí se queda en la
penumbra. En el último rincón del boulevard, el viento ciega a los peatones y
cambia el itinerario, de aquellos que no saben dónde ir. Conversaciones avisan de la
muerte del verano. Los silbatos y las voces de la policía llaman al orden, y éste
aparece, como espuma de diazepam, en el capuchino del aguerrido personal. La
noche en tormenta no era apetecible para aquellos chavales tímidos y pudorosos
que vimos en la terraza del puerto. Otra vez, el rostro resplandeciente de la
Sra. Shelley desistía de la atemporalidad momentánea —no hizo ningún gesto
expiatorio— mientras mantenía la compostura. La pérdida de la inocencia y la
caída meteorológica de la moral, dejó a la vista un panorama lleno de
prejuicios hacia su persona.
Se
escuchaba el tic-tac del grupeto de relojes de los estados del tiempo. Era el
mismo artilugio que nos acompañaba allá donde fuéramos y tan inexacto como una
predicción apocalíptica. No obstante, confiábamos ciegamente en su mecanismo,
que velaría por nuestra seguridad. La noche se arrancó con unos truenos que nos
generaban taquicardia. Era el preámbulo de la función. Inesperadamente, el
telón no subió en esta ocasión. Cuando todos lloramos la caída del reloj de
arena. De inmediato, se esparcieron las areniscas del runrún de la tragedia. Todos mirábamos a la
Sra. Shelley con el anhelo de una inocencia confundida. Nuestros sueños se
quebraron —de la misma forma violenta, que el reloj— nunca más despertamos de
aquella pesadilla. La Sra. Shelley se marchó envuelta entre tinieblas y sombras
con el gigantesco monstruo de la mano.
Ahora,
si se escuchaba el tic-tac del reloj, y ella llevaba un gran ramo de lirios, en
los brazos. Se giró y nos sonrió, mientras daba un inocente beso a su querida
criatura. Después, arreció el viento y su melena de cabellos blancos
desapareció en el horizonte de la bahía. Alguien, pensó que
éramos demasiado viejos para estar muertos.—Yo sólo me preguntaba: ¿alguna vez
vimos, antes de la tormenta, un bergantín en algún lado del otro, por aquel
viejo Londres? ¿Somos los últimos habitantes del viejo cementerio? La Sra.
Shelley parece feliz, pero se marchó sin invitarnos a tomar su rico pastel.
Finalmente, Las calles estaban anegadas de agua y se formaron riachuelos que
terminaron arrastrándonos, uno a uno, al lado de cosas sin valor. En el fondo,
sólo creí en Dios, aquella tarde de otoño, cuando la Sra. Shelley nos invitó a
su morada.
FIN
Dedicado a Macario Gómez Quibus Marzo 1928/Julio 2018 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
Frankenstein 1931 by James Whale
The
Frankenstein Chronicles 2015 (TV) by Benjamin Ross
The Bride of Frankenstein 1935 by James Whale
Mary
Shelley's Frankenstein1994 by Kenneth Branagh,
Fantástico, como siempre, Jon. Gracias
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