Sr. Nadie
Recuerdo
que me encontraba sentado—Eso creo. Aunque, podría no ser cierto. Pero
pensemos, por un momento, que estaba allí. Y juraría que fue de día, pero con
la tecnología de estos tiempos, quién sabe, si fue de noche. Lo que sí que fue
de verdad; era aquella luminaria punzante. Deslumbrándome la retina y
confundiendo mi compostura. Allí, semidesnudo, con apenas, un gastado lienzo de
tela enroscado. A modo de minúsculo harapo, que cubría mi cuerpo, o eso parecía
sentir, la piel entre mi torso y el pubis. Además, un frío metal contraía la
piel de mis nalgas. Al igual, que un gélido sentimiento, al borde de la
inminente ruptura, entre dos personas que se soportan en el límite de la
indiferencia. Obviamente, esa sensación me perturbaba, y conseguía deformar mi
perspectiva del aposento.
Lo
más absurdo de todo aquello era yo; pues seguía allí. ¿Quién sabe si esperando
ese relámpago de la zozobra que envuelve el mínimo suceso? Daba igual mi
perfil, posiblemente, cuanto más macabro mejor. En el fondo, mi mundo era como
mi piel; poros envejecidos sudando dolor, y en ese charco de malestar continuo,
mi percepción ya trascendía lo indolente: era una ciénaga entre lo dantesco y
lo patético. Lentamente, procuré precisar lo que parecía, un cierto enfoque de
lo evidente. En ese momento, contemplé unas líneas supurantes que cuadriculaban
el lugar dotándolo del escepticismo de un baño cualquiera. Empero, no tengan la
menor duda, que allí debía estar yo, esperando un disparate estrepitoso hacia
el mal humano.
Como
mínimo mi entumecida amígdala me dictaba esa sentencia como glorioso castigo;
como el arte premonitorio de una muerte anunciada. Mis músculos no respondían.
Mis nervios hacían caso omiso de la voluntad del que agoniza. ¿Debía esperar
una muerte lenta? ¿Debía tal vez resignarme al olvido y perecer por inanición?
¿O por septicemia? No, eso no, el lugar olía a limpio. En mi subconsciente
todavía veía el neón de la lejía Conejo. De repente, una sombra se proyectó
remota, en lo que entendí como el final de aquella sala. Era cuadrada y
estirada: rectangular. Una puerta quizá; aunque me faltó el chirriar de las
bisagras para que todo fuera lo esperado por el aterrador miedo.
Entonces,
una forma viscosa, color miel resina, apareció de repente. Mientras, me
esforzaba por enfocar la visión. ¿Era una serpiente semihumana o no...? Sí, debió
ser una puerta, pues percibí una presencia nueva, allá donde estuviera. No
conseguí enfocarla en ningún momento. Pero se acercaba silenciosamente; al
contraste del dictado de mis sentidos. Aquella presencia era seductora, e
imaginé mil momentos de dulce placer antes de la muerte. ¿Era posible? forcé la
vista hasta casi desmayarme por lo intenso de mi curiosidad; debía ver la cara
de mi verdugo como mínimo. ¿Debía o debería ser así? Y entonces conseguí la
pintura deseada. Hallé el fausto en el olimpo, pues, presencié la existencia de la
magia como una dulce dedicatoria a mí ser: nunca supo donde estuvo. Vivió de
bellas y espurias milongas impregnadas en una oscura eternidad. DEP, Sr. Nadie.
Dedicado a Prince Junio 1958/ Abril 2016 in Memoriam
Fotogramas
adjuntados
Ordet (1955) by Carl Theodor Dreyer
The
Matrix (1999) by Brothers Wachowski
Det
sjunde inseglet (1957) by Ingmar Bergman
Nightcrawler (2014) by Dan Gilroy