100 años de Monty Clift (1966-2020). “Los héroes no surgen fácilmente”
Este
17 de octubre de 2020 (el año de la llamada, actualmente, sindemía del Covid 19)
el inefable Montgomery Clift hubiera cumplido 100 años. Un siglo de vida. Un
actor fascinante que transmitía una
vista de galán clásico, con un halo, en su mirada que llegaba al interior de su latir —dentro de un insaciable
dolor íntimo— y la angustia de una naturaleza constantemente atormentada. Los
personajes de esas características que Clift interpretaba a la perfección
funcionaban como una continuidad de su propio temperamento. Incapaz de liquidar
esa tortura existencial, de su yo, y en cierta medida, agobiado por no poder
mostrar su auténtica sexualidad. La paranoia que lo trituraba; el hecho de
ocultar, su naturaleza vital, como ser humano. Algo tan natural, felizmente, en
nuestros días, como respirar profundamente. Montgomery Clift tenía los rostros
más serios de su generación: ojos grandes y suplicantes, una mandíbula rígida y
un rostro reconstruido de una manera impecable, pero con las cicatrices de los
daños colaterales de los disgustos de la vida. Actor esforzado, que interpretó
al desesperado, al borracho y al engañado. Personajes que tenían un anhelo kármico
con la trayectoria de una vida personal, donde la tragedia y el remordimiento
fueron compañeros de viaje. Monty, como era conocido entre amigos y familiares,
es considerado como una de las grandes figuras de la llamada generación del
“Actor's Studio”. En Hollywood, Clift, representaba un protagonista masculino
muy distinto por su sensibilidad y su vulnerabilidad, aunque siempre fue
valiente a la hora de aceptar distintos papeles, no le hacía ascos, a ser el
más villano de todos. Él era así. El 22 de julio de 1966, Montgomery Clift se encontraba en su
residencia de la calle 61 de Manhattan. Su secretario personal, asistente,
enfermero y amante; Lorenzo James, le preguntó si le apetecía ver la
televisión. Curiosamente esa noche emitían la película Vidas rebeldes. A lo que
Clift espetó: ¡En absoluto, querido! Posiblemente, le vino a la cabeza,
aquellos días agrios de rodaje, junto a Monroe,
Gable y la tiranía de Huston. Al día siguiente James lo encontró en su
cama; desnudo, con el antifaz de noche, que solía dormir. Inerte. Sin vida y
muy frío: víctima de un ataque al corazón. Tenía 45 años y mucha gente se quedó
con el alma en vilo. Es un actor querido, mucho más, de lo pudiera imaginarse,
el propio, Clift. El mundo del espectáculo y la interpretación perdía a uno de
los más grandes actores de la mítica factoría Actors Studio. Obviamente, si la
noche del 12 de mayo de 1956 hubiera muerto en el terrible accidente —que
transformó su rostro— hablaríamos de Clift como una leyenda idéntica o más
grande que la del propio James Dean. Sin embargo, el destino con Montgomery
Clift fue decididamente de un capricho
letalmente sutil. No podemos entrar el debate de la categorización de actor
atormentado y darle la vitola de mito, sería una autentica frivolidad. No
obstante, la variable de la gran cantidad de actores y actrices que perdieron
su vida por puro azar; es inagotable. De igual modo, con un perfil muy similar:
incomprensión, desobediencia y la sensación de que su vida es un infierno; como
diría algún dealer, un mal viaje. La cripta no está muy lejos. Empero, Monty,
así terminó: destruido por su vida. “Recordad que Clift es un hombre decepcionado —dice en una
de sus últimas entrevistas—; sin amor, sin paz, en constante lucha consigo
mismo y con su destino”. El director y crítico de cine, Peter Bogdanovich dijo
sobre él: "Cuatro de sus interpretaciones se encuentran —entre las mejores de
todos los tiempos— Red River (1948); A place in the Sun, 1951; I Confess (1953);
From Here to Eternity (1953)". Honrado por otro cardiópata isquémico, Joe
Strummer de The Clash en la canción “The Right Profile” y por REM. Monty
recibió un trato injusto, Clift era un príncipe azul, y a la vez, víctima de
una maldición. El protagonista de un cuento de hadas, que pronto se convirtió
en una tragedia. Bello, sin ser un efebo, con unos ojos hermosísimos, sensible,
inteligente, talentoso, y de una profundidad en sus interpretaciones muy penetrante.
Aquel caprichoso y estúpido accidente automovilístico —en el mejor momento de
su carrera— lo dejó con un dolor perpetuo. Es decir, sufrió hasta su muerte
dolor neuropático. Monty, pasó un calvario de intervenciones y trabajo de
fisioterapia. Lo que le llevó a beberse el Nilo, hasta su muerte, prematura. De
algún, modo terminó apoderándose del termino mesiánico del sufridor por
antonomasia del Hollywood dorado. No obstante, durante 12 años, prendió fuego a
Hollywood.
Nació
en la ciudad de Omaha, en 1920, del estado de Nebraska. Monty Clift se crió
como un aristócrata, ya que su padre era un banquero, al que el negocio le iba viento en popa. Se le asignó un tutor privado y frecuentes viajes a Europa. Si bien,
nunca se destacó en la escuela, sus extraordinarias dotes como actor se
mostraron temprano. A los 15 años, Clift hizo su debut en Broadway en Jubilee
de Cole Porter. Durante los siguientes 10 años, obtuvo papeles destacados en
obras de Tennessee Williams y Thornton Wilder, junto a estrellas como Fredrick
March y la gran Tallulah Bankhead. Hollywood acudió en repetidas ocasiones a
cortejarlo, pero pospuso las ofertas durante casi una década, incluso, llegó a
rechazar papeles en películas míticas; como East of Eden y el co-protagonista
en Sunset Boulevard, papel que recayó en William Holden. Las entrevistas
grabadas con su hermano revelan que el actor sintió que esos papeles no eran
del todo adecuados para él y que no quería causar una primera impresión equivocada.
Tampoco quería firmar un contrato con un estudio. Por aquel entonces, la única
forma viable de entrar en el negocio era esa. No obstante, Clift expresó a su
sobrino lo siguiente: "No quiero que los estudios dicten el tipo de
papeles que tenga que interpretar porque lo dice el dueño de una major".
Tuvo muy claro, desde el principio que quería ser agente libre y lo hizo con éxito. Desde el
principio, Clift fue enmarcado como un rebelde y un individuo atípico. Cuando
llegó por primera vez a Hollywood, no firmó un contrato. Algo que dejó a los
jefes de producción del revés. Él estuvo expectante hasta que las películas una
vez, estrenadas, se hubieran convertido en auténticos éxitos. Fue el caso de sus
dos primeras películas, y, poderoso argumento, para negociar un contrato de
tres películas con Paramount que le permitiera una total discreción sobre los
nuevos proyectos. Obviamente, era algo inaudito, especialmente para una
estrella joven, pero Hollywoodland era un el mercado persa de todos los
vendedores de sueños. Si Paramount lo quería, tendrían que darle lo que él
quería: un margen de poder que estructuraría la relación estrella-estudio
durante los próximos 40 años. Cuando la prensa habló sobre Clift, charlaban
sobre la habilidad y la belleza, pero también hablaban sobre lo poco
convencional y extraño que era. Insistió en mantener su residencia en Nueva
York, pasando el menor tiempo posible en Hollywood. Su apartamento, que
alquilaba por 10 dólares al mes, fue descrito por sus amigos como "tugurio"
y por otros como "fantástico". Sobrevivía al día, con dos comidas,
esencialmente, todas las combinaciones de un buen bistec, huevos y jugo de
naranja. Evitó los clubes nocturnos, para en su lugar, aprovechar su tiempo
libre leyendo a Chéjov. Así, como una considerable cantidad de obras clásicas
de historia, y economía. Incondicional de la obra de Aristóteles, a quien
elogió por su fe en la felicidad y el "arte gentil del alma". Cuando
no estaba leyendo o agotado para prepararse un papel, le gustaba ir al tribunal
del turno de noche local. Asistía a ver los casos judiciales de alto perfil,
muy interesado por observar la humanidad en un contexto límite. A Clift no le
importaban las apariencias: Los Angeles Times lo presentó como: "ídolo de
la película arrugada"; desgraciadamente, poseía un solo traje. Cuando vino
a visitar a la famosa autora de revistas de fans, Elsa Maxwell, en su casa,
ella hizo que su criada le remendará el codo en la chaqueta y renegándole por
no comprarse un buen traje a medida. Su coche destartalado tenía 10 años y sus
mejores amigos estaban fuera del negocio del cine. En palabras suyas, no era más que un “lobo solitario
de segunda clase”. Estas anécdotas, y docenas como ellas, establecerían a Clift,
junto con Brando— como la encarnación de la cultura juvenil de los 50—
rebelándose contra la conformidad y todo lo que se suponía que los
estadounidenses de posguerra debían abrazar y consumir. La factoría del Actors,
tenía tres colosos nuevos: Brando, Dean y Monty. Dean se marchó por la vía de
la velocidad. Brando era la belleza bruta, el tío fuerte de rasgos muy
masculinos y luego estaba Monty, era ponerle un smoking y en una mano un vaso
de Johnnie Walker etiqueta negra. Y, la pantalla, se derretía de gusto.
Sin
embargo, Clift llegaría a odiar la imagen que lo limitaba, al igual que detestaba
la sugerencia sobre que era un vago. Así, como chascarrillos, tildándolo de
antipático o apestado en Hollywood: después que la historia de su armario
desnudo salió a la luz en el Saturday Evening Post, trabajó arduamente para
dejar las cosas claras, acentuando las formas, en que la publicidad toma un
núcleo de la verdad y lo expande hasta convertirse en leyenda. En palabras, del
propio Monty: “Aprendí que la mayoría de los escritores no necesitan
entrevistas para escribir sobre mí. Parece que tienen todas sus historias
escritas de antemano”. La vida privada de Clift era muy aburrida: no salía, no
coqueteaba, no salía en público. Su imagen era, más que cualquier otra cosa,
confusa, incomparable para las categorías de estrellas preexistentes de
Hollywood. Pero era guapo y seductor en la pantalla, creando un apetito por la
confirmación del mismo Clift fuera de la pantalla. Así que las revistas de fans
se volvieron creativas: la portada de Movieland de agosto de 1949, por ejemplo,
presentaba a un Clift sonriente, de traje pulcro y aspecto respetable junto con
el tentador titular “Haciendo el amor a la manera de Clift”. Pero cuando los
lectores miraron dentro de la revista, todo lo que encontraron fue una
extensión de dos páginas de imágenes fijas de The Heiress, con Clift en varias
etapas de flirteo con Olivia de Havilland, extrapolando que el estilo de besos
de Clift era “suave pero posesivamente brutal; suplicando, pero pretendiendo
todo. . .” Era una especulación endeble construida sobre evidencia inestable,
pero sin ningún signo de haber hecho el amor “real” en la vida de Clift, era
todo lo que tenían las revistas de fans. Poco más. De hecho, fue su aparente
falta de vínculos románticos lo que más confundió a la prensa del mundillo de
Hollywoodland. Tenía una estrecha amistad con una mujer llamada Myra Letts, a
quien los columnistas de chascarrillos intentaron arduamente enmarcarlo como un
affair. Pero la refutación de Clift fue firme, enfatizando que no estaban
enamorados ni comprometidos: se conocían desde hacía 10 años, ella lo ayudó con
su trabajo y “esos rumores románticos nos avergüenzan a los dos”. También era
cercano a la actriz de teatro Libby Holman, 16 años mayor que él, quien se
había convertido en una figura notoria en las columnas de chismes luego de la
sospechosa muerte de su rico esposo. Los rumores de lesbianismo y su práctica
general de salir con hombres más jóvenes arreciaban desde el papel couché.
Clift era tan protector con Holman que —cuando se le ofreció el papel de
protagonista masculino en Sunset Boulevard—, lo rechazó. Según se informó, en
un comunicado personal, para evitar cualquier sugerencia, en torno, a Libby
Holman pudiera ser el personaje de la propia Norma Desmond trastornada. Utilizando
a un joven apuesto para perseguir su estrellato perdido. La verdad tácita era
que Clift era gay. La revelación de su sexualidad no surgió hasta los años 70,
cuando dos biógrafos de alto perfil, uno respaldado por sus confidentes
cercanos, lo revelaron, convirtiéndolo en un ícono gay en el lapso de dos años.
Hoy en día, es imposible conocer los detalles de la auténtica sexualidad de
Clift: su hermano, Brooks, afirmaría más tarde que su hermano era bisexual. En
cambio, varios escritos de Hollywood indican que la sexualidad de Clift no era
del todo un secreto. En la novela inédita de Truman Capote “Answered Prayers”,
por ejemplo, el autor imagina una cena entre Clift, Dorothy Parker y la singular
actriz de teatro Tallulah Bankhead:“Es tan hermoso…”—murmuró la señorita Parker.
“Sensible. Tan delicadamente hecho. El joven más hermoso que he visto en mi
vida. Qué lástima que sea un chupapollas”. Luego, dulcemente, con los ojos muy
abiertos y la ingenuidad de la niña, dijo: —“Oh. Oh querido. —¿He dicho algo
mal? Quiero decir, es un chupapollas, ¿no es así, Tallulah? —La señorita
Bankhead dijo: “Bueno, digaaamooos—cariño, yo reeeeaaalmente no lo sabría.
Nunca me ha chupado la polla”. Abundan otros testimonios sobre la
homosexualidad de Clift: al principio de su carrera cinematográfica,
supuestamente le habían advertido que ser homosexual lo arruinaría; era tan
consciente de ser visto como un aura de
feminidad o una especie de hada de color
rosa. Curiosamente fue improvisando una línea en “The Search”, llamando a un
niño “querido”, cuando el director Fred Zinnemann insistió en volver a grabar
la toma.
La
sexualidad de Clift, como esos otros ídolos de los 50, casos de Rock Hudson y
Tab Hunter, se ocultó —cuidadosamente— al público. Pero eso no significaba que
la prensa del higadillo no insinuara algo diferente. Algo extraño, en el
sentido más amplio de la palabra, sobre él. Basta con mirar los títulos de las
revistas para fans: “Hacer el amor a la manera de Clift”, “Two Loves Has
Monty”, “La trágica historia de amor de Montgomery Clift”, “¿Es cierto lo que
dicen sobre Monty?" "¿A quién está imitando Monty?” “Él está viajando
ligero”, “La espeluznante vida amorosa de Montgomery Clift” y, quizás lo más
flagrante, “Monty Clift: ¿Odia a las mujeres o va de alma libre?”. Mansa
apreciación para la mayoría pero, en retrospectiva, muy sugerente. Cualesquiera
que sean las relaciones que Clift haya tenido, fue prudente. A diferencia de
Rock Hudson, cuyos asuntos estuvieron casi expuestos a toda la nación por la
revista Confidential, Clift nunca llegó a las páginas del escándalo. Se sentía
“solo”, pero con la ayuda de su negativa a vivir en Los Ángeles o participar en
la sociedad del café, pudo mantener su vida privada con un candado férreo.
Montgomery Clift obtuvo nominaciones al Oscar como mejor actor por A Place in
the Sun (1951) y la fascinante de “From
Here to Eternity” (1953). En ambas ocasiones perdió ante actores mayores
(Humphrey Bogart y William Holden, respectivamente) y estableció su reputación,
junto a los citados, anteriormente, Marlon Brando y James Dean. Como un joven
forastero cuyo talento intimidaba a Hollywood. Después de “From Here to Eternity”,
abandonó Hollywood durante varios años y firmó un contrato de tres años con MGM.
Monty estaba cansado del subidón de su fama, digamos, que su estatus había
llegado a un nivel muy alto y comenzó a beber, así como a coquetear con las
anfetaminas y los hipnóticos, en modo light. Sin abusar, algo que le daba ese
punto de autista liberado, cuando le tocaba ir a un bolo de presentación o fiesta
en honor del productor o la dama de turno. En 1955 para formar el condado de
Raintree, que lo reunió con su coprotagonista de “A Place in the Sun”,
Elizabeth Taylor. El guion no era necesariamente tan especial, pero le daría la
oportunidad de reunirse con Elizabeth Taylor, y eso, al parecer, fue suficiente
para sacarlo de esa especie de pseudojubilación. Taylor se había casado con el
actor británico Michael Wilding en 1952, pero en 1956, su matrimonio estaba en
declive. Durante el rodaje de “Raintree County”, Clift y Taylor parecían haber
reavivado su relación de “es o no es”; según uno de los biógrafos de Clift, “Algunos
días amenazaba con dejar de ver a Elizabeth Taylor; entonces, la idea le hacía
estallar en lágrimas”. Otra leyenda apócrifa dice que Taylor le enviaba a Clift
montones de cartas de amor, que luego leía en voz alta a su compañero masculino
en ese momento. Es imposible para nosotros saber qué sucedió, o si los dos
incluso tuvieron una relación que fue más allá de lo platónico. Sin embargo,
regresando de una fiesta en la casa de Taylor, en mitad de la filmación para Raintree County, Monty estrelló su auto contra
un poste de teléfono. Momentos después del accidente, el actor Kevin McCarthy,
conduciendo frente a Clift, corrió hacia atrás para ver cómo estaba. Se había
comido todo el salpicadero. Vio que “su rostro se encontraba destrozado. La
nariz rota, la mandíbula del revés, una
gran concentración de cartílagos y trozos de carne de la mejilla, junto con el
labio, todo ello con una cantidad de sangre y olor a gasolina que se hacía
insoportable. Algunas muelas le colgaban de la solapa del traje. Era dantesco y
terrible. “Lo primero que pensé que estaba muerto.” McCarthy corrió a buscar a
Taylor, Wilding y Rock Hudson y la esposa de Hudson, Phyllis Gates, quienes
corrieron al lugar del accidente. Lo que sucedió a continuación es algo
confuso: una versión tiene a Hudson sacando a Clift del auto y Taylor
acunándolo en sus brazos, momento en el que Clift comenzó a ahogarse y a señalar
su garganta, donde, se hizo evidente, que dos de sus dientes se habían alojado
cerca de la laringe. Después de caerse durante el accidente. Taylor abrió la boca,
le puso la mano en la garganta y le sacó los dientes. Cierto o no, la
resistencia de la historia es un testimonio de lo que la gente quería creer
sobre el vínculo entre las dos estrellas. Según esta versión de la historia,
cuando llegaron los fotógrafos, Taylor anunció que conocía a todos y cada uno
de ellos personalmente, y que si tomaban fotografías de Clift, que todavía
estaba muy vivo, se aseguraría de que nunca trabajaran en Hollywood de nuevo.
Independientemente de la veracidad de esta historia, una cosa sigue siendo
cierta: no hay una sola imagen de la cara rota de Clift. Según los médicos de
Clift, era realmente asombroso que estuviera vivo. Pero después de una oleada
de cobertura inicial, se retiró por completo de la vista del público.
Siguieron
meses de cirugías, reconstrucción y fisioterapia. Entonces llegarón los días más
duros del gran Monty. Nuevas pastillas para todo: Nembutal Doriden Luminal
Seconal, Dolantina para controlar el dolor, la ansiedad y el miedo.
Antidepresivos, Ritalin y Sulfato de dexedrina. Finalmente, la producción se
reanudó en Raintree County, que el estudio temía que fracasara tras el
accidente de Clift. Pero Clift sabía que la película sería un éxito, aunque
solo fuera porque el público querría comparar su rostro invisible desde antes y
después del accidente. En verdad, su rostro no estaba realmente desfigurado.
Sin embargo, era mucho más antiguo; cuando
Raintree County (1957) llegó a los cines, había estado fuera de la
pantalla durante cuatro años y medio. Pero la reconstrucción facial, el uso
intensivo de analgésicos y el abuso desenfrenado del alcohol hacían que
pareciera que había envejecido una década. Y así comenzó lo que Robert Lewis,
el maestro de Clift en el Actors Studio, denominándolo como “el suicidio más largo
en la historia de Hollywood”. Incluso antes de Raintree, el declive había sido
visible. El autor Christopher Isherwood rastreó el ocaso de Clift en sus
diarios, y en agosto de 1955, estaba “bebiendo de una carrera”; En el set de
Raintree, el equipo había designado palabras para comunicar lo borracho que
estaba Clift: mal era Georgia, muy mal Florida y lo peor de todo era Zanzíbar. “Casi
todo su buen aspecto se ha ido”, escribió Isherwood. “Tiene una expresión
espantosa y destrozada”. Y no fue solo en un registro privado: en octubre de
1956, Louella Parsons informó sobre la “muy mala salud” de Clift y los intentos
de Holman por limpiarlo y rehabilitarlo. Empero, su declive nunca fue evocado
explícitamente, aunque con su rostro en Raintree County, estaba allí para que
todos lo vieran. Mientras filmaba su siguiente película, Lonelyhearts (1958),
Clift arremetió y proclamó: “No soy (…), repito, no soy miembro de la
Generación Beat. No soy uno de los jóvenes enojados de Estados Unidos. No me
considero miembro de la fraternidad de las sudaderas rotas”. No era un “joven
rebelde, un viejo rebelde, un rebelde cansado o un rebelde demasiado subersivo”,
lo único que le importaba era recrear un “trozo de vida” en la pantalla. Estaba
harto de ser un símbolo, un síntoma, un testimonio de algo. En The Young Lions
(1958), realizada, apenas dos años después del accidente: el dolor y el
resentimiento parecen casi visibles. Sería su única película con Brando, a
pesar de que los dos apenas compartían la pantalla. Elisabeth Taylor,
finalmente libre de su contrato de larga duración con MGM, usó su poder, como
la estrella más grande de Hollywood para insistir en que Clift fuera elegido
para su nuevo proyecto, Suddenly, Last Summer (1959). Fue una apuesta enorme: todos
sabían la cantidad de alcohol y pastillas de todos los colores que tomaba
Clift —alguien prácticamente imprevisible— en el set. No obstante, el productor,
Sam Spiegel, decidió seguir adelante, sin importar el riesgo. Los resultados no
fueron agradables. Clift no pudo pasar por escenas más largas y tuvo que
dividirlas en dos o tres partes. El tema, que lo involucró ayudando en el
encubrimiento de la aparente homosexualidad de un hombre muerto, debe haber provocado
emociones encontradas. El director Joseph Mankiewicz intentó reemplazar a
Clift, pero Taylor y su coprotagonista Katharine Hepburn lo defendieron y
apoyaron con ahínco. Según los informes, Hepburn estaba tan indignada por el
trato de Mankiewicz a Clift que cuando la película terminó oficialmente,
encontró al director y le escupió en la cara. El declive continuó su itinerario.
Clift apareció en The Misfits, un western revisionista más conocido como la
última película de Marilyn Monroe y Clark Gable. El director, John Huston,
supuestamente trajo a Clift porque pensó que tendría un “efecto balsámico” en
Monroe, quien estaba profundamente envuelta en sus propias adicciones, con sus
propios demonios personales. Pero incluso Monroe informó que Clift era “la única
persona que conozco que estaba en peor forma que yo”. Las imágenes del set son
tan conmovedoras como desgarradoras: es como si los tres estuvieran meditando
sobre sus respectivos ocasos, y hay una triste y pacífica resignación ante la
diferencia, entre lo que sus cuerpos pueden hacer y cómo la gente quiere
recordarlos.
Pero el público de 1961 estaba demasiado cerca del deterioro cotidiano de sus estrellas para ver el genio meditativo de The Misfits. También era una película oscura y melancólica: como señalaba una reseña de Variety. Venía a decir, algo así, como: “la masa compleja de conflictos introspectivos, paralelos simbólicos y contradicciones emocionales”. Estaba tan matizada que “confundía seriamente” al público en general, que probablemente no podía hacer frente con las corrientes filosóficas del guion del gran intelectual, Arthur Miller: esposo de la Monroe. Algunas de las críticas más prestigiosas sonaban así: Bosley Crowther, adoptando la inclinación populista en The New York Times, explicó; “los personajes eran divertidos, pero también muy superficiales y fútiles. Ese es el maldito problema de esta película”. Ya sea moralmente repulsivo o filosóficamente convincente, The Misfits bombardeó, solo para ser recuperado, años después, como una obra maestra del género revisionista. Mirando hacia atrás, la película tenía un legado de oscuridad a su alrededor: Gable murió de un ataque al corazón en menos de 20 días, después de aquel rodaje. Monroe solo pudo asistir al estreno de la película con un pase de su estancia en una sala psiquiátrica. Ella no moriría hasta dentro de un año y medio, pero Misfits sería su última película completa. En cuanto a Clift, el rodaje fue increíblemente agotador, tanto mental como físicamente: además de tener una cicatriz en la nariz por el cuerno de un toro callejero, quemaduras graves con cuerdas mientras intentaba domesticar un caballo salvaje e incontables lesiones por golpes y caídas. También, interpretó lo que ha llegado a ser considerado como una de sus mejores escenas, una conversación desgarradora y forzada con su madre desde una cabina telefónica. Incluso si el propio Clift ya estaba fuera de control, interpretar a un personaje que hizo lo mismo solo amplificó el costo psicológico. Después de The Misfits, la desintegración de Clift continuó. Fue un desastre en el set de Freud (1962) que Universal lo demandó. Mientras filmaba un papel secundario de 15 minutos como una víctima mentalmente discapacitada del Holocausto en Judgment at Nuremberg (1961), tuvo que improvisar todas sus líneas. Pero quedaba algo del viejo talento, o al menos lo suficiente para volver a ser nominado, al Oscar. Monty, le quedaban agallas para entrar en la disputa al mejor actor de reparto, interpretando, en palabras del crítico de cine David Thomson, "una víctima irremediablemente dañada por el sufrimiento". Los planes de Clift para interpretar el papel principal en la adaptación cinematográfica de The Heart Is a Lonely Hunter de Carson McCullers fracasaron, en gran parte debido a su falta de garantías por la póliza de seguro en el set, y las promesas de una cuarta colaboración con Taylor, esta vez con el productor Ray Stark, nunca más. Sucedió entre 1963 y 1966, se desvaneció de la vista del público, emergiendo solo para filmar una actuación final en el thriller de espías francés The Defector (1966). Pero antes de que se pudiera estrenar la película, Clift falleció, sin fanfarrias, a la edad de 45 años, sucumbiendo a años de abuso de drogas y alcohol. Elisabeth Taylor, envuelta en la filmación con Richard Burton en París, envió flores al funeral. El largo suicidio fue completo. Muchas estrellas de Hollywood han cometido versiones de ese extraño y doloroso viaje: el llamado, largo suicidio. Las biografías de Clift reivindican que bebía porque no podía ser su verdadero yo, porque la homosexualidad era la vergüenza en la que tenía que refugiarse. Pero si miras sus propias palabras, sus testimonios sobre lo que le hizo actuar, verás al culpable. Su sempiterna pregunta para sí mismo, como escribió una vez en su diario, era: “¿Cómo permanecer de piel delgada, vulnerable y aún vivo?” Para Clift, la tarea resultó imposible. Clift dijo una vez: “Cuanto más nos acercamos a lo maligno, a la muerte, más florecemos”. Él se fue sólo a ese precipicio, pero cayó realmente. Y así permanece congelado en la imaginación popular, alrededor de From Here to Eternity: esos pómulos altos, esa mandíbula apretada, la mirada firme: una cosa magnífica, orgullosa, trágicamente rota y devorada por ese engendro tan fascinante, llamado Hollywood. Miren esa forma de tocar la trompeta y recuerden a uno de los hombres más bellos de la historia del cine. Como dijeron The Clash en The Right Profile… “De verdad que mira de un forma peculiar” “Ese es Montgomery Clift, cariño”. Y REM en Monty Got A Raw Deal; Los héroes no surgen fácilmente. Monty hacía que lo difícil, fuera fácil, y eso, está a la altura, de un héroe de carne y hueso: el genuino, Clift. Siempre te quise desde aquel día, que te vi en la gran pantalla. Nunca te olvidaremos y gracias por haber existido.
Fotogramas
adjuntos
Red River (1948) By Howard Hawks
A place in the Sun (1951) By George Stevens
I
Confess (1953) By Alfred Hitchcock
From
Here to Eternity (1953) By Fred Zinnemann
The
Misfits (1961) By John Huston
Biografía
consultada y recomendada
Montgomery
Clift: A Biography by Patricia Bosworth
Ed. Bantam Books
“Making
Montgomery Clift” (2018) by Robert Anderson Clift, Hillary Demmon
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